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Chapter 30: La manada: de picnic.

Antes del final de la semana ya tenía un nuevo trabajo. Era en un furgón de comida en la ciudad, al lado del parque, haciendo sándwiches, hamburguesas y perritos calientes para los borrachos y trasnochadores que pasaban por allí. Estaba mal pagado, era aburrido y tenía que soportar a los imbéciles que venían a hacerme bromas y a los indecisos que se pasaban diez minutos para decidir entre tres tipos de comida; pero lo peor de todo era que tenía un «uniforme» de camiseta naranja y un gorro, un jodido gorro, de perrito caliente. Yo odiaba aquel empleo con toda mi alma, pero a Yeonjun le gustaba; no solo por la comida, sino porque estaba dentro de la ciudad y podía venir a verme más a menudo tras sus «trabajillos». La primera noche se trajo con él a Hyojong, el lobo miró el gorro y alzó las cejas, pero evitó hacer ningún comentario al respecto. Les invité a doce perritos calientes tamaño maxi y un par de cervezas frías. Yeonjun me dio un par de caricias, compartimos un momento bastante íntimo, pero, por desgracia, nada sexual, y me dio un último abrazo antes de tener que despedirse.

—Beom huele a comida... —ronroneó. Yo puse cara seria y le aparté de mal humor.

Después de que se corriera la voz sobre mi nuevo empleo allí, los Machos solteros no dejaron de aparecer como buitres alrededor de un cadáver, como putos tiburones al oler la sangre. El primero de ellos fue Namjoon. Llegó al segundo día, aparcó el Toyota todoterreno negro a un lado y salió con una camisa hawaiana abierta, la cadena plateada al cuello y unos pantalones cortos de baloncesto.

—Hola, Beomgyu —me saludó, quedándome a un par de pasos y mirando distraídamente la lista de comida que había pintada en el furgón—. Bonito gorro.

—Que te follen, Namjoon —respondí con una expresión seria de párpados caídos.

El lobo gruñó un poco por lo bajo, pero fue apenas una leve e insignificante advertencia antes de pedirme tres hamburguesas dobles y una cerveza fría. Esperó pacientemente a que friera la carne y lo montara todo, mirando cómo lo hacía y olfateando el delicioso aire que salía del furgón mientras su estómago empezaba a rugir con hambre. Le entregué las tres hamburguesas enormes apiladas en una cestilla de plástico con una servilleta y su cerveza. Namjoon me enseñó un billete cualquiera que había encontrado en su bolsillo y ni esperó a que lo rechazara antes de coger la cesta. Se puso en la mesa alta de bar que había a un lado y empezó a devorar la comida como si no hubiera probado un bocado en días, dando grandes mordiscos a las hamburguesas y apenas masticando antes de tragar. Miraba a la comida o al furgón, pero nunca a mí, hasta que terminó todo y tiró la cesta a la basura portátil que había a un lado de la furgoneta; entonces se limpió las manos con la servilleta y se acercó a donde yo estaba fumando distraídamente, con la mirada perdida en la carretera.

—¿Qué pasó en la gasolinera? —me preguntó, quedándose a mi lado, pero a un par de pasos, mientras se cruzaba de brazos sobre el pecho—, ¿no era un contrato de varios meses?

—No, era un contrato para cubrir unas vacaciones —respondí sin mucho interés, echando el humo del cigarro hacia el cielo de la noche.

—Entonces, ¿el humano volvió a su puesto?

Fumé otra tranquila calada y la solté.

—¿No tienes que ir a hacer tus cosas de la Manada, Namjoon? —pregunté, señalándole su Toyota todoterreno con un gesto de la cabeza.

El lobo asintió, comprendiendo que no necesitaba ni quería su interés ni sus preguntas. Que fuera a preocuparse por los compañeros de los demás Machos, esos que iban a los picnics y a la bolera con ellos.

—Ahora que das comida, estás bastante jodido, Beomgyu —me advirtió en voz baja.

—Yo siempre estoy jodido —respondí sin mucha emoción—. Para eso tengo a Yeonjun.

Namjoon agachó la cabeza para esconder una fugaz sonrisa de mí y volvió a asentir antes de irse sin más. Le vi desaparecer dentro del Toyota y encender las luces antes de conducir por la carretera cercana al parque. No entendía muy bien a qué jugaba Namjoon, su actitud de «ahora somos amigos, y ahora no», ni por qué tenía tanta curiosidad por si me habían despedido de la gasolinera; pero una cosa sí era cierta, ahora que daba comida gratis, estaba jodido.

Pasada la mitad de la noche, apareció el segundo grupo de lobos: Taehyung y Jinho, pillándome fumando en las escalerillas plegables de la puerta del furgón. Les vi salir del Skoda Kodiaq azul grisáceo y di una calada tranquila mientras se acercaban, charlando por lo bajo, casi discutiendo a murmullos, hasta detenerse a un par de pasos de mí y quedarse en completo silencio. Ambos iban con pantalones cortos y camisetas de asas que dejaban a la vista sus músculos y sus cuerpos esculturales. Taehyung sacó un cigarro, se lo puso en los labios y miró a la lejanía del parque.

—Beomgyu —me saludó de forma distraída—. Nos gustaría comer algo —se encendió el cigarro con una de sus estúpidas cerillas y la agitó para apagarla.

Después de la noticia del picnic, empezó a molestarme seriamente aquella jodida actitud distante y soberbia que demostraban conmigo. Dentro de mis estándares, ya había hecho más que suficiente para que me perdonaran o, al menos, para que me miraran a los putos ojos al hablarme. Lo único que me hizo morderme la lengua era que Taehyung estaba allí, así que solté el humo a un lado y le dije:

—La lista está delante del furgón.

Los lobos cabecearon y se movieron hacia allí para mirar las muchas opciones que ofrecía el lugar: hamburguesa, perro caliente, sándwich o patatas. Esperé un poco y arrojé la colilla del cigarro al suelo antes de subirme de nuevo al furgón. Taehyung me pidió un perro caliente y Jinho, un lobo de pelo negro y rasgos afilados, me pidió una hamburguesa.

—¿Solo uno de cada? —pregunté, bajando la mirada para empezar a prepararlo todo y calentar la plancha de la cocina—. ¿Ahora tienen a humanos que les hacen la comida y no tienen hambre?

Jinho gruñó un poco por lo bajo y giró el rostro a un lado, incapaz de decidirse si eso debería ofenderle o no; pero Taehyung fumó otra calada del cigarro y soltó el humo antes de responder:

—¿Ahora te preocupas por nosotros?

Me detuve y levanté los ojos hacia Taehyung, mirándole por el borde superior antes de que una fina sonrisa se extendiera por mis labios.

—Solo una de cada, entonces —concluí.

Él me respondió con otra fugaz mirada antes de pasarse la mano por la media melena rubia.

—Haz las que quieras, Beomgyu —murmuró— No hemos comido todavía.

Solté un murmullo desinteresado y añadí más carne a la plancha caliente, que empezó a producir un sonido siseante. Le di solo un par de vueltas y lo dejé poco hecho, al gusto de los lobos, mientras el furgón se iba llenando de un delicioso olor a carne. Taehyung y Jinho empezaron a removerse un poco, mirando al interior para alcanzar a ver la comida por encima del mostrador de cristal, sus estómagos comenzaron a rugir y, aun así, giraron el rostro para tratar de parecer indiferentes a todo. No tardé demasiado en entregarles tres hamburguesas dobles y seis perritos calientes tamaño maxi en sus respectivas cestas de plástico junto a dos cervezas frías de medio litro. Taehyung me enseñó un billete doblado que no tenía intención de darme y después se pusieron a devorarlo todo como animales sobre la mesa alta y redonda. En menos de diez minutos ya solo quedaban migas y manchas de aceite allí donde había habido una montaña de comida. Jinho eructó y estiró los brazos mientras Taehyung se terminaba la cerveza, dejándola con un golpe seco sobre la mesa. Le hizo una señal a su compañero para que lo recogiera todo y lo tirara a la basura, porque él tenía mayor rango y a Jinho no le quedaba más que obedecer, por mucho que gruñera al hacerlo.

—Estaba bastante bueno, Beomgyu —me dijo Taehyung sin mirarme, sacándose un cigarro y la cajetilla de cerillas para encenderlo—. Volveré otra noche y... charlamos —añadió en voz baja, como si quisiera que Jinho no lo oyera y tratando de que no sonara tan importante como realmente era.

Me limité a asentir, con los brazos cruzados sobre la barra de chapa metálica que había en la gran ventana del furgón, mirando cómo se alejaban hacia el Skoda azul grisáceo. Jinho empezó a hablar por lo bajo, pero Taehyung le cortó en seco con un movimiento de la mano antes de subir al auto.

Dos horas antes del amanecer, cuando la ciudad ya se estaba llenando de los primeros trabajadores y obreros del día, aquellos que iban con cara adormilada y enfadada de un lugar a otro, llegó el momento de servir cafés y algunos dulces hasta que cerré el furgón y di por concluida la noche de trabajo. Yeonjun llegó mientras bajaba la trapa y pasaba el cerrojo, me esperó en el Jeep negro aparcado a un lado, nos dimos un pequeño revolcón, pero esperamos a llegar a casa para echar un buen polvo antes de dormir. El lobo se fue quejando todo el puto camino, gruñendo y moviendo la cadera para mostrarme que estaba muy empalmado y que quería sexo, como si yo no estuviera tan cachondo y tuviera tantas ganas como él tras una noche de mierda en la furgoneta.

—Yeonjun tiene control... —gruñía siempre, tan frustrado como molesto.

—Yeonjun, o aparcas a un lado o cierras la puta boca... —le terminé advirtiendo—. Ya sabes lo que pasó la última vez.

La primera y única ocasión en la que se me había ocurrido intentar chupársela a Yeonjun mientras conducía, se había vuelto loco y había perdido por completo la capacidad de coordinar; así que, tras casi tener un accidente con un camión y chocarnos contra el quita miedos de la autopista, le estuve gritando durante media hora y le dije que follaríamos antes o después, nunca durante.

Al día siguiente, tras el buen sexo de primera hora, nos quedamos retozando en la cama bastante tiempo, desnudos, un poco sudados y disfrutando del frescor que los ventiladores arrojaban sobre nosotros. Cuando al fin se me dio por comprobar la hora en el móvil, chasqueé la lengua y tuve que darme prisa en levantarme para preparar el vaso de leche fría de Yeonjun y despertarle para que no llegara tarde al puñetero picnic. Entonces empezaron los lamentos, los gruñidos tristes y los abrazos para frotarme la cara, como si tratara de consolarme, aunque el único de los dos que necesitaba consuelo era él. Yo seguía en un punto en el que no tenía claro si me molestaba o no que la Manada no me quisiera con ellos; por una parte, me daba igual porque yo solo quería a mi Yeonjun; por otro lado, me estaba esforzando por conseguir que me perdonaran porque era algo importante para Yeonjun, y me frustraba mucho no estar consiguiendo ningún resultado. Así que sentí una leve punzada de rabia cuando vi a Yeonjun salir solo por la puerta para ir a esa mierda de fiesta de la Manada que habían organizado para conocer a la puta de Krystal. No era culpa de ella y no la conocía, pero no podía evitar odiarla al pensar: ¿y tú qué has hecho por la puñetera Manada para que te hagan un picnic?

Esa idea y la frustración me acompañaron durante todo el atardecer y parte de la noche, hablando conmigo mismo en monólogos donde reavivaba mi propia indignación. Cuando Yeonjun volvió, yo todavía estaba inmerso en esa espiral de odio, tirado en el sofá, con una cerveza en una mano y un cigarro en la otra mientras miraba un estúpido programa de la tele y farfullaba en voz baja. El lobo había regresado a mitad de la noche, antes de lo que me esperaba, con una expresión muy triste de cejas bajas y los hombros caídos. Se acercó, se sentó a mi lado y me acarició el rostro con el suyo, gimiendo lastimeramente. Le rodeé con los brazos y apreté los dientes con fuerza.

—¿Qué pasó, fiera? —le pregunté en un tono que traté de que sonara controlado y no tan furioso como me sentía en aquel momento—. ¿No había suficiente comida para todos?

Yeonjun negó lentamente. Entonces volvió a gemir, contrayendo el abdomen hasta que se quedó sin aire.

—Krystal era muy tímida. No se separaba de Jongin y estaba muy nerviosa, pero después todos se presentaron junto con sus compañeros. Yeonjun dijo que faltaba Beom, pero no respetaron su sitio en la mesa —gimió un poco más, hundiendo su rostro en mi cuello—. Tras la comida, invitaron a Krystal a la próxima fiesta. Jin dijo a Yeonjun que eso era lo que pasaba cuando los compañeros eran buenos y no insultaban a la Manada.

—Seokjin es gilipollas y se puede meter a su Manada por el culo —no pude resistirme a decir.

Yeonjun levantó la cabeza en un movimiento rápido y me miró con sus ojos húmedos. Produjo un gruñido de advertencia, bajo y corto, y apretó las comisuras de los labios, sintiéndose visiblemente incómodo por lo que yo había dicho.

—Jin gran Alfa —me dijo—. Ayudó mucho a Yeonjun, quiere mucho a Yeonjun. Beom no puede insultarle, ni a Jin ni a Manada —y agachó la cabeza para poder mirarme por el borde superior de los ojos, acentuando la seriedad de sus palabras—. Los compañeros no hacen eso.

—Me suda la polla lo que hagan los compañeros —le aseguré—. El puto Seokjin no debería haberte dicho esa gilipo... —pero me detuve porque un gruñido más alto, profundo y grave interrumpió mis palabras hasta ahogarlas.

—Beomgyu compañero de Yeonjun —me recordó, como si fuera algo de lo que me hubiera olvidado en algún momento—. Beomgyu debe respetar a su Macho, a Alfa y a Manada.

—¿Y soy yo quien no los respeta? —exclamé, clavando el dedo índice en su pecho—. ¡Son ellos los que no me respetan a mí! ¡Siempre vienen pidiéndome mierdas y ni siquiera me miran a los ojos!

—¡Manada dio oportunidad a Beomgyu, pero Beomgyu nos insultó! —rugió en respuesta, levantándose un poco en el asiento para quedar todavía más por encima de mí, como si deseara someterme con su voz atronadora—. ¡Si Beomgyu hubiera estado con Yeonjun como Krystal con Jongin, ahora sería parte de la Manada!

Me quedé en silencio, mirando aquellos ojos felinos, oyendo los profundos gruñidos de enfado de Yeonjun, que apretaba los dientes con tanta fuerza que debía estar haciéndose daño en la mandíbula.

—Entonces quizá deberías buscarte a una Krystal... —le sugerí con un tono frío y calmado.

Me levanté, ignorando por completo sus gruñidos y rugidos, su mirada fija y penetrante que me seguía muy atentamente mientras iba a por mi chaqueta y salía hacia la puerta de casa. Yo no le miré de vuelta, simplemente me fui dando un buen portazo que resonó por todo el pasillo de moqueta sucia y rota. Al llegar a la calle ya tenía un cigarro encendido en los labios. Tomé una dirección, cualquiera, y solté varias bocanadas de humo mientras avanzaba a paso rápido y furioso. No me detuve hasta que alcancé el primer antro oscuro en el que sirvieran alcohol que encontré en mi camino. Me senté en una de las banquetas frente a la barra sucia y pegajosa, pedí un chupito de whisky y después le dije al camarero que dejara la botella mientras me sacaba la cajetilla de tabaco. Tras encenderme el cigarro dejé el zippo plateado sobre la mesa, me bebí el chupito y lo rellené para volver a vaciarlo una segunda vez. Entonces fue cuando me quedé mirando la barra sucia, con el cigarro entre los dedos y una expresión de enfado en el rostro.

Yeonjun y yo nunca habíamos hablado de lo que había pasado aquella noche en la bolera, de cómo nos habíamos sentido ni de los pensamientos que aún guardábamos dentro. Nos habíamos limitado a fingir que no había pasado, pero, al parecer, Yeonjun guardaba mucho rencor todavía por lo que le había hecho. Fumé otra calada y solté el aire contra la madera, cubriéndola de una capa grisácea que se difuminó pronto. Yo era la clase de persona a la que le costaba reconocer sus errores, eso no era ningún secreto. Siempre me enfadaba cuando alguien me echaba algo en cara; y ese sentimiento se había multiplicado por cien cuando se había tratado de Yeonjun, mi Yeonjun. Me había hecho sentir horriblemente mal, estúpido, infantil y culpable al gritarme aquello. Al compararme con la puta de Krystal... eso era lo que más me había dolido de todo. Si él quería a un humano tímido y suave, ¡que volviera al Luna Llena y lo buscara! ¡Yo no le había obligado a venir a mi casa! ¡Yo no le había obligado a quererme ni le pedí formar parte de su puta vida ni de la puta Manada! ¡Yeonjun ya sabía cómo era yo! Y aún así tomó todas esas decisiones por sí mismo y me metió en todas sus mierdas sin preguntarme nada primero...

Bebí otro trago y dejé el vaso con un golpe seco sobre la barra antes de volver a llenarlo. Yeonjun no tenía ni idea de lo mucho que estaba haciendo por él, de lo mucho que me esforzaba por él. Yo nunca había sido así de comprensivo y generoso por nadie, jamás, en toda mi puta vida. Yo era el cazador, el chico guapo y cruel que se aprovechaba de los imbéciles y los usaba como si fueran simples juguetes. Yo no me preocupaba por nadie más, solo por mí mismo... Bebí el cuarto trago y me froté los ojos mientras negaba con la cabeza. ¿Qué tenía Yeonjun que le hacía tan especial? Era solo un puñetero lobo apestoso. Ni siquiera era el más guapo, o el que tuviera mejor cuerpo. No. Me había tenido que enamorar del lobo más subnormal, cerdo y empalagoso de la Manada... era... era como un puto chiste. Mi vida era un puto chiste en ese momento. A esa conclusión llegué.

—¿Una mala noche? —me preguntó una voz a mi lado.

—Lárgate antes de que me enfade y te dé una patada en la boca —le advertí sin si quiera molestarme en mirarle.

—Eh... relájate, chico, solo estaba preguntando —respondió, esta vez sin aquel asqueroso tono de ligón de bar.

—He dicho que te largues —repetí, girando el rostro para echarle el humo del cigarro a la cara—. ¿No me has entendido la primera vez?

El tipo, un hombre que debía rondar los cuarenta y ya tenía algunas canas en las sienes, agitó la mano frente a su rostro de barba espesa para difuminar el humo, arrugando su nariz gruesa y dedicándome una mirada de enfado. Yo ya conocía de sobra a esa clase de hombres, los que iban a por los jóvenes atractivos y con pinta de problemáticos porque sabían que, quizá, no tuvieran un lugar dónde pasar la noche. «Puedes dormir en mi casa si quieres, hay sitio de sobra en mi cama...», te decían. Y tú a veces aceptabas, porque eras un chico problemático que no quería dormir en la calle otra noche más.

—Ten cuidado, chico. No sabes con quién estás hablando —dijo él.

—Sí, sí que lo sé, con un puto de mierda —respondí—. Eres tú el que no sabe con quién está hablando —le aseguré, señalándole con los dos dedos con los que sostenía el filtro del cigarro—. Así que lárgate de aquí y deja de tocarme los cojones.

De pronto, me dio un puñetazo. Fue más la sorpresa lo que me hizo girar el rostro que realmente la fuerza del impacto. Sentí el sabor de la sangre en la boca y escupí al suelo antes de volverme, apagué tranquilamente el cigarro en vaso del chupito mientras de fondo le oía decir algo como:

—Si no te han enseñado respeto en tu casa te lo enseño yo... —pero se calló cuando le agarré de la cabeza y se la empujé contra la barra, dándole un fuerte golpe que le hizo rebotar y caerse al suelo, confuso y dolorido.

Una vez allí, me levanté y empecé a darle todas las patadas que pude, liberando aquella frustración y enfado que me habían atenazado el corazón tras dejar a Yeonjun en casa; hasta que un grupo de gente se reunió a nuestro alrededor y me apartaron del hombre, encogido en el suelo, cubriéndose la cabeza con los brazos y acorralado contra la barra del bar. Le escupí encima y me liberé de aquellos brazos que me atrapaban, empujando a uno de los hombres para abrirme camino hacia la mesa, recoger mi cajetilla de tabaco y mi zippo y decirle al camarero:

—Paga el imbécil.

—No vuelvas a mi puto local —respondió él con una mueca de desprecio.

No tenía pensado hacerlo. Me saqué un cigarro tranquilamente y me lo puse en los labios ensangrentados, encendiéndolo de camino a la puerta mientras se hacía el silencio y todos me miraban fijamente y murmuraban entre ellos. «Pandillero», «drogadicto», «delincuente», «sinvergüenza», esas eran las palabras con las que me describían, las que siempre habían usado. Pero a mí nunca me habían importado, porque eran solo palabras de extraños que no me conocían.

Salí a la calle y solté una bocanada de humo antes de retomar el camino a casa, mucho más tranquilo, borracho e indiferente de lo que había llegado. El alcohol y la pelea me habían sentado muy bien; todavía me sentía frustrado y dolido, por supuesto, pero al menos ahora había dado algún tipo de salida a esas emociones y las había adormecido bajo un mar de whisky. A falta de las drogas, era todo lo que tenía.

Cuando llegué a casa, tardé todo un minuto en conseguir meter la llave correcta en la cerradura del portal, y otros varios intentos en las de casa, hasta que, de pronto, la puerta se abrió sin más. Alcé la mirada y me encontré con unos ojos felinos. Un aroma fuerte y penetrante a sudor cálido llegó desde el interior de la casa, desde el lobo, que todavía no se había cambiado de ropa. Mi mente, como muchas otras veces, perdió el raciocinio bajo la influencia de aquellas feromonas y di un paso para besar a Yeonjun y agarrarle de la entrepierna. El lobo se hizo a un lado, llevándome con él para poder cerrar la puerta.

—¿Han hecho daño a Beom? —me preguntó con un gruñido y una mirada seria—. ¿Quién ha hecho daño a Beom?

—Tú le has hecho daño —respondí, deteniendo mis besos para susurrar aquellas palabras borrachas y vagas—, pero tienes la polla más gorda del mundo, así que te perdono —sonreí.

Yeonjun volvió a gruñir con enfado, pero le duró poco cuando conseguí desabotonarle el vaquero y bajarle la cremallera, agarrando su miembro y comenzando a masturbarle mientras le besaba con más fuerza y necesidad. El lobo empezó a jadear y a mojarse, perdiéndose en la excitación y dejando todo lo demás a un lado para levantarme en volandas y rodearme con sus brazos. Yo le rodeé la cadera con las piernas y seguí besándole con lengua, hundiéndola en su boca húmeda y caliente, sintiendo el delicioso sabor y agarrando su pelo anaranjado con fuerza. Yeonjun gruñó y me llevó en brazos hasta la cama, donde nos dejó caer a ambos, haciendo temblar el colchón y haciéndolo crujir bajo nuestro peso. Entonces se acabaron las dudas, las preocupaciones y los miedos: allí solo estábamos Yeonjun y yo, deseosos de tener sexo duro del bueno. El lobo se puso más violento, más furioso, sometiéndome bajo su peso, bajándome los pantalones de un tirón y solo lo suficiente para que mi culo quedara al aire. Me dio la vuelta, puso una de sus manos en mi cara y la apretó contra la apestosa sábana mientras con la otra guiaba la punta de su polla inundada en líquido viscoso hasta mi ano. Con un movimiento duro de cadera, me la metió de una sentada.

—¡Joder! —grité, agarrándome a las mantas con fuerza—. ¡Me has hecho daño, pedazo de hijo de pu... Ah... Ah...! —me limité a exclamar cada vez que retrocedía para metérmela con fuerza, dejándome con la boca abierta y sin aliento.

Mis gritos y jadeos rivalizaban con los del lobo, que además gruñía de una forma grave y furiosa, continuando con aquel ritmo de cadera rápido y enfadado. Se corrió la primera vez, inundándome de aquella sensación más cálida y pesada, contrastando con la tibia viscosidad que me llenaba el culo y que goteaba entre mis piernas. Yeonjun se echó sobre mí, casi ahogándome con su cuerpo pesado, antes de morderme el hombro tan fuerte que sentí un dolor lacerante e intenso. Hubiera gritado bastante si me hubiera quedado aire en los pulmones. Pero no era capaz de recuperarlo, sentía que me ahogaba, que jadeaba y que tenía que poner todos mis esfuerzos en tan solo seguir respirando mientras me mordían, me apretaban y me follaban sin descanso. Tras el segundo orgasmo, Yeonjun me dio la vuelta, me agarró del pelo y me levantó sobre él para morderme más, esta vez en la parte baja del cuello. Le arañé la espalda y parpadeé con los ojos repletos en lágrimas. El dolor y el placer se mezclaban de una forma brutal, sumergiéndome en una profunda locura similar a la inconsciencia. Creo que tras el tercer orgasmo, cuando volvió a tumbarme para agarrarme del cuello y de la muñeca, me corrí mientras miraba la cara de Yeonjun: una máscara de violencia, rabia y locura. Daba miedo, miedo de verdad. Era un lobo maloliente y con fuerza suficiente para matarme en aquel mismo momento si se le iba un poco de las manos... pero, por alguna razón, eso me excitó muchísimo. Ese Yeonjun brutal y tan intimidante era lo que más cachondo me ponía en el mundo. Cuando se corrió por cuarta vez, rugió cerca de mi rostro como un puto animal, llenándome la cara de algunas gotas de saliva y el culo de semen espeso y caliente de lobo. Entonces todo cesó; las embestidas de cadera, el ruido, la locura y el sexo. Yeonjun sufrió una contracción, apretó una última vez la polla dentro de mí y perdió su expresión furiosa para desplomarse, jadeante y sudoroso.

Solo tras los cinco minutos que duró la inflamación, levantó al fin la cabeza y dejó de lamerme las heridas de mordiscos que me había hecho. Me miró y me dijo:

—Yeonjun no quiere a ninguna Krystal. Solo a Beomgyu. —Tardé un par de segundos en asentir, todavía inmerso en una nube de calma y perfección, como si el sexo se hubiera llevado todos los problemas de mi interior, fluyendo fuera de mi cuerpo junto con el vaho de mis jadeos y el sudor de mi piel—. ¿Beom... quiere a Yeonjun? —me preguntó el lobo.

Asentí lentamente con la cabeza, un par de veces, antes de responder en un susurro ronco:

—No tienes ni idea de cuánto.

El lobo sonrió un poco y ronroneó antes de volver a acariciarme el rostro y apretarme entre sus brazos.

Yo no soy la clase de persona que te dice que te quiere. Soy un hombre algo distante. Siempre lo he sido, y eso fue algo de mí que ni siquiera Yeonjun pudo cambiar; pero lo cierto era que yo amaba a ese estúpido lobo con toda mi alma. Más incluso de lo que siempre quise reconocer. La Manada podía echarme muchas cosas en cara, recordarme mis muchos errores, decirme que «yo no me portaba como debía» y excluirme de sus putas actividades, pero jamás, JAMÁS, decirme que yo no cuidaba de mi Yeonjun y que no le quería. Porque hasta el más estúpido y rencoroso de ellos lo sabía.

No había nada que yo no haría por él. Nada.

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