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𝑶𝒏𝒄𝒆.

Alba San Román, quedó petrificada por la escena que tuvo que presenciar.

Enseguida, María se acomodó en el suelo y enfrentó el rostro contraído de la doña. 

―Yo, lo siento mucho ―se disculpó la joven, muerta de la vergüenza, pero logró disimularlo.

―Tía, debes tocar antes de entrar ―espetó Esteban, colérico.

― ¿Eres una secretaria, o una ramera? ―cuestionó con desdén, fulminando a la pelinegra.

Esteban iba a replicar, pero ella le apretó la mano, para que se quedara callado. Acto seguido, suspiró y contestó:

―Soy una secretaria, por supuesto. ―Exhaló una vez más―. Y con todo respeto, señora; usted es una maleducada, entró sin tocar. ¿Qué hubiera pasado, si nos encontrara teniendo sexo?

Alba sintió una punzada de odio inmediato, hacia María.

― ¿Dejarás que me hable así, Esteban?

―No está diciendo nada malo ―dijo el sujeto, con ambas manos puestas en los hombros de su asistente―. ¿A qué has venido?

―No pienso conversar contigo, con ella aquí ―escupió, lanzando dagas con los ojos.

―Me iré a trabajar ―anunció María―, permiso. ―Giró y besó castamente, al hombre.

Todo dentro de la vieja, se revolvió.

―Seré muy directo contigo, tía ―habló Esteban, conteniendo la indignación. Se apenó con la mujer de ojos verdes, por la actitud de Alba―. No vuelvas a entrar sin tocar, a ningún lado que me pertenezca. Segundo, no te atrevas a insultar a María, no lo permitiré en lo absoluto. Ah, y, por último, ni se te ocurra hablarme de Fabiola.

―Esa mujer te ha cambiado ―contestó fría e inexpresiva. Lamentaba la actitud dura, que su sobrino, a quien tanto ama, tiene con ella―. Mira nada más, como me estás hablando. Tú, no eres tipo de una aventura, de tirar una relación estable por la borda... ¿qué han hecho con mi Esteban San Román?

―No soy tu Esteban, para empezar por ahí ―exclamó, exasperado―. Y ella me está cambiando, y para bien. Deja de meterme en mi vida.

― ¡Esto es el colmo! ―La furia que Alba tenía, no era común. Sin embargo, se relajó antes de que pudiera decir algo peor―. Yo me voy, haz lo que te venga en gana.

―Adiós, cuídate ―farfulló el pelinegro, rodando los ojos.

Cuando salió, la señora se acercó a la secretaria y le susurró al oído:

―Ni creas que te saldrás con la tuya, mujerzuela.

― ¡Ya me salí con la mía! ―gritó, porque Alba se alejó con rapidez de ella. La antes mencionada, volteó y María le guiñó un ojo, dedicándole una sonrisa triunfante.

La doña, no pudo hacer otra cosa que aniquilarla una vez más con la mirada, y se largó del sitio.

―Uy, maldita María ―escupía sin contemplación, mientras se subía a su auto. Tuvo una idea, y arrancó a su destino.

Entre tanto, la pelinegra sentía un desagrado a la tía de su jefe y se lo hizo saber, luego de que ella se fuera. Él la comprendió, y aceptó su opinión, la vieja no era una mujer fácil de congeniar. Estuvieron animados, charlando en el sofá. María recostó su cabeza en el regazo de Esteban, estiró sus piernas en el restante del mueble, y el hombre le acariciaba el cuero cabelludo, causándole un sueño repentino a la chica. La observó durmiendo, le pareció la más hermosa y perfecta de todas. La fortuna de contratarla, le causó felicidad. Fernández, respiraba despacio y de vez en cuando, juntaba las cejas.

Debe estar soñando, pensó Esteban, sonriendo como tonto.

Él, quería ir paso a paso con ella, conquistarla; y a la vez, pedirle que sea su novia a la de ya, presumirla ante su círculo de amigos, que todos sepan que estaba enamorado de la mejor persona que ha llegado a su vida. No le gustaba comparar a sus antiguas novias entre sí, pero en este caso, lo haría, ya que María era excepcional, un ángel tallado por los dioses, era...su todo.

Al diablo la espera, la invitaría a salir el fin de semana y ahí se lo propondría.

Sacó su teléfono móvil, de uno de los bolsillos internos de su blazer y marcó un número. Con paciencia, esperó que atendieran.

¡¿San Román!? ―expresaron, del otro lado de la línea.

―El mismo, Armando. ¿Qué tal?

Bien, bien. Tú, ¿cómo estás?

―Genial, gracias. ¿De casualidad, estás en México?

No, hermano. Hace un mes, me regresé a Bogotá ―dijo el amigo de Esteban―. ¿Por qué?

―Necesito asesoría, con una empresa que quiere aliarse con la mía ―informó, regresando su mano libre, a la caballera color azabache de María―. Eres el indicado, para que me ayude.

Qué más quisiera yo, Esteban ―profirió, suspirando―. Pero, Beatriz necesitaba de mí aquí en Ecomoda.

―Saludos a tu esposa, te llamo luego. Gracias.

Me alegró saludarte, hasta luego.

Cortó, y empezó a maquinar en quien más pedir ayuda. Anotó mentalmente, en decirle a su socio de mayor confianza, Arturo, y tal vez comentarle algo a Servando que era experto en la materia.

María se revolvió, y con cuidado abrió los ojos. La imagen que se llevó, fue grata. Ahí, en la claridad de aquella oficina, acostada en ese sofá y con los ojos color ámbar de Esteban mirándola, ella se dio cuenta que quería para siempre despertar y verlo a él.

―Hola ―pronunció, largando un bostezo. San Román, le sonrió afablemente.

―Ya son las siete, ¿nos vamos? ―La ayudó a incorporarse, y la mujer arregló su cabello un poco. Asintió con la cabeza, y salió al sanitario.

Lavó su cara y enjuagó su boca, tomó un paño desechable y se secó. Se miró en el espejo, algo en ella cambió. Después de tantos años, volvía a sentirse enamorada. Rio y resopló emocionada. 

―Lista ―anunció a su jefe, quien la esperaba al lado del elevador.

Juntos llegaron a la salida de la empresa, y subieron al coche de él. En esta ocasión, el chófer les hacía compañía.

―Juan, ella es María Fernández, mi secretaria ―la presentó con el hombre, que le dio un asentimiento por el retrovisor.

―Un placer señorita, a sus órdenes ―respondió, mientras manejaba con precaución.

―El gusto es mío, Juan ―contestó la pelinegra, dedicándole una sonrisa amigable.

Pararon en un establecimiento de comida rápida, al principio María se negó, pero Esteban tiene un poder de convencimiento increíble.

― ¿Una cajita feliz? ―demandó el sujeto, sin poder creerlo. Sus facciones, eran pura diversión.

Ambos, escogieron una mesa alejada de los demás. Algunas personas, se sorprendieron de ver al mismísimo empresario en un lugar como ese. No era algo usual, más no le importó en lo absoluto, que lo juzgaran o murmuraran. Toda su atención, era para la joven frente a él.

―Claro, Esteban ―comentó, con simpleza.

―Creí que preferías un cuarto de libra, algo normal. ―Ordenaron en caja, y luego se fueron a sentar. Estaba sorprendido, en su vida tuvo una cita así de informal, mucho menos que su acompañante delirara por la cajita feliz de McDonald's.

―Ahora sabes que no, siempre compro el especial de niños. Además, el juguete de este mes es Barbie, no podía perdérmelo por nada ―exclamó, riéndose.

―Eres tan preciosa, en cualquier sentido ―alabó a la muchacha, haciéndola sonrojar―. Y mírate, con esos cachetes rojitos, esa inocencia es parte de ti.

―Ay, qué cosas dices ―claramente, se apenó. No acostumbraba, a recibir elogios por parte de nadie.

―Si vives sola, ¿en dónde están tus padres? ―preguntó, sin saber que tocó una llaga en el corazón de la pelinegra. Ella, cambió su semblante por uno más serio―. ¿Estás bien? ¿Dije algo malo?

―Descuida, ya no duele, solo incomoda; te voy a contar. ―Carraspeó, y narró su historia, omitiendo algunos detalles―. Mis padres son de Puebla, cuando mamá quedó embarazada de mí, ellos vinieron al DF. Se mudaron a un apartamento en el centro, a medida que el tiempo pasaba los problemas entre ellos incrementaban. Sin embargo, eso no era motivo de divorcio. Cuando cumplí once años, mi papá falleció de cáncer, fue horrible. ―Sentía un nudo en la garganta, que tragó con fuerza―. Mi mamá siguió con su vida, por mí, odiaba que la viera llorar y deprimida, pero cada vez más la tristeza la consumía. Un día, contactó con mi abuela materna y me tuve que ir a vivir con ella, en la actual casa donde estoy. Pasó un año entero, yo tenía trece años y llegó un oficial de policía avisando el suicidio de mi mamá.

María decidió quedarse callada, recordar no le hacía bien, al menos eso no. Esteban la vio indefensa, a cambio la pelinegra le sonrió y él se la devolvió. Ambos entendieron, que el tema moriría allí por ahora.

Al cabo rato, llegó la mesera con el pedido.

―Buen provecho ―indicó la joven, y se retiró.

El hombre, admiró a su asistente destapar con suma emoción la cajita feliz y quedó embobado con tal simpleza.

― ¡Si! ―exclamó, sacando el juguete. Los ojos le brillaban de felicidad―. Es Bárbara Roberts, en su misión a la luna.

―Está linda ―dijo Esteban, sin saber que más contestarle―. Son coleccionables, ¿no?

―Si. Me faltan tres, para terminarla ―asintió regresando la miniatura, a su bolsita plástica―. ¿Comemos?

―Claro.

Un cómodo silencio, mezclado con el bullicio de la calle; creó un ambiente ameno para ellos. María, devoró los Nuggets, la hamburguesa y las papas fritas. Mientras que Esteban, terminó su Big Mac, a medias. Bebieron de la soda, y afortunadamente quedaron satisfechos.

―Gracias por la cena, San Román ―pronunció la pelinegra. Yacían en el coche de él, rumbo a casa de Fernández―. Me encantó, ojalá se repita.

―Así será, María ―prometió, sobándole la mano―. Disfruté mucho tu compañía.

Ella, le sonrió y en ese momento, comenzó a sonar en la radio, una canción que era de sus favoritas.

― ¡No puede ser! ―exclamó, y con todo el atrevimiento; subió el volumen de la corneta―. ¡AMO ESTA CANCIÓN!

El sujeto, solo reía por esa actitud. Ahora sí, quedó totalmente enganchado a su secretaria.

Mis días sin ti son tan oscuros ―empezó a cantar al coro, María―. Tan largos, tan grises mis días sin ti...

Cerraba los ojos, y se inspiraba. Con su mano, formó un puño y lo puso a la altura de su boca, para simular un micrófono.

Mis días sin ti son
Tan absurdos
Tan agrios tan duros

Mis días sin ti

Mis días sin ti
No tienen noches
Si alguna aparece es inútil

Dormir

Mis días sin ti son un derroche

Las horas no tienen principio ni fin

Tan faltos de aire, tan llenos de nada... ―Esteban, se unió al cantico de la joven, sorprendiéndola por ello―. Chatarra inservible, basura en el suelo...moscas en la casa.

―Estuvo genial ―vociferó María, con una sonrisa que no pensaba eliminar de su semblante.

El hecho de que, el chico que te gusta conozca de tus canciones favoritas, y aparte las cante contigo, es...es otro nivel.

Llegaron a casa de la mujer, y él partió a la suya. Su psiquis, pensaba en planificar su cita con ella, para el fin de semana.

(***)

El viernes apareció, acompañado de una junta de concejo inesperada.

Esteban conversó con Arturo, acerca de aliarse a la compañía de Salgado. Discutieron varios puntos, y él dueño decidió que daría la información a los socios; para tomar una el veredicto final. No comentó nada a Servando, sus dudas fueron despejadas con Ibáñez.

―Hermosa, como siempre ―comentó el pelinegro, a su secretaria. La mujer, le dedicó una sonrisa tímida.

Vestía una falda de tubo negra, hasta las rodillas; una camisa tres cuartos, color blanco y unos tacones negros. Su cabello, está creciendo significativamente. Así que, se peinó en una media coleta.

―Vamos, los señores deben estar impacientes. ―María se levantó del regazo de Esteban, y él le propinó un beso en la boca. Juntos, salieron a la sala de conferencias―. Buenos días ―saludó a todos.

Servando Maldonado, la miró de más. La lujuria era palpable en su rostro. Fernández, se dio cuenta de aquello, y los nervios le atacaron.

―Buenos días a todos ―esta vez, habló San Román, tomando asiento en la cabecera de la mesa, después de extender la silla para su asistente―. Quiero informarles, que en conjunto con Arturo decidí aliarme a Salgado Inc. María, hará el favor de entregarles una copia de lo que será el contrato.

― ¿Se trata de Gerardo Salgado? ―inquirió Demetrio, frunciendo el ceño. Los demás, observaban con cautela, cada palabra que se leía en la hoja.

―El mismo ―afirmó Esteban, cruzando las manos, por encima de la mesa.

―No creo que sea conveniente, aliarte ―pronunció Bruno, secundado por Rivero―. Esa compañía está empezando, no traería reputación.

―Ya lo consulté muchísimo ―continuó el pelinegro―. Solo estoy informándoles mi decisión.

― ¿Afectará las utilidades? ―cuestionó Servando, tosiendo. No podía quitarle los ojos a María, ella se sentía la mar de incómoda.

Cada tanto, se revolvía en su asiento y bajaba la vista a su falda. Pero, regresaba al frente, para que su jefe no se percatara de su extraña actitud.

―En lo absoluto, puedes estar tranquilo ―intervino Arturo.

La junta transcurrió sin problemas, cada duda fue despejada y los socios quedaron convencidos. Se retiraron, no sin antes fijar una próxima reunión, y así presentar a Gerardo. En cuanto a la nueva socia, Sara; Esteban no quiso hacer comentarios, hasta tener una respuesta segura.

―Ven ―bufó San Román, tomando a la pelinegra de la mano y atrayéndola a la oficina.

La acción, no pasó desapercibida para ningún accionista, que esperaban el ascensor. Sin embargo, no emitieron comentarios.

―No, debo trabajar ―contestó, apenada, más no se zafaba del agarre―. Hablamos luego.

―Son solo tres minutos, únicos ―insistió él, a punto de besarla. Logró contenerse, las miradas inquisidoras estaban sobre ellos.

―En un momento iré ―prometió, y Esteban asintió y se metió a su despacho.

―María ―dijo Servando, acercándose a ella.

Arturo, Demetrio y Bruno entraron al elevador y desaparecieron del piso quince.

―Dígame.

― ¿Hoy si estarás libre? ―le preguntó con delicadeza.

― ¿Para qué? ―Con seguridad, sabía a qué venía todo eso.

―Cenar.

―Oh, no podré. Lo lamento. ―No sentía remordimientos.

― ¿Y ahora por qué? ―espetó con fuerza, claramente enojado.

―No creo que sea de su incumbencia, con todo respeto ―se defendió―. Con permiso, mi jefe me necesita. ―Lo dejó solo en la recepción, y respiró hondo antes de sorprender a Esteban por detrás.

Lo advirtió revisando unos documentos, parado frente al ventanal tras su escritorio. Le abrazó, por la espalda, sus manos dieron en el abdomen de él. Esteban cerró los ojos, aspirando la fragancia de María; posó sus gruesas manos sobre las delicadas de ella y frotó con levedad.

― ¿Por qué, Servando te escudriñaba todo el tiempo? ―demandó, volteándose y llegando a la silla reclinable. La sentó en su regazo. La falda de la mujer, se alzó unos centímetros en su muslo.

―No lo sé ―confesó, resoplando. Al final, se dio cuenta.

―Estaba muy sospechoso, no me gustó para nada ―comunicó, entrelazando una y otra vez sus dedos―. Te veía con... ¿cómo se llama? Con...con lujuria, sí.

―Creo que le intereso, en dos ocasiones me invitó a cenar ―terminó por decirle. El alivio le inundó el cuerpo―. Obviamente, le rechacé.

―Hiciste bien, María. ―La besó en la coronilla―. Cuando se enteren, que te pretendo, dejarán de volar alrededor de ti.

― ¿Cuándo me pedirás que sea tu novia? ―bromeó y aquella risa, resonó en el corazón del sujeto―. No, mentira. Vamos despacio, ¿no?

―Claro. ―Era embuste, el sábado se irían a un parque, y se lo soltaría. Le era imposible, esperar más tiempo―. ¿Quieres salir mañana conmigo?

―Sí, ¿A dónde?

―Solo alístate, y te recogeré en tu casa ―avisó, acercando su rostro al de ella. Inmediatamente, miró sus labios. Una pintura clara, con brillitos la decoraba.

Juntos, unieron sus bocas en un beso rudo, salvaje, deseoso. Esteban se afanó, e introdujo su lengua dentro de las paredes bucales de María, saboreó cada parte, ansioso y apasionado. Fernández, jugaba con los dientes y mordisqueaba sin detenerse al hombre; le apretaba las mejillas con su mano y lo acercaba, no podía saciarse, nunca lo haría. Él, acariciaba los muslos descubiertos de su asistente, era mucho más excitante, ya que ella no usaba medias pantis.

―Divino, como siempre ―croó Esteban, dándole un pico.

―Me dejas sin aliento, eh. ―la muchacha, respiraba entrecortadamente y a la vez sonreía.

―Y solo es un beso. Imagínate en el sexo...te desmayo ―vociferó el tipo, ruborizando a María.

― ¡Esteban, por favor! ―le pegó en el pecho, con los cachetes colorados y los nervios a flor de piel. Por instinto, bajó los ojos.

― ¿Qué? ―No entendía su penosa actitud. Ella, volvió a fijarse en las joyas color ámbar de él y le dijo con su silencio, la respuesta que buscaba―. No me digas que... María, ¿eres virgen?

―Aja ―farfulló, volteando la cara. Enseguida, Esteban la hizo verlo.

―Es magnífico, es...hermoso.

―Claro que no. ―Se cruzó de brazos, todavía llena de pena.

―Lo es, no tienes por qué avergonzarte ―aseguró el pelinegro, besándola.

― ¿A qué hora, pasarás por mí? ―indagó, cambiándole el tema. Aunque él le dedicara esas lindas palabras, igual sentía pena por nunca haber practicado sexo.

―A las dos y media, soy muy puntual ―aseveró, con sus manos sobre las piernas de María. Se le erizó la piel, desde que sintió el tacto.

Continuaron besándose, eran adictos a su sabor, su práctica, todo. Tocaban el cielo, cada vez que estaban juntos, así, fogosos y dispuestos a quererse.

En eso, suena el teléfono fijo y con mucho pesar, tuvieron que despegarse. No obstante, mantenían la misma posición.

― ¿Bueno? ―contestó Esteban.

Ay, hola papi. ―La dulce voz, de su tía Carmela lo hizo sonreír. María frunció el entrecejo―. ¿Cómo andas?

―Muy bien, tía ―respondió, con alegría―. Tú, ¿qué tal?

Bien, mijito. Oye, quisiera pasar a visitarte. Necesito que hablemos, me haces falta, eh.

―Cuando quieras, tía.

Bueno, ¿qué te parece mañana en tu casa?

―Mejor el domingo, saldré mañana ―comentó. La pelinegra, ejecutó un ademán para levantarse, pero él la haló y quedó aún más pegada del bulto en el pantalón de San Román.

―Órale, Estebancito. ¿Te reconciliaste con...? ¿Cómo se llama? Ah, sí. Fabiola.

―Para nada. Después te cuento.

―Está bien, mi amor. Te dejo, ya empezó la telenovela.

―Te quiero, tía.

―Yo más ―colgó.

―Debo contarte de mi tía Carmela, es una excelente persona ―le dijo a su secretaria.

―Me imagino, se ve que la aprecias mucho. ―María, contenía como podía los nervios que le causaba estar tan cerca del miembro del sujeto.

―Demasiado, yo creo que la amarás.

―Sino es como tu tía Alba, entonces si ―se rio.

―No. Ellas son completamente diferentes, y son hermanas ―confesó, dejando a la joven sorprendida―. Mi padre, que en paz descanse; se llevaba muy bien con Carmela.

―Me alegro ―sinceró, mostrándole una sonrisa verdadera.

En su subconsciente, se preguntaba una y otra vez sobre los padres de Esteban, ¿por qué nunca los menciona?

En su próxima salida, lo averiguaría.


la canción: Moscas en la casa - Shakira.  

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