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CAPÍTULO 4

Hace dos días que no he vuelto a McLaren. Dos días en los que no pude agradecerle a Alessandro por salvarme.

Después de lo sucedido con Maier, recibí por parte de John unos días de descanso y demasiadas disculpas por lo sucedido. Él piensa que es su culpa, porque no pudo prohibir que ese engendro estuviera a mi lado.

No le comenté el suceso a nadie, más que a mi mejor amiga, Victoria. Prometió no contarle nada a papá ni a mi hermana o, mejor dicho, la hice jurar por su madre. No quiero preocuparle a ninguno por lo que ocurrió, no les haría bien. Tengo que valerme por mi misma, ya es hora.

John ha sido el único en venir a verme estos días, me ha traído los informes y ha empezado con la creación del MCL 60. Le he preguntado qué fue lo que sucedió después de perder la conciencia, cuando Alessandro me salvó, pero, no he recibido ninguna respuesta.

Me cansé de evasivas, así que hoy me levanté, decidida a enfrentar mi vida, no permitiré que nadie más me regale su lastima. Además, quiero ver a Alessandro, el que me haya salvado, me hace pensar que no es tan desalmado como quiere aparentar. Aunque es una actitud básica, que cualquier persona debería desarrollar, compasión.

Bajo de mi BMW y me dirijo al ascensor, subo hasta mi oficina. El verla ordenada y pulcra, como la primera vez que me deje embellecer por ella, como si nunca existió ese momento, repugnante.

Hago una respiración profunda para controlar mis emociones, no quiero tener otro ataque de pánico. Tengo que superar este hecho, ya lo hice una vez, puedo con otra más.

De pronto, escucho que alguien me habla detrás de mí. Es la voz de John.

- Cuando me avisaron que habías vuelto, no lo creía. Tienes una semana de descanso, está todo bajo orden.

- ¿Por qué hablas tan bajo? - respondo, alzando una ceja – sé, que te respondo a ti y al señor Agnelli, pero no podía seguir lamentando mi vida.

Lo escucho suspirar. - El culparte por todo lo que te sucede, no hará que superes nada – sus ojos están apagados – en este poco tiempo que te conozco, te he llegado a apreciar y sé que eres fuerte, pero conmigo puedes contar con un hombro para llorar, si necesitas un abrazo, lo que sea, aquí estaré – continúa, abriendo los brazos para que vaya abrazarlo.

No replico, mis pies se deslizan por la madera encerada y en segundos, estoy llorando en sus brazos todo lo que no me he permitido en este año y medio.

- Eres lo más cercano a una figura paterna en esta ciudad – confieso sin dejar de sollozar.

- Gracias Astrid y para mi eres la hija que un día perdí – suelta, con una voz ronca sin soltarme de su abrazo paterno – no sé que te habrá pasado en tu vida, pero, siempre estaré aquí para ayudarte, nunca lo dudes. Siempre responderé por ti.

No sé cuánto tiempo transcurre, el estar en brazos que se asemejan a los de mi padre, me genera tranquilidad.

Nos separamos cuando alguien llama a mi puerta, me sujeta la cara con sus manos conmocionadas por el vitíligo y procede a regalarme un beso en la frente. Como papá lo hace cada vez que estoy mal.

Doy la autorización a que pase quien tocó la puerta, es su secretaria, le avisa que Alessandro lo está esperando en su oficina y que no está de buen humor. Lo veo desaparecer en la salida y vuelvo a mis deberes.

Paso toda la mañana y media tarde, sumergida con los mecánicos atendiendo cualquier duda sobre el MCL 60. Intercambio ideas con mis colegas, que no me contradicen, me apoyan.

Cuando se asoma la hora de la merienda, me dirijo a la oficina del señor Agnelli. Él se encuentra un piso arriba del mío. Veo pasar los números por la pantalla del ascensor y mi nerviosismo aumenta más, al igual que mi inquietud.

El ascensor se detiene cuando aborda el piso que marqué. Me anuncio con su secretaria, que no me mira, solo responde, parece un robot. Le habla por el teléfono y se digna a mirarme.

- Lo siento, pero el señor Agnelli no la puede recibir – me barre con la mirada.

- Dile que es importante, es un asunto del MCL 60 – miento, sino no me atenderá.

Vuelve a insistir, escucho gritos del otro lado del teléfono, pero no comprendo qué le dice, pero sé que no es nada bueno porque puedo percibir una mirada angustiante.

- Puede pasar señorita Bright.

No reparo en ella y me dirijo a la oficina del arrogante, aunque hoy quiero pensar positivamente de él.

Paso a su oficina después de tocar y escuchar su autorización. Entro y cierro la puerta detrás de mí.

Quedo maravillada al ver que la oficina es grande y espaciosa. Las paredes están pintadas de un gris oscuro como sus ojos y el suelo está cubierto de un suave alfombrado gris.

En el centro de la oficina hay un escritorio grande y una silla de cuero negra. A la derecha del escritorio hay una librería llena de libros y revistas. A la izquierda del escritorio hay una ventana que da a una vista de la ciudad.

El lugar es su reflejo. Puedo percibir el aroma varonil que hay en el ambiente, madera y bergamota.

Totalmente, exquisito como él.

Está sentado en su gran silla, mirando unos documentos. El rojo del chándal que trae a juego con el pantalón cargo negro de McLaren. Algunos mechones de su cabellera castaña caen sobre su frente, tapando sus ojos grises. Tan masculino.

Detengo mi embobamiento ante él, cuando escucho que truena los dedos frente a mí.

- La próxima trae algo para limpiarse la baba, señorita Bright – me sonríe de lado – sé rápido, no tengo tiempo para estupideces.

Quedo anonadada ante su conjetura, ¿Quién carajos se cree este tipo?

- ¡Ja! Ya quisiera señor Agnelli, pero usted no es mi tipo – respondo, tajante. Le mantengo la mirada asesina que me da – seré rápida como usted quiere, venía a darle las gracias por haber intercedido ante el suceso de hace unos días. Si no hubiera llegado...

 - ¡Basta! – grita, interrumpiéndome – no me interesan tus gracias, ni nada, no necesito nada porque yo no te salve nunca.

La furia se me sube a la cabeza cuando proceso como me grita y menosprecia mi agradecimiento.

Compruebo que este hombre no merece ningún buen trato por parte de nadie. Es hostil, inaguantable, odioso, todo adjetivo maligno le queda bien.

Siento que estoy echando fuego por los ojos.

- Cada día, me confirma que es detestable su forma de ser, quería ser agradecida con usted, pero, lo único que sabe hacer es querer pasar por encima de todos – grito, respirando aceleradamente.

No voy a permitir que me siga tratando mal, me voy de su oficina, azotando la puerta con toda mi furia.

Subo al ascensor cuando veo de reojo que sale de su oficina, a grandes zancadas, con el ceño fruncido. Aprieto rápidamente el botón de mi piso y el que hace que cierre la puerta metálica. Se cierra justo a tiempo. Lo miro con una sonrisa ladeada.

Llego a mi oficina, ilesa. Cierro la puerta y ahogó un grito, liberando mi furia. Estoy colérica, me duelen los dientes de tanto apretarlos.

Tomo asiento en mi escritorio, tirando mechones de mi cabello, cuando veo abrirse la puerta de mi oficina, dando paso al imponente arrogante.

- ¿Quién mierda te crees para gritarme de esa manera? - bufa, mientras me apunta con su dedo.

- Astrid Bright, ¿Algún problema, señor Agnelli? - contesto, manteniendo la mirada sobre la suya.

- Baja tus aires Bright, porque no eres más que una empleada aquí. Con solo tronar los dedos, hago que te despidan y consigo otra mejor que tú. - brama, sin dejar de apuntarme con su mugroso dedo.

- ¡Hazlo! Busca a otra ingeniera, te reto a encontrar una mejor – contraataco. No sé, en qué momento comencé a lastimarme las palmas de mis manos con mis uñas, de tanto apretar los puños.

- Tu boca obstinada, será tu perdición Bright – y alterna su mirada entre mis ojos, y labios, descaradamente.

Empujo su dedo para que deje de apuntarme, pero, ese solo contacto de piel a piel, me da un chispazo a mi interior.

- Arrogancia, esa será su perdición Agnelli – replico.

- Soy tu superior, no superes el límite Bright – brama. Marcando más su mandíbula.

- ¡Soberbio!

- ¡Loca!

- ¡Maniático!

La contienda acaba cuando John aparece, alejando a Alessandro de mi escritorio. El castaño no me quita los ojos de encima, si las miradas mataran, él ya lo hubiese hecho conmigo.

- ¿Qué carajos está pasando aquí? - pregunta John, alternando las miradas entre ambos, buscando una respuesta.

- ¡La quiero fuera de esta maldita escudería Warners! - grita, el maniático.

- ¡Atrévete! - contesto, caminando directo a él, pero Warners se interpone entre los dos.

- Nadie se va a ir de aquí, muchachos. Ahora que alguno de los dos, me explique qué mierda pasó – concluye con el ceño fruncido.

- Yo te explico Warners, es que este soberbio e intolerante a las personas que no son él mismo, me gritó cuando le estaba agradeciendo por haberme salvado – explico, sin quitarle los ojos al piloto.

- ¿Soberbio e intolerante, dices? - brama – la soberbia e intolerante eres tú que no respetas a tus superiores – y vuelve a levantar su índice.

Qué hombre tan imbécil.

- ¡Basta! – el grito de John, logra hacernos callar – parecen dos malditos niñatos, mierda – exclama – Astrid déjame a solas con Alessandro, por favor.

Asiento y agarro mis pertenencias, y me dirijo a irme de mi oficina, cuando estoy por pasar por el umbral, escucho a Alessandro hablarme.

- Loca e insolente. - refunfuña por lo bajo, pero no lo suficiente para que escuche perfectamente.

Lo fulmino con la mirada, no pienso contraatacar. John pidió un momento a solas con él y lo respeto. Mi lealtad está a John, ha sido el único que me ha tratado bien en este maldito lugar, que más que hacerme feliz, solo me genera que me pase por encima un monoplaza.

Cierro la puerta, haciendo sacudir todo el lugar. Me voy con los diseñadores para responder dudas respecto al diseño exterior de los monoplazas.

No regreso más a mi oficina, en vez de ser mi oasis, solo es mi lugar de caos.

Al anochecer, me encuentro volviendo a mi apartamento después de ir al supermercado para completar la alacena.

Estoy ingresando al hall de mi edificio, cuando observo a una mujer pelirroja leyendo en uno de los sillones beige de espera.

Tras cerrar la puerta del edificio, la mujer voltea para observarme, y ahí la veo a ella, mi hermana del alma.

Victoria, mi pelirroja favorita.

- ¡Vicky! – mi voz salió como un chillido por la emoción.

- ¡As! Mi ingeniera preferida – y corre a abrazarme.

- Dirás, tu única ingeniera preferida porque no hay nadie más – digo, abrazándola, aguantando las ganas de llorar.

- Claro que sí, As – responde.

Nos hundimos en un abrazo que nos consume a ambas, un abrazo que no sabía que necesitaba. Trato de no ponerme sentimental y no llorar, pero no lo logro, algunas lágrimas corren por mis mejillas pecosas.

Subimos a mi apartamento, deja sus cosas en la entrada y la hago tomar asiento en mi sofá.

- Explícame, ¿Que te trae por Woking? – inquiero, alzando una ceja.

- Los chicos guapos de McLaren – contesta, alzando los hombros despreocupadamente.

- Ajá, claro que sí. Porque te encantan los pilotos – volteo los ojos, divertida – habla Collins.

- Bueno, bueno pelinegra – y alza las manos, rindiéndose – puede ser que me haya postulado para pertenecer al equipo médico de McLaren y lo haya conseguido – concluye, encogiéndose de hombros.

No respondo, solo voy a abrazarla fuertemente. El oler su cabello pelirrojo con aroma a uva, me trae recuerdos de mi hogar. Ella ha sido mi hermana mayor desde que tengo 5 años, nos ha guiado a mi hermana y a mí desde pequeñas.

Ella es quien me defendía en la primaria de los chicos malos, la que me llevó a mi primera fiesta. La limpiaba mis lágrimas cuando despedí a mi madre al fallecer, siempre fue ella.

Pasamos la noche entera poniéndonos al día. Cocinamos juntas, pedimos helado a domicilio mientras vemos nuestra serie favorita, pierdo la noción del tiempo.

Al despertar, tengo dificultades para respirar. Abro los ojos y veo a la colorada usándome como colchón, estábamos tan abstractas a todo que nos dormimos en el suelo de la sala de estar.

La empujo con suavidad a mi derecha y lleno mis pulmones de aire, y comienzo a mover mis extremidades, después de tener a Mérida encima mío.

Observo el reloj de la cocina y marcan más de las nueve de la mañana. Hago amago de levantarme, pero Vicky no me lo permite. Al cabo de un rato me mira con esos ojos chocolates mientras frunce el ceño, odia que la despierte.

Desayunamos tranquilas en el comedor de mi apartamento, ahora no comeré sola y eso me llena de felicidad. La observó cortar el tocino con sus cubiertos, puedo notar que le han aparecido más pecas en su piel blanca, en la cara y pecho. La veo igual de reluciente, que siempre.

- ¿A dónde me llevarás a pasear hoy, As? – pregunta, interrumpiendo mis pensamientos.

- Mmmm, no lo sé, no he tenido muchas ganas y tiempo de recorrer la ciudad – respondo, tomando mi café.

- ¿Cómo que no lo has hecho, querida? – suelta el tenedor dramáticamente.

- Sabes que no soy de salir demasiado – me encojo de hombros, despreocupada.

- Hoy sábado, salimos a la mejor discoteca de la ciudad. No se diga más – chilla, aplaudiendo emocionada.

Decido ignorar su propuesta y cambio el tema, por algo más trivial. Pasamos la mañana caminando por el barrio, Es un día soleado y la temperatura esta templada, un día perfecto para disfrutar de la naturaleza.

Con Vicky descubrimos que hay un parque a solo tres cuadras al sur del complejo. Nos sentamos en un banco y cerramos los ojos para disfrutar del momento. Hacíamos lo mismo cada vez que íbamos a acampar con papá. Siento el sol en mi piel y el viento desordena mi melena negra. Escucho los sonidos de la naturaleza y siento la paz que me rodea.

Abro los ojos y aprecio el lugar. El parque es un lugar hermoso. Los caminos están cubiertos de hojas amarillas y marrones, aun secas por el invierno. El lago reflejaba el cielo azul.

Al pasar una hora, decidimos almorzar en unrestaurante del centro, Vicky sigue insistiendo en ir a una discoteca aemborracharnos un poco, después de tanta insistencia, termino aceptando. 



BUENAAASSS espero que les haya gustado este capítulo, me divirtió escribirlo jajaja el próximo es jodidamente una locura *huye*


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