EL TRATO
¿Qué tan alto puede llegar alguien que viene desde abajo? ¿Qué tanto está dispuesto a hacer para llegar a la cima?
Las manos de Jungkook temblaron cuando la luz tenue que daban las velas que tenía frente a él se apagaron de golpe. Su cuerpo quedó congelado una vez se encontró sumido en la oscuridad de la habitación en la que se encontraba, la misma donde había vivido los últimos años después de llegar a Italia desde su país natal y la que había pasado tantas noches en vela, sin temer en absoluto a lo que podría haber a un par de metros de su cuerpo.
Pero en ese preciso momento fue diferente, pues sintió el miedo calarle los huesos y congelarle la sangre. Tuvo que aguantar la respiración para no comenzar a hiperventilar, pues de otra manera se dejaría dominar por el pánico. Su acelerado corazón se lo estaba anticipando y sólo era cuestión de minutos.
Cerró los ojos por un segundo, convenciéndose a sí mismo de que simplemente había sido un susto y que las velas frente a él se habían apagado debido a una corriente que se había metido por la ventana de la habitación. Tanteó con la mano en el suelo frente a él hasta encontrar la caja de cerillas que había utilizado hacía unos minutos atrás y encendió una. La habitación se iluminó tenuemente con una llama temblorosa que fue utilizada para prender nuevamente las velas.
Se le fue el aire al darse cuenta de que en el sello de Baphomet que había dibujado en la pared con tiza brillaba una sustancia roja y viscosa que comenzaba a escurrir lentamente hacia el suelo. El símbolo parecía alzarse sobre él de manera imponente, acusándole del pecado que acababa de cometer, pues si no se iba al infierno en aquel momento, lo haría una vez que muriera, ya fuese por Dios o por Satanás.
—Ya estoy aquí —una voz femenina habló detrás suyo.
Jungkook pegó un salto y casi vomitó su propio estómago. Se quedó congelado, aguantando la respiración, pero de pronto un jadeo escapó de sus labios, siendo seguido de un sollozo.
—No tengo todo el tiempo del mundo, niño.
El chico cerró los ojos, provocando que un par de lágrimas resbalaran por sus mejillas, y se giró lentamente en el suelo, con el cuerpo entero temblándole. No se atrevió a levantar la vista inmediatamente, por miedo a lo que pudiera encontrarse, pero una vez que sus ojos se encontraron con un par de zapatos conocidos, levantó la cabeza rápidamente.
A través de sus ojos llorosos distinguió una figura femenina de contextura delgada que vestía un holgado vestido blanco. Pestañeó un par de veces para enfocar el rostro pálido de la chica, adornado por el mismo cabello dorado que mil veces le había quitado el sueño.
—¿Donna? —Consiguió preguntar apenas sin tartamudear.
La chica lo observó por un momento desde arriba y finalmente dio un paso adelante para agacharse hasta la altura del rostro de Jungkook, a la vez que dibujaba una sonrisa en sus labios.
Una sonrisa que le puso los pelos de punta al chico.
—¿Quién es Donna, chico? —Preguntó, con los ojos brillantes.
Jungkook tragó saliva al sentir una punzada en su pecho. No entendía absolutamente nada de lo que estaba ocurriendo.
¿Por qué Donna estaba frente a él si ella estaba muerta?
Le recorrió el rostro con los ojos y se dio cuenta de que ella era exactamente igual a la chica que había amado y que luego había perdido por motivos trágicos. Incluso, su voz tenía el mismo timbre que el de Donna, aunque no poseía la misma calidez que la caracterizaba.
De pronto, la chica se puso nuevamente de pie y se alejó de Jungkook, observando con detenimiento los vagos detalles que se podían ver realmente dentro de la habitación.
—En fin —dijo ella luego de que él no le respondiera absolutamente nada—, ya me tienes aquí y no tengo todo el tiempo del mundo para gastarlo en ti —se giró hacia él y nuevamente lo miró desde arriba con aire de superioridad—. Dime qué es lo que quieres.
—Si no eres Donna, ¿quién eres? —Preguntó él, ignorando lo que ella acababa de decirle.
El rostro de la chica pasó de ser completamente neutro a tener un tinte perverso que a Jungkook le hizo comenzar a temblar nuevamente.
—Has sido tú el que me ha llamado con tus dibujitos ridículos —dijo a la vez que apuntaba hacia la pared—, sabes perfectamente quién soy.
Jungkook giró lentamente la cabeza hacia donde todavía estaba el sello de Baphomet y volvió a mirar a la chica. Tuvo que apretar la mandíbula para que esta dejara de tiritarle.
—¿Satanás?
Donna asintió con la cabeza lentamente y le sonrió por segunda vez.
—Prefiero Lucifer —aclaró.
—Lucifer —repitió el chico.
Bajó la vista hacia sus manos hechas puño que descansaban sobre el suelo, dándole la estabilidad que su propia columna no podía darle, y tuvo la intención de hablar, pero simplemente se quedó con la boca abierta, con las palabras atrapadas en su garganta.
Realmente lo había hecho. Llevaba tiempo pensando en que debía llevar a cabo ese ritual para poder conseguir lo que más anhelaba y hacía un par de días se había decidido a buscar las cosas que necesitaba para concretarlo. Había terminado comprando una vela blanca y una negra, un cáliz metálico de color plateado, una tiza y un libro, pues era lo que le había recomendado la mujer de la tienda que estaba frente a la salida del estudio que frecuentaba. Un pequeño cuchitril de paredes de madera podrida y rincones oscuros en los que Jungkook estaba seguro de que habitaban cosas más asquerosas que cucarachas.
—Para hacer el trato, debes leer este conjuro —le había señalado la mujer de cabellos tan negros como sus dientes, apuntando una página del libro que le había vendido—. Y ten cuidado, que nadie te vea con esto.
Le había llamado “biblia satánica”, aunque a Jungkook le había costado creer que aquel libro fuese auténtico. Sin embargo, creyó que no iba a perder nada intentando, pues si resultaba ser una estafa no dudaría en volver donde la mujer a reclamarle el dinero que había gastado.
Entonces, había terminado haciendo el ritual tal cual le habían indicado y una mujer idéntica a la fallecida Donna se encontraba de pie frente a él, aclamando ser el mismísimo diablo.
—Quiero ser el mejor violinista del mundo —soltó después de unos segundos de absoluto silencio.
—¿Y qué es lo que ganaría yo con eso? —Respondió inmediatamente ella.
Jungkook tragó saliva y levantó la mirada lentamente hacia los ojos azules de la chica. Todavía no podía creer cómo podía llegar a ser igual a ella.
—Te ofrezco mi alma.
Se sobresaltó al escuchar una carcajada que, a la vez, le recorrió el cuerpo con un estremecimiento. No era una simple risa lo que estaba escuchando, era como si en cada vibración de las cuerdas vocales de la mujer se viesen grotescamente reflejados millones de lamentos humanos.
Definitivamente, aquella mujer no era Donna.
—¿Por qué yo querría algo tan insignificante como eso? —Le preguntó ella, cruzándose de brazos—. ¿Por qué crees que tu alma es tan importante como para darla a cambio? Entiendes el peso de lo que me estás pidiendo, ¿verdad?
—Estoy ofreciendo mi alma para tu eterno castigo.
Los ojos de la mujer se entrecerraron y sus cejas se levantaron, en un gesto de incredulidad.
—Después de lo que has hecho, tu alma ya estaba destinada a eso, Jeon Jungkook.
El corazón del chico se detuvo por una fracción de segundo y rápidamente su rostro se puso pálido. Los ojos casi negros le hacían resaltar más las cuencas de los ojos, donde últimamente había tenido un par de bolsas violetas, producto de no poder conciliar el sueño con normalidad.
Y es que Jungkook había estado sufriendo de insomnio desde hacía por lo menos un año.
—¿Cómo sabes mi nombre?
Lucifer le sonrió de lado.
—Yo lo sé todo —soltó con una emoción que le hizo brillar los ojos y caminó nuevamente hacia él, y se puso de rodillas, quedando a su altura—. Tengo el poder de saberlo todo con tan solo mirarte. Sé todo sobre ti y todo lo que has hecho desde que naciste, Jungkook.
Jungkook se quedó un momento hipnotizado en aquellos ojos azules que, a diferencia de los de Donna que transmitían paz e inocencia, parecían vacíos. Sin vida y lo completamente perturbados como para pertenecer a alguien demente. Y por un momento se sintió desnudo, completamente expuesto, pues todos sus pecados habían quedado al descubierto.
Si Lucifer podía leerlo como un libro, entonces…
—Sé lo que le hiciste a Donna Alighieri —susurró frente a su rostro, ensanchando su sonrisa—. Y por eso tu alma ya es completamente mía.
Un suspiro tembloroso escapó de la boca de Jungkook al recordar la última vez que había visto aquel cabello dorado, el mismo que estaba viendo en ese preciso momento, teñido de rojo brillante. Una imagen que llegó a su mente como un rayo y que, de la misma manera, se fue.
Por un tiempo, creyó que lo había superado. Sin embargo, su insomnio parecía decir otra cosa, pues, entre todas las preocupaciones que le inundaban la mente y hacían desvelarse hasta las cuatro de la mañana, todavía se encontraba Donna Alighieri, con su sonrisa radiante y las mejillas sonrojadas.
—¿Qué estás dispuesto a darme a cambio de ser el mejor violinista del mundo? —Volvió a susurrar la chica frente a él, sacándolo de sus pensamientos.
—Cualquier cosa —respondió sin dudar.
La sonrisa de Lucifer creció aún más, llegando a dimensiones que no parecían humanas, y sus ojos se salieron de sus órbitas apenas comenzó a reír como maníaca, nuevamente haciendo que el chico se estremeciese.
—Entonces —dijo ella, en medio de la risa—, además de tu alma inmunda, quiero una pura —hizo una pausa y fijó sus ojos sobre los de Jungkook, con una sonrisa maliciosa en los labios—. Un alma parecida a la de Donna.
¿Qué quería decir exactamente eso?
Una nueva punzada se instaló en su pecho y cuando abrió la boca para preguntar qué era exactamente lo que quería, se halló completamente solo dentro de la habitación oscura. Pestañeó un par de veces, intentando ver mejor a través de la penumbra, pero no encontró la segunda presencia que hasta hacía un rato estaba junto a él. Se giró y notó que el sello de Baphomet volvió a estar dibujado con tiza. No había rastro de que Lucifer hubiese estado en su habitación, así que comenzó a cuestionarse. ¿Realmente había estado allí? ¿O simplemente su cabeza le había hecho una mala jugada por culpa de los nervios?
Al cabo de unos minutos se puso de pie. Las piernas todavía le temblaban, por lo que le costó conseguir equilibrio, y por alguna razón sentía el cuerpo agotado, así que apagó las velas y se recostó sobre el colchón sucio y blando que utilizaba todos las noches para dormir.
Ya era tarde y quizás el hecho de haber sentido el cuerpo tan fatigado le había provocado dormirse inmediatamente. Algo que no le ocurría hacía años, pues los recuerdos de Donna solían atormentarle constantemente, sin dejar que su mente pudiese superar todo lo que había sucedido.
Desde que había ocurrido el incidente de Donna, no había vuelto a descansar en paz. Casi no dormía y las veces que lo hacía, se sumía en sueños tormentosos, recuerdos, pesadillas. Por lo que no le sorprendió cuando, aquella misma noche, soñó que estaba en el estudio donde solía practicar violín junto a Donna, como acostumbraban a hacer cuando ella todavía estaba viva.
—Si no cumples tu parte, morirás —dijo ella mientras lo escuchaba tocar.
La voz de la chica había sonado lo suficientemente fuerte como para escucharla por sobre la música. Así que se detuvo, bajando el arco y manteniendo el violín sobre su hombro.
—¿De qué hablas, cara?
Donna le sonrió de medio lado con malicia. Una expresión que jamás le había visto y la que le indicó que algo en aquel sueño no estaba del todo bien. La chica dejó el violín que ella misma estaba tocando en el respectivo pedestal y se dio media vuelta, en dirección a la salida del estudio.
—¿Cara? —Preguntó Jungkook, dejando también su violín sobre el pedestal.
Cuando ella cruzó la puerta, se decidió a seguirla, pero cuando fue su turno de atravesarla, se encontró dentro de su propia habitación. Miró hacia todas partes, sintiéndose desorientado, y finalmente encontró a Donna tirada sobre el piso, con una herida profunda en su cabeza de la cual no dejaba de brotar sangre. El cabello dorado se había teñido de rojo brillante y los ojos azules sin vida observaban perdidamente hacia la nada.
Jungkook sintió que su estómago se revolvió y tuvo que curvar el cuerpo hacia adelante para vomitar.
—No olvides esta imagen —susurro lo hizo sobresaltar y buscar a la tercera persona, pero no
encontró nada.
De pronto, sus ojos se posaron sobre el cuerpo inerte de Donna y tuvo que tragar saliva porque la expresión de horror en su rostro le hizo revivir la última vez que la vio con vida. Era exactamente igual a la forma en la que ella le había mirado mientras soltaba su último aliento y en aquel momento a Jungkook le pareció que, a pesar de que ya no se encontraba con vida, los ojos le atravesaban el alma de manera acusatoria.
—No olvides esta imagen porque estás condenado a repetirla por culpa de tu soberbia y tu envidia —los labios del cuerpo inerte de Donna se movieron sutilmente, pero eso fue suficiente como para que Jungkook lo notara.
El chico se sentó sobre el colchón, tomando una gran bocanada de aire. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que seguía en su habitación, pero el cuerpo de Donna ya no estaba. Tenía la camiseta pegada al torso por culpa del sudor, al igual que el cabello negro.
Se dio un momento para reponerse de aquel extraño sueño y luego miró la hora en el reloj que tenía sobre la mesa de noche.
—¡Cazzo! —Exclamó al ver que las agujas marcaban más del medio día.
Saltó de la cama y corrió hacia la cómoda, donde había un jarrón con agua y un recipiente que utilizó para lavarse la cara y el torso. Luego sacó ropa limpia y tomó el estuche donde guardaba su violín para finalmente salir de la pequeña habitación.
Las calles de Florencia no se le hacían más hermosas que las de Joseon, pero no podía negar que la capital de Italia sí tenía su encanto, al igual que toda Europa. Sin embargo, no dejaba de extrañar su hogar, a sus padres y a sus hermanos menores. Pero estando allá no podría crecer de la manera en que quería, no podría jamás llegar a ser tan famoso como anhelaba.
Su mente no dejaba de repasar lo que había vivido la noche anterior. Incluso dudó cuando se encontró frente a la puerta del estudio porque el sueño que había tenido sobre Donna seguía repitiéndose en su cabeza.
¿Había despertado de aquella pesadilla o seguía allí? ¿Si entraba se volvería a encontrar con Donna?
Aunque no sucedió nada de eso, no pudo mantenerse con la cabeza despejada, ni siquiera cuando estuvo en el ensayo con el resto de la orquesta. No dejaba de equivocarse y el resto de sus compañeros ya estaba comenzando a molestarse porque el director les hacía comenzar desde el inicio en cada error.
—Jeon —se sobresaltó al escuchar la voz del director—, vete ya.
Sin cuestionar lo que le habían dicho, tomó sus cosas y salió de la habitación. Nunca le habían echado del ensayo, eso quería decir que estaba tocando peor de lo normal.
Entonces, lo que había sucedido la noche anterior no había sido más que una alucinación.
Volvió a la calle y luego de caminar un par de manzanas en la dirección contraria a su habitación, se sentó en el suelo, en medio de la acera. Por más que intentaste pensar en otra cosa, no podía calmar su afligido corazón. Los recuerdos dolorosos estaban sobrepasando su límite de tolerancia y en cierto momento había comenzado a dolerle el pecho.
Observó a su alrededor, había gente deambulando de un lado a otro y los carruajes no dejaban de pasar, transportando gente que tenía mil veces más dinero que Jungkook.
Soltó un suspiro. En cierto modo, había tenido un poco de fe en que su pacto con Lucifer fuese real, pero no había manera, y se culpó a sí mismo por ser tan crédulo.
Aquella misma tarde iría donde aquella mujer estafadora a pedir una devolución de su dinero.
Sacó su violín de la funda y, sin pensar mucho en lo que estaba haciendo, comenzó a tocar. No tenía partituras para guiarse y no se sabía ninguna canción de memoria como para tocarla. Simplemente cerró los ojos y tocó lo que le salía del corazón.
—Donna —el recuerdo de la chica llegó a su mente.
Donna se giró a mirarlo. Estaban bordeando el río Arno y su cabello destellaba luces doradas debido a que ya se estaba poniendo el sol. "La hora dorada", como ella solía llamarle, era su hora favorita del día, pues decía que tenía un tinte mágico que le inspiraba y desataba su creatividad. Los ojos azules le miraron brillantes y las mejillas se le tiñieron de color rosa.
Donna Alighieri era la mujer más hermosa que Junkook había visto y si los ángeles tenían rostro humano, seguramente tendrían el de ella.
Estiró la mano y le acarició la mejilla, pero la chica retrocedió un paso, con los ojos bien abiertos mirando a su alrededor.
—¡¿Estás loco?! —Susurró—. Alguien podría vernos.
Y entonces sus mejillas ya no eran de color rosa, sino que rojas.
—Donna —repitió él y luego se aclaró la garganta—, quiero decirte algo.
El rostro de la chica pareció relajarse y lo observó con atención. Jungkook retrocedió un paso y se agachó, apoyando su peso sobre una de sus rodillas, mientras sacaba una pequeña caja de terciopelo roja de uno de los bolsillos de su pantalón. Las manos le temblaban porque no tenía idea de lo que ocurriría después.
—Por favor, sé mi esposa. Il mio cuore è tuo.
—Eso fue impresionante —una voz lo sacó de sus recuerdos.
Jungkook abrió los ojos y entre las lágrimas que tenía acumuladas, distinguió una silueta delgada de una mujer. Con el dorso de la mano se limpió las lágrimas que habían brotado junto a ese recuerdo y entonces se fijó en la chica. El cabello negro y liso le contrastaba con la piel extremadamente pálida, y los ojos grandes, casi negros, brillaban con emoción mientras lo observaba. Sin duda, era un par de años menor que Jungkook.
—Fue hermosamente triste —susurró ella.
—¿De verdad te gustó?
La chica asintió frenéticamente con la cabeza.
—¿Es una composición propia?
Jungkook frunció el ceño al darse cuenta de que realmente no había escuchado nada de lo que había tocado.
—Estaba improvisando.
Los labios rosas de la chica de entreabrieron y luego soltó una armoniosa carcajada.
—¿Lo dices en serio? —Preguntó—. ¡Sei un genio!
Jungkook sonrió apenas y se dedicó a guardar el instrumento dentro de su estuche para luego ponerse de pie, pero la chica permaneció en su lugar, todavía mirándolo con curiosidad.
—¿Qué haces aquí en la calle? —Continuó interrogando—. ¿Tocas por dinero?
—Yo… —la voz de Jungkook se apagó antes de poder formular una respuesta.
Sus ojos se perdieron entre la multitud de gente que caminaba por la acera a su alrededor. Precisamente, había distinguido una cabellera dorada entre todas las personas: Donna nuevamente se había aparecido frente a él, con el mismo vestido blanco que estaba vistiendo la noche anterior.
La chica de cabello oscuro se giró hacia donde Jungkook estaba observando.
—¿A quién miras?
Donna dibujó una sonrisa de medio lado en sus labios y asintió con la cabeza, dedicándole una pequeña mirada a la chica que hablaba con él.
Entonces Jungkook supo que todo había sido real. Había hecho un pacto con Lucifer y a cambio debía darle un alma pura, parecida a la de Donna.
Y aquella era una señal. La chica que tenía enfrente era la elegida.
—No estaba en busca de dinero —respondió a la pregunta anterior—. Simplemente necesitaba aliviar lo que tenía dentro y salió.
—¿Eres músico? ¿Tocas en alguna orquesta?
—Me acaban de correr de la orquesta por no ser lo suficientemente bueno.
La chica abrió tanto los ojos que Jungkook creyó que iban a salirsele.
—¡¿Qué?! —Exclamó con la voz más aguda—. ¡Están locos! Nunca había escuchado algo como lo que acabas de tocar, lo digo en serio.
Jungkook sonrió avergonzado y bajó la vista hacia el suelo. Luego de un momento de silencio, la chica pareció reaccionar, llevándose una mano a la frente.
—¡Mio Dio! ¿Dónde están mis modales? —Negó con la cabeza, como si estuviese decepcionada de sí misma, y estiró la mano derecha en dirección a Jungkook—. Soy Fiorella Sforza.
El chico se dio una fracción de segundo para analizar lo que estaba sucediendo. A juzgar por el apellido, la chica provenía de una familia pudiente, y si se fijaba en su ropa cara y la gargantilla de oro que llevaba en su cuello, no podía ignorarlo. Aquella chica era parte de la aristocracia de Italia y él había tenido la dicha —y desdicha— de encontrarla.
—Jungkook Jeon —respondió él, estrechando su mano.
—Jungkook —repitió ella, con ojos brillantes—, acompáñame. Un talento como el tuyo merece ser visto.
La chica se dio media vuelta y caminó hasta un carruaje que estaba detenido a un par de metros de distancia de ellos. Jungkook la siguió de cerca y subió con ella, intentando ignorar la mirada de desprecio que le dio el chófer que le sostenía la puerta a la señorita.
El camino se le hizo eterno, sobretodo porque Fiorella no dejó de hablar en ningún momento, sin importarle que Jungkook no le respondiera absolutamente nada, pues el chico no dejaba de pensar en que aquella era el alma que Lucifer le había pedido a cambio de hacerlo el mejor.
Era una pena que aquella joven tuviese que perecer bajo sus sucias manos, pero era lo que tenía que hacer, y mientras más rápido lograse concretarlo, mejor sería.
El carruaje se introdujo en una vivienda con un antejardín tan grande que era necesario estar dentro de uno para poder llegar a la puerta de entrada de la mansión sin tener que cansarse. Cuando se detuvieron, Jungkook ni siquiera tuvo tiempo de apreciar la arquitectura de la casa porque Fiorella lo tomó del brazo y lo arrastró junto con ella hacia el interior y luego por un pasillo que conducía hacia una puerta de madera que se encontraba cerrada. La chica golpeó un par de veces con los nudillos y entró en silencio, tirando todavía de él.
—¡Papà! —Soltó en un pequeño grito—. ¡Mira lo que encontré!
Un hombre de anteojos redondos se encontraba leyendo un libro dentro de la habitación que parecía ser un estudio. El padre de la chica levantó los ojos del libro por una fracción de segundo y luego los volvió a poner sobre la página.
—Tesoro mio, ¿qué hablamos hace un tiempo sobre traer desconocidos a casa? —Preguntó, con una paciencia que Jungkook jamás había visto.
—¡Papà! —Insistió la chica, pareciendo una niña—. Te juro que tienes que escucharlo.
El hombre no volvió a responder aparentando estar demasiado concentrado en su lectura, por lo que Fiorella se giró hacia Jungkook.
—Muéstrale, Jungkook.
El chico tragó saliva y sacó el violín del estuche. No sabía precisamente qué era lo que debía tocar, pues no recordaba nada de lo que había tocado en la calle porque simplemente estaba improvisando. Puso el violín en posición y cerró los ojos.
Aquella era una oportunidad imperdible, probablemente podría saltar a la fama si es que le demostraba al señor de la casa Sforza que tenía el talento suficiente como para tocar en los eventos de la aristocracia. Puso los dedos sobre las cuerdas en el diapasón, formando un acorde que ni siquiera miró para verificar que estuviese bien hecho, y pasó el arco lentamente por las cuerdas.
—¡Jungkook! —la voz de Donna sonó entre sus recuerdos.
La chica entró en la pequeña habitación que últimamente solía concurrir bastante: la habitación que alquilaba su prometido. Jungkook se encontraba de pie frente a la cómoda, repasando mentalmente las partituras antes de ponerse a tocar el violín.
Durante las últimas semanas había estado practicando incesantemente para audicionar para convertirse en el violín principal, evento en el que participaban todos los violinistas de la orquesta con la ilusión de demostrar ser el mejor.
—¿Por qué tanta emoción? —Respondió él, dejando el violín de lado.
—Amore —susurró ella con una gran sonrisa en los labios, cerrando la puerta detrás de sí—, tengo una excelente noticia —se acercó rápidamente a su prometido y lo tomó de las manos—. ¡Por fin podremos casarnos!
Él pestañeó un par de veces, sin entender del todo lo que la chica quería decir.
—¿Sí?
Donna asintió frenéticamente con la cabeza.
—¡Los jueces quedaron tan maravillados con la pieza que toqué que inmediatamente me dijeron que tenía que ser el violín principal de la orquesta! —exclamó, dando un pequeño salto de emoción.
La pequeña sonrisa que se había formado en el rostro de Jungkook comenzó a extinguirse lentamente.
Donna había dado la audición esa misma mañana, a diferencia de él que debía hacerla en la tarde, y ni siquiera le habían dado la oportunidad a más gente porque la habían elegido inmediatamente.
El chico apretó la mandíbula mientras observaba a Donna hablar sobre planes para el futuro. Era cierto, era una oportunidad imperdible de que llegara al estrellato rápidamente, de que alguien se fijara en su talento y finalmente tuviesen la vida acomodada que ambos deseaban tener. Pero ¿por qué Jungkook no había tenido la misma oportunidad?
—¿No estás feliz, caro? —Preguntó ella de pronto—. Es nuestra oportunidad para…
—¿Nostra? —La interrumpió—. Eso suena a mucha gente.
—Pero, Jungkook, ¿no ves la oportunidad que se nos ha presentado?
Él negó con la cabeza mientras sonreía irónicamente. Su corazón había comenzado a saltar y sentía un revoltijo en el estómago. Estaba furioso.
—¡¿No te das cuenta, Donna?! —Soltó, elevando la voz—. Fuiste lo suficientemente egoísta como para no dejarme siquiera intentarlo. ¡Sólo pensaste en ti!
—¿Ves, papà? —la voz de Fiorella le hizo abrir los ojos cuando tocó el último acorde.
Los ojos oscuros de la chica brillaban, cristalizados, y se había llevado las manos para taparse la boca en la que se entreveía un pequeño puchero. Jungkook dibujó una pequeña sonrisa triste en sus labios. El recuerdo le había dejado un mal sabor de boca, pero la inocencia en el rostro de Fiorella le había hecho sentir una pequeña calidez en su pecho.
Era una pena que tuviese que sacrificarla.
Jungkook fijó la vista sobre el hombre y notó que este había dejado de prestarle atención a su libro para observarlo. Sin duda, había logrado conmoverlo, pues sus ojos también se veían ligeramente cristalizados.
No bastó más que eso para que Carlo Sforza, el padre de Fiorella, se decidiera por comenzar a patrocinarlo, llevándolo a las grandes fiestas que organizaba la aristocracia, presentándolo a hombres importantes en el mundo de la música y logrando que pudiese presentarse en aquellas instancias, tocando un extracto de las obras que él mismo había comenzado a componer en base a los recuerdos de Donna.
No podía negar que cada vez que cerraba los ojos aquella fatídica escena llegaba a su mente, lo cual resultó como un arma de doble filo, pues tanto como lo utilizaba como inspiración para seguir componiendo, más le costaba conciliar el sueño por las noches.
—Papà quiere que te mudes a nuestra casa para que puedas explotar al máximo tu potencial —le había dicho Fiorella durante una de las importantes fiestas a las que asistían, por alguna razón, sintiéndose completamente avergonzada—. Quiere convertirte en un hombre con clase para que llegues a la cima.
Jungkook no había podido pasar por alto lo guapa que era. Una de las chicas más codiciadas de toda Florencia, tanto por su riqueza como por su belleza. Se encontraba en la mira de muchos de los aristócratas solteros, pues ya se encontraba en la edad de contraer matrimonio, aunque no parecía estar especialmente interesada en encontrar un marido.
Era hermosa y su personalidad le divertía, tanto que los momentos que compartía con ella lograban hacerle olvidar los malos recuerdos que tenía sobre Donna, su insomnio y hasta que debía matarla. Le gustaba estar con Fiorella y no podía dejar de sentir culpabilidad cuando comenzaba a idear maneras sutiles de eliminarla del mapa, porque se sentía profundamente agradecido con aquella chica. Gracias a ella y a la casa Sforza había logrado trepar rápidamente y hacerse moderadamente conocido entre la gente rica.
De esa manera, Jungkook se había mudado de aquella inmunda habitación en la que vivía a la residencia Sforza, ubicada en las partes más exclusivas de la capital. Le habían dado una habitación propia y una segunda acondicionada como estudio musical, ropa nueva y de buena calidad y un violín nuevo confeccionado especialmente para él. Rápidamente se convirtió en un hombre con clase, ante la orgullosa mirada de los Sforza, quienes rápidamente se convirtieron en su nueva familia.
—Jungkook —lo llamó Carlo una tarde mientras cenaban todos en la mesa del comedor de la mansión—, nunca había encontrado a un chico tan brillante como tú.
—Grazie, señor —agradeció él luego de darle un trago a su copa de vino tinto.
Carlo hizo una seña con la mano, restándole importancia al tema.
—Deberías agradecer a Fiorella, ella te encontró.
Jungkook le dedicó una sonrisa a la sonrojada chica.
—Sería bueno que fueras a Milán por un tiempo, allí podrás dedicarte a lo que quieres. Así podrás convertirte en el mejor violinista.
Los ojos del chico brillaron al escuchar eso y asintió frenéticamente con la cabeza.
Más tarde, cuando se encontraba practicando dentro de la habitación que utilizaba como estudio, Fiorella dio un par de toques a la puerta.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó Jungkook en medio de una carcajada, asomando la cabeza por el umbral de la puerta entreabierta.
Por lo general, a esa hora la chica se encontraba en su habitación, probablemente durmiendo, por lo que encontrarla afuera del estudio le causó un poco de gracia.
—¿De verdad te irás a Milán? —Le preguntó, mirándolo desde abajo con aquellos ojos oscuros y brillantes.
Jungkook se sorprendió ante aquella pregunta, pero terminó asintiendo con la cabeza.
—¿No puedes llevarme contigo? —Continuó ella.
Él nuevamente soltó una carcajada y negó con la cabeza.
—Fio, ¿cómo se supone que haga eso?
Cuando se fijó en el rostro afligido de la chica, se dio cuenta de que ella no estaba bromeando.
—Fiorella, eso no es posible. ¿Cómo podría llevarte? Después tu padre me odiará porque no encontrarás marido.
—Jungkook —soltó ella con exasperación—, no quiero casarme con nadie si no es contigo.
Él se quedó un momento con los ojos bien abiertos, no se podía creer lo que acababa de escuchar. ¿Por qué una persona como Fiorella Sforza se había fijado en un pobre músico como él?
¿Por qué precisamente ella se había fijado en él, siendo que tenía que matarla?
No tuvo tiempo para sentir nada más que un cosquilleo en el estómago porque sintió un toque en su hombro que le hizo sobresaltar, como si alguien dentro de la habitación estuviese intentando llamar su atención, pero se encontraba totalmente solo. Se giró rápidamente, encontrándose con aquella muchacha rubia que no había dejado de aparecer en sus sueños, que le observaba con una ceja alzada y expresión de fastidio.
—¿Che succede? —Preguntó Fiorella, desde afuera de la habitación.
Jungkook se giró hacia ella nuevamente, con el rostro ligeramente pálido, pero la chica no lo notó. Desde que Fiorella lo había encontrado en la calle, no había vuelto a ver a Lucifer y no creía que se apareciese simplemente para saludar.
—Creo que esto es algo que deberíamos discutir en otra ocasión.
—Jungkook, il mio cuore è tuo —susurró la chica—. Desde que te vi aquella tarde.
Él se quedó sin aliento al notar que se había confesado con las mismas palabras que le había dicho a Donna aquella tarde que le había pedido ser su esposa.
Un montón de pensamientos se entremezclaron en su cabeza. En ningún momento podía dejar de pensar en Donna, como si estuviese condenado a hacerlo de por vida. Sin embargo, Fiorella le hacía sentir una cálida sensación en el pecho cada vez que estaba con ella. Era su inocencia y la manera en la que lo miraba, como si fuese el hombre más genial del mundo, lo que lo había hecho sentir maravillado con aquella chiquilla.
A pesar de la situación, una sonrisa se dibujó en su rostro y soltó un pequeño suspiro.
—Il mio cuore è tuo —respondió en un susurro, como si Lucifer no pudiese escucharlo.
Aquello pareció dejar más tranquila a la chica, quien le dedicó una sonrisa nerviosa y finalmente se dio media vuelta para marcharse a su propia habitación.
—Te estás tardando demasiado, ¿no crees? —La voz de Lucifer, que sonaba exactamente igual a la de Donna, le hizo sobresaltar por segunda vez.
Jungkook cerró la puerta y le echó llave, solo entonces se giró hacia la chica, que no había cambiado su expresión de fastidio. El vestido blanco que siempre llevaba cuando le veía, le daba un aire casi angelical, pero su rostro se veía completamente opuesto.
—Ya sabes qué ocurre si no cumples tu parte. No tengo que repetirlo, ¿cierto?
Él negó con la cabeza, en absoluto silencio.
—La tua anima è mia —susurró Lucifer, apuntándole con el dedo—. Y que no se te olvide que la de Fiorella Sforza también.
La mandíbula del chico tembló al pensar en lo que debía hacerle a Fiorella, sobretodo después de la reciente confesión. Era culpa suya que esa alma inocente se encontrase destinada al eterno castigo de Satanás.
—Tienes una semana para matarla.
Luego de aquella frase que a Jungkook le sacó un escalofrío, Lucifer desapareció de la habitación, dejándolo con una extraña sensación de vacío en el pecho.
¿Había algo que pudiese hacer para salvarla?
Soltó un suspiro y finalmente se decidió por irse a su habitación a dormir.
—Fuiste lo suficientemente egoísta como para no dejarme siquiera intentarlo. ¡Sólo pensaste en ti! —Su propia voz se hizo presente en su sueño aquella noche.
Estaba reviviendo aquella escena que no salía de su cabeza, al igual que cada noche.
—Amore —susurró Donna en respuesta.
Había retrocedido asustada ante la reacción que él había tenido.
—¡No te atrevas a llamarme de esa manera!
Donna bajó la cabeza, con los ojos cristalizados, acción que provocó aún más rabia en Jungkook.
¿No podía, por un momento, dejar de pensar en ella y darse cuenta de lo que le había hecho estaba mal?
Donna sabía que él deseaba convertirse en el violín principal porque anhelaba volverse famoso algún día, y nada de eso le había importado. Le había robado el puesto que le pertenecía porque había sido tan egoísta de hacer todo perfecto para ella ser la mejor.
—Quizás, si vas a audicionar y te escuchan, se
olviden de mí —murmuró ella.
Jungkook acortó la distancia y la tomó por los hombros.
—¡¿Qué dices?!
Ella cerró los ojos con fuerza al sentir su cercanía y luego tomó un poco de valor para abrirlos. Tenía los ojos ligeramente enrojecidos e inundados de lágrimas.
—Eres mil veces mejor que yo —dijo en un susurro tembloroso.
Los dedos de Jungkook se enterraron en la piel de la chica y movió los brazos con fuerza, provocando que el cuerpo de Donna se sacudiese.
—¡¿Te gusta tomarme el pelo?!
Su cuerpo de remeció tan fuerte que perdió el equilibrio y cayó de rodillas al suelo. Un jadeo salió de los labios de la chica.
—¡Siempre estás haciéndote la víctima, Donna! —le gritó desde arriba— ¡¿Quieres que te convierta en una verdadera víctima?!
En un impulso, la tomó por el cabello rubio y tiró de ella hasta dejarla recostada sobre el suelo. Se subió sobre ella, sentándose sobre su vientre, atrapando sus brazos con sus piernas, y tomó el candelabro que siempre estaba sobre la cómoda. Levantó el brazo y lo dejó caer con rapidez sobre la frente de Donna. Estaba tan enojado que no podía controlar lo que hacía, como si estuviera consumido por una fuerza sobrenatural.
Se escuchó un grito que fue acallado cuando Jungkook dio el segundo golpe y pronto la vida abandonó los ojos de Donna.
Jungkook abrió los ojos, pero aquella imagen ya estaba grabada en sus retinas. Se sentó sobre el colchón y se pasó las manos por la cara sudada. Lo que había ocurrido con Donna había sido un error, un pequeño impulso que de haber sido contenido no hubiese ocurrido. Un caso aislado. Algo que jamás volvería a repetirse.
A pesar de que intentó convencerse de eso, no pudo dejar de pensarlo hasta el día siguiente hasta que Fiorella se sentó a su lado a la hora del desayuno, con las mejillas sonrojadas y evitando su mirada a toda costa. La sonrisa boba en su rostro le recordó lo que había sucedido la noche anterior.
—Signore Sforza —dijo de pronto.
Carlo levantó la vista del periódico que estaba leyendo y lo miró interrogante. Jungkook se aclaró la garganta antes de continuar y lo miró directamente a los ojos:
—Quisiera pedir la mano de Fiorella.
La chica abrió los ojos y la boca. Nadie se había esperado esa proposición, ni siquiera ella que la noche anterior había confesado su amor.
—¿Fiorella? —Murmuró Carlo, sin reaccionar todavía.
—¡Sí, papà! —Se apresuró a decir la chica—. Sí quiero.
—Después de mencionar que debería ir a Milán, no pude soportar la idea de permanecer lejos de Fiorella por tanto tiempo. Es por eso que quiero casarme con ella.
Las palabras brotaron sin ningún escrúpulo de su boca. No supo si lo que había dicho había sido una mentira o una verdad, pero sí sabía que no era completamente ninguna de las dos. Sin embargo, había sido suficiente para convencer a Carlo Sforza.
—Si gustas puedes tomar nuestro apellido o utilizarlo como nombre artístico —le decía Fiorella mientras Jungkook se preparaba para ensayar durante una tarde.
El chico tragó saliva y no respondió nada, simplemente se dispuso a afinar su instrumento.
—¿Te gustaría una fiesta discreta o pomposa? —Le preguntó mientras ladeaba la cabeza—. Por mi parte, siempre he sido una chica sencilla.
Jungkook se hizo el sordo y siguió en su tarea. Los días habían pasado más rápido de lo que hubiese querido y ya se le estaba acabando el plazo que Lucifer le había impuesto. Pero no encontraba la ocasión, ni tampoco sabía cómo hacerlo. No cuando Fiorella le miraba con los ojos tan brillantes, más de lo normal, porque iban a contraer matrimonio.
—¿Jungkook? —Lo llamó ella luego de un momento de silencio.
—Fio —suspiró con cansancio—, no puedo afinar el violín si no te callas.
Ella asintió lentamente con la cabeza.
—Scusa —murmuró—. Solamente estoy muy emocionada y ansiosa. Dejaré de molestarte.
Jungkook sintió una punzada en el pecho al escucharla hablar de esa manera, por lo que sonrió débilmente y abrió su libreta donde anotaba las piezas musicales que había estado componiendo el último tiempo.
Cada vez que pensaba en Fiorella, una sensación de calma se apoderaba de su cuerpo. La hija de la casa Sforza se había convertido en aquella persona especial para él.
¿Eso significaba que se había olvidado de Donna?
—Ascolta, Fío —le dijo mientras volvía a acomodar el violín en su hombro—. Compuse esto para ti.
Miró con atención la partitura, a pesar de que sabía la melodía de memoria, pero un movimiento frente a él lo distrajo. Justo al lado de Fiorella se había sentado una chica rubia de ojos azules, que la observaba con curiosidad.
Se atragantó con su propia saliva antes de comenzar, por lo que tuvo que bajar el violín para taparse la boca.
—¿Stai bene? —Fiorella se acercó a él para palmear suavemente su espalda.
—¡Sí! —Exclamó con la voz ronca mientras se alejaba unos pasos de ella.
Lucifer observaba toda la escena en silencio, con una pequeña sonrisa en los labios. De pronto, levantó la mano y apuntó a Fiorella.
—Mátala ahora —le dijo a Jungkook.
El chico tragó saliva y negó con la cabeza.
—¿Che succede, Jungkook? —Preguntó Fiorella, girándose hacia donde el chico miraba.
Pero no vio nada, por lo que se volvió nuevamente hacia él, con expresión de preocupación en el rostro. Pero Jungkook no podía concentrarse en ella, sino en Lucifer, que me miraba fijamente desde atrás.
Jungkook le había desobedecido. Lucifer había cumplido su parte del trato y él no había sido capaz de cumplir la suya.
Un escalofrío recorrió la columna del chico. Aquellos ojos azules carentes de vida le atravesaban el alma como dagas, acusándole por lo que acababa de hacer.
—Mátala —repitió lentamente.
—¿Jungkook? —Fiorella llamó nuevamente su atención, pero él no apartó los ojos de la rubia.
—No lo haré —respondió firme—. Elige a otra persona.
Fiorella se giró nuevamente y una expresión de confusión inundó su rostro al no encontrarse con nada.
Quizás Jungkook había perdido la cabeza.
—Jungkook, mi stai spaventando —murmuró, con claro temor en la voz.
¿Por qué no se sentía capaz de matarla? ¿Sería que estaba enamorado de ella, sin darse cuenta? ¿O quizás no se atrevía a aprovecharse de aquella inocencia?
Miró a Fiorella, que lo observaba con miedo, y estiró una mano hacia ella. La chica, con cierta duda, aceptó su mano y se acercó con cuidado, pero pareció tranquilizarse cuando vio que el rostro de Jungkook había vuelto a la normalidad.
—No pasa nada —le dijo él, ignorando la tercera presencia de la habitación.
Fiorella asintió lentamente con la cabeza y relajó ligeramente su cuerpo. Una pequeña sonrisa se formó en sus labios.
—¿Vas a mostrarme lo que compusiste para mí?
No alcanzó a responder porque la chica soltó un chillido. Su cuerpo se desplomó sobre el piso y entonces Jungkook pudo ver a Lucifer, que se había parado detrás de Fiorella, con un candelabro ensangrentado en la mano. La expresión en el rostro de Donna se veía absolutamente extasiada, claramente demostrando que había disfrutado de hacer eso.
—¡Fio! —Exclamó él, poniéndose de rodillas al lado de la chica.
La sangre comenzaba a esparcirse por el suelo de madera y los ojos de la chica se ponían blancos a la vez que su cuerpo se sacudía en espasmos. Jungkook intentó buscar la herida abierta, pero sus manos se llenaron de sangre.
—Fio, ¿mi recivi? —Preguntó dentro de su desesperación, intentando ejercer presión en la herida.
Pero Fiorella ya no le escuchaba en absoluto. Sus ojos habían comenzado a moverse en todas las direcciones, buscando aquella luz que había dejado de ver. La vida de Fiorella Sforza se le estaba escapando entre los dedos y no podía hacer absolutamente nada.
—¡¿Che succede?! —La puerta del estudio se abrió y Carlo entró.
Los ojos del hombre se posaron en el agonizante cuerpo de su hija y luego en Jungkook quien, con lágrimas en los ojos, intentaba revertir el daño causado por el candelabro teñido de rojo que se encontraba a su lado, en el suelo.
—Tesoro mio —susurró, mirando a la chica de pelo negro—. ¡Coglione! —le gritó al chico.
Jungkook había asesinado a Fiorella, a su propia prometida, a la hija de Carlo, la heredera de los Sforza, que había criado con tanto amor, alejados del ajetreo de Milán, lugar de donde provenía su familia.
Los ojos de Carlo se llenaron de lágrimas y llevó su mano al cinturón que rodeaba su cadera, que era donde reposaba su revólver que utilizaba únicamente en las ocasiones más extremas.
—Te lo advertí, Jeon —le dijo Lucifer a Jungkook, quien le observó con los ojos llenos de lágrimas—. Ahora estás condenado a vivir eternamente tu propio infierno.
Lo último que vio el chico fue el rostro delicado de Donna, que le observaba sin ningún tipo de expresión. Luego Carlo Sforza jaló del gatillo y su cuerpo, automáticamente sin vida por el impacto de la bala en su cabeza, cayó junto al cuerpo inerte de Fiorella.
Cuando Jungkook abrió los ojos, se encontraba nuevamente en su pequeña y mugrienta habitación de madera, con el violín entre sus manos y la partitura frente a él, sobre la cómoda. Sentía un extraño vacío en el pecho, como si le faltara algo importante. Pestañeó un par de veces, al no entender qué era lo que estaba sucediendo, pero finalmente se decidió por comenzar a tocar.
De pronto, la puerta de la habitación se abrió de golpe y Donna entró con una sonrisa en los labios.
—¡Jungkook! —Exclamó.
Él frunció ligeramente el ceño al sentir que ya había vivido algo parecido a aquello.
—¿Por qué tanta emoción? —Las palabras salieron de su boca como si tuviese que decirlas.
Dejó el violín de lado para ponerle atención a la rubia, sin dejar de tener esa extraña sensación de que ya había vivido algo parecido.
—Amore —susurró ella con una gran sonrisa en los labios, cerrando la puerta detrás de sí—, tengo una excelente noticia —se acercó rápidamente a él y lo tomó de las manos—. ¡Por fin podremos casarnos!
El chico tragó saliva y entonces la última frase de Lucifer llegó a su mente. Aquel era su infierno y estaba destinado a revivirlo eternamente, porque ese era su castigo. Había desobedecido al mismísimo diablo y él, tal como había prometido, le había dado su castigo.
¿Qué tan alto puede llegar alguien que viene desde abajo?
Jungkook no había logrado llegar ni a la mitad de lo que anhelaba, su vida como artista había sido efímera y pronto todos lo olvidarían. Además, Carlo se encargaría de hacer desaparecer su recuerdo lo más rápido posible luego de lo que le había hecho a su hija. Pronto, la policía encontraría un cuerpo irreconocible en el río Arno.
¿Qué tanto está dispuesto a hacer para llegar a la cima?
Jungkook creyó que sería capaz de entregar todo lo que tenía, pues no tenía nada que perder. Sin embargo, su vida había cambiado cuando Fiorella Sforza había aparecido, iluminando la penumbra en la que no sabía que vivía. Había sido un tonto al pensar que, de alguna forma, ella no saldría perjudicada.
➸Escrito por: WangNini_
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