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Capítulo 10

Minutos antes...

Adalbert vio la sangre salir de su cuerpo, su madre se encontraba frente a él, y su ropa ya estaba manchada de sangre. Intentó arrastrarse a pesar de que su cuerpo dolía, estiró su brazo y apenas logro tocar los cabellos dorados de su madre antes de que la pérdida de sangre lo sumiera en la oscuridad y terminara por desmayarse.

Voces a su alrededor le rodeaban, algunas repetían su nombre con desesperación, pero él no lograba decir nada. Se sentía cansado y la oscuridad comenzó a consumirlo hasta caer en un sueño profundo.

Adalbert sintió el viento en su rostro. Abrió los ojos y estaba de pie en lo que parecía una colina. El cielo era completamente azul y un hermoso césped de color verde rodeaba el lugar. Se puso de pie para dar unos cuantos pasos y su cuerpo se sentía ligero. Un árbol de hojas verdes se veía a la distancia, se acercó a él y no tardó en llegar al tronco. Lo tocó cuando el viento volvió a soplar.

—En poco tiempo florecerá —dijo la voz de una niña. Adalbert volteó de inmediato y ahí se encontró a una pequeña de ojos rojizos, piel blanca con dos cuernos redondos en cada lado de su cabeza, y un vestido de color blanco con manchas rojizas.

—¿Tú quién eres? —preguntó Adalbert, finalmente consciente del lugar donde se encontraba—. ¿Dónde me encuentro? —volvió a preguntar, confundido.

—Este es mi hogar, ya que Adelaida no me ha dejado salir en mucho tiempo.

—Adelaida, ¿estoy en sus recuerdos?

—No, no lose, su memoria es algo confusa.

—¿Pero eres parte de Adelaida?

—Algo así, pero soy su parte más poderosa. Es algo que puedo sentir —contestó la niña mientras miraba sus manos—. Bueno, ahora soy la de ambos. Adelaida hizo un contrato contigo, comparten poder y alma. Ahora están en una situación muy complicada y ambos se encuentran heridos casi a muerte.

—Entonces debo despertar —contestó Adalbert y comenzó a alejarse de la niña.

—No es tan fácil.

—¿A qué te refieres?

—Adelaida te ha dado el privilegio de escoger. Su cuerpo ya no resiste y está entregándote su última energía. Es por eso que estás aquí. Tú tomaras la decisión de usar este poder antiguo que ha mantenido a Adelaida viva por tantos años, pero que tiene ciertas consecuencias por usarlo.

—Te escucho.

—Al desatarlo, puede que tengas ciertas fugas de energía demoniaca. Tendrás síntomas de un demonio, tanto físicas como emocionales. Deberás aprender a controlarlas o serás consumido por tu instinto asesino y podrías terminar por matar a alguien.

Adalbert comenzó a dudar sobre aquel poder. Ahora entendía por qué Adelaida le había dejado escoger. Si esto funcionaba, su cuerpo terminaría con síntomas y, al ser el príncipe de Ōkami, esto perjudicará toda su vida.

—Vamos, príncipe, el tiempo se acaba —dijo la niña y señaló su hombro. Adalbert vio sangre salir de él.

—¿Qué sucede?

—Adelaida está muriendo. Si deseas salvarla, debes darme la mano —contestó la niña y extendió su brazo con la mano abierta, esperando que Adalbert la tomara. No se equivocó, ya que de inmediato la tomó de la mano.

—Sálvala.

—Tú lo harás, Adalbert.

El viento sopló con fuerza, el color del cielo se volvió rojizo y un olor agrio inundó el aire. La fuerza del agarre de la niña aumentó y su cuerpo se unió al de Adalbert. El poder inundó a Adalbert. Era sofocante, ni siquiera se comparaba con el poder de los elfos. Una luz se abrió en aquel cielo. Adalbert fue hacia ella y fue entonces cuando abrió los ojos en el mundo real.

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Adalbert se acercó a Adelaida, miro las heridas que habían comenzado a sanar y se culpó por no llegar a tiempo, pero ella le sonrió para calmarlo.

—Esto no es nada. He recibido peores heridas.

—Debo llevarte con los curanderos.

—No será necesario —exclamó Adelaida, apartándose al sentir la energía de su enemigo acercarse—. ¡Acabemos de una vez, Xalome! —gritó Adelaida y volvió a tomar la mano de Adalbert para que ambos fuegos se intensificaran—. Tenemos que atravesarle el corazón, solo así podremos terminar con ella.

Xalome salió de los escombros, invocó de nuevo su guadaña y comenzó a acercarse a ellos. Adelaida hizo aparecer unas sais cuando soltó la mano de Adalbert.

—Seré la distracción —dijo Adelaida, corriendo a enfrentarse con Xalome. Lo siguiente que se oyó fue el choque de ambas armas, como un estruendo que resonó en el campo de batalla.

Los ojos de Xalome ardían con un odio visceral al ver a Adelaida. Sus movimientos eran rápidos y furiosos, cada golpe de su guadaña cargado con años de rencor acumulado. Xalome gritó con una voz desgarradora.

—¡Adelaida, tu existencia es una plaga que borraré de este mundo!

Adelaida esquivó un golpe mortal y lanzó una serie de ataques con sus sais.

Xalome se separó rápidamente, lanzando varias dagas en su dirección. Adalbert se colocó frente a Adelaida y la espada celestial apareció en sus manos, rodeada de fuego, protegiéndolos a ambos. La furia de Xalome aumentó al ver que sus ataques eran inútiles.

—¡No puedes protegerla para siempre, príncipe! —rugió Xalome, girando su guadaña en un arco mortífero.

Se acerco rápidamente a ellos atacando con una precisión letal. Adalbert y Adelaida retrocedieron, pero Adelaida apartó a Adalbert para detener la parte superior del arma. Adalbert aprovechó la oportunidad y atacó por detrás, logrando cortar a Xalome por la espalda. Ella se apartó por el ardor y, al notar que no sanaba, su furia se convirtió en un odio ciego.

—Esta espada fue hecha con los minerales más antiguos de mi familia y tiene magia élfica. Tus heridas no sanaran, demonio —dijo Adalbert con firmeza.

Xalome intentó mantenerse en control, pero las voces dentro de su cabeza solo querían sangre. Su odio hace Adelaida la consumía, su cordura comenzaba a desvanecerse.

—¡No eres más que una sombra de lo que alguna fuiste, Adelaida! —gritó Xalome, lanzándose hacia Adelaida con una furia desatada.

Adelaida intentó acercarse con cautela, aumentando su velocidad. Xalome hizo lo mismo, sus movimientos reflejando su odio ardiente. Cuando estaban a unos centímetros, Adelaida dio un brinco, cayendo a las espaldas de Xalome. Giró y logró cortarle el brazo izquierdo de una tajada, pero como respuesta fue apuñalada en varias partes del cuerpo. Adelaida sintió su estómago y pecho siendo perforados, la sangre salió por su boca. A Xalome dejó de importarle su brazo cercenado, solo miraba con triunfo el poder ganarle a Adelaida.

—Te lo dije, yo gano —susurro Xalome, tenía sus ojos llenos de una satisfacción retorcida.

—Ese siempre ha sido tu problema, Xalome —Adelaida alzó el rostro y sonrió, golpeando el pecho de Xalome y formando un sello de fuego que bloqueó sus siguientes movimientos—. Dejas que tu sed de poder te distraiga y no ves a tu alrededor.

Es cuando Xalome miró el último ataque de Adelaida. Su pecho y corazón fueron atravesados por la espada de fuego que Adelaida había formado. El dolor aumentó cuando sintió otra espada atravesarla por la espalda. No se había percatado de Adalbert, su obsesión por Adelaida la había cegado y no vio el plan que habían armado para destruirla. Una luz comenzó a salir de su pecho, envolviéndola y llevándola a soltar su último aliento. Su cuerpo se volvió ceniza y la pelea llegó a su fin.

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