Prologo.
¡Hola mis bonitos lectores!
¿Que es esta cosa? Lo sé. Anoche hablando con esta mujer _Meyagatha ella me dijo, hey yo también quiero sacar un nuevo fic, saquemoslo juntas, entonces acá estamos. Su historia también es de banana fish y merece amor.
Gracias a las personas se tomaron el tiempo para entrar a esta historia, y espero que sea de su agrado. Las aclaraciones del Au van abajito.
¿Qué es un alma gemela?
Las personas llegan al mundo con una sola mitad, se convencen de que son suficientes, se dicen a sí mismas que están bien. Dos palabras, una frase y una mentira, ¿Bien? No es así. Un alma gemela es aquella persona cuyos pedazos logran completar tu corazón. Es quien te vuelve fuerte. Tan fuerte que comienzas a confundir el valor con miedo e idiotez. Te inspira. Te da la mano en la oscuridad para que seas quien debes ser, y te ama por quien aún no logras ser. Te eleva. Te deja tan vulnerable que sientes que podrías hacer cualquier cosa con tal de protegerla. Es por quien el mundo comienza a cobrar sentido y color. Como si todo lo que viviste antes hubiese sido un espacio en blanco que esa persona llegó a llenar. Es un vínculo del alma. Es por quien el tiempo comienza a correr.
La tragedia de un alma gemela es encontrarla.
A veces dejan pistas en el cuerpo de la otra persona, pueden aparecer entre sueños, pueden dejar marcas en la piel, puede regalar memorias, si el vínculo es intenso pueden llegar a compartir hasta los sentimientos. Cada persona nace con una palabra escrita que define a su alma gemela con un par de letras. Algunos nunca la conocen. Otros no están destinados a ellas. Pero todos la buscan.
Eiji Okumura nunca había recibido una señal de su alma gemela. Él sabía que tenía una porque sobre su muñeca había una palabra tatuada que la definía, no obstante, esa persona nunca le había dado pista alguna. Él no entendía cuando su mejor amigo parloteaba acerca de los sueños compartidos que él tenía con una mujer bonita o cuando le llegaban las emociones de la chica entre destino y azar. Él no lo comprendía, no obstante, lo envidiaba. Era agridulce perder el corazón con un desconocido.
Más triste era no perderlo.
—Eiji. —La voz de Shorter retumbó entre los pasillos de la estación de policía. El nombrado parpadeó, fatigado. Sus manos estaban apretando con fuerza sus rodillas, sus piernas estaban colgando en una de las incómodas y oxidadas sillas de la sala de descanso—. Luces distraído. —El más alto dejó dos tazas de café sobre una mesa de plástico antes de sentarse a su lado. El aroma era dulce y agradable, la tarde era fría. Llovería.
—Solo me siento algo nervioso. —El más bajo tomó el jarrón entre sus palmas, las burbujas del azúcar se deshicieron entre el agua caliente y la espuma de la crema. Era común para el de cabellos morados encontrar a Eiji con esa clase de expresión. Melancólica y desolada. Él suspiró. Ya conocía la razón.
—¿Qué clase de persona crees que es? —El más bajo ladeó la cabeza. Había una extraña tensión en el aire. Eléctrica. Chispeante. Abrumadora. El contrario se acarició la nuca, nervioso—. Ya sabes, tu alma gemela. —Aquellos grandes e ingenuos ojos se vieron esclarecidos con un encanto infantil. Tan vergonzoso. El corazón del japonés palpitó con violencia y letargo, le fue difícil el respirar, él apretó la taza, sonriendo. Maldecía lo bien que lo conocía Shorter.
—Una persona hermosa. —No hubo vacilación en aquella respuesta, sus dedos rozaron su muñeca, haciendo presión sobre el suéter y aquella palabra tatuada en su piel—. Debe ser una persona hermosa. —El más alto suspiró, dejando que el peso de su cuerpo fuese sostenido por aquella vieja silla. El metal crujió bajo su fornida espalda. Predecible y torpe.
—¿Te gustaría que fuese hombre o mujer? —El japonés se encogió de hombros. Poco le importaba. La conexión iba más allá que la simpleza y la fugacidad del cuerpo—. ¿Aún no recibes señal? —Aquella pequeña y tímida expresión fue sometida por la pena y la angustia. El pecho le presionó de manera dolorosa. Un nudo impidió que las palabras y las excusas le escaparan. No era suficiente. ¿Quién sí lo era?
—Aún no.
Eiji sabía que no era normal no tener pista alguna sobre la otra persona. A veces él se imaginaba lo peor. ¿Qué pasaría si esa persona estaba muerta?, ¿Y si estaba metida en algo peligroso?, ¿Y si amaba a alguien más?, ¿Qué pasaría si estaban demasiado lejos? Podría ser una mala persona. Podría estar en alguna clase de coma. Podría no querer saber nada de él. Podría. Podría... Sí, eran tantas las posibilidades, sin embargo, pensarlo y torturarse no cambiaría nada. Eso lo frustraba. Lo hería tanto nunca haberlo sentido. Él quería conocerlo.
—Hey. —El más alto acomodó su brazo sobre sus hombros—. No te deprimas, no es como si fuese la gran cosa. —Shorter Wong había recibido señales de su alma gemela desde un temprana y tierna edad. Él ya estaba acostumbrado a la presencia de una mujer. Lo seguía como su sombra. Lo ahogaba como neblina. Era extraño.
—¿Qué sientes cuando compartes cosas con ella? —Una agridulce sonrisa fue la respuesta del moreno. Él se enrolló la camisa para dejar al descubierto aquella palabra. Las yemas del japonés delinearon esas letras.
—Frágil. —Fue lo que pronunció—. Ella es una persona frágil. —Aunque Eiji nunca le había mostrado su impresión, el más alto no se cohibía al momento de presumir la suya. El contacto entre ellos fue íntimo y suave. Aunque la estación de policía era un lugar de gélido y carencias. Frío no fue más que cuatro letras en ese instante. Ellos los coleccionaban.
—¿Cómo estas tan seguro que es una mujer? —La carcajada del más alto fue fastidiosa para su mejor amigo, el ceño se le tensó, su mandíbula fue presionada con fuerza, él suspiró. Debía tenerle paciencia. Shorter le había dado techo y trabajo cuando él había egresado con un préstamo estudiantil. Eran amigos. Los mejores.
—Es obvio que es una chica. —Aun con los lentes de sol puestos, Eiji pudo leer el afecto y la ternura en su mirada hacia esa marca—. Además a veces encuentro cabellos largos en mi almohada y en la ducha. —Un quejido fue pronunciado, el más bajo dejó que su mentón fuese sostenido por sus palmas. A veces se cuestionaba la inteligencia de su compañero.
—Podría ser un chico con cabello largo, ¿sabes? —Esa posibilidad no existía en la mente de Shorter Wong, su voz escapó rasposa en una risa. El moreno también había visto a esa delicada silueta entre sueños. Imposible que fuese de un chico. No claro que no. Él presionó su muñeca, repasando las letras. Se mordió el labio, mirando al contrario. La luz artificial del cuartel les daba a todos un aspecto de enfermos.
—¿Tú no tienes que ir a evaluar a un criminal? —Cambiar de tema sería lo más sencillo. Ninguno era bueno manejando la tensión—. Mi gente necesita saber si está loco o no. —El cuerpo del más bajo se tensó, sus cejas se volvieron a hundir, ocultando una jovial e ilusa mirada. Si algo detestaba Eiji Okumura era que menospreciaran su trabajo como psicólogo.
—El test de Rorschach me ayuda a evaluar la estructura de la personalidad, no me dice si alguien está loco o no. —Él se cruzó los brazos, molesto—. Y ese concepto es denigrante. —Nada. Fue como hablarle a una pared. Un grosero y estruendoso bostezo fue liberado por el policía. Impertinente.
—Lo que sea, solo ve a mostrarle esas manchas raras y ya. —Cinco malditos años en la universidad para ser rebajado a esto. El japonés trató de mantener la compostura con otro sorbo de café—. Cosas extrañas están pasando por Nueva York y creemos que este sujeto se encuentra involucrado. —Él respiró. Encontrar trabajo siendo un recién egresado era difícil, mucho más con deudas estudiantiles que arrastrar y un futuro postgrado que pagar. Mierda. Él debía estar agradecido con Shorter por conseguirle un empleo en su escuadrón de policía. Otro bostezo fue liberado cuando él quiso hablar. El más bajo sintió a su ceño palpitar. Altanero. Petulante.
¿Por qué diablos eran amigos?
—Chicos acá están. —La voz de Max fue lo que interrumpió la conversación—. Eiji el sospechoso está listo para que le muestres tus dibujitos. —El más bajo se lamentó en silencio. Dándole un pésame a su carrera. Por culpa de ellos él era quien necesitaba de terapia. Eran un escuadrón especial. Paciencia. Necesitaba una infinidad para soportarlos. El nombrado se levantó.
—No son dibujitos, son instrumentos para hacer psicodiagnóstico. —Ni siquiera enfadado Eiji les infundía temor. Max y Shorter intercambiaron una mirada divertida antes de carcajear. El cuerpo del más joven se sintió tembloroso y pesado. Él se preguntó si podría comprar algo de respeto en oferta por la web. El de mohicano apoyó el peso de su cuerpo sobre él.
—No te enfades. —Él le tiró la mejilla, el japonés la infló, completamente indignado y humillado. Ofendido—. Cuando lleguemos a casa ordenaremos algo de pizza y te sentirás mejor. —Por alguna razón su mejor amigo siempre tenía hambre.
—Que sean dos cajas. —Y él siempre le seguía el juego. La mirada de Max fue paternal y comprensiva. Él los había visto crecer desde su primer día en el cuartel.
—Ustedes chicos no cambian. —Aún recordaba cuando a Shorter lo suspendieron en su primera misión por golpear a un transeúnte. Aún recordaba el rostro repleto de temor del japonés frente a su primera entrevista con un criminal—. Necesitamos que evalúes la agresión en ese sujeto. —Algo en el sospechoso le generaba un mal presentimiento a todo el equipo. Había algo muerto en los ojos de aquel sujeto. Un psicópata.
—¿Algo más? —El rostro de Shorter se restregó de manera empalagosa contra el suyo. Él apestaba a colonia barata y café.
—Ten cuidado.
Eiji y Shorter siguieron a Max desde la sala de descanso hacia el cuarto de interrogación. Un sujeto con la ropa ensangrentada y rota se encontraba esperándolos sobre una silla plegable con las piernas encima de la mesa, y una mueca cínica. Mal sabor. La piel de Eiji se erizó cuando sus ojos hicieron contacto con un par de orbes azules, él se abrazó a sí mismo. La saliva no le pasó por la garganta. Él ya conocía a esa clase de sujetos. Él ya había leído todo acerca de esa torcida personalidad, sin embargo, enfrentarlo era diferente. Un policía le entregó las diez láminas con las que él realizaría su test. El japonés trató de tranquilizarse en vano, el cuarto era espejo, él estaría bien mientras su equipo lo observase del otro lado. Todo estaría bien, ¿No? Él entró. La sonrisa del rubio fue divertida y traviesa, él dejó caer sus pies de manera estrepitosa contra las baldosas del piso. Él apestaba a cigarrillos y alcohol. Genial. Imposible fue disimular la incomodidad frente a aquel hombre. Eran presa y depredador.
—Así que mandaron a un niño para evaluarme. —Aunque las facciones de Eiji eran delicadas y tenían un toque angelical, su carácter era tosco y volátil. Él apretó su mandíbula hasta que los dientes le chirriaron. Una media sonrisa fue todo lo que él pudo esbozar. Él se sentó al frente del más alto.
—No soy un niño. —Él sabía que no era prudente seguirle el juego, el estómago se le había volcado en un nudo, su frente estaba empapada. Ansias. Calma—. Y estoy acá para evaluarte, Frederick Arthur. —Una carcajada maniática fue lo que escapó de la garganta del nombrado. Él estiró las piernas hasta rozar los zapatos del más bajo. Un maldito fastidio. Calma. Debía mantener la calma.
—¿Sabes? He estado solo bastante tiempo. —Sus codos se apoyaron de manera estruendosa sobre la mesa, sus zapatillas ascendieron desde los tobillos del contrario hasta sus rodillas. Asqueroso—. ¿Por qué no hacemos algo más divertido? —Calma. Calma. La sangre se le heló en las venas, el corazón le pesó, no pudo hablar. Mierda, en estas situaciones él no sabía mantener el control. Calma.
—A continuación le voy a mostrar algunas láminas. —Teniendo la consigna memorizada desde hace años—. Le pido que me diga lo que ve. —Eiji prosiguió con el test.
Las respuestas de Arthur fueron confusas. Aunque lo que él veía en las manchas correspondía a una estructura neurótica y de consenso popular, la agresión que se deslizaba en sus percepciones no era normal. Eiji tenía la impresión de que aquel sujeto era una fachada. Él parecía inconexo y aburrido, como si ya supiera que decir, no obstante, el tiempo que se demoraba cuando vislumbraba rojo y los contenidos violentos que de repente nombraba. Eso era algo. Quizás Shorter tenía razón. Cuando llegaron a la última lámina del test algo extraño ocurrió. Agua. El mundo se le empapó al más bajo, el tiempo lo pareció golpear en una vibración. Hacia aquella mancha cayeron una decena de lágrimas, él no lo comprendió hasta tocarse la cara, él estaba llorando. El rostro del rubio fue un poema.
—¿Tan malas fueron mis respuestas para que te pongas así?
El más bajo se apretó con fuerza el pecho. Angustia. Pánico. Ansiedad. Todo de golpe. Miedo. No había aire. Un insoportable dolor fue todo lo que pudo sentir. Como si algo se le estuviese desgarrando desde dentro. Era vidrio roto, eran espinas, eran garras, era un bloque de concreto aplastándole el alma. El llanto no dejó de correr, estaba agonizando. Iba a morir aquí. Así él lo sentía. Él cayó sobre el piso, tratando de tomar aliento. Él perdió la noción de todo. Su mejilla contra el frío de las baldosas, el aroma de los cigarrillos y lo hermético del cuartel.
—¡Eiji!
La voz de Shorter se escuchó lejana. Tan irreal. Él estómago se le había comenzado a podrir en una asquerosa y decadente sensación, los ojos le ardían, estaba mareado y confundido, sus piernas ya no respondían, se apretó el pecho hasta rasguñarlo, tenía la cara morada. Aire. Aire. Aire. ¡No había! Su mejor amigo lo estaba sosteniendo con preocupación. Sudor había cubierto el cuerpo del más bajo, él estaba temblando, un desgarrador alarido escapó de lo más profundo de su garganta. Él tosió sin voz.
—¡Griffin! ¡Griffin! —Aunque el japonés no conocía a nadie con ese nombre, no podía dejar de gritarlo, él se aferró a Shorter. Su corazón se había reducido a cristal roto. Se lo quería arrancar. No podía vivir. Insoportable. La cabeza se le apretó como si se hubiesen clavado agujas en ella—. ¡Griffin por favor! —Sus palabras se redujeron a aullidos de dolor —No me dejes— Él se dejó caer entre los brazos de Shorter, las lágrimas se sintieron como ácido en su piel. La vida se le cayó sin que él comprendiera.
—¿Qué fue lo que le hiciste? —La pregunta del más alto fue intimidante y agresiva hacia el rubio. Eiji se contrajo bajo un punzante espasmo. Era como si le estuviesen tratando de arrancar algo. Tiraba y tiraba. Quemaba. Ardía ¡Alto! No lo podía soportar. Volvió a gritar. Todo el escuadrón de policía ingresó en el cuarto.
—Shorter. —El cuello de la camisa del nombrado se vio teñido por escarlata, no era su sangre, ¿de quién diablos era?—. Sálvalo por favor. —La desesperación en el japonés le rompió el corazón. Sus ojos se encontraban hinchados y vacíos, su cuerpo tembloroso, las entrañas le quemaban. Todo. El mundo se hizo pesado. Él solo cerró los ojos ahogado en esa sensación. Suplicando para que se detuviera.
Y aunque Eiji Okumura jamás había recibido una señal de su alma gemela. Desde ese día no paró de recibir mensajes de él.
Entonces. He leído muchos manhwas de soulmate, y salió esto.
El nombre del alma gemela esta escrito usualmente en la muñeca de la otra persona, pero con otras palabras, en el caso de Shorter él solo sabe que su alma gemela es "fragil", mientras más intenso es el vínculo más irrumpe en la vida de la otra persona. Puede aparecer desde los sueños o los recuerdos, hasta manifestarse de manera física como con marcas en la piel, entre otras. Sino quedo claro da igual porque se ira viendo en la historia.
Ay, debería dejar de escribir cosas raras, pero siempre me gana el impulso cuando se me mete una nueva historia en la cabeza. Perdón por ser así.
Muchas gracias a las personitas que se tomaron el tiempo para leer esta historia.
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