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Capítulo 6

Unas semanas después

Meg tuvo semanas bastante atareadas. Sabía que proceso de reproducción asistida era largo, pero tampoco creyó que conllevara tantos pasos. Luego de una evaluación psicológica en la cual fue considerada apta para el proceso, Meg inició todas sus pruebas y analíticas de sangre en la Clínica de Fertilidad de Los Ángeles (CHA Fertility Center). Debió llevar su último examen de Papanicolau para descartar cualquier indicio de cáncer cervical; se le realizó una ecografía y una sonohisterografía, esta última era un útil método para investigar anormalidades uterinas.

Por fortuna, los resultados fueron todos favorables: Meg tenía un buen estado de salud y no existía contraindicación alguna para que llevase un embarazo a feliz término. Asimismo, para potenciar el éxito de la implantación del embrión, estuvo tres semanas con inyecciones de estrógenos, también orales y progesterona vaginal.

Luego de sincronizar el ciclo menstrual a través de las pastillas anticonceptivas, estuvo lista el jueves 20 de diciembre para la transferencia embrionaria. El embrión era de calidad tipo A con lo cual había una mayor posibilidad de éxito en el proceso y por tanto se decidió que se transfiriera uno solo. Meg lo prefería así, pues como le había dicho a Lucien una vez, un embarazo múltiple era más complicado dados los riesgos y cuidados que conllevaba una gestación de esa clase.

En los casos en los que la calidad embrionaria no fuera la mejor (clases C y D), sí se prefería una transferencia de varios embriones, para garantizar al menos la implantación de alguno. Si se tenía éxito con más de uno, era frecuente que se atendieran embarazos gemelares. Para suerte de Meg, este no era su caso. El óvulo donado por la mujer anónima tenía buena calidad, y el embrión resultante de la inseminación in vitro con el semen de Lucien tenía todas las posibilidades para implantarse con el éxito esperado.

Esa mañana, Lucien fue a recoger a Meg para llevarla a la clínica. Ambos estaban un tanto nerviosos, pues de ese momento dependerían muchas cosas en el futuro.

―Todo estará bien ―le tranquilizó ella con una dulce sonrisa―. Estoy segura de que resultará, pero si no lo hace lo volveremos a intentar. Te lo prometo.

Lucien la miró a los ojos y le devolvió la sonrisa antes de darle un beso en la frente.

―¿No se supone que sea yo quien te tranquilice a ti? ―Se rio―. Eres quien se someterá a un procedimiento, es lógico que estés más nerviosa que yo.

―Lo estoy un poco, pero las mujeres somos muy fuertes. Se te olvida que ya tuve a un bebé…

―Claro, pero no fue concebido de la misma manera ―apuntó él.

El rostro de Meg se transfiguró un poco al recordar a Mark, su exnovio, y la manera en la que la había abandonado estando embarazada.

―Lo siento. ―Lucien le tomó la mano al percatarse de lo desatinado de su comentario―. No quise hacerte recordar momentos difíciles.

―Estoy bien, de verdad. Difícil debe haber sido para ti tomar la muestra de semen en ese vasito plástico ―se burló ella, recuperando su buen humor.

Lucien soltó una carcajada mientras encendía el motor del auto.

―¡Así es! Uno piensa que es sencillo, pero cuando estás en un cubículo, con el recipiente en las manos te sientes ridículo. En lo que menos piensas en ese instante es en… ―No continuó la frase, pero Meg lo comprendió―. Creo que el método tradicional de engendrar a un bebé es más sencillo.

Después de haber dicho esto se arrepintió, pues notó que Meg se ruborizaba a su lado. El método tradicional era hacer el amor, sin otra ciencia que la fórmula de amarse dos personas debajo de las sábanas. Tan antiguo y efectivo como la humanidad misma. Sin embargo, aquello conllevaría a una intimidad entre Meg y él, algo que no había pensado hasta el momento; además, el óvulo sería de Meg y el hijo, por tanto, de los dos. Y eso no era lo que él deseaba, ¿o sí?

Lucien dejó sus pensamientos y se concentró en conducir hasta la clínica de fertilidad. Meg también hizo el esfuerzo por dejar de pensar en ellos dos juntos, como padres de un bebé. El paso que estaban a punto de dar era totalmente opuesto a ese pensamiento.

Fueron recibidos en la clínica de fertilidad por el doctor Patrick Wagner, el médico que los atendía. El doctor les hizo pasar a la oficina para explicar nuevamente el procedimiento, aunque Meg sabía exactamente lo que le diría.

―¿Listos para el gran momento? ―preguntó el doctor, quien era muy amable. Algunas canas se asomaban a sus sienes, aunque era todavía joven.

―Estamos ansiosos. ―Fue Lucien quien respondió.

―Lo imagino ―repuso el doctor―. Señorita Costa, como ya sabe el procedimiento es sencillo, indoloro y por tanto no requiere de sedación. Lo haremos en el quirófano por tratarse de un medio estéril, pero no tiene de qué preocuparse.

―Muchas gracias, doctor.

―La transferencia embrionaria es el último paso del proceso de fecundación in vitro y por tanto es uno de los más importantes. Consiste en depositar el embrión de forma precisa y cuidada en el interior del útero, facilitando su implantación. Primero realizaremos una ecografía para valorar la posición del útero y el estado del endometrio. Luego limpiaremos cuidadosamente la vagina e introduciremos a través del cérvix una cánula que colocaremos en el interior del útero. Después, el embrión se carga en otra cánula más fina y se desliza por la primera para depositarlo en la cavidad uterina en el punto escogido y siempre con el apoyo del control ecográfico. ¿Tienen alguna duda?

Tanto Meg como Lucien negaron con la cabeza.

―Tras la transferencia ―prosiguió el doctor―, el embrión queda adherido a las paredes del útero por una minúscula gota de cultivo. En caso de no implantar se reabsorbe y desaparece, nunca se desprende. No obstante, le recomiendo que evite esfuerzos físicos. Debe guardar reposo relativo hasta que tengamos la prueba positiva de embarazo, esto incluye a las relaciones sexuales. Puede hacer su vida diaria, pero evite los disgustos y el ejercicio físico intenso. Tampoco realice baños de inmersión ni acuda a piscinas; y por supuesto, lleve una dieta sana y saludable.

―Así lo haré, doctor ―afirmó Meg, aunque la parte de las relaciones sexuales le parecía de más, ella que tenía una vida tan tranquila.

El procedimiento duró poco tiempo y se hizo sin complicaciones. Meg se quedó un rato en reposo hasta que finalmente le permitieron irse. Lucien la estaba esperando en el salón de acompañantes y en cuanto la vio se le acercó de inmediato.

―¿Te sientes bien? ―Se notaba preocupado.

―Lo estoy, puedes estar tranquilo.

―¿Sientes algún malestar? ―insistió él.
Meg le sonrió con indulgencia, Lucien estaba más ansioso que ella.

―Estoy bien, de verdad; solo llévame a casa, por favor.

Lucien asintió y le brindó el brazo para que sujetara a él. A Meg le pareció una exageración, pero lo aceptó.

Llegaron al departamento de Meg y ella se recostó en el sofá. Se sentía bien, pero la mañana había sido tensa y prefería reposar un poco. Lucien se sentó a su lado y colocó los pies de Meg sobre sus piernas. El gesto era de cariño, y ella se sintió reconfortada por su iniciativa. Se veían tan naturales como un matrimonio de larga data: el árbol de Navidad tenía las luces encendidas y estas se reflejaban en sus ojos.

Lucien miró a Meg y le pareció preciosa. Se veía muy frágil con su rostro cansado, los ojos cerrados y el cabello negro sedoso suelto sobre el sofá. El pensamiento le dio un vuelco al corazón e intentó centrarse en entablar una conversación con ella. Meg abrió los ojos y lo sorprendió mirándola:

―¿Te vas? ―le preguntó, aunque por la actitud de él parecía todo lo contrario.

―¡Por supuesto que no! Me quedo a hacerte compañía.

―¿No tienes ningún compromiso?

―No, y aunque no tuviese me quedaría contigo ―le dijo de corazón, mirándola con sus expresivos ojos verdes―. ¿Qué te parece si pido algo para comer?

―Me parece bien. ¿Qué pedimos?

―Algo sano, ya oíste al doctor ―le recordó él guiñándole un ojo―. Pediré a Brent´s que es un lugar que me gusta mucho.

―De acuerdo.

Al cabo de una hora, se hallaban comiendo en el mismo salón lo que Lucien había pedido para ellos. El repartidor se puso nervioso cuando constató que una celebridad le pagaba. Le pidió incluso tomarse una foto con él, a lo que Lucien accedió de buen grado.

―Está muy buena la comida ―comentó Meg después, quien degustaba el pavo que había encargado para ella.

Lucien se había decantado por roast beef y una ensalada de patatas. La comida estaba excelente y compartieron el tiempo juntos con música clásica de fondo, que los relajaba a los dos. Lucien bebía cerveza sin alcohol y Meg un jugo de arándanos. Él se sentó con las piernas cruzadas sobre el tapete, mientras Meg continuaba en el sofá.

―La semana próxima tendrás a mi servicio contigo ―le contó él―. Están terminando sus vacaciones, pero el lunes próximo ya estarán listos para acompañarte.

―Olvidas que no sabemos si estoy o no embarazada… Además, si así fuera, tengo muy poco tiempo y puedo apañármelas todavía en el departamento.

―No importa ―repuso él―, quiero que tengas ayuda. En Beverly Hills no los necesito y precisan del empleo. A ti te vendrá muy bien tener un poco de apoyo con Jude y la casa. Ya escuchaste al doctor, debes estar tranquila.

―Lo estaré, de verdad.

―Mamá regresa la semana próxima. Viene justo a tiempo para Navidad y mi cumpleaños. ―Rio, pensando en que su madre era muy ocurrente―. También está muy feliz con el hecho de volverse abuela dentro de un tiempo.

―Me alegro mucho por ella. Entonces la semana próxima tendrás compañía en casa.

―No tanto así, tengo algunos compromisos de trabajo. Lo siento por mamá, pero sacó su pasaje sin avisar y ya tenía compromisos con el estudio.

―¿Es sobre la película de acción? ―preguntó Meg.

―Así es. Debe comenzar a grabarse muy pronto.

―Jude se entusiasmará al saberlo.

―Por cierto, hay que ir a recogerlo a la escuela esta tarde.

―No, he hablado con Bianca y lo recogerá ―le respondió Meg.

―¿Has pensado en cómo explicarle lo del embarazo al niño?

―Sí, pero no pienso decirle nada aún hasta que no tenga el resultado positivo. Jude es inteligente, estoy convencida de que con las palabras adecuadas comprenderá. Es cierto que se trata de una situación un tanto atípica, pero él sabrá entenderla con el corazón.

―Yo siempre te estaré agradecido por esto, Meg. ―Él volvió a mirarla a los ojos―. Es muy importante para mí.

―Lo sé, Lucien. ―Sin embargo, en ocasiones no podía evitar sentirse sobrecogida por la situación. Era un paso demasiado importante.

Habían terminado de comer, pero una atmósfera extraña se había creado entre ellos. Meg al menos estaba un poco abstraída luego de haber dejado el plato vacío sobre la mesa.

―¿Estás bien?

―Sí ―susurró ella.

―Algo te sucede, Meg ―le hizo notar.

―No es nada ―repuso con voz queda.

Lucien se levantó y volvió a sentarse a su lado. Estaba muy próximo a ella y podía advertir las emociones que se reflejaban en sus ojos oscuros.

―¿Qué sucede, Meg? ―insistió.

―No tiene importancia. ―Ella intentó sonreír―. Solo pensaba que no era así como pensaba vivir un segundo embarazo.

―¿Qué pensabas? ―Lucien tenía interés en escucharla.

―Soñaba con darle un hermano o hermana a Jude, pero en otras circunstancias. Encontrar a alguien que me amara de verdad y decidir formar una familia. La primera vez que estuve embarazada la pasé muy mal. Estaba sola, Lucien…

Él le tomó lo mano y volvió a mirarla a los ojos para infundirle ánimo.

―Esta vez no estás sola, Meg. Yo estoy contigo ―afirmó.

―Y, sin embargo, sigue sin parecerse a mis sueños ―replicó ella, con lágrimas en los ojos―. El bebé no es mío ni tú…

Meg se libró de su agarre y se puso de pie, levantando los platos de la mesa de centro para evitar mirarlo a los ojos.

―No te preocupes, no es tu culpa. Yo accedí a esto y estoy feliz por ayudarte. ―Seguía de espaldas a él―. Es solo que pensar en el embarazo de Jude me pone demasiado emotiva.

―Lo comprendo. ―Lucien no dijo nada más, estaba confundido.

Meg se dirigió a la cocina con los platos en la mano. Un par de lágrimas surcaron sus mejillas, y se recriminó por haberle hablado así. A punto estuvo de confesarle el amor que le tenía. ¡No podía mostrarse tan débil frente a Lucien! Colocó los platos en el lavavajillas y se enjugó las lágrimas, cuando se volteó se asustó mucho al encontrarse con él, a quien no había sentido llegar.

―Lo siento, no quise tomarte desprevenida. ―Lucien se acercó a ella, más de lo recomendable―. Meg, si la implantación no resulta lo dejaremos así y buscaré a otra madre de alquiler. No te negaré que quiero ser padre, pero no quiero que esto te haga daño. Para mí eres muy importante.

―Gracias, Lucien, pero en verdad quiero que resulte y no me rendiré hasta que lo logremos. Espero poder darte buenas noticias en unos días. ―Meg le sonrió, aunque todavía estaba un poco triste.

―Gracias. ―Lucien estaba conmovido por su actitud, le dio un abrazo y luego un beso en la mejilla―. Eres la mejor amiga que podría tener.

Lucien no comprendió cuánto podían herir aquellas palabras. En ocasiones la amistad no era suficiente cuando se ama con tanta intensidad como Meg lo hacía.

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