Paseo Matutino
Con el cansancio encima y bajo el acoso del sueño por el movido día, decidí sucumbir y caer rendida a los brazos de Morfeo.
Fue increíble despertar por el sonido de las gaviotas y el melodioso ritmo del oleaje. Sabía que era temprano y aunque eran vacaciones salí de la cama, me asomé a la ventana y la mañana me saludó con una fresca brisa acompañada de un cielo nublado. En la playa, los residentes ya se ejercitaban como parte de su rutina diaria, otros paseaban con sus mascotas y luego estaban los que al igual que el vecino de enfrente, salían a recibir la mañana con un cigarrillo y una taza de café.
—¡Good morning mister James! —exclamaron dos mujeres al unísono que caminaban en dirección a la playa.
El señor James alzó la mano con la taza a modo de respuesta, y una ligera sonrisa se dibujó en aquel mentón cuadrado y teñido de puntos blancos que resaltaban por encima de la enrojecida piel del hombre.
Volví a enfocar mi atención en la enorme playa que se extendía en dirección al norte, rumbo al muro fronterizo que marca el límite de nuestra patria con el de los Estados Unidos de América.
Pasados cinco minutos, el hombre volvió al interior de su casa. Decidí quedarme un rato más admirando el hermoso panorama que se me presentaba, cuando de pronto Karla irrumpió de nuevo en mi habitación exaltada.
—¡Meghan, Meghan! No hay nadie en casa, nos dejaron solas.
—¿Estás segura? —pregunté incrédula girándome hacia la recamara sin despegarme de la ventana—. Es muy temprano como para que estén fuera.
Bajé con Karla a la cocina después de revisar la habitación de mis padres y descubrir que estaba vacía.
—¿Qué vamos a hacer ahora? —chilló Karla temerosa.
—Descuida —respondí con seguridad—, apuesto a que fueron por algo para desayunar, ¿quieres ir a la playa un rato?
—¡Sí...! —exclamó toda emocionada.
No sé si la mañana estaba muy fría o el sol no calentaba del todo aún, pero mi hermana parecía no notar lo gélido que se sentía el aire afuera; corrió hasta las escaleras de piedra y de un salto estaba ya en la arena, corriendo hacia la orilla del mar.
Fue entonces que allí, en el rastro húmedo que dejaba el agua sobre la playa, la ví cavar con gran interés y no pude ignorar la enorme curiosidad que me asaltó por saber lo que había encontrado.
—¡Meghan, ven...! —dijo levantándose de súbito, poco antes de que llegara a dónde se encontraba.
Corrió para alcanzarme cuidando de no soltar algo que traía entre las manos.
—Mira lo que encontré... —anunció con misterio.
Abrió sus manos despacio, cuidando de no abrirlas demasiado. Como si aquello que sostuviera con tanto cuidado pudiera escapar con rapidez.
Asombrada descubrí que sostenía un cangrejo que emergía de su concha, despacio y temeroso.
—A ver, préstamelo poquito —dije curiosa, extendiendo las manos para tomarlo.
—¡¡No...!! —replicó de inmediato, se giró hacia el lado contrario y cerró de golpe ambas manos—. Lo vas a soltar y se escapará.
Me sentí ligeramente ofuscada por su reacción. Pensé en discutir con mi hermana por el tonto molusco pero al levantar la mirada lo ví... tan guapo y atractivo. Caminaba agresivamente decidido directo al oleaje envuelto en ese traje para surfear.
Era el chico más guapo que había visto y de pronto, su atención se enfocó en mí, en nosotras; nos miró por unos segundos y ladeó la cabeza frunciendo el ceño. Se giró de nuevo al mar y se lanzó al agua sobre la tabla surcando las olas que se amontonaban frente a él.
—¡Meghan...! —escuché a lo lejos.
Ignoré el llamado porque no quería dejar de ver a ese chico tan atractivo, permanecí un momento más con la mirada perdida en la distancia para no perder detalle, pero un fuerte llamado me sacó de aquel profundo trance.
—¿Qué pasa, por qué gritas? —pregunté aturdida.
—Pues porque estabas como zombie mientras yo te hablaba y no me hacías caso —dijo a modo de reclamo—. Parecías hipnotizada.
—No exageres —respondí restando importancia a su comentario.
—Te gustó ese chico, ¿verdad?
No supe cómo responder a una pregunta tan directa, me dejó atónita por un par de segundos.
—Por supuesto que no —respondí tratando de sonar indiferente—. Ni siquiera noté que estaba allí.
—No tienes que ocultar esas cosas, somos hermanas, ¿recuerdas? —desvió la mirada y pateó ligeramente la arena—. Las hermanas se guardan secretos. Tu secreto está a salvo conmigo —afirmó mirándome de nuevo a los ojos.
—Ya te dije que no —insistí titubeante—. Reconozco que es guapo y que se ve bien en su traje de surf, pero no me gustó.
Esto último lo dije con tono firme para intentar disuadir a Karla de su idea, pero al mismo tiempo, buscaba convencerme de eso también y calmar la revolución de sentimientos que sorpresivamente, afloraron en mi interior.
—No creo que esté mal aceptar que alguien te gusta —replicó mi hermana con fingida indiferencia.
—¿Desayunaste algo cuando te levantaste?
—Nopis —respondió encogiéndose de hombros.
—¿Por qué no vamos a la casa por un cereal?
—¡Sí...! Se me antoja un cereal.
Cuando entramos a la casa, Karla ocupó un lugar en el comedor y yo fui directo a la cocina. Luego de buscar en la alacena fui al refrigerador, tomé la leche que había, un tazón con yogurt natural y un bowl con fresas. Con los platos servidos volví al comedor; Karla adora el cereal con mango picado pero las fresas estaban tan dulces que comenzó a comer sin parar.
—¿A dónde crees que pudieron haber ido? —preguntó mi hermana haciendo una pausa en su alocada carrera por devorar el cereal.
—No tengo idea —dije, encogiéndome de hombros—, pero seguro que no han de tardar. Es raro que salieran sin avisar.
Justo en eso, escuchamos el sonido de un auto estacionarse frente a la casa.
Karla y yo nos miramos por instinto, imaginando que tal vez serían mis padres y mi tía, pero tan solo un momento después, vimos que se trataba de Carlos, quien entró a la casa y parecía buscar algo con urgencia.
Desde la cocina lo vimos hurgar entre los sillones de la sala y en la pequeña estantería con libros que estaba a lado de la chimenea.
—¿Quieres que te ayudemos en algo tío? —preguntó Karla con tono inocente.
—¡Niñas...! —exclamó sorprendido girándose de golpe hacia nosotras—. No pensé que estuvieran aquí —agregó nervioso.
—Nos despertamos y no había nadie en la casa —contestó mi hermana.
—Entonces, ¿están solas aquí?
—Sí, pero ya no tardarán en regresar mis padres —mentí, luego de sentirme amenazada por el tono de voz en Carlos—, solo fueron por un par de cosas al mini market.
—Entiendo... bueno, yo solo vine a buscar algo que olvidé ayer, pero seguramente su tía lo recogió. Volveré más tarde para preguntarle.
Su teléfono sonó y frunció el seño cuando vio de quién se trataba. Tomó la llamada y se despidió agitando la mano antes de irse. Noté que esa llamada lo hizo salir casi tan rápido como había entrado e instintivamente corrí hasta mi habitación y me recargué en la orilla, mirando directo al patio de la entrada.
Karla no tardó en llegar y se paró justo detrás de mí, Carlos apareció en el patio y me di cuenta que, sin saber la razón, estaba espiando a Carlos, sin embargo, todo tuvo sentido de inmediato.
—No, no me molesta —escuché decir a Carlos en el teléfono—, pero ya habíamos hablado de esto. No debes llamarme cuando estoy aquí —hizo una pausa y noté que su tono de voz era tenso, casi susurrante—. Recuerda que debemos ser prudentes —agregó antes de colgar.
Caminó hasta su auto y me oculté cuando lo ví abrir la puerta para evitar ser descubierta.
—Meghan, ¿qué haces? —preguntó Karla preocupada—. ¿Por qué espías a mi tío?
Era evidente que mi hermana no entendería aunque le explicara, pero sin duda, Carlos no era la persona indicada para que mi tía se casara; algo malo planeaba y tenía que averiguarlo, el problema era el cómo.
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