Mi princesa me pide con voz adormilada:
«Papi, cántame una nana,
cántame como cuando era pequeñita;
espanta con tu voz los sueños malos,
atrae con una canción las cosas bonitas.»

Esta noche mi princesita
de suaves cabellos dorados
decide prescindir de brujas malas,
dragones imponentes, 
damiselas hechizadas
y príncipes insolentes.

No quiere mi princesa que un cuento
la lleve esta noche al mundo de los sueños;
esta noche estrellada,
mi niña adorada
quiere dormirse
al arrullo de mi voz.

No le importa que desafine,
tampoco que me invente la letra de la canción.
Lo que ella quiere es que le cante,
que le cante con el corazón;
ese mismo que guarda
recuerdos de un tiempo anterior,
tiempo en que mi princesita aún no reinaba
en este pequeño reino de nosotros dos,
sino una bella hechicera,
cuyos ojos esmeraldas
se robaron mi corazón,
que era dueña y reina
de este súbdito de su amor.

Pero no todos los cuentos
acaban con un felices para siempre;
hay lágrimas a veces
y despedidas no deseadas
como aquel agridulce día
en que, con los brazos abiertos,
vacíos por la ausencia de mi amada,
tuve que dar la bienvenida
a mi niña anhelada.

Soy monarca sin reina
que ha de cuidar de su princesa;
he de salir adelante,
por mí, por ellas.
Borrar las penas
con las sonrisas de mi pequeña;
hacer todo lo que esté a mi alcance
para que tenga una feliz infancia,
para que amor y cariño nunca le falte.

Y si mi princesa me pide una nana,
yo le compongo una melodía,
dos, tres, o un millón,
y hago mi mejor esfuerzo por dar a esa canción
una letra que recoja al menos
una milésima parte
del gran amor de padre
que siento cada vez que veo
en sus ojos de oscuro cielo
todos los colores del arcoíris brillar.

Aunque músico sea, para cantar
soy más bien un desastre
mas eso no me quita
el papel de caballero andante,
protector de las sonrisas de mi princesita;
su osito de peluche ayuda me brinda,
siendo el fiel escudero
que a su encuentro con Morfeo la acompaña.

Enmudece mi voz y queda ciega la lámpara,
mi niña está dormida,
pequeña fuente de alegrías y promesas
envuelta en sábanas
de risas, sobre un lecho
de flores y purpurina.

Deposito en su frente un beso,
con pasos de silencio
me dirijo a la puerta
y desde la penumbra le deseo:
«Dulces sueños, mi princesa.»

***

Creo que el poema habla por sí solo, así que solo añadiré lo siguiente:
Saludos para los amigos vietnamitas del truyenfun este de los cojines :)