𝑐. chapter three.
Capítulo tres.
"Tic tac... ¡boom!"
Entre la vida y la muerte había una línea remarcada, insuperable. Estabas en un lado, o estabas en el otro, era imposible en ambos. En la vida, cada día es una oportunidad, un lienzo en blanco donde se pintan las elecciones y se esculpe el destino. Es la capacidad de sentir, amar, aprender y crecer. Vivir es abrazar la complejidad de la existencia, aceptando la impermanencia como un recordatorio de la preciosidad del tiempo. Es una danza constante entre la luz y la oscuridad. Es risas y lágrimas.
La muerte, con su misterioso dominio, se conoce como el destino final, un punto de no retorno que desafía toda noción de regreso. Las sombras de lo desconocido se ciernen sobre aquellos que se despiden de la vida, y el velo que separa ambos estados se vuelve inmutable. No hay camino de vuelta una vez que se cruza esa frontera, solo el eco etéreo de lo que fue.
Era simple; vives o mueres. No al revés.
Por eso, Natalie era incapaz de comprender cómo alguien podía renacer de las cenizas de la muerte. Cada palabra pronunciada por Red Hood resonaba en su mente, desencadenando una cascada de preguntas sin respuestas. Entonces, guiada por la desesperación de entender cómo es que Jason Todd había estado detrás de ese traje, se había dirigido a la tumba del muchacho. La tristeza se intensificó al descubrir que el ataúd estaba vacío, confrontándola con la realidad de su regreso. El lugar que alguna vez simbolizó la pérdida y el duelo ahora se volvía un enigma, dejando a Natalie sumida en la incertidumbre sobre lo que realmente había sucedido.
Lo mismo que hacían los Titanes en la sala de la Mansión Wayne.
—Había un cuerpo. El de Jason. Bruce lo vio con sus propios ojos —insistió Dick, cruzado de brazos.
Natalie tenía su cabeza recostada en el regazo de Dawn, con la mirada perdida mientras oía distante lo que se conversaba en la sala. Las caricias en su cabello por las suaves manos de la mujer no eran suficientes para calmar la incertidumbre, no lograban que dejase de pensar en Jason, en la disputa qué había tenido con él la noche anterior. Había tenido más miedo de verlo allí parado, viéndola de esa forma, en lugar de haberse aterrorizado por el arma que tenía apuntando directo a su cabeza. Todo era demasiado confuso, demasiado imposible.
—Quizá se confundió —dijo Hank, parado detrás del sofá, junto a Kory.
—Bruce no se confunde —defendió Dawn. La llegada sorpresiva de su ex novio no la tenía muy contenta.
—No quiero decirlo, pero... —Natalie interrumpió las palabras de Kory.
—Era Jason. Lo vimos —afirmó. Más no podía cuestionar que pensaran qué estaban locos, pues, al igual que para todos los Titanes y la familia Wayne, Jason Todd estaba muerto y enterrado. Había sido asesinado por el Joker. Toda Gotham lo sabía también.
—¿Entonces cómo lo hizo? ¿Resucitó con un hechizo vudú? —insinuó Hank, ansioso, el juego que mantenía con sus manos se lo indicó a la pelinegra. Además de que se movía de un lado a otro.
—Bruce conoce gente —apoyó Kory. Dick negó con la cabeza.
—Bruce no tiene idea de que Jason está vivo, no sabe nada de esto. Si no, no habría matado al Joker. —Su mención hizo que los hermanos Grayson se dieran una mirada cómplice, y la menor se tensara de pies a cabeza.
—¿Y Ra's al Ghul? —La pregunta de Roy los hizo girarse a verlo. Natalie se incorporó y le hizo un lado en el sofá, dejándolo en medio de ella y Dawn.
—Poco probable. Está en Khadym —descartó Dick apretando los labios.
—Si hay alguien que pudo revivirlo, quizá pueda devolvernos a Donna —habló Kory. Y un silencio nostálgico siguió a sus palabras.
Natalie bajó la mirada. Roy a su lado observó la expresión de los presentes.
—No sé qué pasó, pero cambió —murmuró la Grayson menor. El Jason que ella conocía no le hubiera apuntado con un arma cargada y el dedo en el gatillo. Red Hood, como se hacía llamar ahora, era evidente que marcaba el lado oscuro que Jason tuvo, esa violencia que desde un principio ella notó.
Se preguntaba qué tanto tuvo que haber sufrido para llegar a ese punto. O bueno, ella lo sabía.
—El chico tenía problemas, pero no era un psicópata de libro —rezongó Kory.
—Quizá se drogue —sugirió Dick. Natalie frunció el ceño y miró a su hermano—. Al llegar a Gotham, hallé un sitio donde fabricaba. La Baticomputadora no identificó las muestras.
—¿Qué? —Inquirió sobresaltada. La nueva información la confundía todavía más.
—¿Podemos dejar de sobre analizar? —Espetó Hank, alzando la voz.
—¿Por qué? ¿Es demasiado para ti o simplemente quieres una excusa para asesinar a Jason sin sentir remordimiento después? —La pregunta de Natalie los sorprendió a todos—. Estamos tratando de entender qué mierda pasó, Hank. Es Jason de quién hablamos.
Últimamente, algo no iba bien con ella. Las cosas que antes no le afectaban de repente la enfurecían, y su paciencia se desvanecía ante la más mínima provocación. Natalie sabía que debía encontrar una salida para esa ira antes de que la consumiera por completo. Pero, por ahora, se sentía atrapada en un torbellino de emociones, sin saber hacia dónde dirigirse ni cómo encontrar la paz que tanto anhelaba. Peor se volvía ahora que sabía que Jason estaba vivo y era el nuevo enemigo de los Titanes.
—Él tiene razón —defendió Dick, dándole una mirada de advertencia a su hermana—. Luego sabremos el cómo y por qué. Ahora debemos detener a Jason.
—Ustedes hagan lo que quieran. Pero si debo elegir entre él y yo, el chico muere. —La amenaza de Hank causó qué Natalie le diera una fría mirada y apretara sus puños con fuerza.
Mordiéndose la lengua para no decir algo que creara más tensión de la que ya había, optó por retirarse del lugar y bajar a la Baticueva junto a Roy.
— Vamos a entrenar un poco —propuso el castaño. Natalie lo vio quitarse la chaqueta negra, bajo esta llevaba una simple camiseta del mismo color, sin mangas. Ella cuestionó su sugerencia, ya que no estaba de humor para tener algún tipo de arma entre sus manos. Su cabeza regresaba una y otra vez a esa mirada de odio que tenía Jason, al momento en que su casco se rompió y reveló su identidad.
Las preguntas sin respuestas le provocaban dolor de cabeza.
Sin dejarle muchas opciones, lo siguió por la inmensidad de la Baticueva hasta que dieron con el espacio donde entrenaba Bruce. Donde alguna vez Alfred la entrenó también. Fue sacada de sus pensamientos cuando Roy la llamó y le lanzó dos fierros del arsenal de Bruce. La pelinegra suspiró.
—¿Recuerdas el entrenamiento? —Cuestionó el castaño. Ella asintió.
—Sí. Recuerdo terminar con muchos moretones debido a el.
Soltando una risa, Roy se dirigió a la mesa y tomó otros dos fierros cortos, para avanzar unos pasos y quedar a una distancia prudente de la chica que, evidentemente, tenía mucha energía que gastar, mucha ira contenida.
Cuando el primer golpe de Roy fue esquivado por la pelinegra, la sesión de entrenamiento comenzó. Llevando a cabo una imitación del estilo de Oliver Queen. La atmósfera se llenó de energía, de golpes por aquí y por allá, pero Natalie, a pesar de estar presente en cuerpo, no lograba que su mente estuviera allí. A medida que los fierros chocaban en el espacio de entrenamiento, la conexión entre ambos se volvía más evidente. Había un entendimiento silencioso entre ellos, una sincronía qué provenía de tiempos pasados. Por un momento, se vieron en el almacén de las Industrias Queen, a diferencia de que la chica tenía más agilidad y movimiento, además de fuerza. Mientras Natalie se sumía en sus pensamientos, Roy notó un cambio en la intensidad de sus movimientos. De repente, un golpe mortal surgió de ella, sorprendiendo al castaño, quien ágilmente logró esquivarlo. La miró con asombro y preocupación. La teoría de Dick comenzaba a tener sentido.
—¿Desde cuando das golpes mortales? —Cuestionó, arrebatándole los fierros de las manos. Natalie frunció el ceño.
—No lo hago —negó con firmeza, desconcertada. No se había dado cuenta de su ataque, estaba simplemente expresando su frustración de manera inconsciente.
Roy, al tanto de la situación emocional de Natalie, decidió no presionarla más. En lugar de ello, optó por darle una mirada y luego alejarse para tomar una botella con agua y lanzársela.
—Odio admitirlo, pero Grayson tiene razón.
—¿A qué te refieres? —preguntó la chica, destapando la botella. El castaño suspiró antes de dejar los fierros en su lugar.
—Piensa que estás usando la violencia... de otra manera. Y, extrañamente, piensa que soy el indicado para traerte de vuelta al carril de la cordura —rió, negando con la cabeza.
—No piensa que eres quién debe ayudarme —rezongó ella, suspirando—. Demonios, Roy, eres más violento que cualquiera aquí dentro. Si te llamó fue porque eras el único, además de Bruce y Alfred, que sabe lo que pasó con el Joker. Eres el único que estuvo ahí cuando... —se detuvo. Roy la miró expectante—. Él no sabe qué hacer conmigo, por eso te llamó a ti. Y, por favor, no estoy siendo corrompida por nada, ¿de acuerdo? Estoy... bien.
Roy alzó las cejas.
—De maravilla —ironizó. Natalie rodó los ojos.
Las voces que provinieron desde la sala de monitores los distrajeron de su charla. Dándose una mirada, abandonaron su lugar de entrenamiento para dirigirse hacia dónde se escuchaba la voz de Conner.
—...su teléfono está apagado.
—¿Qué ocurre? —Inquirió la pelinegra, atando su cabello en una coleta alta. Presentes, y con la preocupación en el rostro, estaban Dick y Dawn. Conner buscaba algo en los monitores.
—Hank desapareció —explicó Dick—. ¿Puedes agrandar la placa?
Conner asintió y las tecnologías de Bruce consiguieron agrandar la placa del taxi que se veía en la pantalla. Hank se subía en el.
—Hablamos en la cocina. Estaba todo bien. Le dije que bajara las revoluciones...
—¿Creen que fue a buscar a Jason solo? —Inquirió Roy.
Su pregunta quedó sin la posibilidad de una respuesta. Hank apareció en la sala, todos se alertaron al ver el estado en que llegaba el hombre. Dawn rápidamente se acercó a él, llamándolo con preocupación.
—¡Hank! ¿Qué pasó?
—Sáquenmelo —pidió desabrochándose la camisa, cayendo de rodillas al suelo. En su pecho, justo donde se encontraba el corazón, había un objeto incrustado. Natalie alzó las cejas y se acercó junto a su hermano.
—Dios mío... ¿Es una bomba? —Inquirió Dawn, revisando el objeto. Hank se quejó, y levantó su mirada hacia Natalie.
—Un regalo. De nuestro compañero Jason.
La pelinegra tragó saliva, apartó la mirada suplicante de Hank, sintiéndose mal por haber sido grosera con él antes en la sala.
—Qué bien, lo encontraron. —Gar entró junto a Kory. La sonrisa del peliverde se desvaneció al ver a todos con la expresión de pánico en el rostro.
Rápidamente trasladaron a Hank a la enfermería.
—¿Fuiste a hablar con Jason tú solo? —Reprochó Dawn, ayudándolo a ponerse sobre la camilla.
—Denme un trago de whisky y sáquenmelo.
—No lo toquemos hasta saber cómo funciona —sugirió Kory.
Natalie se alejó del resto, sintiendo un peso en su pecho. Estaba claro que Jason no estaba jugando, y lo que sea que fuese aquello que Hank tenía en el pecho, iba con la única intención de asesinarlo. Era como si estuviera buscando desamparar a los Titanes, destruirlos tal y como planeó Deathstroke.
Ella no podía soportarlo, no podía simplemente quedarse allí y cuestionarse cada movimiento qué realizaba Red Hood, se volvía una tortura eterna qué se negaba a soltarla. Natalie necesitaba respuestas, conocimiento.
Notando que el resto estaba concentrado en averiguar como desactivar el objeto, ella aprovechó para salir de la Baticueva y tomar su teléfono, al tiempo que recorría los pasillos de la Mansión Wayne hasta su habitación.
Se sorprendió al obtener la respuesta de aquel llamado casi al instante. Era como si supiera que iba a llamarlo.
—Hora y lugar —se apresuró a decir.
—Ven sola, o la fiesta se acaba, muñeca —advirtió él. Natalie tragó saliva al escuchar su voz.
No alcanzó a contestar cuando su teléfono sonó, y frente a la pantalla yacía la dirección y horario. Su estómago se revolvió, y sintió las manos comenzar a sudar.
Finalmente, a solas con Red Hood.
Jamás las horas habían pasado tan lentas cómo lo hicieron cuando Natalie debió esperar para emprender camino a la ubicación que Jason le había enviado. Se sentía nerviosa, no de la forma en que su corazón se aceleraba por el entusiasmo, o su energía parecía alzarse al punto de pensar con rapidez e imaginar miles de escenarios. No, no estaba nerviosa por ver al chico con el que saldría a una cita. Porque estaban lejos de encontrarse en esa posición.
Su traje se pegaba a su figura, mientras caminaba a paso firme hacia la construcción abandonada en que la había citado Red Hood.
El recuerdo de Hank con la bomba en el pecho pesó en su mente, un recordatorio constante de la oscura realidad que se enfrentaría. Tenía una mezcla de temor e incertidumbre. Ya que la última vez que vio a Jason, el muchacho salía de aquella casa a las fueras de Gotham con ideas erróneas en la cabeza.
—Estoy aquí. ¿Jason? —lo llamó, observando la inmensidad de la estructura. Un escalofrío bajó por su espina dorsal.
—Ya no soy Jason. —La voz distorsionada de Red Hood la hizo voltearse.
Red Hood emergió de la oscuridad, su presencia imponente contrasta con la angustia que Natalie siente en su interior. La pelinegra lo observó de pies a cabeza, con el corazón latiendo fuertemente. Detalló con su mirada el traje qué llevaba puesto, y la chaqueta roja que tenía encima.
Quiso ver sus expresiones, sus ojos, pero llevaba el casco puesto.
—¿Qué ocurrió contigo? —Su pregunta fue más bien un lamento. Se obligó a dar un paso atrás cuando lo vio avanzar hacia ella.
—Pides verme y no dejas que me acerque. Qué cruel, muñeca. —El corazón de la menor se aceleró al oír el apodo, incluso si ya no tenía el mismo significado de antes. Ella aún respondía de la misma manera.
—Quítate el casco, quiero saber qué eres tú y que no enviaste a alguno de los traficantes con los que te aliaste —retó, manteniendo la distancia. Necesitaba verlo, quizá, convencerse de que el causante de los últimos acontecimientos que tenía a los a Titanes con complicaciones era él. Tal vez, esperaba que una vez ese casco fuera quitado, Jason no estuviera bajo aquel nuevo traje y seudónimo.
Sin embargo, Jason así lo hizo. Se quitó el casco y reveló su rostro. Sus ojos azules la miraron con intensidad, algo de enojo, también. Natalie no fue capaz de decir palabra alguna. Quiso gritarle, interrogarlo, pedirle perdón por todo lo que pasaron en San Francisco... Estaba feliz de verlo vivo, pero, ¿valía la pena? El Jason que había conocido ya no estaba, y se acomplejaba al pensar en que nada sería como antes.
—¿Te quedaste sin palabras? ¿O esperabas más? —ironizó, alzando las cejas, viéndola con burla. —Estoy herido —fingió, con descaro, dejando su mano enguantada sobre su pecho. Luego regresó a su seriedad. —Supongo que estás aquí para pedirme qué desactive el detonador. O para saber si hubiera apretado el gatillo la otra noche —acertó. Natalie sintió el reconocido ardor en sus ojos, y el nudo en su garganta no le permitió siquiera susurrar palabra alguna. Entonces la mirada de Jason se suavizó por unos segundos. —Nunca te haría daño —declaró con sinceridad. Porque a pesar de todo, a pesar de que ella lleva el apellido Grayson, quién se encontraba frente a él era Natalie. Su Natalie. La chica que fue su pensamiento antes de morir y cuando regresó a la vida.
Ella humedeció sus labios y limpió las lágrimas de sus ojos. No quería ser vulnerable en esos momentos, quería respuestas.
—No lo entiendo... estabas muerto, Jason. Bruce vio tu cuerpo —murmuró, con el ceño fruncido. Su arco cayó al suelo. De todas maneras, no hubiera sido capaz de usarlo contra él.
—Robin murió —espetó, su voz ronca y baja, como si aquella información fuese únicamente para compartirla con ella. La pelinegra bajó la cabeza, y ante su descuido, Jason aprovechó para avanzar unos pasos y quedar frente a frente. Tampoco fue capaz de dar un paso atrás. Ambos, inconscientemente, necesitaban de la cercanía del otro.
—No te acerques... —murmuró—, por favor.
De reojo, Jason vio movimiento, y rápidamente se colocó el casco para esconderse entre los escombros. Natalie fue arrastrada con él. Su piel se erizó al ver que su mano se encontraba sobre el arma que tenía en su cinturón. La otra mano la tenía sobre la boca de Natalie, para que no emitiera ruido alguno, en caso de que la visita inesperada se tratara de alguna amenaza.
—Hice lo que pediste. ¡Jason! —La voz de Dawn apagó las alarmas. —Ahora es tú turno.
—No te muevas de aquí—. Natalie frunció el ceño ante la orden del chico. —A menos que quieras que sepan que estás viéndote a escondidas con el enemigo, muñeca. Es tú decisión.
—Deja de llamarme... —Su protesta no fue escuchada, debido a que Red Hood ya había salido del escondite para enfrentar a Dawn.
El corazón de Natalie amenazaba con salirse de su pecho. Con cuidado, decidió observar lo que pasaría a continuación.
—¿Y el desactivador? —Inquirió Dawn con desesperación.
—Frente a ti —le indicó, y la mujer buscó con la mirada hasta que encontró una caja roja de metal a unos cuantos metros de ella—. Estás perdiendo tiempo valioso.
Natalie se tensó de pies a cabeza al ver a Dawn sacar un arma de aquella caja.
—¿Qué es esto? —Cuestionó la mayor. Red Hood alzó el desactivador en una de sus manos. La pelinegra tragó saliva. Era una trampa.
—Tengo el desactivador como prometí. Se activa apenas mi pulgar suelte el gatillo —indicó. —Para salvar a Hank... —Jason reveló su rostro nuevamente—, todo lo que tienes que hacer es matarme.
—¿Qué sucedió contigo?
—Lo mismo que a todo el mundo. Maduré. Tú también puedes. Solo debes enfrentar tu miedo. Como Batman. Es más fácil de lo que crees. Jala el gatillo y sé libre.
—Eres un imbécil, Jason...
Él sonrió, burlándose de la desesperación que sentía la mujer frente a él. Como si la vida de Hank no valiera nada, como si todo aquello fuera un simple juego donde no habían más ganadores que él. Manipular a los Titanes, quebrarlos, parecía un reflejo de Deathstroke.
—Sí. Como todos, tarde o temprano. Pero, podemos seguir hablando de mí en otro momento. Hank explotara pronto —se burló, mostrando el desactivador. —Entonces, ¿A quién eliges, cariño? ¿A mí o a él?
—Tú hiciste esto, no yo.
El arma en las manos de Dawn apuntó a Jason, y cómo si de una conexión invisible se tratase, Natalie salió de su escondite al mismo tiempo en que lo hizo Nightwing.
La única diferencia era que estaban en lados opuestos. Natalie se puso frente a Jason, mientras que Dick estaba detrás de Dawn.
—¿Y a este quién lo invitó? —se quejó Jason, negando con la cabeza.
—¿Natalie? —La mirada de Dick se encontró con la de su hermana, y en cuanto vio el arma en las manos de Dawn, se abalanzó sobre esta para intentar arrebatársela de las manos. Eventualmente, el arma cayó al suelo, pero la mujer fue más rápida y consiguió tomarla de nuevo, apuntando, esta vez, a Natalie. —¡Dawn! ¡Basta! Esto es justo lo que él quiere.
—Pues le daré el gusto —dijo con firmeza. Jason tomó a Natalie del brazo y la puso detrás de él.
—Natalie, apártate de Jason —demandó Dick. Pero ella se quedó en su lugar. —Dawn, no quieres hacer esto, baja el arma.
—¡No me digas lo que quiero!
—Salvemos a Hank de otro modo —sugirió la pelinegra, alejándose de Jason. Tenía ambas manos en frente. —Baja el arma, ¿de acuerdo?
—Te está mintiendo —rezongó Jason. Natalie se giró y le dio un fuerte golpe en la nariz que lo hizo dar un paso atrás—. Auch.
Los hermanos Grayson se dieron una mirada.
—Dawn, ya casi lo logramos —avisó Dick. Natalie avanzó unos pasos.
—No puedo esperar más...
—No salvará a Hank. Te está mintiendo. Por favor, baja el arma —suplicó la pelinegra. Solo un paso más y podría tomar su arco.
—¡Oye! Batichica, Dawn es una mujer grande. Déjala decidir a ella —se quejó Jason, mirando a Natalie con el ceño fruncido.
—¡Dawn!
Natalie tomó su arco, pero Dawn ya había apretado el gatillo. En cuanto lo hizo, la cuenta regresiva del desactivador de Jason llegó a su final.
—Me equivoqué —rió el chico—. Parece que te di el detonador.
—No...
Era demasiado tarde.
Hank había muerto.
Jason lo había asesinado.
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