Capítulo treinta y nueve | VO
No creyó que entre todos los expedientes que dejó Gray encontrara el suyo. Sostenerlo en sus manos resultó más duro de lo que alguna vez imaginó. Con los dedos temblorosos, depositó el expediente sobre la mesa y lo abrió.
Leer su nombre le creó un aterrador nudo en la garganta. Parpadeó una serie de veces mientras leía la declaración de los cargos que años atrás la habían enviado a la cárcel. El recuerdo le sacudió las entrañas.
La sala seis olía a cenizas y a infierno. Sentada en la butaca de los acusados, con las manos cruzadas sobre la superficie de madera, Anna observó a Carter en el podio de los testigos. Nunca antes lo había visto vestido tan formal, con el traje gris oscuro y la corbata negra, como si estuviese arreglado para un funeral. Tenía las manos sobre los muslos. Podía ver como se tronaba los dedos, un gesto que hacía cuando estaba nervioso.
Y ella estaba a solo pasos de él, con el dolor aún en su cuerpo por los golpes del accidente y un par de bolsas negras rodeándole los ojos, un claro indicio de su agotamiento físico y emocional.
El abogado de la parte acusatoria la apuntó con el dedo mientras realizaba la última pregunta.
―Dijo que la acusada estaba sentada en el asiento del conductor.
Carter evitó mirarla. Se concentró únicamente en el abogado.
―Es cierto ―respondió.
―También dijo que la acusada participaría en la carrera clandestina, ¿no es así?
―Sí.
Anna cerró ambas manos en puños, se mordió los labios para evitar gritar y apartó la mirada de él. Un par de lágrimas cayeron sobre la superficie de madera.
El abogado sonrió ampliamente, exponiendo la dentadura de demonio.
―Ha quedado más que estipulado en cada evidencia presentada en esta corte que la acusada Anna Mary Mawson conducía el vehículo que impactó a la hija de mis clientes, una joven que estuvo allí por un simple error. Ahora, esta niña se debate entre la vida y la muerte.
Sintió ganas de vomitar. La angustia, el dolor y la desesperación le presionaban el pecho. Creyó que en cualquier momento moriría.
Observó a su madre por encima del hombro, sentada tras ella, tan cerca y tan lejos.
Dio un salto en el asiento cuando escuchó la voz del Juez Morgan.
―El jurado decidirá el tiempo que necesite para dictar un veredicto.
El hombre trajeado de la esquina se puso en pie, acomodándose los botones de su chaqueta.
―Su Señoría, el jurado no necesita tomar un receso para dictar dicho veredicto.
―Muy bien ―dijo el juez―. Que la acusada se ponga en pie.
El pánico se apoderó de ella y no pudo hacer otra cosa más que aferrarse a la mesa con desesperación. Comenzó a hiperventilar, a sudar, a temblar.
―Señorita Mawson ―rugió la voz del juez―. Póngase de pie.
Su abogado defensor la miró, amenazador.
―Tienes que ponerte de pie. Ya no hay nada más que hacer.
Presionó las manos contra la mesa para levantarse. No tenía fuerza en las piernas. Creyó que se caería en cualquier momento, así que tuvo que sostenerse con fuerza de la mesa.
―Elton Ozbirn, en representación del jurado, procederá a la lectura de la decisión.
Anna dedujo que se trataba del hombre trajeado que se había puesto de pie hace unos momentos. Lo que vio en sus ojos acabó por destruir la pequeña llama de esperanza.
No había forma de salir libre de aquella sala.
―Su Señoría. Luego de haber analizado las evidencias presentadas y de haber escuchado los testimonios, incluido el de la acusada, el jurado ha declarado a la señorita Anna Mary Mawson culpable, condenada a veinte años en prisión por los delitos...
La voz de ese hombre se sumergió en un profundo mar de oscuridad, ahogándose bajo las aguas de su desesperación, su miedo y su dolor. Le faltó fuerza en las piernas, así que tambaleó y cayó sentada sobre la incómoda silla de los acusados. Parpadeó violentamente un par de ocasiones, lastimándose los ojos, y ellos, cansados y débiles, dejaron escapar ese cúmulo de lágrimas que había intentado contener desde que esta pesadilla comenzó. Escuchó la voz de su madre tras ella, gritando improperios al demonio que continuaba sentado en el podio de testigos.
Finalizada la lectura de los cargos, dos guardias se acercaron a ella con un par de esposas cada uno. Observó como el metal brillante le enroscaba las muñecas. Sintió que pesaban como el demonio, pero el peso que llevaba en su alma era casi insoportable. La aflicción la estranguló por dentro. Solo quería dejarse caer y llorar, expulsar todo el agotamiento, el dolor, la frustración y desesperación que llevaba acumulando por días.
Lo miró por última vez antes de que los guardias la llevaran ¿Cómo podía mirarla así? Con tanta indiferencia, con tanta crueldad ¿A dónde se había ido el hombre dulce, el hombre que, a pesar de su mal genio, siempre se disculpaba con ella?
El hombre al que le había entregado toda su vida se había convertido en su peor enemigo, en su verdugo, en su demonio personal.
―Anna.
Su voz acudió a ella como un eco. Agitó la cabeza para concentrarse. Tenía ambas manos presionándole la cabeza. Su expediente, aún abierto frente a ella, tenía pequeñas gotitas que regaban la tinta. No se había percatado de que lloraba.
Charles depositó la bandeja en un espacio de la mesa y se le acercó.
―¿Qué sucede?
Anna encontró la dulzura de su mirada al girar su cabeza hacia él. Intentó sonreírle, pero aquel gesto parecía una mueca de dolor.
―¿Qué tienes, Anna? ―inquirió él, clavando la rodilla en el suelo para estar a su altura.
La calidez de sus dedos secaron las lágrimas que mojaban sus mejillas enrojecidas.
―¿Por qué lloras? ―su voz comenzaba a cargarse de preocupación.
Tenía que responderle o el pobre se volvería loco.
―Estoy bien ―susurró.
―No nací ayer, preciosa. Uno no llora por nada ―tomó una de sus pequeñas manos entre las suyas―. ¿Te estás sintiendo mal?
Ella movió la cabeza lentamente.
―Solo estaba leyendo ―suspiró―. Una historia de terror llamada «El día del juicio».
Charles alzó la cabeza en dirección a los papeles.
―¿Es tu record?
Anna soltó una amarga carcajada.
―Mi record. Podría sonar lindo, si no fuera porque este record es uno criminal.
Él se levantó violentamente y acomodó los papeles lejos de ella.
―¿Para qué lo miras, Anna? Pertenece al pasado.
Frustrada, señala con los brazos extendidos el resto de los documentos.
―No es lo que todos estos papeles dicen y definitivamente no es lo que tu amigo dice. Alguien que conocí quiere matarme.
―Es solo una teoría.
―No lo sé, Charles. Para mí todo suena muy lógico. Es solo que he tratado con tantas personas en mi vida que...yo....
Se cubrió el rostro con ambas manos.
―No puedo pensar en alguien concretamente. Ser corredor conlleva sacrificios. A diferencia de lo que muchos creen, esto es una profesión. Correr bien no es suficiente. No solo necesitas tener ciertos conocimientos. Tienes que ser paciente, resistir a la presión. Algunas veces tienes que ser rudo, ¿entiendes? Es un mundo de hombres. Si eres mujer y quieres que te tomen en serio tienes que ajustarte los pantalones y demostrarles que tienes talento en la pista. Así que, sí, posiblemente mi actitud no fuera del agrado de algunas personas, pero no puedo imaginar que algo tan absurdo como eso provocara el caos que se ha vuelto nuestras vidas.
Charles permaneció en silencio, mirándola.
―Tal vez el error lo estoy cometiendo yo ―continuó―. No quiero creer que existe un ser humano con el corazón tan negro para desearle la muerte a alguien.
Anna dejó caer las manos sobre la mesa. Pero nunca lo miró. Enfocó los ojos en sus dedos.
―Me da mucha vergüenza ―musitó apenas audible.
Charles frunció el ceño.
―¿Por qué sientes vergüenza?
Ella se mordió el labio con tanta fuerza que Charles temió que se lastimaría.
―Jamás te he hablado del juicio ―susurró―. Odio hablar de ese día. Se desata una guerra de sentimientos en mi pecho que me agotan.
Charles le dio un fuerte golpe en el muslo con la mano abierta.
―Entonces no hables de ello.
Anna le gruñó, golpeándolo con fuerza en el brazo.
―¡Eso dolió, Charles!
―Solo quiero que sepas que no tienes que contarme si eso te hace daño. No es justo que personas nobles tengan que sufrir por cosas de las que no son responsables.
Ella lo observó fijamente a los ojos y él pudo descubrir en ellos un brillo distinto al que haya visto antes.
―En realidad no soy tan noble ―susurró ella―. Es por eso que me siento avergonzada.
Anna se pasó la lengua por los labios con absurda lentitud.
―Inmediatamente me declararon culpable, dos oficiales procedieron a ponerme las esposas ―habló―. Yo no estaba bien. Me dolía todo el cuerpo por los golpes del accidente, mentalmente estaba hecha una mierda y emocionalmente estaba dependiendo de un hilo. Así que me traicioné. Mientras me ponían las esposas, giré mi cabeza y miré a Carter. Él seguía sentado en el podio de los testigos, en el mismo lugar donde le había dicho a todo el mundo que yo era la responsable del accidente.
Apartó la mirada de la suya al instante.
―Estaba tan herida en distintas formas. No podía comprender en qué momento se arruinó mi vida. Días antes estaba preparándome para una de mis carreras más importantes y después...solo...estaba allí, esposada y con una condena de veinte años sobre mis hombros. Pensé que me volvería loca. Así que lo miré muy fijamente a los ojos, llené mis pulmones de todo el aire que me fue posible y le grité cuanto deseaba que muriera. Quería que sufriera por todo lo que me obligaba a sufrir con su falso testimonio.
Suspiró profundamente. El calor se instaló en sus mejillas y sintió vergüenza de sí misma.
―Jamás había abrigado aquella sensación. Me recorrió una frialdad por todo el cuerpo, un choque de corriente en el corazón. No era yo misma. Estaba viendo como toda mi vida se escapaba de mis manos mientras él se reía. Me estaba volviendo loca, tanto así que de verdad deseé que muriera.
Ella volvió a hacer el mismo gesto: mover la cabeza hacia todos lados, pero nunca hacia él. Como si temiera encontrarse con un par de ojos que la juzguen.
―Bueno, Anna. El hombre te jugó sucio. Las acusaciones en tu contra eran muy serias. Además, arruinó tu carrera. También tu reputación.
―Eso no me da derecho a desearle la muerte a nadie, Charles.
―Tal vez, pero tampoco te vuelve un monstruo ¿Sabes cuantas veces en mi vida he dicho cosas que han sido basadas en sentimientos negativos? Son errores que comentemos. Somos humanos, Anna. Es normal. La situación por la que estabas atravesando habría aplastado a cualquiera. Pero aquí estás, en una sola pieza.
Anna movió la cabeza en su dirección hasta encontrar sus ojos. En una sola pieza. Una sola. No se había consideraron a sí misma como una sola pieza, sino muchas de ellas y muy pequeñas esparcidas en lugares difíciles de alcanzar.
Mientras le miraba los brillantes ojos azules, recordó la casa de campo donde la había llevado. Allí, donde habían hecho el amor por primera vez. Recordó la confesión que le había hecho.
«Me dejó rota, se recordó decir. Destruida en pedazos tan pequeños que no pueden ser recogidos.»
Sin embargo, allí estaba ella, con él. En una sola pieza, entera. A salvo. Completamente sana y curada, con cada pedazo de su corazón roto de vuelta en su lugar.
―Te amo, Charles.
Él enarcó una ceja, sorprendido por el drástico cambio de conversación, al mismo tiempo que sonreía, enternecido por sus palabras.
―Sabes que yo a ti.
Anna le devolvió la sonrisa.
―Lo sé.
―Bueno, suficiente de cursilerías ―se puso de pie―. Mañana es 25 de septiembre. Ve a ponerte algo abrigado que iremos a comprar lo necesario para celebrar esos 25 años en grande.
―Pensé que lo haríamos con cualquier cosa que encontráramos en la casa.
―Nada de eso, señorita. Tu primer cumpleaños conmigo no pasará desapercibido. Ve arriba y cámbiate.
Anna ni siquiera se había percatado de que estaba listo para salir hasta que lo vio condiciendo su nuevo auto, usando por primera vez en más de un mes una de sus chaquetas de cuero y vaqueros. No tenía una sola gota de príncipe. Solo era un hombre joven que sale a dar una vuelta con su novia.
La sencillez de ese hecho la hizo sonreír.
―¿Qué tanto piensas decorar? ―le preguntó él―. Es un salón bastante amplio. Creo que podrías comprar todo lo que veas y aun así no sería suficiente.
―Lo primero que quiero poner son cortinas. La casa entera está forrada por los ventanales de cristal. Siento que no tenemos privacidad.
―Muy bien. Continúa.
―Deberíamos comprar cubiertos, platos y vasos de plástico. Es mucho mejor. Solo tendríamos que desecharlos y problema resuelto. Debo llamar a Peete. Él se hará cargo de la comida y del pastel, pero no sé si necesite algo.
―Podríamos mover la mesa del comedor hacia el salón. O utilizar la que está en el comedor de la segunda planta.
―Creo que la mesa de la segunda planta es mejor. Casi no la usamos.
―De todas maneras necesitamos otra mesa. Para los regalos.
Anna lo fulminó con la mirada.
―Dije que nada de regalos.
―No significa que te haré caso. Además, admitamos una cosa. Si yo no te hago caso, tu familia menos. Así que prepárate para pasar un rato agradable desenvolviendo regalos.
Ella puso los ojos en blanco.
―Necesitamos una mesa para el pastel ―puntualizó él―. ¿Pondremos la comida directamente en la mesa o la tendremos en otro lado?
―Estamos planeando usar muchas mesas.
―Allí caben muchas, descuida.
―No, no. Quiero decir. Tendremos una mesa para el pastel. Esa es necesaria.
―Y la de los regalos. Es muy, muy necesaria.
―Qué remedio.
―¿Sabes una cosa? Olvida las mesas. Yo me ocuparé de ellas. Continuemos con la decoración.
―Creo que se vería bonito poner algunos globos. Serpentina, manteles. Quiero ver mucho color. Necesitamos algo alegre. Aunque lo más importante, lo que definitivamente no puede faltar, es la comida. Quiero ver mucha comida. Subiré un par de kilos, pero valdrá la pena.
―Quiero saber de dónde sacas tanto estómago. No paras de comer.
―Me gusta comer.
―A mí también, pero no me devoro todo lo que encuentro.
―Si criticas ahora todo lo que como, no me quiero imaginar cómo será cuando esté embarazada.
Charles presionó con fuerza el freno, haciendo chirriar a los neumáticos. Anna presionó ambas manos contra el salpicadero para evitar un golpe. Se apartó el pelo que le caía sobre el rostro para mirarlo. Le martillaba el corazón. Apenas recobró el aliento, soltó una maldición mientras se frotaba las manos.
―¿TE HAS VUELTO LOCO? ―chilló―. ¡PODRÍAS HABERNOS OCASIONADO UN ACCIDENTE!
Ella dejó de gritar cuando observó la manera en que sostenía el volante con ambas manos.
―¿Charles? ―lo llamó.
Él se pasó la lengua por los labios.
―Anna ―masculló―. No siempre hemos usado protección durante el sexo.
―Eso ya lo sé.
Se acomodó en el asiento, esperando que el auto comenzara a moverse en cualquier momento.
Pero no ocurrió nada.
―¿Qué no te das cuenta? ―lo vio mover la cabeza hacia ella, así que imitó el gesto―. ¿No encuentras extraño ese apetito tuyo?
―Charles, no tiene nada de malo comer ¿A quién no le gusta hacerlo?
―Sigue mi lógica, Anna. No puedo contar cuantas veces no hemos usado protección.
La comprensión la abofeteó con fuerza.
―No estarás pensando que estoy embarazada, ¿verdad? ―chilló, aferrándose del asiento como si acabaran de amenazarla con abrir la puerta y bajarla del auto para abandonarla en medio de la nada.
―No, bueno...no lo sé.
―Me hicieron pruebas después del accidente. También el día de la gala. Si estuviera embarazada, ¿no...no nos habrían dicho?
La tensión en su rostro disminuyó un poco.
―Tienes razón.
Ella asintió, más para sí misma que para él.
Pasó un largo minuto antes de que el auto emprendiera su marcha. Mientras él conducía, Anna observaba con la mirada perdida por la ventanilla como todo a su alrededor se movía a prisa. Solo quería olvidar su reacción. Quería olvidar esa atemorizante forma en que había pisado el freno y como le había intentado expresar su duda. Como si un bebé en este momento fuera lo peor que podría pasarle.
Desde luego, era muy pronto. Demasiado pronto. Pero había sido él quien expresara en primer lugar el deseo por tener hijos con ella ¿Entonces por qué su reacción? Seguramente no se había planteado esa posibilidad tan pronto.
Se frotó la cabeza para aliviar el indicio del dolor. No podía con tanto sobresalto. Sus nervios estaban tan sensibles que cualquier insignificante alteración en su entorno podía alterarla.
―Lo siento, Anna ―lo oyó decir―. Por lo del frenazo y por asustarte.
¿Cómo se había percatado él de aquello?
―Solo que no lo había pensado, ¿está bien? Dije que quiero tener hijos contigo y lo sostengo, pero no es el momento ¿No te parece?
Ella asintió, pero mentalmente se reprendió por recordar que probablemente no puede verla. No mientras tuviese la mirada fija en la carretera.
―No me asusté ―musitó.
―Gritaste cuando frené. Te espantaste.
Nerviosa, se pasó la lengua por los labios.
―Pienso que tener un hijo en este momento es precipitar demasiado las cosas ―continuó―. Aún lidio con muchas cosas. Mi padre aún está enfermo, yo estoy sustituyéndole, mi prometida está...bueno. Está muy guapa, pero ese no es el asunto peligroso.
Anna soltó una carcajada.
―Es solo que no estoy listo. No estoy listo para mi propia familia. Hasta hace unos meses ni siquiera había pensado en tener una. Ahora debo organizar mis planes a futuro, porque la corona no me producía interés, así como el matrimonio, pero las cosas han cambiado. Quiero que demos los pasos correctos en los momentos apropiados. Ya cometimos la locura de comprometernos a dos meses de habernos conocido, decisión de la que no desisto, pero si vamos a formar una vida juntos, tenemos que asegurarnos de construir cimientos fuertes.
Anna se las arregló para alcanzar una de sus manos posicionadas sobre el volante, entrelazar los dedos con los suyos y apretarlos.
―Eres otro Charles, distinto al que conocí hace dos meses, pero de alguna manera continuas siendo el mismo.
―Charles Queen Versión Mejorada, a su servicio. Pague por el primero y el segundo será gratuito ―se burló.
Ella sintió una avasalladora sensación de alegría y amor cuando él giró rápidamente la cabeza y la inclinó para presionarle los labios contra los suyos. Soltó una carcajada, golpeándolo en el brazo y empujándolo de vuelta a su asiento.
―Concéntrese en el camino, Su Excelencia.
―Pensé que dirías algo como lo dicho en tu taxi cuando nos conocimos. Tal vez un «procure no masturbarse en mi taxi». Te seré muy sincero: sigo prefiriendo la idea de usar tus manos.
―¡CHARLES! ―gritó alarmada, presionándose las manos contra las enrojecidas mejillas.
―Vamos, Anna. Estamos a solas. Nadie nos escucha.
―¡ESCÚCHAME BIEN, PRINCIPITO! ¡NO USARÁS MIS MANOS PARA NINGUNA COSA!
―Necesitas relajarte un poco, sobretodo tú, la chica de los comentarios sexuales.
―¡Tú también los haces!
―No. Recuerda: yo preparo, apunto y tiro.
La carcajada de Charles sacudió el interior del vehículo.
―Tenemos muchas anécdotas en solo dos meses ―sonrió él en su dirección―. Cuando los dos tengamos el cabello canoso, tomando el té en una tarde fría, recordaremos todas esas absurdeces que hicimos juntos y nos daremos cuenta que tuvimos una buena vida.
Anna saboreó la imagen de un Charles con el cabello gris, sosteniéndole la mano mientras compartía con ella la maravillosa colección de recuerdos se una maravillosa vida juntos. El resto del viaje transcurrió entre broma y broma, deleitándose uno de la compañía del otro.
________________________________
Me disculpo si lo encuentran corto (inconformes, ah), pero como les vengo diciendo estoy muy llena con la universidad. Ya me falta poco. Estoy en los últimos días y los trabajos no paran. Espero estar libre de esta prisión educativa antes de mediados de mayo. Mucho lof (?)
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro