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Capítulo 62

Perla y Dorotea tenían ambas una habitación en la mansión, nuevos vestidos y accesorios. Desde ahora ellas ya no regresarían a la Ciudad del Puerto, sino que vivirían de manera permanente con los Fortunato.

Las amigas estaban en el salón Rosales, bebiendo té y charlando de lo que había ocurrido en Ciudad del Puerto desde que fueron sacados a la fuerza y abandonaron esa vida.

— Luis envió una carta y una buena suma de dinero a Ofelia para las lobas y otra cantidad para la iglesia del padre Máximo

— Víctor — Corrige Amelia

— Eso... Víctor, aún me es difícil llamarlo por su nombre verdadero — dice Perla.

— Para mí también es difícil llamarlos de distinta manera, pero ya pronto cambiaremos esa costumbre — comenta Dorotea.

— No hay problema... por favor Perla, continúa

— En la carta decía que quienes deseen vivir tranquilamente en la Capital con ustedes, serían bien recibidas. Ofelia lo dijo esto en un almuerzo, pero todas le tenemos estimas y no querían abandonarla.

— Y tú, ¿por qué estás aquí? — pregunta Amelia con una ligera risita.

— Porque entre ser loba o una mujer mantenida, no era difícil la decisión — Perla ríe — Vine aquí para estar contigo, esa fue la verdad... eres mi amiga y mi única familia

— A mí su señor esposo solo me envió un boleto en barco y decía que me necesitaban, que deje de trabajar y que ya era tiempo de descansar — dice Dorotea.

— Es verdad Dorotea, ahora ya no será necesario que siga trabajando, esta es su casa y pude hacer lo que desee— Amelia toma la mano de la anciana y se la acaricia con ternura.

— Muchas gracias niña

— Lo que necesiten ambas, por favor háganos saber

***

Los Fortunato fueron invitados a una fiesta de la alta sociedad. Agustín no deseaba ir, pero Víctor insistía en que debía de presentarse por el bien de los negocios.

Esta sería la primera fiesta de sociedad de Amelia, como esposa de un Fortunato.

Durante el camino de ida a la fiesta, Agustín le insistía al joven matrimonio que no lo dejaran solo.

— Ay, papá, ya eres un hombre maduro como para que estés acompañado — responde con sarcasmo Víctor, mientras se dirigían a la fiesta en el carruaje.

— No hablo contigo, se lo digo a mi nuera — dice Agustín molesto.

— Claro don Agustín, me quedaré con usted — Amelia le da una sonrisa cálida a su suegro.

— Nada de eso... mi esposa se queda conmigo

— No quiero que me vuelvan a presentar señoritas, ya es bastante agotador tener que ir a la casa de esos hombres a escuchar como sus hijas tocan el piano o cantan — alega con cansancio Agustín.

— No se preocupe don Agustín, estaremos cerca de usted

— Claro que no, lo primero que haremos es alejarnos de ti

— Pero Víctor, qué malo eres... tu padre está agobiado con eso, ya te lo ha dicho — regaña Amelia a su esposo.

— Déjalo Amelia, a mi hijo se le ha hecho costumbre fastidiarme

— No es fastidiarte padre... pero eso mismo hiciste conmigo, me comprometiste olvidando tu propia historia. Así que no sientas lástima por él Amelia... él fue el culpable de tener que fugarnos, así que es un justo castigo.

— Escucharte hablar, es como volver a oír a Mercedes, se parecen tanto... siempre tengo que ser castigado por mis errores — Agustín da un suspiro cansado.

— Así es... mejor ahora en vida que tener remordimientos el día de tu muerte — vuelve a reír Víctor.

— Aun así, no se preocupe don Agustín, me quedaré a su lado para evitar que le presenten más señoritas

— A mí más lástima me da esas mujeres que le obligan a saludarlo, qué niña va a querer casarse con este viejo feo... ja, ja, ja.

Llegando a la fiesta inmediatamente fueron recibidos por miembros del Club de Caballeros. Todos estaban expectantes de la hermosa joven que acompañaba al hijo Fortunato y los rumores comenzaron a correr.

Víctor Había ido por unas bebidas para llevarle a Amelia, cuando se le acerca uno de los miembros del club de caballeros que fue a hacer lo mismo que él.

— Usted tiene una percepción de la belleza muy extraña — comenta el hombre alto con expresión sombría, que ya recordaba Víctor que, era el juez.

— ¿Señor?

— Nos dijo que su esposa era horrenda y que deseaba deshacerse pronto de ella... pero aparece acompañado de esa hermosa mujer y el tiempo corre, no vemos una intención real de querer terminar ese matrimonio.

— Solo siento lástima por ella.

Víctor no esperaba que estos hombres estuvieran tan interesados en su situación.

— Esperamos que así sea, no queremos creer que todo lo que nos ha dicho sea una mentira... eso sería una lástima para ustedes y para nosotros. Con su permiso — Se despide de manera cortés pero amenazante aquel hombre.

Víctor regresa pensativo, quizás no era buena idea traer a Amelia a estos eventos, temía por ella que esos hombres puedan lastimarla, pero a su vez no quería ocultarla, no entendía por qué no debía de presentar a su esposa y decir que lo era a la sociedad.

Cuando regresa, ve a Amelia y a su padre hablando con un grupo de mujeres.

— Gracias por el jugo — Amelia recibe el vaso que le entrega Víctor.

— Señor Víctor... no conocíamos a su encantadora esposa, una dama tan distinguida debe de acompañarnos en nuestras tardes a tomar el té — Comenta una dama que era esposa de uno de los inversionistas.

— Debe venir con nosotras señora Amelia y compartir los chismes de la sociedad — comenta otra mujer de edad avanzada.

— Ella está muy ocupada últimamente, será en otra ocasión — termina diciendo Víctor.

— Cuando pueda, no es necesario que sea mañana — Sigue ingiriendo la dama.

— Dele permiso a su esposa para que se una a nosotras — insiste otra de las mujeres.

— Ella como una Fortunato debe tener una vida en sociedad — asegura la mujer de mayor edad.

— Es para mí una gran alegría que me inviten, estaré encantada de ir — concluye Amelia con una sonrisa.

— Entonces la estaremos esperando

Las damas dan una reverencia y comienzan a alejarse.

Víctor toma del brazo a Amelia y le habla entre dientes.

— Querida, debo hablar con usted

— Amelia se encuentra muy bien aquí acompañando a su suegro — dice Agustín tomando el otro brazo de su nuera

— Ya papá, consígase una esposa y no fastidie a la mía

Víctor arrastra a Amelia a un lugar más privado, viendo cómo inmediatamente su padre es rodeado por los mismos hombres que insistían en invitaciones para acercar a sus hijas a un compromiso y la mirada de reproche que le lanza su padre por haberlo dejado con esa gente.

— Víctor... tu padre nos pidió que no lo dejáramos con esa gente

— No me preocupa él, me preocupas tú

— ¿Por qué dices eso?

— Esas mujeres son venenosas, solo te invitan para saber de nosotros y ampliar sus chismes, saben que eres de origen humilde, tratarán de humillarte y burlarse de ti.

— Pero recuerdo que tu madre acudía a esas tardes de té y que organizaban beneficencias. Las damas más distinguidas son invitadas, tú dijiste que yo podría ser una dama de alta sociedad... déjame serlo

Víctor veía tan esperanzada a Amelia que, de seguir negándose, solo pensaría que es él quien la discrimina por su origen.

— Está bien... pero si ocurre algo o no te sientes cómoda, quiero que dejes de acudir ¿De acuerdo?

— Sí... así lo haré. Ahora vamos a sacar a tu padre de ahí, nos ha estado mirando pidiendo ayuda.

— Déjalo ahí... vamos a bailar.

Víctor toma a Amelia y la lleva a la pista para unirse al siguiente baile. Ya su esposa había practicado y sabía cómo bailar esas melodías de pasos tan complicados y coordinados.

***

Amelia acudió un viernes por la tarde a la reunión de damas de alta sociedad. Quería que Víctor se sintiera orgulloso de ella, de poder ingresar en su mundo y que su origen humilde no sea un impedimento.

— Señoras, les presento a la Señora Fortunato — anuncia una mujer refinada.

— Buenas tardes. He traído unos pastelillos para el té — sonríe Amelia. Celenia le dijo que, para estas reuniones, Mercedes siempre llevaba algo para compartir, así que preparó pastelillos de limón.

— Un real placer, señora — saluda una mujer de manera agradable

— Tome asiento por favor — invita otra dama que tenía un gran vestido color caoba.

Amelia se sintió muy cómoda los primeros 30 minutos con esas mujeres, pero de a poco comenzaron a sacar comentarios despectivos sobre mujeres de origen humilde que, cazaban hombres que tendrían una gran herencia y pronto los comentarios se volvieron en contra de Amelia de forma descarada.

— Señora Fortunato, ¿conoce la ópera?

— No he tenido oportunidad de ir — dice Amelia con la cabeza gacha.

— Por supuesto que no, su esposo debe considerar que a usted no le gustará

— Las mujeres como usted solo están acostumbradas a los cantos campesinos de labranza.

— Exacto, para qué malgastar el tiempo en ver algo tan bello con alguien que no sabe apreciarlo.

— Es que he estado muy ocupada, mi esposo me ha encomendado algunas tareas como terrateniente — se justifica Amelia tratando de no demostrar que esos comentarios le molestaban.

— A si... eso debe hacer para que se mantenga ocupada y no tenga que llevarla a más eventos para no dejarlo en vergüenza delante de distinguidos caballeros... la falta de clase se hace notar

— No hay nada que desagrade más que una mujer boba que no sabe cómo hablar o que no sabe lo que es la etiqueta.

— Se dice que secuestraron a don Víctor y lo obligaron a casarse con usted, así que no se sienta mal por ser corriente.

Amelia estaba molesta, pero ya Víctor le había advertido lo que ocurriría y no dejaría que estas mujeres le ganaran... debía demostrar que ella podía ser también una señora digna de su posición.

— Señora Fortunato, ¿podría servirnos el té? — solicita la anfitriona de esa casa

— Usted tiene sirvientas que lo hacen — dice Amelia de malhumor.

— Pero es un gran honor para una invitada hacer este servicio, si la dueña de la casa se lo solicita — comenta una de las damas con tono casual.

— ¿Acaso no sabía eso mi distinguida señora?, es algo básico en etiqueta — menciona una mujer de mayor edad.

— No se preocupe, era lógico que no lo supiera, espero que no se sienta ofendida — le calma la anfitriona.

— Oh no, es que no lo sabía... serviré el té — responde rápidamente Amelia y se levanta para comenzar a servir en las tazas. Cuando levanta la mirada, ve a una sirvienta que le hace una negativa con la cabeza en forma de lástima y comienza a escuchar lo que esas mujeres hablaban susurrando y reían tras de ella.

— Se nota que es una sirvienta, se cree todo lo que uno le dice

— Pobre tonta, pero es bueno seguir teniéndola con nosotras, podemos manipularla para que entregue fuerte sumas de dinero.

— Pero su esposo no la dejará gastar tanto.

— Mejor para nosotras, así se cansa de ella y le da final a ese matrimonio tan deshonroso.

Amelia se sentía pésimo por los comentarios de esas mujeres y su ánimo también fue afectado, pero no quería que su esposo notara un cambio en ella.

Los siguientes días, Amelia actuaba como de costumbre, pero no dejaría de ir a los encuentros de esas mujeres, ya que estaba decidida a abrirse camino en este mundo de apariencias del cual ahora pertenecía.

— Estas absortas en tus pensamientos querida — comenta Víctor

— Ah... no, yo solo estaba recordando algo — responde Amelia, parpadeando al regresar de sus pensamientos.

— Mi padre te preguntó si te ha gustado la ciudad de San Fermín

— Sí... claro que si don Agustín, perdón por no responder — dice Amelia apresuradamente mirando a su suegro que se encontraba al otro lado de la mesa.

— No te preocupes... te decía que pueden viajar cuando sean los festivales, eso te gustará — vuelve a decir Agustín.

— Sí... de seguro será algo maravilloso — Amelia se sirve una galleta que la sumerge en el té.

Se encontraban los Fortunato bebiendo el té en el jardín de la mansión de don Agustín, después de que los varones dejaron de trabajar en las finanzas. Entre ambos avanzaron bastante en su labor, como para tener días libres en la próxima semana.

— Querida, no es por asustarte... pero una abeja está rondando tu cabello

— Oh Víctor, no seas molesto... quieres que haga el ridículo delante de tu padre para tratar de sacarla, además que no le escucho revolotear.

— No, Amelia, realmente tienes una abeja en el cabello — aseguraba Agustín mirando por encima de la cabeza de su nuera.

Celenia se acerca con un paño

— Permítame retirársela

Amelia comienza a agitar los brazos para sacarla y se levanta de la mesa.

Los sirvientes, Celenia y Agustín comienzan a reír cuando ven que Amelia arrancaba de la abeja que ya se había ido y Víctor corría tras de ella, supuestamente para ayudarla, pero la perseguía con una rama de maleza parecida a una espiga, para pasarla por su cuello y que siguiera corriendo en círculos, creyendo que la abeja estaba aún ahí. Todos explotan en carcajadas, cuando Amelia descubre lo que estaba haciendo Víctor y le arrebata la hierba de la mano y lo golpea con esta.

Agustín, mientras miraba la cómica escena, gira la cabeza y ve a Celenia reír junto con las sirvientas que estaban de pie, al lado de la mesa del servicio. Pronto su risa desaparece y baja la mirada mientras meditaba. Su hijo podía jugar de manera despreocupada con su esposa delante de todos, pero él, nunca podría hacer eso con Celenia, ya que nunca podría ser ella su esposa, nunca ser vistos juntos. Ambos siempre sería el señor y ella el ama de llaves que, ocasionalmente concurría a su habitación, pero que nunca despertaba con él por las mañanas.

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