Carlos
Miré el tráfico que pasaba por delante de mi auto, me encontraba estacionado en un semáforo hace poco más de diez minutos, y hacía cinco que este cambió a luz verde. Los autos de atrás hacían sonar su claxon para que espabilara y les diera paso, cosa que no tenía pensado hacer. No había ninguna razón lógica que mi cerebro pudiera registrar por la que haya puesto la vida de Marla en peligro, bueno sí, por idiota, por no saber cerrar mis pantalones antes de cometer una estupidez. Si mi hermano Austin estuviera vivo, seguro me hubiera recriminado el hecho de haberme involucrado con la hija de un objetivo.
Mis pensamientos son interrumpidos por el molesto pitido de mi teléfono. Creía haber puesto esa mierda en silencio. Lo tomé entre mis manos con asco, todo en mi me causaba asco, repulsión. Observé el número que se reflejaba en la pantalla; un desconocido, genial, lo que me faltaba.
- ¿Qué quiere? -dije de mala leche.
Podía sentir el suspiro de alguien detrás de la línea, pero nadie hablaba.
-Dime que quieres de una puta vez, Crawford -volví a repetir.
- ¿Señor Pierce, es usted? -finalmente se filtró la voz de un hombre y esto hizo que mi cuerpo se tensara.
-Sí, soy yo, ¿Quién diablos habla? -pregunté un poco irritable ante el hecho de estar perdiendo el tiempo de aquella manera.
-Señor, mi nombre es Miles Mahoney y lo llamo porque la señorita Marla Collier me lo ha pedido -susurró él.
- ¿Qué? ¿Dónde está Marla? Rece porque ella se encuentre bien de lo contrario es hombre muerto señor Miles o como sea que se haga llamar -lo amenacé.
-Ella está bien, descuide. Me ha pedido que lo localizara, he de decirle que solo me ha proporcionado su nombre y donde trabaja justo antes de desmayarse.
¿Desmayo? Oh por Dios.
- ¿Dónde está? -me incorporé dentro del auto y volví a encender el motor.
Sentí suspirar al hombre, casi podía sentir su respiración desde mi posición.
-Estamos en el Hilton Garden, pregunte por Miles Mahoney, el dueño -murmuró. El hotel, pensé para mis adentros, estaba en el mejor hotel de Staten Island.
-Perfecto, en media hora estoy ahí.
Colgué el teléfono y puse en marcha el auto. Aceleré todo lo que el motor era capaz de aguantar. La sangre me hervía de solo pensar en Míster Crawford y todo lo que pensaba cobrarle cuando pusiera a Marla y al señor Cooper a salvo. Por supuesto que no se escaparía de mí.
Veinte minutos después ya salía del coche a toda velocidad cerrando de un portazo la puerta. Las llamas de mi pasado continuaban actuales en mi presente y mi futuro, pero procuré no prestarles mucha atención en ese momento. Entré en el edificio y la recepcionista me miró de los pies a la cabeza mientras una sonrisa pervertida se dibujaba en sus labios. Me acerqué hasta ella buscando indicaciones.
-Buenas noches, el señor Miles Mahoney, tiene algo muy importante que me pertenece -dije con total seguridad y muy dispuesto a cualquier cosa con tal de ver a Marla y llevarla conmigo.
-Buenas noches, el señor Mahoney no recibe visitas a esta hora, pero usted dice que tiene algo de su propiedad, aunque claro, con semejante cuerpo hasta yo quisiera ser de su propiedad -tomó una tarjeta de su escritorio y me la ofreció con descaro, no la tomé, pero la observé de reojo y en ella se encontraba su nombre y un número de teléfono en letras doradas a relieve -. Imagino que no es casado, puesto que no lleva anillo de matrimonio.
- ¿El señor Miles baja ahora o debo subir yo?
Estaba comenzando a perder la paciencia con esta mujer.
-Imagino que un hombre de su calibre jamás duerma solo, debe tener muchísimas pretendientes.
-Estoy completamente enamorado de una mujer, nunca jugaría con ella de esa manera. ¿Viene Miles o no? -seguía insistiendo.
-Ya... pero usted puede tener las mujeres que desee y ella no tiene por qué enterarse, yo soy una tumba -me guiño un ojo mientras hacia un gesto de silencio con su dedo que lo único que logro fue irritarme mucho más.
-A la tumba la voy a llevar yo si continúa coqueteando conmigo en vez de hacer su trabajo.
La chica abrió los ojos de par en par, a pasmada ante mi comentario tan sutil y fuera de lugar. Que haga la prueba para demostrarle de lo que soy capaz.
-Por aquí, señor Pierce -para mi suerte apareció Miles Mahoney, librándome de aquella rubia insoportable -. Disculpe a la recepcionista, suele coquetear de esa forma con nuestros huéspedes de alta posición.
-Sí, ya me di cuenta, debería despedirla.
-Vale, venga conmigo, la señorita Marla se encuentra descansando en la habitación 921.
El tipo me condujo por un largo pasillo del tercer piso hasta llegar a una magnifica habitación de hotel con sabanas de seda y cama de dosel. Todo en ella parecía idílico. Una Marla dormida descansaba sobre el centro de la cama y el corazón me dio un vuelco en el pecho al verla allí tan vulnerable.
-Los dejo a solas-dice el tal Miles, saliendo por la puerta de la habitación y perdiéndose de mi campo de visión.
Aspiré unas cuantas veces antes de atreverme a acercarme a ella en la cama. Lentamente me acerqué a Marla y con delicadeza deslizo la yema de mis dedos por su tersa piel blanca, un gesto que hizo que se despertara asustada e hiperventilando. Durante varios segundos ninguno de los dos es capaz de emitir palabra alguna, aunque su mirada de dolor me indicaba que no estaba preparada para mantener una conversación conmigo, pero se la debía.
- ¿Haz terminado de acabar con la vida de alguien ya? -traté de ignorar su pregunta sarcástica.
-Marla...
-Eres un monstruo, Carlos, ¿o debería de llamarte Connor? Ya no estoy segura de quien eres. -Me sostuvo la mirada y ni siquiera podía evitar, por primera vez en toda mi vida, sentir culpa.
-Carlos, mi nombre es Carlos, Connor me recuerda a una época de mi vida que estoy intentando olvidar -sentencié con pesar -. ¿Estás bien? -me atreví a preguntarle mientras la revisaba con los ojos sin tocarla, no quería entrar en confrontación con ella.
-Mejor de lo que hubiera estado si no llego a escapar. Te desconozco. -Murmuró con voz de lastima y enseguida el sentimiento de culpa inundo toda mi mente.
-Lo siento, de ningún modo fue mi intención ponerte en esta situación, jamás, antes prefiero que me maten a mí. Marla... -tomé su mano y comencé a acariciarla, para mi sorpresa ella se dejó sin mostrar fuerza -, vámonos de aquí, tenemos mucho de lo que hablar.
No se lo pedí, fue más una exigencia. Ella asintió con la cabeza y comenzó a levantarse de la amplia cama, en el proceso uno de sus pies falló y observé que lo tenía lastimado, impidiéndole caminar. Enseguida la tomé en mis brazos y la llevé hacia el auto. Ella me miraba de reojo son atreverse a alzar su mirada y centrarla en mí, y por supuesto que no podía culparla por semejante muestra de infantilidad.
-Que sepas que no estamos en buenos términos, no creas que por llevarme en brazos voy a olvidarme de todo -replicó, utilizando un tono mucho más duro que cualquier otra cosa que me haya dicho antes.
-Ya lo veremos, Marla.
Esa misma noche, más tarde...
Durante varios segundos nos habíamos quedado en silencio. Entramos en mi casa por el ascensor de servicio del parqueo, no era necesario que mis entrometidos vecinos fueran participes de mis problemas, ellas eran capaces de llamar a la policía pensando que estaba secuestrando a una chica joven.
Entré con ella todavía en brazos y lo primero que hice fue depositarla con delicadeza sobre mi enorme cama King Size Baldacchino Supreme. Preocupado por las heridas que mostraba a simple vista, me dirigí hacia el baño en busca de mi botiquín de primeros auxilios. Cuando regresé Marla se encontraba sentada en una esquina de la cama mirando con lujo de detalles todo a su alrededor. Avancé unos cuantos pasos más hasta posicionarme frente a ella, a lo que Marla levantó su mirada de la cama y la posó en mis ojos.
-No quiero saber todo el dinero que cobras por acabar con la vida de alguien si te puedes permitir una cama bañada en oro -sus palabras me sacudieron con fuerza.
-No está bañada en oro, solo son algunos adornos de 2 quilates -dije, no con orgullo sino con resignación.
Dejó escapar un suspiro y un gruñido de exasperación a la misma vez. Mi comentario no pretendía sonar tan creído, tan solo había sido con fines de conocimiento. Decidí dar ese tema por zanjado.
-Extiende la pierna hacia mí, voy a curarte la rodilla -exigí con cara de remordimiento y vergüenza. Su mirada se oscureció y me contemplaba fijamente durante lo que me pareció toda una eternidad.
-Desde el minuto uno en que descubrí toda tu mierda dejaste de ser una persona en la que pueda confiar mi integridad física -dijo en voz baja mientras sus lágrimas comenzaban a caer por sus mejillas sonrosadas.
-Tienes que saber que nunca he querido hacerte daño, Marla -le expliqué, encerrando su rostro entre mis manos y usando mis pulgares para secar sus lágrimas -. Tú eres la persona más importante para mí.
-No, yo ya no estoy segura de eso -niega con la cabeza -. Realmente no sé quién diablos eres.
-Soy yo, Carlos, el mismo de siempre. Conoces más cosas de mí que cualquier otra persona en este mundo.
Tomé el botiquín y extraje de su interior unas pinzas con algodón, mojé el algodón con un poco de alcohol y comienzo a desinfectarle la herida de su rodilla y las múltiples que dibujaban su cara y su hombro. Me dolía en el alma verla tan magullada por mi causa, yo tenía que estar en su lugar y no ella. Marla solo me observaba con cautela.
- ¿Por qué lo haces? ¿Por qué acabar con la vida de personas inocentes? -me preguntó de golpe, haciendo que tratara de ignorar su comentario.
-No eran personas inocentes -de todo lo que preguntó fue lo único que logré responder.
- ¿Y tú quién eres para decidir quién es inocente y quién no? No eres dios -replicó enojada.
-Marla, esas personas eran pedófilas, abusaban sexualmente de niños inocentes y se escondían bajo su alto cargo, para nada eran inocentes -revelé, tratando de hacerla entrar en razón y que dejara de juzgarme sin saber lo que se encontraba detrás de todo aquello.
-Eres un puto asesino, ¿crees que me voy a quedar de brazos cruzados teniendo conocimiento de algo como eso? -me preguntó con mucho dolor en su voz mientras entrecerraba los ojos.
No podía evitar sonreír de forma perversa y sarcástica.
-Bueno, yo esperaba que sí, que mantuvieras esto en secreto -confesé.
- ¡No me jodas, Carlos! Eres un asesino por dinero -dijo, alejándose poco a poco de mí.
- ¡Joder! ¿Puedes dejar de repetir que soy un maldito asesino? -grité y enseguida me arrepentí al ver sus ojos llenarse de lágrimas otra vez -. Lo siento, lo siento, no fue mi intención gritarte, pero por Dios Marla, entiende que detesto que salgan de tu boca esas palabras. No de ti, por favor.
Ella me miró y por un momento creí ver lo que parecía ser una media sonrisa, ¿me estaré volviendo loco?
-No quiero ir a la cárcel por tu culpa, suficiente daño me has hecho ya -replicó. No podía negar que Marla tenía una lengua bastante afilada.
-Marla, nada te va a pasar, confía en mí, por favor. Desde el primer día te he pedido confianza, desde el primer día he luchado por apartarte de mí porque sabía que esto terminaría asi, desde el primer día he intentado protegerte y evitar que sufras, pero ya vez que las cosas nunca salen como uno las planea -hice una breve pausa para continuar -. Marla -tomé su rostro entre mis manos y deposite un tierno beso en su frente -, los que te hicieron daño lo van a pagar bien caro.
Noté que ante mis palabras su piel se erizó y se removió incomoda en su lugar. Continué acariciando su rostro y depositando suaves besos en su frente y su cuello. Para mi sorpresa no opuso resistencia.
-Carlos, lo siento pero no puedo perdonarte -dijo.
La miré y sonreí.
-Tampoco lo esperaba... -pasé mis dedos por su pelo suave y volví a imponer un beso en su cuello.
Lentamente deslicé una mano dentro de sus muslos y sentí que estaba caliente. Metí mi mano dentro de sus bragas y sus fluidos terminaron empapándome.
-El hecho de estar excitada no significa que desee estar contigo, solo es mera fisiología humana -se justificó enseguida y eso hizo parecer una tímida adolescente en su primera vez.
- ¿Sí, no me digas?
-Pues sí.
Le acaricié el clítoris y esto hizo que lanzara un gemido de placer. Bajé mi cabeza poco apoco hasta sus muslos y comencé a presionar mis labios contra su interior, observándola directo a los ojos cada algunos segundos. Estaba tratando de hacerse la fuerte, pero no lo logrará y terminará cediendo ante mí.
-Acuéstate -le ordené.
Me obedeció y agarré sus tobillos con cuidado, levantándolos y colocándolos sobre mis hombros. Se aferró al borde de la cama y yo me acerqué lentamente para devorar su coño. Le di un último y largo beso en el interior del muslo, un beso que hizo que se aferrara con fuerza a mi pelo para buscar equilibrio.
-Hace mucho tiempo que estaba deseando volver a repetir esto -le digo, introduciendo dos dedos en su interior y ocasionándole un grito a ella.
Como una leona cuidando a su presa, Marla sujetó mi cabeza utilizando sus piernas con fuerza. Podía notarla temblar debajo de mí.
-Carlos... Carlos... -gimoteó y yo bailé mentalmente al salirme con la mía y volver a tenerla para mí.
Gritó mi nombre a todo pulmón mientras se deshace en mi boca durante varios minutos. Y cuando pensaba que por fin podía relajarse y descansar, no le di chance y continué jugueteando con mi lengua en su clítoris, rogándole que por favor me perdonara. Unos momentos después, me levanté y me recosté a su lado en la cama, la atraje hacia mí y estampé mi boca contra la suya. Agarré sus manos y lentamente las llevé por encima de su cabeza, sujetando su cuerpo con mis caderas.
-Eres mía, siempre lo has sido -susurré en su oído.
-Sí -balbuceó -. Fóllame, por favor.
No dudé ni un segundo en hundirme en ella. Todavía besándola, me deslicé dentro de ella de una sola estocada, llenándola por completo. Marla gimió desesperada y llevó sus manos a mi espalda. Me arañó con sus uñas en el proceso e hizo que me ardiera el cuerpo. La miré fijamente a los ojos mientras la follaba duro, pero también con ternura, alternando ambos.
-Todo lo he hecho por ti -susurré entre dientes contra sus labios.
Mientras seguía entrando y saliendo de ella, Marla gemía y gritaba como si estuviera haciéndole daño en el proceso.
-Te amo, Marla, de verdad te amo -volví a hundirme dentro de ella con fuerza por última vez, haciendo que llegara al clímax gritando mi nombre y yo el de ella.
Todavía dentro de ella susurré en su oído otro te amo y un perdóname mientras continuaba besando cada centímetro de su cuello y sus labios. Ya no nos movíamos, solo nos manteníamos allí acostados abrazados.
- ¿Cuándo me contarás toda la verdad? -preguntó de repente tomándome por sorpresa.
-Creí que ya lo sabías todo -aseguré -. ¿Tienes otra pregunta que pueda responder? -le pregunté evadiendo su anterior interrogante.
-Muchas.
-Ups, que mala suerte -sonreí -, me he quedado sin respuestas, lo siento.
Me separé de ella levantándome de la cama para justo después salir de la habitación dejándola sola.
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