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CAPÍTULO 7

Todo se tornó un caos con la muerte de Azumi Chan. Sus seguidores y amigos eran más de cincuenta, y todos ellos me acusaron de asesinarlo. Alegaban que todo se debía una venganza por lo que le pasó a mi hermano, y que los generales me encubrían.

Permanecí todo el día en el comando, ese era el lugar más seguro del Reino, y Ofir me pidió que me quedara allí. Desde ese sitio, podía estar al tanto de todo, ya que Jeff parecía tener ojos en todas partes.

—Las pruebas de balística, estarán listas dentro de poco. Vamos a determinar de qué arma provenían las balas —comentó Jeff.

—Espero que todo se aclare, esta incertidumbre es espantosa.

—Ya verá que así será —continúo Brice.

En esos momentos apareció uno de los soldados, era un investigador de confianza, trabajaba en el área de inteligencia del comando y aparte de ello, era mi cuñado.

—Jerjes, ¿cómo estás?

Lo salude dándole un beso en la mejilla.

—Bien, estoy bien.

—¿Y Ernesto?

—Esta bien Osiris, acaba de quedarse con su niñera. Cada vez está más grande y travieso —respondió Jerjes sonriendo—, y cada día se parece más a Lena.

Tragó saliva, la muerte de Lena era algo que ninguno había superado. Solo, que con tantos problemas no me quedaba mucho tiempo de pensar en ella.

—Sabes que Lena, vive con él y debe estar muy orgullosa de ti, y del gran padre que eres —comenté—, no te pongas triste, Ernesto te necesita y yo también, dime ¿Haz logrado averiguar algo?

—Gracias, precisamente de eso he venido a hablarles —agregó Jerjes colocando unos documentos sobre la mesa—. Encontramos una sustancia extraña, en la composición del agua.

—¿Qué clase de sustancia? —pregunté tomando los documentos.

—Todavía no sabemos. Es un nuevo elemento, no tenemos conocimiento acerca de él. Le estamos realizando los respectivos estudios, pero, me atrevo a asegurar que no pertenece a este mundo.

—¿Qué está queriendo decir coronel Jerjes? —interrogó Jeff.

—Debo llevar a cabo algunos experimentos. Sin embargo, estoy seguro que este elemento no se encuentra en la tierra.

—¿Envenenaron nuestra agua?¿Es eso? —inquirí sin despegar mi vista de los papeles.

—Eso parece, envíe a tomar muestras de cada afluente de la nueva tierra. Necesitamos saber si este elemento está presente en todas nuestras fuentes hídricas —Jerjes me observó, y lanzó un suspiro al aire—. Tenemos que evaluar los efectos que tiene, y si son los que yo creo, dejar de consumir agua contaminada.

—¿Cuáles cree que pueden ser esos efectos? —cuestionó Brice.

—Creo, que esto tiene que ver directamente con las cosechas y la infertilidad.

Eso era gravísimo. Si teníamos el agua contaminada, no había algo que se pudiera hacer. Puedes vivir sin muchas cosas, menos sin ella.

—Pero, ¿cómo hicieron para contaminar el agua? —replicó Jeff—, nuestro principal río, nace en la montaña Este, y allí los Shiyloper no tienen acceso.

—No lo sé —contestó Jerjes.

—Fue él.

Me tumbé en la silla y deje caer mi cabeza hacia atrás. Si alguien había envenenado el agua, no había podido ser otro, sino el traidor.

Habían muchas cosas sin aclarar, muchas incógnitas sin resolver. Lo único claro era que el traidor no solo había atentado contra mi vida, sino que ponía en riesgo la seguridad de la nación. Había que dar con él a como diera lugar.

—Jerjes, quiero que realicen muestras de ADN a todos los altos mandos militares, necesito esos resultados cuanto antes —ordené sin mirar a los hombres—, y cuando digo a todos es a todos, solo descarte al general Ofir.

Jerjes me observó con sorpresa. En verdad me dolía desconfiar de todos, sobretodo de mis amigos, de aquellos hombres que lucharon cuando los Shiyloper nos quisieron exterminar.

Ellos habían estado conmigo, durante la batalla, ninguno se retiró. Y cuando estábamos a punto de perder, siguieron luchando, nadie retrocedió, todos aguantaron. Era el ejército más valiente del universo. Y yo, su líder, desconfiaba de ellos.

Era uno solo, y su objetivo era destruir todo lo que con tanto esfuerzo habíamos construido.

—Cualquier anomalía me la haces saber de inmediato, y esto debe quedar en la más absoluta reserva.

—Claro que sí, Osiris —respondió Jerjes.

Ninguno de los hombres se atrevió a preguntar acerca de las razones de mi mandato. Me levanté de la silla y llevé los documentos conmigo.

—Reina, ¿a dónde va?, el general Ofir ordenó que no saliera de aquí —comentó Brice.

—Tranquilo general, sé muy bien como cuidarme. Dígale al general Ofir que lo espero en mi despacho.

—Como diga reina.

No importaba lo que aquel ser hiciera, no iba a lograr detenerme. Los Shiyloper debían comprender que sus artimañas no iban a amedrentarme. Y sí querían guerra, eso les iba a dar.

Avancé por el castillo con Priscila y Andaluz como única escolta. Llegué a mi despacho y cerré la puerta tras de mí.

Había llegado el momento de responder. Los tiempos en los cuales nos escondimos se habían quedado atrás.

Abrí con cuidado la urna y saqué la espada del padre Júpiter. Dicen que para combatir un monstruo hay que convertirse en uno, y aunque ese dicho no se aplicaba a mí, si que tenía razón. Me despojé de mi vestimenta, y fije mi vista en el closet de madera.

Hacia mucho tiempo que no lo abría. Hale las dos puertas y ante mis ojos apareció el uniforme de reluciente azul. Mi uniforme de batalla.

Ese que había usado durante la batalla, y que llevaba grabada en cada fibra la muerte de mi padre. Lo descolgué, y abrazándolo a mi pecho, me permití llorar amargamente.

—Padre mío, me diste la vida dos veces, y por eso te prometo que nada me va a detener. Lucharé siempre…

La fría tela se deslizó por mis hombros, cubriendo mi cuerpo. Alcé la espada y la escondí en una aguarda, en mi espalda. Deslicé uno de los cajones de mi escritorio, allí la pequeña caja se mantenía inerte.

La destapé encontrándome con seis dispositivos de forma redonda del tamaño de una bola de tenis. Las más pequeñas y letales de mi reino. Armas creadas con el fin de destruir. Bombas con el poder destructivo de un misil teledirigido. Las únicas en su especie, las únicas que quedaban.

Con mis dedos, temblando debido al frío o al miedo, guardé una de esas bombas en mis bolsillos. Estaba lista, preparada para defender mi mundo.

Alguien abrió la puerta.

—¿No pensabas irte sin mi? —preguntó.

Levante mi vista para encontrarme con su sonrisa.

—No deberías ponerte ese uniforme —comentó sin despegar su vista de mi cuerpo—, es demasiada distracción para una operación tan peligrosa.

Sonreí mientras él se acercaba a mí. Me cogió de la cintura, y empezó a besarme.

—Me dan ganas de quedarme aquí contigo, y ayudarte a quitártelo.

—Eso lo podemos hacer cuando volvamos. ¿Lo trajiste?

—Nunca perdería algo tan valioso —contestó.

Él traía un pequeño bolso a su espalda. Sustrajo de allí el artefacto, y lo dejó sobre mi escritorio.

—¿Estás lista? —preguntó sin dejar de mirarme.

—Sí.

—¿A dónde vamos?

—A la mayor fuente hídrica de este mundo, vamos a salvar al Amazonas.

Ofir asintió en mi dirección, y dándome un beso en la frente me tomo de la mano. Con mi mano libre, tomé el Orbe, tal como Xataka me lo había explicado.

—Planeta Gea, continente Americano, Perú, Arequipa, en las faldas del Nevado Quehuisha, Quebrada Apacheta.

***

Reconocí la misma luz que despedía Xiaratrius, debía ser porque ella y el Orbe tenían la misma energía. Al frente del Orbe se formó un espiral, superaba nuestro tamaño, y giraba de manera rápida, casi imperceptible para los ojos humanos.

Ofir tomó el Orbe y lo guardó en su bolso, luego movió su cabeza de forma afirmativa.

Había llegado el momento. Dar un salto de fe.

Avanzamos al tiempo, cerré los ojos cuando percibí un viento helado subir por mí columna vertebral y alojárseme en la parte baja de la nuca.

Instintivamente me abracé a Ofir. Abrí los ojos, y lo único que encontré fue la más absoluta y siniestra oscuridad. Las tinieblas se alzaron a nuestro alrededor, cerniéndose sobre nosotros. Estaba temblando, tenía miedo.

En mi mente se empezaron a formar miles de conjeturas, y una de ellas era que Xataka me había tendido una trampa. Y Ofir y yo quedaríamos encerrados en aquel agujero negro por el resto de nuestras vidas.

De pronto, la misma luz se hizo presente. Después de aquella luminiscencia las formas y colores empezaron a hacerse más visibles.

Nos hallábamos en un pequeño cuarto, habían allí muchos cables, y luces de colores rojizas. Aquellos cables serpenteaban hacia los lados, y terminaban en unas cajas de color rojo.

—¿Dónde estamos? —pregunté.

—No lo sé.

Ofir se separó de mi, sus ojos empezaron a viajar alrededor de aquel cuarto. Sobre nuestras cabezas entraba la luz de la luna. Una reja dejaba que esa luz se colara hacia el interior.

—Ven, mira esto…

Me acerqué a Ofir, él había encontrado una pequeña rendija, me asome con cuidado.

Estábamos sobre una montaña, en la parte alta de algo. La oscuridad de la noche, no nos permitía ver más.

—No sé que es este lugar, pero debe ser de los Shiyloper. Por su ingeniería —agregó Ofir.

Él tenía razón, aquellos cables, no eran de este mundo.

—Amor, hay que buscar el corazón de la draga, y colocar la bomba.

Estaba segura, de que nos encontrábamos en la draga, el problema era descubrir su núcleo.

—Con el dron, logramos verlas, tienen esta forma.

Ofir sustrajo de su bolso un dibujo que el mismo había hecho de las dragas. Al menos, de su forma externa.

Ellas tenían la forma de un cono. En la parte baja, era por donde succionaban el agua. Y esta subía por unos tubos trasparentes, hasta llegar a la mitad del cono, en donde le perdíamos la pista.

—El agua llega hasta aquí, en donde debe ser almacenada. Este es el inicio, por lo tanto el núcleo debe estar en la parte alta —agregué.

—Sí, debemos salir de aquí. No es por asustarte, pero el suelo esta mojado —comentó Ofir—, por lo que deduzco que estamos en uno de los tanques.

El tenía razón, busque con mis ojos alguna una ruta de escape. Todo era mi culpa, debí darle la orden al Orbe de traerme al núcleo.

—¡Por aquí! —exclamó Ofir.

Sobre el suelo en una esquina había un agujero, de un metro de diámetro. Ofir se agachó para asomarse por allí, justo en el otro extremo había otro, y por allí empezó a entrar una cantidad exagerada de agua.

—El agua entra por allí, y sale por aquí —dijo guardando su dibujo—, por eso este ducto debe llevar al núcleo.

El agua ya me había mojado la parte baja de las botas.

—Es mejor usar el Orbe, así estaremos más seguros.

—Necesito entrar en el ducto, para después hacer un esquema de la parte interna de las dragas —añadió—. Es muy importante tener esta información, pero…

—¿Pero qué?

—Puedes usar el Orbe para ir al núcleo, mientras yo exploro los ductos.

No había ninguna posibilidad de que yo lo dejará solo. Ninguna.

—Yo iré adelante —espeté entrando en el agujero—, no te separes mucho.

Escuché un suspiro de su parte, el agua seguía llegando, y si no nos dábamos prisa nos alcanzaría en el ducto.

Avancé agachada, las paredes eran resbaladizas, Ofir sacó su linterna y empezó a alumbrar el camino. Íbamos en diagonal, estar en ese ducto me recordó a cuando me infiltre en la base enemiga. Ahora estábamos haciendo lo mismo, con la única diferencia de que Ofir estaba conmigo.

Estaba demasiado oscuro, y tenía que tantear con mis manos el lugar. Y parte de mi ropa se había mojado, pero debíamos seguir.

—¿Vez algo? —preguntó.

—No, no veo nada todavía.

—Yo en cambio, tengo una vista espectacular desde aquí.

Volteé a verlo, en situaciones así esperaba que el dejará de coquetearme, sin embargo eso no sucedía. Ofir me guiño un ojo, yo le respondí con una sonrisa. Ya quería volver a la nueva tierra, para hacer el amor con él.

Seguimos avanzando, hasta que logré ver algo de luz. Llegamos a la salida del túnel. El ducto desembocaba en un gran depósito.

Miré hacia abajo, el agua seguía subiendo. Pronto ese tanque estaría lleno de agua.

Ofir llego a mi lado, alumbró con su linterna todo el lugar. El tanque era enorme, debia tener el tamaño de una cancha de fútbol. Y por el sonido del agua que caía de los ductos, supuse que era demasiado hondo.

Varios ductos llenaban ese tanque, y justo encima de nuestras cabezas estaba la salida. Cuando el tanque se llenaba, el agua empezaba a salir por un ducto que la conducía a la que parecía ser una nave de los Shiyloper.

—¡Amor hay que salir de aquí! —exclamó Ofir mirándome con preocupación.

Sonidos extraños se escuchaban dentro del ducto. Era el agua, y con la fuerza que traía nos arrojará al gran tanque, en donde no habían posibilidades de salir.

—Voy a usar el Orbe —añadí afanada.

—Mira sobre tu cabeza.

Por la pared del tanque había una escalerilla. De seguro la usaban para limpiar aquel pozo.

Empecé a trepar rápidamente, no tenía tiempo de usar el Orbe. Ofir me siguió, justo un segundo antes de que la corriente lo arrastrará. Aquel afluente choco con su cuerpo, e intentó llevárselo.

Lancé un grito cuando vi que él se soltó de una mano. El terror me invadió, sin saber que hacer. Me sostuve de una de mis manos e intenté tomar su mano que se hallaba aferrada. El metal era liso, y el podía soltarse en cualquier momento.

Entre el agua que salía a borbotones, él logró ver mi mano, y la tomó con fuerza.

Lo alcé haciendo mi máximo esfuerzo. Si Ofir llegaba a ser arrastrado por la corriente, moriría ahogado y yo me moriría de tristeza.

El logró asirse de la escalera, y llegó justo donde yo estaba. Tuvo qué pegarse de mi espalda para poder agarrarse mejor.

—¿Estás bien?

—Sí —respondió tosiendo—, tranquila, estoy bien.

—Estoy tan asustada…

—No te preocupes mi reina, todo estará bien. Sigue subiendo, o el agua va a alcanzarnos dentro de poco.

Con las manos temblando, seguí subiendo por la escalerilla de metal. Ofir venía tras de mí.

Llegamos a lo que parecía ser el final. Había una puerta grande, muy grande. Por allí debían subir y bajar los Shiyloper. Cerca a la puerta habían una plataforma, en la cual nos subimos para estar más cómodos.

Ofir estaba empapado, me acerqué a él, y sin pensarlo, me le abalancé encima; para abrazarlo. Él me envolvió en sus brazos, mientras me besaba la frente.

—Tuve tanto miedo de perderte —confesé—, no me vuelvas a asustar de esta forma.

—No te angusties más —agregó dándome un beso—, todo salió bien. Ahora debemos salir de aquí antes de que este tanque gigante se llene.

El tanque se llenaba con gran rapidez. Ofir me soltó y comenzó a tantear la puerta en busca de alguna manera de salir allí.

—Dame el Orbe, está vez le pediré que me lleve al núcleo de la draga —añadí acercándome.

—No.

Arrugué el entrecejo, no entendía porque se negaba a dármelo.

—Isi, es que tengo sospechas de que el núcleo, esta justo allí.

Con su dedo señaló el centro del tanque. Por entre el agua se alcanzaba a ver el reflejo de una luz rojiza. Era potente y constante.

—Era de esperarse. El núcleo es su punto débil, y encontraron la mejor manera de protegerlo.

Metí la mano en el bolsillo de mi uniforme. Saqué la pequeña bomba que llevaba. Giré la tapa hacia la izquierda tres veces, una hacia la derecha, dos veces hacia abajo y una vez arriba.

Estaba activada.

Mire a Ofir quien sonrió. Solté la bomba y ella cayó de manera tranquila en la masa de agua dulce que crecía bajo nuestros pies. Ahora teníamos cinco minutos antes de que estallará.

Al instante, justo en el segundo en que mi arma tocaba el afluente, un sonido agudo empezó a oírse, se escuchaba por todo el lugar.

—¿Qué es eso? —interrogué asustada.

—Parece una alarma, ellos se dieron cuenta de que estamos aquí.

Ofir logró abrir la puerta. Salí detrás de él, estábamos en un pasillo de extrema blancura. Se parecía mucho a la estructura arquitectónica del campamento de los Shiyloper. Las paredes altas, con muchas puertas alrededor.

—Es hora de irnos —comentó Ofir.

—Estoy de acuerdo.

La luces rojizas se hicieron presentes, seguidas del resonar de varios pasos. Por detrás de nosotros, aparecieron tres Shiyloper. Por sus ornamentos, supe que eran soldados de bajo rango.

Estiré mi mano y tomé mi espada. No les tenía miedo.

De reojo vi como Ofir sacaba sus dos grandes dagas. Moví mi cabeza de forma afirmativa.

Había pasado relativamente poco tiempo desde mi último encuentro con los enemigos. No obstante, estaba preparada.

Ellos habían acabado con muchas vidas, y era eso en lo que pensaba cada vez que los enfrentaba.

Aún no sabía si predominaba en mi el deseo de venganza. Lo único que tenía claro era que debía cumplir mi deber de proteger a los que quedaban, y hacer justicia por todos los que habían perecido en sus manos.

Era lo correcto.

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