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6

Los suaves golpes en la puerta de la habitación del hotel nos hacen soltar un chillido tanto a Bibiana como a mí. Mi mejor amiga me toma de los hombros para colocarme ante el espejo, analizando mi reflejo al detalle. Dado que Charles me ha dicho que vistiera como quisiera, incluso después de sonsacarle que iríamos a uno o varios sitios de lujo, he optado por ponerme el vestido rojo con más clase que tengo, lo cual tampoco es demasiado decir. Viendo mi atuendo completo en el espejo y recordando cómo visten las mujeres que he visto entrando y saliendo de este hotel, me siento un quiero y no puedo.

—Bibi, ¡no puedo salir así! ¡Como me lleve a cualquiera de esos sitios donde la gente caga dinero todo el mundo me va a señalar y a reírse de mí!

—¡No digas tonterías, estúpida, estás espectacular! Le vas a volver loco y seguro que no va a llevarte a ningún sitio público, ¡querrá arrancarte la ropa cuanto antes! —me riñe ella antes de empujarme hacia la puerta a pesar de mi reticencia—. ¡Ábrele, que no es correcto hacerle esperar!

—¡Bibiana, no, para, por Dios...! —Antes de que pueda hacer nada, Bibiana coge el pomo de la puerta con mi mano y no me queda otra que respirar hondo y abrir la puerta.

Ante mí está Charles Leclerc más guapo que nunca, vestido con una camisa blanca y pantalones negros. Aunque su ropa es casual dentro de la formalidad, todo en él rezuma clase; desde su porte hasta la forma que tiene de vestir las prendas. Viéndole de pie ante mí, con un ramo de rosas blancas y rojas, me siento todavía más zarrapastrosa que hace dos minutos.

—Buenas tardes, Atenea. Estás preciosa, de verdad. Definitivamente, el rojo te sienta de lujo —me saluda, ofreciéndome el ramo con una sonrisa—. Perdona si he ido a lo fácil eligiendo las rosas, pero me parecen las flores más bonitas. La próxima vez puedo traerte las que quieras.

—Son hermosas —consigo balbucear, cogiendo el ramo y sustituyendo uno de los que hay en la entrada por él para que mis nuevas rosas estén en agua—. Tú también estás guapísimo. De hecho, me da vergüenza salir a la calle contigo así vestida, se van a pensar que estás haciendo servicios sociales para ayudar a los más necesitados.

—Lo que realmente van a pensar si es que alguien me mira estando tú a mi lado es cómo demonios habrá conseguido ese tío que una chica tan espectacular le haga caso durante más de cinco segundos. ¿Ma chérie?

Charles me ofrece su mano inclinando su cuerpo de forma que queda a medio camino entre una reverencia cuyo objetivo es hacerme reír, lo cual logra al instante. Le tomo de la mano y me giro para despedirme de mi mejor amiga, pero no la veo por ninguna parte. En su lugar, me llega un mensaje al móvil: «pásatelo bien y no seas estúpida. Si te lo vas a tirar, usa protección, que todavía no estás preparada para tener mini Leclercs. Como vuelvas a la habitación esta noche, te juro que te mato (a no ser que vengas con él). ¡Besitos!».

Con las mejillas al rojo vivo y mordiéndome el labio para evitar reírme, guardo el móvil de nuevo y camino junto a Charles hacia el ascensor. Solo el tacto de su mano ya desata las mariposas en mi estómago y cuando llegamos al lobby del hotel, no sé si me he vuelto loca al sentir todas las miradas puestas sobre nosotros o si realmente tanta gente nos está mirando. Tampoco me da tiempo a descubrirlo, porque en cuanto salimos, Charles me acompaña frente a un Ferrari 488 Pista Spider personalizado completamente negro mate, excepto por la franja roja y blanca que va desde el capó hasta su parte trasera. La visión de un coche tan espectacular me hace frenar en seco, mirándolo alucinada como un niña pequeña.

—¡Joder! —Es todo lo que soy capaz de decir.

Él ríe a mi lado y me abre la puerta del copiloto, sosteniendo mi mano todavía. Agradezco que me esté sujetando, porque sé que si no lo hiciera, habría caído desmayada sobre la acera hace dos minutos.

—Me siento demasiado pobre para estar sentada en este coche.

—No digas eso, preciosa. Ahora mismo lo más valioso que hay en este coche eres tú —responde antes de arrancar el motor con un rugido, haciendo que me sonroje aún más fuerte.

—¿A cuántas chicas le has dicho eso antes, Leclerc?

—Solo a las que me han hecho aceptar ponerme una camiseta de Aston Martin por una apuesta alguna vez.

Su carisma innato es cada vez más magnético y cuando me guiña un ojo, me encuentro sonriendo como una idiota sin siquiera darme cuenta. ¿En qué momento me he convertido en una colegiala que sucumbe a las frases de ligón de instituto? ¿Dónde ha quedado esa parte de mí que se resistía a los encantos de Charles Leclerc?

Creo que se me debió de caer en Montmeló, olvidada en esa tienda de regalos en cuanto el chico de Ferrari me miró con sus ojos aguamarina.

—Ya sé que el trato era que si tú ganabas la apuesta todo lo que haríamos en la cita quedaría en tus manos, pero no quiero que te gastes mucho dinero en mí. A mí me sirve cualquier cosa, lo que importa es la compañía —murmuro, sintiéndome mal al recordar que prácticamente todas las actividades que puedes realizar en Mónaco son un lujo inalcanzable para mi bolsillo.

—Tranquila, he dejado lo de comprar una isla privada para la segunda cita —bromea, soltando una risa que es como música para mis oídos—. No te preocupes por el dinero Atenea, por favor. Tú solo disfruta, ese es mi único objetivo esta noche.

Sus ojos azules se cruzan un breve segundo con los míos para calmarme antes de centrarse de nuevo en la carretera, y el nerviosismo que se había instalado en mi estómago desaparece un poco, aunque no del todo.

Sin embargo, cuando paramos frente a uno de los edificios más altos de la ciudad e identifico el nombre del restaurante, mis piernas empiezan a flaquear de nuevo. Una vez más, Charles me salva de caer redonda en el suelo al abrir mi puerta y ayudarme a salir del flamante coche. El aparcacoches mejor vestido que he visto corre hacia nosotros, doblándose ligeramente en una reverencia cuando mi acompañante le da las llaves de su coche. Incluso este hombre queda completamente deslumbrado por el Ferrari y no es para menos, ya que se trata de un modelo único y personalizado.

Dado que mis piernas parecen rehusarse a cooperar, me armo de valor para superar la vergüenza y agarro el brazo de Charles en lugar de su mano, necesitando más sujeción. Él parece leerme la mente, porque en su lugar, rodea mi cintura con el brazo delicadamente, sonriéndome.

—Buenas noches, tenía mesa para dos. A nombre de... —dice mi acompañante, aunque el metre le reconoce al instante y asiente.

—Señor Leclerc, por supuesto. Acompáñenme, por favor.

El hombre nos guía a través del lujoso restaurante, haciéndome sentir más pobre con cada paso que doy, hasta llegar a una mesa aislada en la enorme terraza de la azotea. Las velas, las luces y el precioso paisaje de Mónaco al atardecer le conceden a la escena aún más romanticismo y mis mejillas parecen decididas a mantener su color rosado durante el resto de la noche. Charles aparta la silla para mí y le sonrío, sintiendo cómo mi cuerpo se enciende solo por su proximidad.

—¿Qué te apetece beber? ¿Te gusta el vino?

—Sí, pero elígelo tú porque creo que me voy a marear como mire estos precios durante más de un minuto —aseguro al ver que la mayoría de botellas de vino cuestan más que todo el dinero que tengo en mi cuenta bancaria—. Para comer, creo que el pato tiene buena pinta.

—Buena elección, yo lo he probado y está muy rico —responde, pidiendo el vino y nuestros platos al camarero antes de poner su mano sobre la mía en la mesa, provocando una corriente eléctrica bajo mi piel—. ¿Te gusta el restaurante? Lo siento si no he acertado, tal vez debí preguntarte antes de reservar, pero quería que fuese una sorpresa... No quería hacer nada muy loco ni demasiado simple, la verdad es que... No sé, solo quería pasar una noche contigo, haciendo lo que sea.

—¡No, no! Charles, me encanta el sitio, de verdad. Soy yo la que te pide perdón, no estoy acostumbrada a ver tanto lujo, cosas tan caras y menos a alguien tan dispuesto a pagar todo eso para mí. Siento que no me lo merezco.

Al bajar la mirada, avergonzada, siento su mano en mi barbilla haciendo que alce la cabeza suavemente para mirarle. Como las sillas no están enteramente la una frente a la otra para poder disfrutar de las vistas de la ciudad, estamos sentados casi al lado y su rostro queda tan cerca del mío que puedo sentir su respiración contra la mía. La proximidad y su tacto en mi piel enciende mi cuerpo como nunca.

—Da igual si lo mereces o no porque yo quiero hacerlo. Ya te he dicho que estoy encantado de hacer cualquier cosa siempre que sea contigo y para mí el dinero no es ningún problema. No te preocupes por eso, por favor. Solo quiero saber si lo pasas bien, ma chérie.

Su sonrisa se contagia en mis propios labios y me encuentro acercándome a su tacto, disfrutando la sensación que este provoca en mi cuerpo.

—Creo que es el sitio más bonito en el que he estado nunca —admito en un susurro—. Y nunca pensé que diría esto, pero Charles Leclerc, eres el mejor acompañante que podría tener esta noche.

Él imita mi expresión y cuando sus ojos descienden a mis labios, el mundo parece pararse a nuestro alrededor. Pienso que me va a besar, espero que lo haga..., pero una voz nos saca de nuestra burbuja.

—Disculpen, ¿quién probará el vino?

Charles separa su rostro del mío, pero su brazo sigue alrededor de mis hombros, manteniendo la cercanía entre nuestros cuerpos. Mientras los camareros nos sirven lo que hemos pedido, casi puedo ver la irritación tras la sonrisa que esboza, aunque tal vez sea cosa de mi propia frustración por la interrupción de nuestro momento. Tratando de fingir despreocupación, me concentro en probar el vino y el pato, deleitándome por su sabor.

—Dios mío, ¡esto es lo mejor que he probado en mi vida!

—Te dije que habías elegido bien —dice él, riendo mientras me mira, antes de ofrecerme un trozo de su tartar—. ¿Quieres un poco? Es mi plato favorito de aquí.

Yo acepto el bocado sin dejar de mirarle, comprobando que, en efecto, toda la comida de este lugar parece estar deliciosa. Una vocecita en mi cabeza le implora que no se separe de mí ahora que estamos cenando, pero él parece querer lo mismo que yo porque se queda como está, comiendo con su mano libre.

—Ojalá pudiera tener estas vistas todos los días al despertarme —murmuro, observando la belleza de los últimos rayos de sol.

—Si quieres, puedes. Tengo estas vistas desde mi casa y puedes venir siempre que quieras.

Su oferta me hace girar la cabeza para mirarle de nuevo, turbada. En lugar de pensar en las vistas que tendrá desde allí como haría una persona normal, el calor de mi cuerpo parece haber llegado a mi cuerpo porque soy incapaz de dejar de imaginarme cómo sería ir a su casa esta noche, quedarme allí hasta la mañana, pero sin dormir durante un solo instante.

Mierda, ¿por qué pasaré tanto tiempo con Bibiana?

—Me encantará ir siempre que quieras invitarme...

Charles me mira a los ojos, como si quisiera comprobar en ellos lo que estoy tratando de decir tras mis inocentes palabras. No puedo evitar sonreír un poco, casi diciéndole que sí de esta manera, aunque no sé si todo esto son imaginaciones mías. Sin embargo, lo que no es invención de mi alocada mente es su respuesta.

—La verdad es que hoy hace una noche muy bonita.

La sonrisa que esboza parece inocente, pero tras ella puedo ver esa chispa traviesa que ya parece característica en él.

—Sí, tienes toda la razón.

Apenas soy consciente de cuando el camarero viene a retirarnos los platos, reclamando nuestra atención de nuevo.

—¿Les gustaría tomar algún postre?

—A mí no, gracias —respondo educadamente, alzando una ceja al mirarle, como si le retase a responder que sí.

—Yo tampoco quiero nada más, muchas gracias.

Cuando nos traen la cuenta, Charles paga sin mirar y vuelve a tomarme de la cintura para guiarme al exterior. Su Ferrari nos espera en la puerta y me abre la puerta antes de sentarse tras el volante. Se ve aún más atractivo si cabe mientras conduce y casi soy incapaz de disimular mis miradas sobre él.

—¿Te llevo al hotel o te gustaría hacer alguna parada antes? —pregunta, cruzando sus ojos con los míos durante un breve instante que es suficiente para ver la pregunta que realmente esconde tras ellos.

—Si no te importa, me gustaría ver esas vistas de las que me has hablado.

Charles gira la cabeza de nuevo y me guiña el ojo durante una milésima de segundo tan breve que casi creo habérmelo imaginado, pero su sonrisa al volver a mirar a la carretera le delata.

Tras cinco minutos que casi me parecen horas, el coche vuelve a parar frente a un lujoso edificio. Cuando Charles me guía al interior, saludamos amablemente al trajeado portero y entramos en el ascensor. Una vez más, el reducido espacio es suficiente para notar más que nunca la calidez que provoca su cercanía, especialmente con su brazo alrededor de mi cintura. Al llegar al ático, nos dirigimos a la única puerta del rellano, tras la cual me espera otra sorpresa.

El interior del ático derrocha lujo, clase y modernidad. Frente a nosotros, sustituyendo una de las paredes del enorme salón, veo la gran cristalera que da al balcón. Este es tan amplio como el resto de la casa y una vez más, soy incapaz de mantener la boca cerrada al ver tanto lujo. A pesar de las bromas durante la cena, las vistas desde este si parecen ser espectaculares, e involuntariamente tiro de él para salir a ese lugar tan privilegiado.

—Pensaba que era imposible superar las vistas del restaurante, pero está claro que Charles Leclerc siempre gana —comento, apoyándome ligeramente sobre su cuerpo mientras su brazo sigue en mi cintura.

—Y yo pensaba que estas vistas no podían superarse, pero ahora veo que estaba equivocado.

—¿Por qué?

—Porque ahora que estás tú aquí, todo esto se ve inmejorable.

Su respuesta me hace girar la cabeza ligeramente para mirarle, descubriendo que está mucho más cerca de lo que pensaba. Una sonrisa se asoma en sus labios y sus iris aguamarina van de los míos a mi boca, acercándose cada vez más...

Y entonces, sin pensarlo más, salvo la distancia entre ambos y le beso con toda la pasión que llevo acumulada.

Charles no parece sorprendido ni desagradado, al contrario. Sus brazos rodean mi cintura para apretar mi cuerpo contra el suyo, descendiendo hasta mi culo de forma que pueda cogerme en brazos. Nuestros labios siguen saboreándose, devorándose como deseábamos, incluso mientras camina hacia el interior del ático. Yo apenas me doy cuenta, demasiado ocupada hundiendo mis dedos entre su cabello castaño para probar hasta el último rincón de su boca.

En el mismo instante en el que mi espalda toca una superficie blanda que deduzco será su cama, le desabrocho la camisa y la tiro a cualquier lugar de la habitación. Me tomo un instante para separarme de él y acariciar su torso desnudo, relamiéndome al hacerlo.

—¿Te gusta lo que ves? —pregunta entre risas contra mi cuello, dejando besos húmedos en mi piel que mañana serán marcas. Sin perder un segundo, me quita el vestido y admira la lencería roja que llevo debajo—. Joder, Atenea...

—¿Y a ti?

Él ríe al escuchar mi pequeña burla y su rostro desciende hasta mi pecho, donde se entretiene con gusto. Arqueo la espalda para que pueda deshacerse también de mi sujetador y continúe con su misión de marcar mi pecho. Su mano acaricia mi pecho desnudo mientras su boca se ocupa del que está libre, haciendo que un gemido emerja de mi garganta al morder el pezón que queda libre.

—Te has puesto todo este rojo por mí, ¿verdad? ¿Aun sabiendo que acabaría en el suelo? —susurra contra mi piel, haciéndome gemir de nuevo cuando marca mi piel con los dientes.

—¿Por qué estabas tan seguro de que acabaríamos así hoy?

Charles alza los ojos y sonríe, travieso, antes de descender por mi estómago hasta juguetear con el encaje rojo de mi tanga.

—No lo estaba, pero Charles Leclerc siempre gana, ¿no?

Antes de que pueda responder, se deshace de lo que queda de mi ropa, dejándome completamente desnuda ante él. Sus ojos recorren cada centímetro de piel y me siento una obra de arte expuesta en un museo. El cuerpo de Charles se abre camino entre mis piernas para besarme de nuevo, dejándome sin aire al darme de probar su boca de nuevo. Acariciando mi cintura con cuidado, sus dedos se cuelan entre nuestros cuerpos y empieza a acariciar mi sexo lentamente, provocándome. Mis gemidos se ahogan en su boca y arqueo la espalda, deseando sentir más de él, mucho más.

—No juegues, por favor, solo hazlo...

Charles se separa un centímetro de mí mientras uno de sus dedos se desliza en mi interior, sin dejar de acariciar mi clítoris con el pulgar. La sensación es deliciosa y no puedo aguantar mis gemidos, dejándome ir por completo.

—¿Qué es lo que quieres, ma chérie? —pregunta a milímetros de mi boca, tentándome con sus labios.

—A ti, más dentro, mucho más... Dios, Charles...

Él añade otro dedo y se asegura de obedecer lo que digo, acariciando ese punto en mi interior que me hace ver las estrellas. Como tengo los ojos cerrados, no veo que desciende por mi cuerpo de nuevo y lo próximo que siento es su boca besando mi sexo, acompañando la atención de sus dedos en mi interior. Sus movimientos se vuelven más rápidos, haciéndome gemir cada vez más fuerte. No sé cómo, pero parece saber exactamente lo que hacer para rozar las partes más sensibles de mi interior. La presión en la parte baja de mi estómago empieza a crecer y mis dedos agarran su pelo, guiando sus movimientos. Mis caderas se mueven contra su rostro, haciendo que sienta sus dedos más dentro y su lengua cada vez más intensa en mi clítoris, volviéndome loca.

—Ya... ya llego... ¡Joder! —aviso entre gemidos, persiguiendo el orgasmo con mis caderas hasta que este por fin llega, haciéndome sentir como nunca.

Charles me guía a través del orgasmo más delicioso con la combinación de sus dedos y su lengua, probándome hasta que no queda más de mí. Cuando abro los ojos de nuevo, veo su rostro húmedo entre mis piernas y me relamo, decidiendo que esa es mi nueva imagen favorita.

—No sabes lo jodidamente sexy que estás cuando te corres.

El cumplido me hace sonrojarme aún más y sé que todavía no estoy saciada, que le necesito al completo. Cuando vuelve a besarme, me deshago de sus estúpidos pantalones y bóxer, acariciando su miembro. Ya está duro incluso antes de que le toque y sonrío contra su boca, rozando mi entrada contra su punta de forma que un gemido de desesperación emerja de sus labios. Dispuesto a no perder el tiempo, abre el cajón de una de sus mesillas y saca un condón. Cuando se lo arrebato de la mano para abrirlo con los dientes y cubro su miembro con el látex, él cierra los ojos y gime de nuevo.

—Te necesito dentro ya —imploro contra su boca, besándole con insistencia hasta que siento cómo entra en mí, haciéndome gemir.

Aunque entra despacio, es más grande de lo que esperaba y cuando me llena por completo, siento que su punta ya roza ese punto en mi interior que me vuelve loca. Charles se mueve suavemente para que me ajuste a él, pero no tarda en aumentar su velocidad, causando que apriete a su alrededor.

—Mierda, ¿cómo puedes estar tan apretada? Qué puta maravilla...

Una de sus manos alza mi pierna hasta que rodea su cadera para lograr entrar más adentro, alcanzando mi punto g con cada embestida. Mi espalda se arquea y me deshago en gemidos y blasfemias, arañando su espalda. Él está cada vez más cerca, gruñendo y gimiendo hasta alcanzar su orgasmo, regalándome la expresión de placer más deliciosa que he visto jamás.

Sin embargo, sus movimientos no cesan ahí y su mano vuelve a encontrar mi clítoris para acompañar sus embestidas y hacerme llegar a mi segundo orgasmo de la noche entre gemidos y exclamaciones de puro placer. Charles no sale de mí hasta que desciendo de mi clímax y cuando lo hace, tira el condón usado a la basura que hay junto a su cama antes de inclinarse para besarme.

—Ha sido espectacular —murmura, dejándose caer a mi lado con un brazo sobre mi cuerpo.

—Concuerdo —balbuceo, tratando de recuperar el aire mientras le abrazo—. Después de ti, ya no puedo probar a ningún otro.

Charles me mira con una sonrisa y se la devuelvo, sintiendo cómo mis párpados se vuelven cada vez más pesados por el delicioso cansancio después del sexo. Antes de que el sueño me embargue, escucho su voz junto a mi oreja, posando un beso en mi piel.

—No hace falta que pruebes a ningún otro. Ahora puedes tenerme a mí cuando quieras. Soy todo tuyo, ma chérie.

HOLITAAAAA

Madre mía, antes de que me linchéis, saquéis las guadañas, los cuchillos y pistolas, LO SIENTO si la última escena fue horrible. Hace muchos años que no escribo erótica en español y me siento suuuper oxidada 😅🥲 pero os juro que irá mejorando a lo largo de la novela (espero, rezo, IMPLORO...).

Le dije a mi amada Basummers2020 que le quería dedicar este capítulo, pero si la reina del 🌶️💦 no da el visto bueno yo lo retiro JAJAJA (te amo mi reina ❤️)

Bueno, ¿qué os ha parecido la primera cita y el primer polvo? ¿Demasiado rápido, demasiado tarde, justo a tiempo? Espero que os haya gustado el capítulo a pesar de la poca práctica que tengo 🥲❤️

Os leo! ❤️

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