Piko hablaba de haberse comprado una bicicleta nueva después de haber roto la anterior en un juego tonto con sus amigos que consistía en bajar las escaleras montado en eso. Obviamente se dañó por la inminente caída y el albino de puro milagro no se fracturó nada.

Dios por esta vez le perdonó su estupidez.

Sin embargo, Nana no. Ella arremetió con un montón de insultos y regaños que harían al Diablo llorar, tanto por hacer que su imagen corriera peligro como por arriesgar su integridad física sólo para grabar un vídeo para Youtube.

Después de que Piko empezara a hablar sobre el tema, ella volvió a burlarse de él. Alegando que era ridículo comprar una simple bicicleta cuando podía tener el auto más lujoso.

Y en contra de lo que la fémina creyó, Piko le sonrió, preguntándole:

—¿No sabes manejar una bicicleta?

La pregunta le pareció tan estúpida como la sonrisa de Piko. Por lo que alzando el tono de voz, le contestó con molestia.

—¡Por supuesto que no! ¿De qué me va a servir esa inutilidad?

—Te enseño.

Ella lo miró con una ceja alzada y su boca abierta en sorpresa; más pronto que tarde esa expresión cambiaría por asco absoluto.

Aún así, aceptó.

Se odió a sí misma por eso; no obstante, era la primera vez que Piko le proponía algo voluntariamente y de buena gana.

Su corazón fue incapaz de rechazarlo por mucho que quisiera escupirle en la cara.

Ellos se reunieron en un amplio campo donde pudiera enseñarle a Nana con total tranquilidad. Piko traía dos bicicletas consigo y viendo la reticencia de Nana, le insistió que se montara.

De mala gana ella aceptó, gruñendo.

Lo primero que hizo al montarse fue decir unas sabías palabras.

—Esto hace que me sienta pobre.

Piko sonrió ante la amargura de la chica.

—Son útiles para cuidar al medio ambiente.

—No me vengas con más basura de la que botas. A ti te importa un comino si este lugar se incendia con todo y conmigo —contraatacó velozmente, sus verdes ojos acribillaban los azules del muchacho cuya sonrisa no se borró.

—Para qué mentir —confesó y Nana exhaló para relajarse—. Bueno, lo primero que tienes que hacer es...

Sin embargo, la fémina no lo dejó continuar. Por sí misma empezó a pedalear la bicicleta sin ningún problema, dejando a Piko con la boca abierta y muy triste.

—¡Maldición! ¡Y yo esperando verte caer! —gritó frustrado, al borde del llanto.

¿Por qué tenía que hacer hasta eso bien sin ningún esfuerzo? ¿Eso era lo que conllevaba ser un prodigio que hasta cuya respiración estaba valuada en millones?

La odiaba. Ella era incluso peor que una Barbie.

—Debí suponerlo —ella frenó frente a él, viéndolo con desprecio—. Ni una sola vez haces algo bien.

Los dientes de la fémina se apretaron, antes de soltar con rudeza un claro y penetrante:

¡Inútil!