Capítulo #9
Estábamos los cuatro sentados en la mesa. Mamá había regresado del turno en su pequeño trabajo, y ahora solamente comía con nosotros. Sara había preparado lo que parecía ser unos sándwiches con pan viejo y la asquerosa proteína que nos dan los soviéticos. Mañana era domingo, y teníamos que estar a primera hora del día haciendo nuestra fila para que nos diesen las raciones de la semana.
David y Sara comían sin parar, tenían mucha hambre. Yo comía despacio, mamá en cambio, apenas si había tocado su cena. Veía a la ventana sin parar, asustada de lo que se pueda venir. Esperé a que David y Sara se subiesen para yo poder hablar con mamá.
-Sé lo que estás pensando – tomé a mamá de la mano. – Sé que tienes miedo de lo que los sovs puedan hacer, pero ya han pasado varios días. Dudo que hagan algo.
Mamá seguía sin contestar. En cambio, comenzó a morderse las uñas. Estaba muy ansiosa.
-Fue mi culpa, eso lo sé perfectamente. Pero no quiero que creas que iba a dejar a Sara y a David solos en esto.
Mamá me vio durante unos segundos, después, apretó mi mano con fuerza.
-No fue tu culpa, Samuel. Lo que sea que tenga que pasar, pasará porque nos tocó pasarlo a nosotros. ¿Entendiste?
Confundido, asentí con la cabeza. No quería contarle a mamá de las pesadillas que he tenido desde que amenacé a esos dos soldados con matarlos si tocaban a mi hermana. No quería preocuparla, no de esa forma; no lo merecía. Suficiente problemas tiene en su trabajo como para preocuparse de lo que sus hijos estuviesen haciendo.
Era la una de la madrugada y Samuel Trawler no podía dormir. Tengo bastantes noches en las que solamente me limito a dibujar, escribir o simplemente con la cabeza en las nubes. Esta vez, le estaba haciendo un collar a Juliana. Encontré unas piedras muy bonitas cuando caminaba de regreso a casa, por el bosque dónde estaba la Ratonera. Creo que era algún tipo de jade, o algo así. Realmente no sé mucho de estas cosas, pero a Juliana le encantaban. No sé qué le ve a estas extrañas piedras.
Mientras intentaba tallarla, me di cuenta de lo especial que es ella en mi vida. Ha estado apoyándome desde que se llevaron a papá, y realmente creo que no podría estar dónde estoy sin ella. Ella es como mi columna, es dónde puedo recargar todo el peso que conlleva ser el "hombre de la casa". Cuando describo a Juliana no puedo dejar pasar lo valiente, inteligente y cariñosa que es; tal vez eso es lo que le pasa a los rusos: no tienen Julianas en la amada Madre Patria. Todos necesitamos una Juliana que nos apoye, que nos dé cariño; que realmente nos haga sentir igual de especiales como mi Juliana lo hace conmigo. Creo que eso es lo que le falta al mundo; le hacen falta más Julianas. Hay días en los que realmente no sé qué es lo que ella ve en mí. Digo, soy un completo desastre. Soy inseguro, soy muy celoso y tengo la manía de enojarme con facilidad cuando todo parece complicarse cada vez más. En resumen: soy un completo desastre de mierda. Y aún así Juliana me hace sentir como si fuese mejor elección que los protagonistas en las películas de antaño.
Justo pensaba en dibujar a Juliana cuando noté algo curioso: unas extrañas luces que avanzaban por el camino del bosque de manera lineal hacia nuestra entrada. Apagué inmediatamente mi luz y saqué mi vieja linterna. Tiene tal vez miles de años, pero todavía funcionaba como el primer día. Cuando salí de mi habitación, noté que mis hermanos ya se habían ido a dormir: todas sus luces estaban apagadas, al igual que la de mamá. Cuando empecé a bajar las gradas noté que eran unos enormes carros blindados. Los reconocí inmediatamente: eran los mismos carros de los mismos tipos que se llevaron a papá. Tuve un flashback de cuando esos imbéciles se lo llevaron. Era como si todo estuviese rodeado de una maldita neblina que lo hacía ver más confuso. Recuerdo mis llantos, los gritos de David, sumado a los de mamá, mientras yo intentaba impedir que se llevasen a mi papá. ¡Estos hijos de puta de nuevo!
Perdí tiempo precioso recordando todo eso, y decidí ir directamente con quien sabe cómo manejar estas situaciones a la perfección: mi madre. Subí corriendo las gradas de nuevo, con la linterna apagada, hacia la habitación de mamá. Vi que estaba con la boca abierta, babeando. Posiblemente estaba teniendo el sueño más placentero de la vida, pero esto era de vida o muerte. El mejor de los casos: una falsa alarma y una gran regañada por estar despierto a estas horas. El peor de los casos: ni siquiera me atrevo a imaginármelo.
-¿Mamá? – dije mientras le acariciaba suavemente el cabello.
Mamá abrió los ojos lentamente, y cuando me vio, lanzó un suspiro.
-¿Estoy soñando? – preguntó luego de tomar de mi mano.
-Me temo que no. Hay unos tipos en unos carros allá afuera.
-¿Cómo son los carros? – preguntó mamá, levantándose casi al instante.
-Grandes, negros y polarizados – contesté finalmente.
-¡Mierda! – expresó mamá. – Quiero que despiertes a David, yo iré por tu hermana. En silencio, Samuel.
Fui de puntillas hacia la habitación de David, quien milagrosamente ya estaba despierto cuando entré.
-¿Son ellos? – preguntó mientras se cambiaba.
-Eso creo. Ponte tus zapatos en lo que yo me coloco algo.
Fui a mi habitación lo más rápido que pude y me coloqué el pantalón de ayer, y mis zapatos de siempre. Eran tenis deportivos, por si necesitábamos correr; cosa que creo que pasará tarde o temprano.
Mamá, junto con Sara, nos esperaban en el pasillo que da para bajar las gradas. Justo cuando mamá nos juntó, escuché que tocaban la puerta. No había nada de tiempo. Y no teníamos un maldito plan.
-Quiero que tomes todas las raciones que tenemos y que vayas con tus hermanos al bosque – ordenó mamá. – Yo intentaré distraerlos todo el tiempo que pueda.
-¿"Distraerlos"? ¿Distraerlos para qué? – preguntó Sara.
Mamá contestó viéndome a los ojos. No sabía lo que eso significaba, no sabía cómo interpretarlo.
-Saldremos por el sótano hacia el jardín y nos perderemos en los bosques – dije.
-No usen linternas, sino los verán.
Fui por la mochila hacia mi habitación, tuve que vaciar las cosas de la escuela para tener suficiente espacio. Cuando regresé, mamá se estaba despidiendo de todos. Con lágrimas y abrazos, y todo eso. Esto no podía estar pasando.
-Quiero que obedezcas a tu hermano, él sabrá qué hacer – le decía mamá a David. – Jamás le reproches nada ni intentes culparlo de nada; son familia, deben amarse como tal.
Sara intentaba limpiarse las lágrimas, David igual. Era una de las peores escenas de mi vida.
-Quiero que protejas a tus hermanos, Sam. Eres el mayor, así que actúa como lo has estado haciendo hasta ahora – mamá me abrazó lo más fuerte que podía. Las lágrimas estaban al borde de mis ojos, pero tenía que ser fuerte. Fuerte por ella y por mis hermanos.
-Estaremos en la Ratonera. Alcánzanos cuando estos idiotas se vayan – dije.
Mamá sonrió y me abrazó nuevamente.
-Los amo a los tres – juntó a David y a Sara con sus brazos y nos unimos en un gran abrazo familiar. – Y eso no podrá quitárnoslo nadie.
Escuchamos cómo golpeaban cada vez más insistentemente la puerta. Mamá tuvo que bajar rápidamente con una bata puesta y atender.
-Buenas noches – dijo mamá al abrir la puerta.
Apenas si podíamos escuchar lo que mamá decía, por lo que decidí llevar a mis hermanos a la cocina. Teníamos raciones para tres días, a lo mucho. Pero ahora eso era lo de menos: lo principal era salir de la casa y que no nos escuchen.
-¡No, no están aquí! ¡Ya se los dije! Tienen exámenes y decidieron dormir con amigos.
Escuché cómo golpeaban las puertas de la casa y entraban abruptamente. Apenas si nos dio tiempo de escondernos en la lavandería, dónde mamá tenía todas las máquinas. Vimos cómo varias luces de linternas se materializaban en la entrada de la casa, apuntando a todas direcciones. Escuché cómo un par de soldados subía a la segunda planta rápidamente mientras que un par de soldados se quedaron con mamá aquí abajo.
Sara señaló cómo la luz iba aumentando a medida que los segundos pasaban. Los soldados se estaban acercando a la cocina, y si eso pasaba estábamos fritos. La puerta que daba con el jardín trasero (es decir, con la seguridad del bosque) estaba a dos metros de nosotros. Pero si salíamos de nuestro escondite nos iban a atrapar.
-¡No entiendo cuál es la maldita necedad! ¡Ya les dije que no están aquí! – gritó mamá y le dio un pequeño empujón al soldado.
El soldado volteó la cabeza y la vio a ella. Era nuestra oportunidad para salir. Diez segundos, tal vez quince. Teníamos que salir lo más rápido que podíamos. Sara era la que estaba adelante, luego David y de último iba yo con la mochila llena de las últimas raciones que nos quedaban en la casa. Sara tuvo que abrir la puerta con cuidado, ya que a cualquier sonido podrían atraparnos. Hizo una abertura de tal vez treinta centímetros, lo suficiente como para que pudiésemos escapar.
Cuando yo salí, tuve que cerrarla con cuidado, ya que era demasiado evidente que fue por allí dónde nos escapamos. A unos cuantos metros se encontraba el bosque, y estando una vez allí adentro ya estábamos seguros.
-¡Alto! ¡Alto! – dijo Sara. - ¡Tenemos que esperar a mamá!
Tenía razón. Tal vez era sólo por puro milagro que mamá saldría ilesa de todo esto, así que decidí que lo mejor que podíamos hacer era escondernos entre la maleza y esperar a que esos idiotas se fuesen de la casa. Sin embargo, no pasó así. Los minutos se consumieron y aún no habían señales de mamá, hasta que la puerta del jardín se abrió y los soldados salieron. Claro, salieron con mamá esposada y con las manos en la espalda. La apuntaban con rifles de alta potencia.
-¡Última advertencia para los niños Trawler! – gritó uno de los soldados. - ¡Regresen y salvarán sus vidas y la de su madre!
En ese momento hubiese salido de mi escondite. Le hubiese creído todo lo que ese soldado hubiese dicho. Estaba dispuesto de levantarme, con las manos en la cabeza, y salir a salvar a mamá. Pero no lo hice.
Mamá negó con la cabeza, viendo hacia el horizonte. Ella sabía que la estábamos viendo. Y justo cuando lo hizo, comenzó a llorar.
-¡Última advertencia! – gritó el soldado, luego de sacar la pistola del cinto y apuntarle a mamá. Los demás soldados utilizaban un lanzallamas para quemar nuestra casa. Desde sus cimientos. Todos mis recuerdos, todas mis esperanzas y toda mi infancia se encontraban en ese lugar. Ver eso hizo que me diese un dolor agudo en el pecho.
-¿Qué está haciendo? ¿Qué pasará con mamá? – preguntó Sara.
Vi a David y él también estaba destrozado. Abrazó a Sara lo más fuerte que pudo y la contuvo para que no llamase la atención.
Justo antes de poder decir algo, mamá gritó. Pero no fue un grito agudo, de angustia, o de dolor. Fue más que nada un rugido. Un último gesto desafiante que esos hijos de cien mil putas recordarían. Segundos después, le dispararon. Justo en la frente.
-¡Malditos malnacidos! – gritó David, luego de romper en llanto, igual que Sara.
Los soviéticos le habían disparado a mi mamá, justo en frente de mis propios ojos. Miraba impotente, y con lágrimas en mis ojos y mis mejillas, como los idiotas subían a sus carros y se iban a la mierda.
¿Han sentido alguna vez esa sensación? ¿De querer ver sufrir a alguien tan desesperadamente para tal vez hacerte sentir mejor? ¿O esa sensación en la que todo importa una mierda y sólo quieres tener todo el arsenal nuclear del mundo en un botón de la palma de tu mano y que todo se vaya a la mierda? Tantos deseos pesimistas recorrieron mi mente. Ira, enojo, frustración, tristeza. Todo eso fue apareciendo. Estaba tentado en ir yo mismo por esos malditos malnacidos y cazarlos uno por uno.
-¿Qué haremos ahora, Sam? – intentó hablar Sara.
Pero no puedo. No por ellos. Me necesitan más ahora que nunca en su vida. Necesitan alguien fuerte, alguien sereno y que los sepa guiar. Algún buen líder, un ejemplo. Desafortunadamente, no soy ninguna de esas cosas, pero puedo intentarlo. Debo intentarlo, por ellos y por mamá.
-Iremos a la Ratonera. Descansaremos un par de días allí.
-¿Después qué?
-N-no lo sé. Algo se nos ocurrirá. Lo que tenemos que hacer ahora es ponernos a salvo.
La noche era fría y llena de peligros. Nunca había valorado tanto el hecho de tener una cama, una casa, o siquiera tener el apoyo de mamá como ahora. Sentía que en cualquier momento podría atacarnos un animal, un soldado o un ladrón y asesino. Describir la sensación de alivio cuando vi la Ratonera está de más. El lugar no era lo más cómodo del mundo. Apenas si tenía un sillón dónde podríamos recostarnos para pasar la noche, pero desde ahora era lo único que conocía y que consideraba como un hogar.
-Duerman un poco. Yo haré la guardia. Intenten descansar – les dije a mis hermanos luego de cerrar la escotilla.
Nadie dormiría, de eso estaba seguro. Al menos podían intentar cerrar los ojos durante unos segundos.
-¿Qué es lo que haremos, Sam? – preguntó David.
-Tal vez vayamos con Juliana. Su papá sabrá qué hacer.
-¿Mañana?
-No, no es seguro visitarla en estas horas. Esos idiotas nos estarán buscando, y no creo que sea buena idea aparecerse en su puerta.
-Estamos en la mierda, ¿verdad? – preguntó Sara.
Me quedé un rato en silencio.
-Sí, hundidos en la mierda.
Le tiré una piedrita en la ventana a Juliana. Habían pasado 24 horas exactamente desde que esos idiotas... desde que esos idiotas aparecieron. Según mi lógica, aún nos buscaban, pero era prácticamente imposible que fuesen con Juliana, Gabriel o Thomas. Teníamos que arriesgarnos, ellos son nuestra última esperanza.
Otra piedrita que tiraba. Y esta vez sí había funcionado, al parecer. Vi cómo una figura se aparecía al otro lado. Juliana abría la ventana; pero esta vez la vi diferente. Tenía una silueta angelical que la rodeaba. Era un ángel disfrazado de esperanza. Era mi ángel.
-¿Quién es el que molesta a estas horas de la madrugada? – preguntó Juliana.
-Soy yo – dije saliendo de los arbustos.
-¡Samuel! ¡Estás bien! ¿Qué te ha pasado? ¿Cómo estás?
Mis hermanos habían salido también del arbusto.
-¡David, Sara! ¿Qué fue lo que pasó?
-Juliana, te necesitamos. Necesitamos ayuda.
Ni siquiera lo pensó.
-¡Papá! ¡Papá! – salió corriendo para buscar a su padre.
-Todo estará bien, se los prometo – abracé a mis hermanos lo más fuerte que podía. Debía decirlo convencido. Yo debía estar convencido de ello.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro