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30. El testamento

Esa noche, a diferencia de la anterior, Arlina no durmió bien. Terminó despertando a todos los de la casa cuando gritó en sus sueños de una forma tan desgarradora que Garrett abrió los ojos pensando que alguien la estaba lastimando. Una vez que se apareció en su cuarto y la despertó de la pesadilla, que la estaba haciendo llorar y gritar dormida, la abrazó y la consoló hasta que volvió a quedarse dormida.

A pesar de que todos se habían despertado, ninguno se movió de su cama, sabiendo de lo que se trataba. Harry se alarmó y se levantó, pero Ron lo detuvo, diciéndole que sólo eran pesadillas. Harry le preguntó cómo estaba tan seguro y despreocupado, a lo que él respondió:

—No es la primera vez —dijo bostezando—. Pero días antes de que tú llegaras ya había dejado de hacerlo. Garrett tío nos dijo que ella pidió que no nos molestáramos en ir a ver si estaba bien porque no quería que la viéramos así. Cuando deja de gritar es porque Garrett ya está con ella.

Aunque Ron pudo volver a dormir tranquilamente, Harry no logró pegar un ojo otra vez, con la culpa por no ir a verla y la preocupación por su estado carcomiéndole el alma.

Tan pronto como fue de mañana, Harry fue a buscar a Arlina a su habitación. Quería preguntarle cómo se encontraba y ofrecerle su apoyo; pero al tocar y no escuchar respuesta, abrió la puerta lentamente, se asomó no la encontró. Esperó verla en el comedor, pero de nuevo se desilusionó.

—¿Y Arlina? —preguntó, frunciendo el ceño.

—Seguro está en su habitación —dijo Hermione con una mueca entristecida. Suspiró—. La pobre no tuvo una buena noche. No esperes que baje hoy.

—No. No está en su cuarto —negó exasperado, empezando a preocuparse.

El maullido de una gata egipcia exaltó, haciéndolo mirar detrás de él. La gata estaba tirada en el umbral de la puerta, como si acabara de ser abandonada. A su lado estaba Winky, tratando de levantar el ánimo del felino, que se veía entristecido por la ausencia de su dueña.

—¡Winky! —dijo aliviado. Si alguien iba a saber dónde estaba Arlina, sería la elfina— ¿Sabes dónde está Arlina?

—La señorita Arlina salió hace una hora con el señor Garrett —respondió con su voz chillona.

—¿A dónde?

—Winky no puede decir, señor Potter —negó orgullosa, y ofendida de que se atreviera a creer que le diría el paradero de la que consideraba su amiga y ama.

—Winky, Arlina es mi amiga y...

—Winky no revela los secretos de la señorita Arlina. Winky sólo es leal a la familia Winchester —sentenció.

En todo el día, Harry olvidó el asunto de la insignia de prefecto y sólo pudo pensar en dónde y cómo estaría Arlina. Pasó el día viendo el reloj de la pared hasta que Sirius lo notó desesperado y se dispuso a iniciar una conversación con él para calmarlo.

Pero sólo pudo calmarse cuando vio llegar a la familia Winchester con rostros sombríos. Garrett cargaba en su mano derecha una jaula, en la que adentro había una lechuza pequeña, de plumaje anaranjado, ojos oscuros, pico amarillo y rostro blanco con forma de corazón.

Arlina usaba unos ajustado vaqueros negros a la cintura, una blusa color beige de mangas largas y escote en V, su bolso negro con el encantamiento de extensión indetectable y una chaqueta de cuero café. Le tomó un par de segundos darse cuenta de que la chaqueta era exctamente igual a la de Garrett, pero en su talla y para figura femenina. Su pelo rubio miel lo tenía recogido en dos trenzas francesas.

Preciosa, pensó Harry. Luce muy preciosa.

—Hola, Arlina —saludó Hermione con calma, aunque su tono poseía un ligero timbre de impresión—. Bonita chaqueta.

—Gracia, Herms.

—Iré a dejar esta costa en tu cuarto —dijo Garrett, yéndose a las escaleras, sin dejar que Arlina contestara antes.

—¿No lo crees? —Hermione lo codeó.

Harry se sonrojó al darse cuenta de que no había dejado de mirar a Arlina, y sólo había reaccionado hasta que Hermione llamó su atención. Entonces pudo darse cuenta de la escoba negra y en perfecto estado que Arlina sostenía en su mano izquierda. Era una Nimbus 2001.

—¿Q-qué? —tartamudeó, mirando a Hermione sin comprender de qué le hablaba.

—Arlina se ve muy bonita hoy, ¿no lo crees?

Harry volvió a mirarla y se apresuró a responder, antes de volver a embobarse con ella.

—Ah, t-te ves... Te ves... Sí —carraspeó, sintiendo su cara calentarse—. Te ves muy —accidentalmente marcó más la palabra de lo que hubiera deseado y ahora sintió sus orejas calentarse también— bonita. Muy bonita —repitió, asintiendo—. Bueno, siempre t-te ves... muy bonita.

Arlina sonrió, pero no lo suficiente como para convencerlo. Apenas hizo ese gesto, Harry supo que no estaba teniendo un buen día.

—¿Fuiste de compras al Callejón Diagon? —preguntó Hermione curiosa.

La ligera sonrisa de Arlina se tambaleó y luego murió.

—No —murmuró—. Fui a —dudó un poco sus palabras antes de seguir—... algo como la lectura del testamento de Cedric.

Hermione de inmediato se arrepintió de haber preguntado y palicedió. La lechuza y la escoba no eran nuevas, eran de Cedric.

—Vaya —bisbiseó—. Lo siento. ¿Estás bien?

—Sí —asintió, logrando elevar ligeramente las comisuras de su boca en un intento de sonrisa. Rápidamente se limpió la lágrima que salió rebeldemente de su ojo izquierdo.

—¿Quieres comer? Acabamos de terminar, pero puedo acompañarte.

Arlina negó con la cabeza.

—No tengo hambre.

—Abejita —la llamó Garrett mientras bajaba los escalones hasta llegar a su lado y se acomodaba la chaqueta—, tengo que volver al Ministerio. Alguien tiene que seguirle los pasos a Fudge y ver qué trama con esa irritante Umbridge. Volveré para la cena —prometió, dándole un beso en la frente.

—Nos vemos —dijo Arlina cuando su tío salió, y escuchó la puerta cerrarse—. Iré a mi cuarto. Tengo que alimentar a Picasso —se excusó, esquivándolos rápidamente, y subió las escaleras hasta el último piso.

—Iré a verla —decidió Harry, pero no pudo ni dar el primer paso porque Hermione lo detuvo.

—Espera, Harry.

—¡Vaya! —exclamó Ron detrás de ellos, mirando las escaleras con sus ojos bien abiertos y brillantes— ¿Quién es ella? ¿Es nueva en la Orden? No la había visto. ¡Está guapísima!

—Es Arlina —dijo Hermione poniendo los ojos en blanco.

—No, no —dijo Ron—. Arlina no tiene...

—Sí, Ron. Sí es Arlina —lo interrumpió Hermione, insistente, antes de que el pelirrojo dijera algo estúpido.

Entonces el brillo en la mirada de Ron desapareció y lo inundó la vergüenza. Miró a su amigo con pena, se rascó la nuca y sus orejas de pusieron rojas.

—Merlín —dijo—. Lo siento, Harry. No lo sabía.

Harry quiso decirle que estaba bien, pero que no volviera a mirarla de esa forma. Tenía que admitir que... sí, le daban celos. Arlina se veía muy guapa.

—Harry —Hermione volvió a llamar su atención—. Necesita espacio. Creo que por ahora deberías dejarla. Acaba de ver a la familia de su mejor amigo fallecido, y probablemente recibió sus pertenencias más valiosas e importantes. Cuando se sienta lista, ella se acercará.

Ron volvió a suspirar y Harry lo miró amenazador.

—E-es que... hace calor —se excusó, tragando duro y dándose vuelta para irse hacia la cocina.

—Me preocupa que no coma —comentó Hermione—. Es verdad que se ve muy bien, pero... Ha perdido mucho peso, y no de una forma saludable.

—¿Lo crees? —preguntó extrañado— Para mí...

—¿Se ve igual que siempre? —completó su oración con una ceja arqueada— Porque la ves con ojos de amor, Harry. Pero Arlina no está comiendo bien. Y cuando pienso que está empezando a comer más... la veo sentir asco y regresar al plato lo que se estaba llevando a la boca, o regalarle la comida a Ron o vomitarla.

Arlina no bajó esa noche, pero se obligó a sí misma a cenar el trozo de tarta de calabaza que Harry le mandó con Winky. El gesto la conmovió tanto que decidió darle unas cuantas cucharadas. Su estómago recibió el alimento con gusto y terminó por acabárselo.

—¿Estarás en el equipo este año? —preguntó Harry después de unos minutos de silencio, observando la Nimbus recargada en una esquina del cuarto.

—No lo sé —admitió—. Sólo me metí al equipo porque Cedric me convenció. Pero si me quedo, tendré a Greg —consideró.

—Eres buena cazadora —halagó.

Recordaba haber visto a una rubia de Hufflepuff llevar la quaffle ágilmente hasta los aros en los partidos, y era bastante rápida.

—Gracias. Tú eres buen buscador. Todavía recuerdo tu primer partido —sonrió—. Creí que vomitarías.

—Yo también —confesó.

Arlina miró a la lechuza cuando ésta gorgojó.

—Se llama Picasso —comentó—. Me dejó elegirla y ponerle el nombre a cambio de que él eligiera mi gato cuando fuera mi turno de entrar a Hogwarts.

—¿Así que tú no elegiste a Helga? —preguntó, mirando a la gata que dormía plácidamente sobre la almohada de Arlina.

—No, y su nombre tampoco —añadió—. Él la eligió porque creyó que no me gustaría, ya que a él no le gustó el nombre de Picasso y en ese entonces le pareció justo. Pero se equivocó —sonrió divertida—. La terminé amando. Y como él pensaba que yo terminaría en Ravenclaw, le puso como Helga Hufflepuff. Qué equivocado resultó estar en eso también.

Harry sonrió, contento de verla recordar buenos momentos, pero se le estrujó el corazón cuando unas lágrimas rodaron por sus mejillas. No sollozó, sólo lagrimeó.

—Está bien, no te preocupes —le dijo, limpiándoselas con la manga de su blusa—. No son de tristeza.

Harry asintió, y la dejó sumirse en sus pensamientos durante el silencio que perduró los siguientes minutos.

—No me sorprendió que me dejaran a Picasso, ¿sabes? —mencionó, encogiéndose de hombros— Me sorprendió un poco la escoba. Su padre amaba que él fuera un jugador de quidditch, era algo que los unía. Pero... también era algo que nos encantaba hacer a nosotros desde pequeños —explicó, y luego señaló una escoba más vieja que había junto a la Nimbus de Cedric—. En fin, creí que eso sería todo cuando me dieron a Picasso y la escoba.

—¿Te dieron más?

Arlina asintió, mirando un sobre que descansaba sobre su mesa de noche, cerca de la fotografía de Cedric.

—Al parecer le envió un sobre a su madre, pidiéndole que no lo abriera a menos que algo malo le pasara en el Torneo. El sobre tenía cuatro cartas: una para su padre, una para su madre, una para mí y otra donde dejaba instrucciones de lo que quería que sus padres hicieran con sus cosas —tomó aire y lo soltó, tratando de mantenerse calmada, sin llorar—. Me dejó una carta de despedida, sus libros del quinto y sexto curso y todos sus ahorros. Sus padres decidieron darme también el dinero que ganó por el Torneo. Quise rechazarlo, les dije que lo mejor era que ellos se quedaran todo, porque era su hijo, pero... ellos dijeron que iban a cumplir los deseos de Cedric al pie de la letra.

La consoló, la dejó llorar en su hombro y la abrazó hasta que se quedó dormida. Nunca se imaginó ver a Arlina (la dulce, alegre y bondadosa Arlina) hundida en un dolor tan profundo. Cuando la dejó recostada sobre la cama, cerró la puerta a sus espaldas y se fue a su habitación con un dolo en el pecho. Deseaba poder hacerla sentir mejor, pero no había nada que pudiera hacer, excepto apoyarla.

El ruido de unas pisadas fuertes lo hicieron voltear hacia las escaleras. Dejó la perilla de la puerta de su cuarto, suponiendo que Moody lo estaba buscando.

—¿Estás bien, Potter? —le preguntó Moody.

—Sí, muy bien —mintió él.

Moody bebió un sorbo de su petaca; su ojo azul eléctrico miraba de soslayo a Harry.

—Tengo una cosa que quizá te interese —dijo, sacando una vieja y destrozada fotografía mágica de un bolsillo interior de su túnica—. La Orden del Fénix original —gruñó Moody—. La encontré anoche... Pensé que a alguien le gustaría verla.

Harry cogió la fotografía. En ella había un grupo de gente que le devolvía la mirada; algunos lo saludaban con la mano y otros se levantaban las gafas.

—Ése es Garrett, y a su lado estoy yo —dijo Moody, señalándose, aunque no hacía ninguna falta. El Moody de la fotografía era inconfundible, pese a que no tenía el cabello tan gris y su nariz estaba intacta. Mientras que Garrett se veía más joven, pero en general estaba igual—. Y el que está a mi lado es Dumbledore. Ésos son Frank y Alice Longbottom... pobrecillos —gruñó Moody—. Preferiría morir a que me pasara lo que les pasó a ellos... Y ese otro es Lupin, evidentemente —añadió, dándole unos golpecitos a la fotografía, y los retratados se desplazaron hacia un lado para que los que quedaban tapados pudieran pasar hacia delante—... Ese de ahí es Hagrid, por supuesto, está igual que siempre... Ése es Aberforth... Sirius, cuando todavía llevaba el pelo corto... Y... ¡ahí está, pensé que esto te interesaría!

A Harry le dio un vuelco el corazón. Su padre y su madre lo miraban sonrientes, sentados uno a cada lado de un individuo menudo y de ojos llorosos a quien Harry reconoció de inmediato: era Colagusano, el que había revelado a Voldemort el paradero de sus padres, ayudándolo así a provocar su muerte.

—Vaya.

—Ah, y esos dos jóvenes de ahí son los padres de Arlina: Nora Winchester y Aleksander Slughorn, inseparables desde quinto año —murmuró—. Es una verdadera pena lo que le pasó a Nora. Era una mujer especial y muy brillante, siempre dibujaba sonrisas en los rostros de las personas e iluminaba cualquier habitación a la que entraba. Igual que Arlina.

—Arlina nunca ha mencionado a su padre —dijo Harry.

Al menos conmigo, pensó, pero se quedó callado. Tal vez no debía decir mucho más. Ése era un asunto que a Arlina le correspondía platicarle.

—Porque ella no tiene ni idea de quién es, por eso —explicó brevemente—. Hazme un favor, Potter. Guarda esto —le dijo, tendiéndole la fotografía—. Ella necesitará verlo algún día.

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