.2.
Denki despertó a la mañana siguiente.
Por un momento creyó que todo lo ocurrido había sido un mal sueño. Pero el frío de la cueva, y el leve dolor en su costado, junto con el roce áspero del suelo, le recordaron la verdad.
Se incorporó con cuidado, sorprendida al notar que podía moverse mucho mejor que la noche anterior, su costado, si bien dolía un poco ya no era la sensación caliente y punzante de la noche anterior.
Abrió los ojos sorprendida.
Examinó sus brazos. No había un solo rasguño.
— Que…. — no pudo mencionar más por la sorpresa, su piel había recobrado su tersura, no había ni un rasguño —¿Cómo es posible?
El recuerdo del misterioso ungüento y su sanador cruzó su mente. Y los fragmentos de su última conversación volvió a su mente.
— Tú… eres muy hermosa.
La voz la tomó desprevenida. Denki, que hasta ese momento le daba la espalda a Shoto, recordó que estaba desnuda bajo el ropaje.
Los colores se le subieron al rostro.
—¿Estás espiándome?
— … Si.
Denki soltó una risa incrédula.
—¡Pues no lo hagas!
Shoto pareció genuinamente confundido.
—¿Por qué?
—¿Cómo qué "por qué"? ¿Acaso no lo sabes?
—No. Yo veo a las aves cruzar el cielo y los peces nadando por el mar. ¿Por qué no puedo verte a ti?
Denki parpadeó, incapaz de encontrar una respuesta lógica para algo que, de repente, sonaba tan natural en su boca.
Un tintineo de luz a la distancia la sacó del trance. A unos metros, había lo que parecía ser una cuerda delgada, Denki pudo vislumbrar las piedras de collares antiguos, estaba en el suelo, rota.
—¿Has intentado escapar?
—No hay forma de huir de aquí. —Shoto respondió de inmediato. Su voz era tan firme que no sonaba resignada, sino como un hecho inamovible. —... Estamos en una isla.
Denki se giró levemente para mirarlo.
—Podríamos navegar.
Shoto desvió la mirada hacia la entrada de la cueva, donde el sonido del mar llegaba con ecos lejanos.
—El mar también mata.
El tono de su voz le envió un escalofrío por la espalda.
El silencio se instaló entre ellos, pero esta vez no fue incómodo. El cansancio comenzó a pesar sobre Denki.
Intentó mantenerse alerta, pero parecía que el ungüento ya estaba haciendo efecto, calmando un poco la punzada en su abdomen.
El gélido viento del mar volvió a colarse en la cueva y Denki se encogió todo lo que su cuerpo magullado le permitía.
Shoto no se movió de su sitio, apenas una silueta oculta entre sombras.
—¿Tienes frío? —preguntó de repente, su voz baja pero clara.
Denki parpadeó, sorprendida por la pregunta. No lo había notado hasta ese momento, pero sí, tenía frío.
—Un poco… —murmuró, frotándose los brazos.
Shoto no respondió enseguida, pero al cabo de unos segundos, un resplandor rojizo iluminó su figura. Una pequeña fogata chisporroteó entre ellos, proyectando sombras danzantes en las paredes rocosas.
Denki observó la flama con cautela, luego a él.
—¿De dónde sacaste fuego? —preguntó, con la voz adormilada.
Shoto sostuvo entre sus manos una piedra oscura que aún parecía brillar tenuemente.
—Aprendí algunos trucos.
Denki frunció el ceño, pero estaba demasiado cansada para preguntar más.
El calor la envolvió poco a poco, disipando la rigidez en sus músculos.
—Shoto… —murmuró en voz baja.
—¿Qué?
—Gracias.
El murmullo del mar la sacó de sus pensamientos.
Denki parpadeó, sintiendo la calidez del sol filtrándose por la entrada de la cueva. El sonido de las olas rompiendo contra la orilla se mezclaba con el canto lejano de las gaviotas.
Se incorporó con cautela, llevando los dedos a la herida casi sanada en su abdomen, ahora cubierta por la tela rasgada de su vestido.
"Las heridas no sanan así de rápido", pensó, intentando encontrarle sentido. Ni siquiera ella, que tenía el poder de la diosa, podía sanar heridas en sí misma.
El frasco del ungüento seguía junto a ella, la tapa mal cerrada. Lo tomó entre las manos y lo observó con recelo. ¿De qué estaba hecha esa medicina?
Su mirada recorrió la cueva. No veía a Shoto por ningún lado.
—¿Shoto? —llamó, pero su voz solo rebotó en las paredes de piedra.
Las paredes eran irregulares, cubiertas de algunas enredaderas secas. Más al fondo, una pequeña hendidura en la roca dejaba entrar una corriente de aire fresco, pero no lo suficiente como para ser una salida.
Denki caminó con cautela, explorando el espacio. El suelo estaba frío bajo sus pies descalzos, pero no tanto como la idea de estar atrapada allí.
Cuando llegó a lo que parecía ser un pequeño arco dentro de la cueva, lo vio.
Estaba sentado, con la espalda recargada en la piedra húmeda. Su cabello bicolor le cubría parte de los ojos y no llevaba camisa, dejando a la vista un torso marcado por músculos definidos. Solo vestía un pantalón medio rasgado.
A pesar de estar dormido, su postura era firme. Pero había algo melancólico en su expresión, como si fuera parte del paisaje, como si hubiera estado allí desde siempre.
El estrecho hueco que los separaba era lo suficientemente ancho para que Denki pudiera verlo por completo.
Se sentó sobre sus talones y lo observó.
Era guapo, no había forma de negarlo. Su expresión tranquila la llenó de melancolía al notar la cicatriz en su rostro.
"¿Cuánto tiempo lleva atrapado aquí?"
—¿Vas a mirarme mucho tiempo? —preguntó Shoto de repente, rompiendo la atmósfera con su voz ronca.
Denki se tragó el grito de susto.
—¿Por qué finges estar dormido?
Shoto entreabrió los ojos, revelando sus fascinantes pupilas bicolores.
—Estaba dormido —respondió con calma—. Pero me desperté al sentir tu mirada.
Denki balbuceó, avergonzada, hasta que recordó el tema importante del que quería hablar.
—¿Por qué mis heridas han desaparecido?
Shoto volvió a cerrar los ojos.
—No deberías estar sorprendida —dijo con tranquilidad—. Las heridas sanan cuando el tiempo lo permite.
Denki frunció el ceño.
—Eso no tiene sentido.
Shoto finalmente volteó hacia ella, su mirada impasible pero con un destello en sus ojos.
—Quizás no todo tiene que tenerlo.
Denki frunció el ceño pero no insistió, en su lugar recorrió nuevamente la cueva con la mirada, tratando de encontrar más detalles sobre el lugar en el que estaba atrapada.
Ahora que su cuerpo no dolía tanto,y la luz del sol le daba un mejor panorama, tenía la energía suficiente para analizar su entorno.
Algunas paredes tenían marcas extrañas, como grabados desgastados que no lograba entender. Al acercarse, pasó la punta de los dedos sobre ellas y notó que no eran meras hendiduras naturales; eran símbolos.
—¿Qué significan? —preguntó sin apartar la vista de las inscripciones.
Shoto, que seguía apoyado contra la roca, apenas giró la cabeza para mirarla.
—No lo sé.
Denki resopló, claramente frustrada.
—¿Cómo has podido vivir aquí sin preguntarte estas cosas?
Shoto tardó unos segundos en responder, su expresión era inescrutable.
—Vivir… no es la palabra correcta.
Denki estuvo a punto de exigirle una respuesta más clara, pero algo en su tono la hizo detenerse. Se mordió el interior de la mejilla y desvió la mirada de los símbolos, optando por seguir explorando.
Más adelante, encontró lo que parecía un pequeño montón de objetos reunidos en una esquina de la cueva.
Había piezas oxidadas de lo que en algún momento parecieron ser herramientas, algunas conchas marinas e incluso un par de plumas rojizas.
Denki tomó una de las plumas entre los dedos y la examinó con curiosidad.
—¿De qué es esto?
Esta vez, Shoto sí se incorporó un poco, mirándola con una intensidad inusual.
—De un ave.
Denki levantó una ceja.
—Sí, gracias, genio. Me refiero a qué tipo de ave. Nunca he visto plumas de este color.
Shoto la observó en silencio durante un largo rato antes de responder con indiferencia:
—Quizás de una que ya no existe.
Denki sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero no supo si fue por la respuesta o por la forma en que la miró al decirlo.
Se sentó en el suelo, con la pluma aún en las manos, y suspiró.
—Eres demasiado misterioso, ¿lo sabías?
Shoto ladeó la cabeza con genuina curiosidad.
—¿Por qué lo dices?
—Porque cada vez que te pregunto algo, me respondes como si fueras un enigma andante.
Shoto pareció pensarlo por un momento y luego se encogió de hombros.
—No es mi culpa que hagas preguntas con respuestas difíciles.
Denki le entrecerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia atrás, mirando el techo de la cueva con fastidio.
—Voy a volverme loca aquí…
Shoto no respondió, pero cuando Denki bajó la mirada, lo encontró observándola con una expresión difícil de descifrar. Había algo en esos ojos que le hizo contener el aliento, como si estuviera evaluándola, midiendo cada uno de sus movimientos.
Y aunque sabia que eso era absurdo, en ese momento sintió que había algo más en Shoto, algo que no lograba comprender.
De repente, él sacó algo de su costado y se lo tendió. Denki tomó nota por primera vez de la herida en su mano, parecida a una quemadura reciente. Lo atribuyó a cuando prendió la fogata.
Volvió a observar que la fruta era de un color rojo intenso, casi del tamaño de su puño. Y se la arrojó. Denki la atrapó al vuelo.
—Come.
Denki parpadeó, sorprendida.
—¿De dónde sacaste esto?
—Hay árboles frutales cerca de la costa. Uno en particular es lo suficientemente alto —señaló un punto lejos de la vista de Denki — Si extiendes tu mano por este hueco puedes alcanzar los frutos.
Eso quería decir que se encontraban a una gran altura. Sintió vértigo solo de pensarlo.
Denki la tomó con cautela y le dio una mordida. Para su sorpresa, el sabor era dulce y jugoso, con una ligera acidez al final.
Mientras masticaba, alzó la mirada hacia él, evaluándolo. No perdía nada con intentar obtener más respuestas.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí?
Shoto no respondió enseguida. Miró hacia arriba, donde el sol comenzaba a descender, tiñendo el cielo con tonos cálidos.
—Mucho tiempo —dijo al fin—. Más de lo que puedo recordar.
Denki frunció el ceño.
—¿Cómo terminaste aquí?
—Así como llegaste tú.
Denki dejó de masticar por un instante.
—¿Quieres decir que también te secuestró el dragón?
Shoto giró el rostro hacia ella, su expresión permanecía inalterable, pero había algo en sus ojos que la hacía dudar.
—Algo así.
Denki chasqueó la lengua, frustrada.
—No eres muy bueno dando respuestas claras, ¿verdad?
Shoto ignoró su comentario y desvió la mirada.
Denki lo observó con atención, buscando alguna fisura en su actitud imperturbable.
—¿Y tus padres?
Fue un cambio casi imperceptible, pero lo notó. Shoto se removió incómodo, sus dedos se crisparon ligeramente sobre la roca en la que estaba apoyado.
—Recuerdo poco de ellos —respondió al fin, su voz más baja que antes—. Pero mi madre… ella era hermosa.
Denki tragó el bocado que tenía en la boca y lo miró fijamente.
—Eso significa que... te atraparon cuando eras un niño, ¿verdad?
Shoto no confirmó ni negó nada. Solo mantuvo su vista fija en la entrada de la cueva, como si estuviera en otro lugar, en otro tiempo.
Denki sintió un nudo en el estómago.
—¿Cómo has sobrevivido aquí tanto tiempo?
Esta vez, Shoto sí la miró. Su tono fue más neutral cuando habló:
—La isla es grande. Cuando la bestia duerme, puedo salir a cazar peces y explorar la fauna.
Denki se estremeció ligeramente.
—¿Y nunca has intentado escapar?
Shoto soltó una leve exhalación, como si la pregunta le pareciera ingenua.
—¿Escapar hacia dónde?
Denki abrió la boca, pero no tuvo una respuesta inmediata.
Después de todo, ella misma no tenía idea de dónde estaban o si había alguna forma de volver.
El silencio se instaló entre ellos hasta que Shoto, con un ligero cambio en su expresión, habló de nuevo:
—¿Y tú?
Denki parpadeó.
—¿Qué hay de mí?
—Dijiste que venías de un pueblo. Cuéntame sobre él.
Denki arqueó una ceja.
—¿Por qué?
Shoto la miró con calma.
—Quiero saber cómo es el mundo fuera de esta isla.
Denki sintió un extraño peso en el pecho al escuchar esas palabras.
Respiró hondo y dejó la fruta a un lado, pensando por dónde empezar.
—Bueno… es un lugar pequeño, rodeado de montañas. Tiene un río enorme que atraviesa el pueblo, y en primavera, los árboles se llenan de flores blancas…
Mientras hablaba, notó que Shoto la escuchaba con atención, como si intentara imaginar cada detalle en su mente.
Y así se deslizó el tiempo. Con Denki mordisqueando la fruta.
Acomodándose mejor cada tanto sobre la roca en la que estaba sentada, disfrutando del momento de tranquilidad.
—Dime algo —Shoto la interrumpio en su relato, observándola con sus ojos bicolor, que parecían brillar en la penumbra de la cueva—. Ese hombre… Cassian. ¿Lo conoces desde hace mucho?
Denki dejó de masticar por un segundo, sorprendida por la pregunta.
—No realmente —respondió tras tragar—. Nos presentaron cuando éramos niños, pero después de eso, no volvimos a vernos, hasta ahora.
Shoto ladeó la cabeza, frunciendo levemente el ceño.
—Entonces, ¿por qué te casarías con alguien a quien apenas conoces?
Denki suspiró, apoyando los codos en sus rodillas.
—Es tradición —dijo, como si eso explicara todo—. Soy la elegida de la diosa.
Alzó la mano y, con un leve susurro, dejó que una pequeña cantidad de energía divina emanara de su palma. Un tenue resplandor dorado iluminó su piel y la cueva por unos instantes.
Shoto la observó con fascinación.
—Eso es… impresionante.
—Es lo que soy —Denki bajó la mano, dejando que la luz se extinguiera—. Antes de la boda, hay un ritual. Se hace una danza sagrada para sellar nuestros destinos y se entona un canto que invoca al dragón durante la ceremonia. Es un honor para la gente de mi pueblo.
Luego le contó las historias ancestrales, los sacrificios y como todo terminó con el caza dragones y la tradición que se perpetuó después.
Shoto mantuvo su expresión impasible, pero su voz tuvo un matiz que Denki no pudo descifrar cuando habló de nuevo.
—Lamento... todo lo que el dragon les ha hecjo sufrir... Tambien me parece increíble cómo puedes amar a alguien con quien no has interactuado después de tanto tiempo.
Denki sintió un leve nudo en el estómago. Su mente la llevó de vuelta al momento en que despertó en la cueva, cuando su primer pensamiento fue que Cassian la había enviado a buscar. Había sentido esperanza en ese instante. Pero ahora, al escucharlo de labios de Shoto, sonaba…
No quiso seguir esa línea de pensamiento.
—Oh… el sol ya se ha puesto —murmuró, desviando la vista hacia la entrada de la cueva.
La penumbra ya se extendía sobre ellos, los últimos resquicios de luz bañaban el mar a lo lejos..
—Suena hermoso —dijo Shoto de pronto.
Denki lo miró con curiosidad.
—¿Qué cosa?
—Tu pueblo. Todo lo que describes… suena hermoso.
Denki sintió un extraño latido en el pecho. La forma en que Shoto lo dijo, con una mezcla de anhelo y resignación, hizo que algo se removiera dentro de ella.
No.
No podía permitir que se quedara atrapado en esa isla para siempre.
Con renovada determinación, se puso de pie y comenzó a moverse entre la penumbra.
—Vamos a salir de aquí —dijo con firmeza—. Yo te ayudaré a escapar de esta isla. Y de las garras del dragón.
Shoto no respondió de inmediato. Solo la miró con esa misma expresión de siempre, indescifrable.
Pero esta vez, en la profundidad de sus ojos, había algo más.
Algo que anhelaba libertad.
Observó la entrada del pozo desde donde había caído la noche anterior. La luz de las estrellas apenas se filtraba hasta el fondo, desdibujando los contornos de la roca húmeda. Escalar hasta la cima era imposible, pero tal vez…
— Necesito una piedra grande.
—¿Para que la necesitas?
— Haremos lo que yo diga. Los dos juntos —Se agachó buscando la cuerda rota que había vislumbrado la noche anterior. —Tenemos que escapar ahora que sigue dormido el dragón.
— No deberías salir del pozo.
La respuesta se deslizó en el aire como un eco lejano, como si Shoto no hablara desde el presente, sino desde un tiempo suspendido en la bruma de los sueños.
—Necesitamos al cazadragones —continuó él—. Solo él es capaz de matar a la bestia.
Denki se detuvo durante un instante, escuchando el murmullo del agua subterránea fluyendo entre las grietas de la cueva, pero luego retomó su tarea.
— Él vendrá por ti, solo debes ser paciente.
—¡Basta! —gritó, sin entender por qué la idea de Cassian irrumpiendo en ese espacio olvidado le revolvía el estómago—. Vamos a escapar de aquí. ¿Vas a ayudarme o no?
Shoto se acercó al pequeño arco que los separaba. Algo en su expresión parecía que se agitaba.
— No funcionará. El dragón lo ve todo, lo escucha todo…. No puedes imaginarte… de lo que es capaz. Estás más segura en la cueva.
Denki apretó los puños con la ira burbujeando en su pecho.. Una ráfaga de aire gélido rozó su piel.
— Ahora lo entiendo… el porque has estado aquí por tanto tiempo. Eres un cobarde.
Shoto no le discutió. Solo la miró con una tristeza insondable. Y ella no se detuvo.
Estaba harta.
Harta de que su destino estuviera escrito en tinta ajena, sin tener voz ni voto, harta de seguir órdenes. El haberlas seguido la había llevado hasta esa trágica situación.
Siempre manteniéndose callada y aceptando un matrimonio por haber sido "la elegida". De que, al final, ni siquiera sus estúpidos poderes pudieron ayudarla a huir del dragón.
—Eres un cobarde —repitió con amargura, sin saber si lo decía por Shoto o por ella misma—. Un cobarde sin pena ni gloria… ¡Y ni te atrevas a volver a mirarme!
Se dio la vuelta, buscando nuevamente entre los artilugios, hasta que dio con la concha marina y luego, miró su larga trenza ya desecha por todo el ajetreo que había sufrido.
Sin pensarlo demasiado se puso en cuclillas, desató su trenza deshecha y deslizó la concha marina afilada sobre su cabello.
Los mechones cayeron como fragmentos de sombra sobre la piedra.
Ahora la larga melena yacía suelta en sus manos, Denki pensó que no la echaría de menos. Con manos temblorosas, los recogió y comenzó a trenzarlos junto con la cuerda rota, de tres en tres, luego en cuatro.
—Por Baelyux… Por Baelyux, las cometas vuelan.
La canción escapó de sus labios en un murmullo. Un conjuro olvidado. Una plegaria para los hijos del viento.
Cerró los ojos. La nostalgia la envolvió como el aroma del té de azahar en las tardes de infancia. Por un instante, sintió la calidez de los dedos de Aiko deslizándose por su cabello, la voz de su hermana susurrándole cuentos de dioses y estrellas.
—Por Baelyux, las cometas vuelan.
Por un momento, imaginó lo decepcionada que Aiko estaría cuando la viera. Recordó cuando, de niñas, su hermana solía peinarla con esmero, gimoteando porque había nacido castaña en lugar de rubia.
—Denki…
La voz de Shoto quebró el hechizo.
Se giró, sorprendida. Era la primera vez que la llamaba por su nombre.
—¿Qué estás haciendo?
—Nada que te importe.
Un silencio inquietante se extendió entre ellos. Luego, Shoto suspiró.
—Denki… —Volvió a llamarla. — Lo siento. Quizá tengas razón en que soy un cobarde. Yo también odio al dragón. Pero no puedo luchar contra él.
Denki sintió un nudo en la garganta. Su sombra se alargó en la penumbra, quebrada como la cuerda entre sus manos.
—¿Y cuándo te pedí eso? —susurró, con la voz herida—. Solo quería que me apoyaras…
El eco de sus palabras se perdió en la cueva. Hizo un nudo en la cuerda y cabello. Y luego lo tenso para comprobar su resistencia.
La voz de Shoto nuevamente llegó hasta ella.
— ¿Podrías perdonarme?
No supo si fue por la infinita tristeza que la teñia, o la muda resignación, pero algo en su voz la conmovió.
Entonces Denki se giró, el lugar donde se encontraba Shoto comenzaba a mezclarse con la oscuridad y no podía verlo bien. Pero no necesitaba verlo para sentir la sinceridad en sus palabras.
Dejó la cuerda a un lado y se acercó al espacio estrecho que los separaba.
—Solo si tú puedes perdonarme a mí. Me superaron viejos sentimientos… y me desquite contigo.
Extendió la mano hacia él.
Shoto titubeó.
—¿Qué haces?
—Dame tu mano.
—¿Mi mano?
—Cuando la gente se perdona, se estrecha las manos. — sonrió ante la expresión de incredulidad de Shoto. —Anda. O entonces creeré que tus palabras no son sinceras.
Shoto pareció debatirse entre la duda y la curiosidad. Finalmente, extendió la mano con cuidado, rozando primero sus dedos con los de ella.
El aire cambió.
Denki sintió un escalofrío recorrer su espalda, como si una corriente de energía fluyera desde las yemas de sus dedos hasta las de él.
Entonces, sus manos se unieron en el umbral de la penumbra, Denki se estemecio ante su tacto, su mano era más grande y áspera sobre la suya.
Y por un instante, sintió que el mundo se suspendía. Y que los ojos de eran muy brillantes.
Luego, un estruendo sacudió la cueva. El aire vibró con un rugido que no pertenecía a este mundo.
Denki sintió un tirón en la oscuridad y sus manos se separaron.
—¿Es el dragón? —preguntó Denki asustada. —Pero no tuvo respuesta, luego se escuchó un grito ahogado —¿Shoto?
El arco de piedra que los dividía comenzó a fracturarse. La tierra crujió, el polvo se elevó como un manto de ceniza.
—No salgas de la cueva —Gritó Shoto con dificultad mientras su voz se alejaba en la distancia. —Pase lo que pasé…
—¡Shoto! —Grito Denki. El pánico le atenazó el pecho
Desesperada, se arrojó contra la roca, golpeándola con fuerza, sintiendo cómo la piedra se desgarraba bajo sus manos. Hasta lograr un hueco más amplio.
Con dificultad, gateo entre la tierra cortándose las rodillas en el proceso. La oscuridad se tragó su silueta, envolviéndola en una penumbra espesa y sofocante.
Se incorporó intentando adaptar su vista a la negrura que se extendía frente a ella.
El eco de su propia respiración resonaba en las paredes, convirtiéndose en un murmullo ominoso que la seguía mientras avanzaba. Parecía un pasillo largo y un poco estrecho. Se guiaba sólo por la yema de sus dedos rozando la piedra rugosa, cada grieta y filo le advertían que el mundo que pisaba no era para los suyos.
Escucho el mismo rugido atemorizante de la noche anterior.
El aire estaba cargado de ceniza y algo más denso, un olor a tierra húmeda mezclado con un leve deje metálico. El miedo era un nudo frío en su estómago, pero no podía detenerse. No podía dejar a Shoto a su suerte.
—¿Shoto? —susurró.
Ninguna respuesta.
Siguió avanzando. Paso tras paso, sentía que el pasillo se alargaba, como si la cueva misma jugara con ella. De pronto, unas partículas incandescentes flotaron en el aire, titilando como luciérnagas en la penumbra. No eran insectos. Eran cenizas vivas.
Al final del supuesto pasillo titilaba lo que parecía la luz de una antorcha.
Avanzó con cuidado. Acercándose más a la luz, al final, había un espacio pequeño y para pasar tuvo que gatear.
Y entonces lo vio.
El resplandor no provenía de una antorcha, sino del lomo de una bestia colosal que yacía sobre una formación rocosa. Su cuerpo irradiaba un calor abrasador, la piel escamosa parecía forjada en magma. Exhaló, y el aliento que emergió de sus fosas nasales onduló el aire como el calor sobre la arena del desierto.
Denki contuvo el aliento. Sintiendo que las piernas le fallarían en cualquier momento. Avanzó rodeándolo, intentando encontrar a Shoto, sin verlo en ninguna parte.
—Shoto… —susurró lo más bajito posible. — ¿Estás aquí?
El único sonido que recibió fue el resoplido de la bestia. El dragón dormía, pero su sueño parecía inquieto.
Las alas de pergamino plegadas a los costados se estremecían levemente con cada resoplido, y la luz en su vientre latía como el corazón de un volcán. Pudo haber sido producto de la desesperación, pero Denki tuvo la sensación de que estaba sufriendo.
Se detuvo por un momento, observándolo detenidamente, era una criatura colosal y atemorizante, recordó la manera en que la había observado la noche anterior.
Las palabras del maestro del templo resonaron en su memoria.
“Los dragones son seres despiadados, no sienten como nosotros.”
Pero en ese momento, no vio a una bestia, sino a un ser atrapado en su propio fuego.
Y algo en su interior se agitó.
Sintió el poder pulsando en sus palmas causándole un cosquilleo incómodo, como si debiera usarlo. ¿Pero cómo? La noche anterior apenas y le había inflngido el daño suficiente para que la soltara. Además…
Justo en este momento sintió lástima por él.
Quizá si usaba el sello mítico que le habían enseñado en el templo… si tan solo hubiera prestado la suficiente atención para recordar como iba.
Viéndolo ahora, no pudo evitar pensar en cuánto valor debió requerir el cazador para enfrentar a la bestia de aquella vez… ¿o es que acaso esta era la misma?
Un crujido la sacó de sus pensamientos. Y un par de ojos dorados se abrieron de repente enfocandose en su dirección.
Denki sintió que el corazón se le caía a los pies cuando vio a la bestia levantarse con una velocidad sobrehumana, resoplando ruidosamente.
Denki intentó retroceder tropezando con una piedra en el intento. El aliento de la bestia silbó entre sus colmillos, y una llamarada ardió en su interior, lista para ser liberada.
Sin pensarlo, Denki se lanzó al suelo y gateó hacia el agujero por donde había entrado.
Detrás de ella, el túnel se estremeció con una explosión de fuego y aire caliente. Corrió a ciegas, con el eco del rugido persiguiéndola, sintiendo las paredes vibrar a su alrededor.
Sin saber hacia dónde se dirigía corrió como pudo en medio de la oscuridad. Cuando otra llamarada roja serpenteó en su dirección, logró arrojarse dentro de un hueco estrecho en la roca.
El fuego pasó rugiendo a centímetros de ella, iluminando por un instante la cueva en un resplandor carmesí.
Luego, la oscuridad y el silencio se instalaron de nuevo.
Avanzó sin saber cuánto tiempo. Solo caminó y caminó, hasta que, al fin, una luz blanca surgió a lo lejos.
El aire cambió.
El túnel se estrechaba y la piedra se volvía más fría y húmeda. La salida era alta, y al cruzarla, el viento helado de la noche la golpeó como un latigazo.
La luna llena la recibió. El agua se precipitaba desde lo alto de la cueva, cayendo como una cortina líquida hacia el vacío. El sonido de las olas rompiendo contra la roca le erizó la piel.
La altura era impresionante, el agua parecía caer desde lo más alto de la cueva y avanzando más llegó a lo que parecía ser la punta de un risco.
Denki no pudo hacer más que inhalar aire, abrazándose a sí misma. Tenía miedo de regresar a la cueva y que el dragón la atrapará, pero también temía que la alcanzara ahí, en la orilla del risco.
Sintiendo el peso de su error. Shoto tenía razón.
Pero ella había sido necia en escucharle y se había equivocado nuevamente. Una brisa helada revolvió su corto cabello cuando una voz familiar gritó detrás de ella.
—¡No te muevas…!
Al girar, lo vio.
Shoto estaba de pie, su ropa chamuscada, la piel ennegrecida en algunas zonas.
—¡Estás vivo! —su alivio fue tan repentino que trastabilló.
La expresión de Shoto se tornó de miedo a enojo.
—¿Por qué saliste de la cueva? ¡Te dije que no lo hicieras!
—¿Cómo escapaste del Dragón? —preguntó Denki en respuesta. Regresando la vista a la herida en su mano.
La expresión de Shoto vaciló.
—Denki…
—¿Quién eres en realidad?
Shoto extendió la mano, con cautela, como si intentara calmar a un animal asustado.
—Por favor… —murmuró él extendiendo la mano —te lo explicaré todo.
—¡No te acerques! —Dio un paso atrás.
— Denki… ¡Es peligroso, no avances más!
Shoto dio otro paso, Denki retrocedió dos.
—¡No te acerques! —De repente sus talones rozaron el borde. El vacío detrás de ella se sintió más real.
—¡Denki! —Ahora Shoto sonaba desesperado.
Pero ella ya no lo escuchaba.
— ¡Creí en ti, Confíe en ti! —Grito Denki tambaleando —¡Y me engañaste!
Shoto pareció congelarse en su lugar.
—Denki… El dragón… —Pareció buscar las palabras correctas.
— ¡No, el dragón no…! — Sus palabras quedaron ahogadas en su garganta cuando perdió el piso.
El mundo pareció detenerse.
El viento rugió en sus oídos cuando su cuerpo se inclinó hacia el abismo. Shoto se lanzó hacia adelante, su mano rozó la suya.
Pero no logró alcanzarla.
El vacío la engulló. El aire helado silbó en sus oídos mientras la caída la arrastraba sin piedad hacia el abismo.
El mundo giraba a su alrededor en una espiral vertiginosa de luz de luna y sombras.
El agua se precipitaba en su dirección como si el océano se alzara para devorarla.
"Este es mi final."
Entonces, unas manos firmes se aferraron a su cuerpo, sujetándola con fuerza desde el vientre, deteniendo su caída por un instante efímero. Su mente, nublada por el terror, apenas tuvo tiempo de reaccionar.
Shoto.
Su corazón, que segundos antes había aceptado su destino, latió con fuerza renovada. Había venido por ella.
Pero entonces, la realidad se quebró.
Las manos cálidas que la sostenían comenzaron a arder. Luego un fuerte impulso la mandó hacia arriba dejando su cuerpo suspendido.
Shoto quedó debajo de ella.
Un resplandor carmesí lo envolvió, y ante sus ojos, vio cómo los músculos de Shoto se tensaban y su piel brillaba como brasas encendidas. Su rostro, aún humano, se deformó en un doloroso gesto de transformación. Sus ojos se tornaron dorados como el sol naciente, y en un parpadeo, su figura humana se desvaneció.
Las manos que la habían sujetado se tornaron en garras gigantescas, atrapandola en el aire, envolviéndola con fuerza desclmunal y dos enormes alas rojas se desplegaron como un manto de fuego, iluminadas por la luna. El aire vibró con el batir de aquellas enormes membranas de pergamino. Intentando tomar vuelo.
Y luego, el tiempo pareció suspenderse.
El dragón la sostuvo, como si la gravedad ya no existiera. Su cuerpo quedó atrapado en un abrazo de escamas ardientes, y el mundo volvió a precipitarse en el caos.
Las nubes quedaron atrás, el mar rugía bajo ellos, la espuma salpicaba como estrellas dispersas en la negrura de la noche. El impacto era inminente.
El dragón, con sus alas abiertas como una cortina de fuego, intentó frenar la caída, pero el viento era despiadado. No lo lograrían.
Denki cerró los ojos.
Y el mundo se apagó en una explosión de agua y llamas.
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