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Sweet Moon

A través de la ventana del bus, Jin mira las finas gotas que empezaban a caer en la fría noche de Seúl. Eran pasadas las once de la noche y había subido al último transporte que salía desde su universidad.

Desde que se mudó a la ciudad, hace más de cuatro meses, tenía la costumbre algunos días de quedarse hasta muy tarde estudiando en la Biblioteca del Campus de Ingeniería.

Le gustaban los libros y alimentar su mente de nuevos conocimientos. Pero desde que llegó a la universidad, uno de sus pasatiempos favoritos era observar a cierto muchacho alto de cabello gris que también estudiaba hasta altas horas de la noche.

Sin embargo, ese viernes no llegó.

En esos pocos meses, Jin se había fijado en muchos detalles de aquel joven. La forma rasgada de sus ojos, los leves surcos de su frente cuando se concentraba demasiado, incluso la forma de sus labios y su manía de morder el lápiz. Lo observaba rodar el anillo en su dedo constantemente, con aquella piedra inusual de destello lila, cuando se sentía nervioso. Quizás porque no obtenía el resultado de alguna ecuación en su libreta, incluso dejando caer sus apuntes cuando se desconcentraba. Luego pedía disculpas a los demás por el ruido, sonrojándose con un par de hoyuelos en el rostro.

Había algo en él que le atraía.

Jin sólo lo observaba desde lejos. Quizá hoy podría haberle hablado, quizá podría haberse sentado en su mesa, quizá podría haberle preguntado por los libros de química y física que siempre leía.

Quizás.

Los hombros de Jin cayeron en desánimo. Tampoco tenía ganas de llegar a casa. Allí le esperarían sus dos hermanastros que le solían hacer la vida imposible. Eran menores que él y estaban en constante competencia por ser el favorito de su padre.

Jin había llegado hace pocos meses a esa casa, sin conocer a nadie. Su padre lo acogió sólo por ser de su propia sangre y por cumplir con el deber de darle educación, como todo buen padre suponía debía hacer.

De pequeño, sus padres se separaron y él vivió sólo junto a su madre en el tranquilo pueblo de Ilsan.

Su padre formó otra familia y su nombre era rara vez mencionado en casa. Casi siempre sólo al llegar los pagos de cada mes.

Sabía muy poco de su progenitor ya que siempre estaba de viaje de negocios y tenían apenas contacto. Sin embargo sus gastos diarios, de escuela y universidad, siempre estuvieron al día. Él pensaba que con eso era suficiente.

Jin acomodó su abrigo rosa, subiendo el cuello de la misma, percibiendo en su bufanda del mismo color el olor a algodón de azúcar de su nuevo perfume. Era un olor dulce que le fascinaba. Anotó mentalmente comprarlo antes que se le agote.

Frotó sus brazos sobre la tela de su abrigo para intentar darse calor. Era invierno y él odiaba el frío. Dejaba su nariz muy roja y hacía demasiado contraste con su blanca piel. Él pensaba que debía verse horrible.

Bajó del bus, cogiendo su bolso y corrió las numerosas calles que lo separaban del edificio donde vivía, intentando no mojarse.

Era en vano. Llovía demasiado y se escuchaba el retumbar de algunos truenos en el cielo.

Maldita tormenta.

Llegó al portal empapado. Estornudó un par de veces antes de encontrar las llaves y sintió la molestia de sus cabellos negros y mojados pegándose a su rostro, maldiciéndose internamente por haber olvidado llevar su paraguas.

Su madre era quien siempre se lo recordaba al salir de casa, desde que era un niño. Ella lo hubiera arropado con una toalla, lo hubiera abrazado y le hubiera dado un té caliente. Pero su madre ya no estaba a su lado para cuidarlo cuando se resfriaba y él debía aprender a vivir con eso.

Hoy era el cumpleaños de Jin y él solía sonreír al cielo en cada luna llena, acordándose de su madre, imaginando su bello rostro si aún viviera.

Jin llevaba sonriendo a la luna nueve años.

Mientras caminaba por el pasillo de la entrada del edificio, sintió su teléfono vibrar en su bolsillo. Lo desbloqueó y revisó el mensaje de su tía Sunnie.

Su tía era la única persona que él más adoraba en el mundo. Después de que su madre muriera, ella lo cuidó desde pequeño y con paciencia lo apoyó en sus complicados días de instituto. Fueron difíciles porque Jin sentía que nunca encajaba en ningún lugar, ni en el colegio, ni en el instituto, ni en la universidad. Quizá porque era diferente, porque le gustaran los chicos, porque casi nunca hablaba o por su gusto extraño en llevar la bufanda rosa de su madre. Era el color favorito de ella y para él era una forma de sentirla cerca.

Abrió el mensaje en su teléfono y escuchó el mensaje de voz.

—"¡Felicidades mi Seokjinnie! Hoy cumples diecinueve años. ¡Aigooooo mi Jinnie se hace mayor! Que orgullosa estaría mi hermana de verte ahora, tan grande y futuro ingeniero. No te sobre esfuerces tanto en los estudios. Te echo mucho de menos. No olvides venir a Ilsan en tus próximas vacaciones. ¡Adiós cariño!"

Jin sonrió al escucharlo y le escribió un mensaje de agradecimiento. Guardó el teléfono en uno de sus bolsillos y se intentó abrigar un poco más con su mojado abrigo rosa y la bufanda que aún conservaba el dulce olor del perfume que se había aplicado esta mañana.

El abrigo y el perfume se los había regalado su querido amigo Jimin, vecino suyo. Jin sonríe recordando la tarde de ayer, donde su alegre amigo le sorprendía en casa y lo llevaba a rastras al centro comercial. Cuando salieron de él, ambos vestían el mismo abrigo rosa y olían a la misma dulce fragancia. La gente los miraba con extrañeza por verlos vestir igual y ellos reían pensando en que quizá la gente imaginaba que eran pareja o hermanos gemelos.

Ambos regalos fueron lo único que recibió Jin por su cumpleaños.

Suspiró cansado mientras esperaba frente al ascensor para subir hasta la décima planta donde estaba el departamento de su padre. Desde la ventana de su nueva habitación, sabía que podía ver casi toda la ciudad. Pero el añoraba su tranquilo pueblo, sentía que allí estaba su lugar.

Entró al ascensor, pensando en que lo único que quería hacer al llegar a casa era dormir. Mañana era sábado y podría levantarse tarde antes de ir a la pastelería cerca de la avenida central. Aunque hoy era su cumpleaños, nadie en casa lo recordaba y él quería comprar al menos un pequeño trozo de pastel de fresa en su propio honor. Luego podría dar un paseo por el parque cerca del rio Han, donde le gustaba tomar fotos de la gente y el paisaje.

Mañana habría luna llena. Por la noche, como cada luna llena, subiría al puente cerca del río, donde se sentía quizá más cerca de la luna y cantaría bajito aquella canción que a su madre tanto le gustaba.

Jin suspiró.

Le gustaría tanto cerrar los ojos y pensar que aún vivía en la pequeña casa de su tía Sunnie, en aquel pueblo de Ilsan, con poca gente pero con tantos árboles, tanto campo, tanta paz...

Las puertas del ascensor empezaron a moverse y una mano de imprevisto evitó que se cerraran por completo, sobresaltando a Jin en el interior.

El tiempo se paralizó.

Aquella mano, aquel anillo de singular piedra con un destello lila tan especial...
¿Era su imaginación o el cansancio que le hacían una mala jugada?

Las puertas se abrieron nuevamente, dando paso a una imponente presencia de húmedos cabellos grises.

El corpulento hombre enfrente suyo era mucho más alto y estaba igual de empapado que él. Lo miraba de manera enfurecida, agitado, con los ojos entrecerrados.

—¡Te encontré!— le gritó acorralándolo, acercando su rostro a un lado de su mejilla y aspirando lentamente su olor, susurrando cerca de su oído —Sweet Jiminnie, esta vez no podrás escapar.

Jin se congeló.

¿Aquel sujeto había dicho Jiminnie?

¿Su amigo?

¿Su vecino del 10°C?

Cierto era que desde que llegó a Seúl, Jimin era la única persona agradable con la que había entablado una amistad. El muchacho era muy alegre y aunque Jin apenas hablaba, el pequeño pelinegro se las ingeniaba para sacarle las palabras, salir juntos y hacerlo reír contándole las anécdotas de su día a día. Como el día de ayer en que fueron juntos a comprar los abrigos al centro comercial. Ambos tenían muchas cosas en común, como su gusto por el rosa y la casi nula relación con sus padres.

¿Pero por qué lo confundía con Jimin?

¿Qué relación tenía Jimin con éste sujeto?

—Esp...— Jin intentó explicar el error, pero sintió una fuerte mano cubrir rápidamente su boca, dejando sus palabras a la mitad.

—Shhh... my sweetie— Aquel muchacho le siguió hablando al oído. —Daddy Namjoon no quiere que le expliques por qué estabas coqueteando con aquellos hombres del pub. Sé que te gusta provocarme, pero dejaste que te tocaran... así que esta vez tendré que castigarte.

Jin abrió aún más los ojos en sorpresa.

Aquel muchacho era más alto que él y su peso hacía que apenas pudiera moverse. Se sentía atrapado.

En un rápido movimiento el fuerte joven lo volteó contra la pared del ascensor. Su mejilla terminó pegada a la fría superficie y sus manos fueron atrapadas por otras manos más grandes que las suyas, a ambos lados de su rostro. La bufanda rosa cayó al suelo con aquel brusco giro y su bolso junto con ella.

Sintió una húmeda lengua recorrer lentamente su cuello y su piel se erizó.

El peligris seguía susurrándole al oído.

—Dijiste que ya no querías jugar conmigo, Jiminnie, pero olvidaste que las reglas las pongo yo.

El peligris comenzó a lamer lentamente el lóbulo de la oreja de Jin, mientras una de sus manos bajaba por su silueta, colándose por su abrigo entreabierto y rozando sus dedos por debajo de sus costillas, acariciando con suavidad su cintura por encima de la tela de su mojada camiseta.

Jin dejó de respirar mientras la otra mano del mayor fue deslizándose por su brazo hasta pasar por sus hombros y acariciar su largo cuello, rozando su anillo sobre éste, subiendo y bajando como si intentara marcarlo como algo suyo.

Las puertas del ascensor empezaron a cerrarse y sintieron el suelo moverse bajo sus pies. Jin aprovechó la distracción del peligris para voltearse e intentar enfrentarlo, pero al girarse comenzó a sentirse mareado. Su cuello y su frente quemaban, la ropa mojada haciendo estragos en su cuerpo y el resfrío haciéndose presente, sintiendo escalofríos.

De repente sonó un gran estruendo y la luz del ascensor se apagó.

El suelo dejo de moverse.

El fuerte movimiento del habitáculo hizo que ambos cayeran al frígido suelo y su acosador terminó cayendo desafortunadamente encima de él.

El más alto apoyo su peso sobre sus brazos y con su ronca voz le afirmó.

—¿Lo ves sweetie? La tormenta también esta de mi lado. De cualquier forma siempre terminas debajo de mí.

Aún en la penumbra, Jin estaba en shock. No podía hablar ni quejarse. Empezaba a dolerle fuertemente la cabeza. Sintió un caliente aliento sobre su rostro y una escurridiza lengua lamer su mandíbula hasta llegar a sus labios y comenzar a besarlo sin su permiso, sintiendo como aquella lengua se abría paso hasta explorar en profundidad su boca, dejando leves mordidas en su labio inferior.

Jin no correspondía el beso. Con los ojos cerrados, su mente divagaba en la situación surrealista en la que se encontraba.

¿Era acaso otro de sus sueños donde aparecía aquel chico tímido de la biblioteca?

Pero ésto se sentía demasiado real.

Sintió al contrario incorporarse y empezó a sudar cuando las manos del otro bajaron lentamente por su cuerpo, llegando al cinturón de sus jeans, desabrochándolos con suavidad y bajándolos hasta la mitad de sus muslos. Jin quería detenerlo, quería mover sus brazos, pero no tenía fuerzas para hacerlo. La cabeza le quemaba. Su cuerpo sudaba.

¿Qué estaba pasando?

¿Por qué sus piernas no le respondían?

—Tan obediente my baby boy, deja que daddy Nam haga todo el trabajo por ti.

El peso volvió a sentirse sobre su cuerpo y unos carnosos labios volvieron a besar su rostro, buscando el camino de nuevo a su boca y bajando con delicadeza por su cuello, sintiendo unos dientes dejar marcas en su piel. Las manos del otro resbalaron debajo de su camiseta mojada, acariciando suavemente debajo de su pecho.

Jin ahogó un quejido.

Aquello estaba tan mal... pero se estaba sintiendo tan bien.

El temor le iba abandonando de a pocos. Era incorrecto y su nublada mente no le dejaba pensar. Se sentía febril y débil. Comenzó a mover los dedos de sus manos sobre el suelo. Intentó incorporarse lentamente con sus codos, cuando sintió de nuevo el aliento a alcohol sobre su rostro, una combinación de menta y vodka que lo hacía sentir aún más mareado.

Abrió los ojos, pero todo era oscuridad. Sus sentidos se agudizaron y escuchó la respiración suave de aquel fuerte hombre.

En un intento por incorporarse alzó el rostro, rosando accidentalmente sus labios con los ajenos. El contrario aprovechó la oportunidad para atrapar su boca en un beso desordenado que parecía no tener fin, quitándole el aire, sintiendo sus manos frías deslizarse por sus piernas y bajando sus jeans hasta los tobillos, quitando suavemente una a una sus zapatillas deportivas, liberando sus piernas, quedándose solo en ropa interior.

Jin comenzó a corresponder poco a poco a aquel beso. Ése no era él, su razón le insistía que tenía que parar aquello y su conciencia adormilada y débil intentaba convencerle de que era un sueño. Comenzó a arrastrarse lentamente hacia atrás, ayudándose de sus codos, pero aquel tipo seguía besándole, gateando encima suyo, sintiendo la ropa mojada del otro friccionarse contra la piel expuesta de su abdomen y piernas.

Su espalda chocó contra la pared del ascensor. Los labios del mayor se separaron de los suyos y pronunció con ronca voz.

-¿Dónde piensas huir sweetie? ¿Quieres hacer enfadar a daddy?

Los labios ajenos volvieron a los suyos, succionando y mordiendo a la vez.

'Sweetie'.

Hace muchos años no escuchaba ese apodo. Su madre solía llamarle así cuando era un niño pequeño. Jin cerró los ojos evocando ese recuerdo, aquel sobrenombre dándole la confianza para continuar, haciéndolo sentirse bien.

Su cuerpo comenzaba a reaccionar al estímulo. Movía sus labios intentando llevar el ritmo del contrario, percibiendo como el otro se iba deshaciendo de su propia chaqueta.

Jin deslizó su cuerpo, ascendiendo por la superficie de la pared del ascensor, dándose estabilidad con su manos, apoyándolas en la pared, enderezando sus piernas, intentado ponerse de pie. Aquel hombre seguía besándolo frenéticamente, irguiéndose junto con él. Sus manos reptaban por su cuerpo cual serpiente, subiendo por su piel, acariciando su torso, llegando hasta sus hombros, despojándolo lentamente de su abrigo y arrojándolo al suelo.

Una pizca de su razón hizo que Jin levantara sus manos hacia el más alto para apartarlo, en un vano intento por frenarlo. Pero sus manos sólo pudieron tocar el pecho desnudo y mojado del contrario. La camisa abierta dejando expuestos sus abdominales, sintiendo la forma bajo sus dedos.

Aquello lo encendió de sobre manera.

Nunca sus sueños habían sido tan reales. Los sueños que había tenido Jin con el peligris eran muy simples. Su imaginación le planteaba diversos escenarios. Una conversación, una cita, un abrazo, un beso...

Pero este sueño superaba todas sus expectativas.

Recordó a su risueño vecino cuando le contó su último sueño con aquel tímido chico de la biblioteca. Éste le regañó por ser tan soso y entre risas tuvo que prometerle que la próxima vez que cayera en los brazos de Morfeo se dejaría llevar por su imaginación.

'Dejarse llevar'.

Ésa era la respuesta para callar a la razón.

Los labios del contrario abandonaron los suyos y bajaron nuevamente por su cuello, besándolo con ansiedad. Sus manos descendieron hasta el borde de la mojada camiseta, levantándola por sobre su cabeza, quitándola con un rápido movimiento.

Jin llevó su cabeza hacia atrás, apoyando su espalda contra la pared. Los brazos a cada lado de su cuerpo, las palmas de sus manos contra la misma superficie, cerrando los ojos.

La fiebre nublaba su conciencia. Su respiración comenzó a agitarse cuando el otro volvió a besar su cuello, esta vez bajando los labios por su pecho y atrapando uno de sus pezones con su lengua, lamiendo y succionando con lascivia.

Un gemido de sorpresa murió en la garganta de Jin.

Los labios del mayor siguieron bajando por su abdomen, recorriendo con sus manos su fina cintura, atrapando con los dientes el principio de su boxer por debajo del ombligo. El pelinegro sintió el caliente aliento del contrario en su bajo vientre, estremeciéndolo por completo y unas manos grandes deslizaron su ropa interior dejándola caer a sus pies.

—Tan dócil my sweet baby. Enséñale a daddy como le gusta tomarte.

Y Jin decidió que sólo por esta vez se dejaría llevar por los sueños y daría rienda suelta a su imaginación.

Tembló cuando las manos firmes volvieron a subir por su cuerpo, aquel anillo volviendo a rozarlo de manera deliciosa, subiendo por su torso. Una mano acariciaba su cuello mientras la otra descendía por sus caderas, apretando su piel una y otra vez, dejando marcas que seguramente las notaría al día después.

Jin percibió el seco sonido de los pantalones del contrario desabrocharse y deslizarse. De repente las grandes manos dejaron de tocarlo. Lo oyó gruñir.

Un fuerte golpe de un puño en la pared, justo al lado de su rostro lo sobresaltó.

—¡Maldita sea deja de temblar!— gritó el más alto. El aliento ajeno volvió en frente del rostro de Jin. Abrió los ojos sorprendido, pero solo veía oscuridad y el dolor de cabeza se sintió aún más fuerte. Cerró los ojos nuevamente. —Tengo que parar esto. Esto... no está bien— la angustiada voz del peligris se escuchó.

No, no, no.

No estaba bien... pero era su sueño.

¡Era su maldito sueño!

Jin quería tomar las riendas, él quería tener el valor, él quería...

—Escucha— volvió a hablar el mayor. — Es nuestro último juego. Yo no voy a forzarte, yo...— y el peligris no pudo terminar de hablar.

Unos calientes labios atraparon su rostro en un beso desesperado, buscando en la oscuridad a tientas su boca. El más alto sintió un cuerpo mojado trepando sobre él, apegándose al suyo, rodeándole con brazos y piernas. El peligris llevó una de sus manos a los firmes muslos del muchacho, tratando de sostenerlo, mientras con la otra se apoyó en la pared del ascensor para no perder el equilibrio. Jin separó sus labios un milímetro de los ajenos y con voz entrecortada, casi en un susurro pronunció —No pares... por favor.

Esta vez fue el mayor quien lo besó con ansiedad, girando sobre sus pies para apoyar la espalda del contrario sobre la fría pared. Jin jadeó en sorpresa, mientras unos calientes labios bajaban por su cuello, marcándolo a placer.

Su desnudez le hacía sentir vulnerable y expuesto, pero el deseo seguía nublando su cordura. Escuchar los roncos gemidos suyos y ajenos sólo le hacían ansiar más.

El mayor aspiró la dulce fragancia del cuello del pelinegro y pasó la lengua por su oreja.

—Tu olor me está volviendo loco— Y siguió simulando embestidas con su pelvis, mientras lo sostenía con ambas manos en sus glúteos, apretando y masajeando a su antojo.

Jin jamás había experimentado tal sensación abrumadora, desconociendo si era producto del éxtasis o la fiebre. Sentía el cuerpo caliente contra el suyo, su propio miembro rígido, atrapado entre ambos, friccionándose exquisitamente con cada movimiento, mientras se sostenía de aquellos anchos hombros, gimiendo con placer en el oído del otro.

El miembro ajeno se endureció debajo suyo, humedeciéndolo, rozando cada vez su entrada en un vaivén que lo estaba trastornando poco a poco.

Y rindiéndose al deseo, Jin se vino en su propio abdomen. Su cuerpo agitado en ligeros espasmos, su propia esencia esparciéndose por ambas pieles, bajando por su entrepierna y bañando el miembro del mayor.

El pelinegro jadeaba por falta de aire, más el contrario no le dio tregua. Comenzó a embestirlo con suavidad, siendo sus pieles mojadas y la esparcida esencia de Jin lo que iba facilitando su tarea de introducirse poco a poco dentro del muchacho que luchaba por sostenerse del más alto, enterrando los dedos en sus hombros.

Cuando el mayor invadió su interior completamente, Jin lanzó un ronco grito, sintiendo su entrañas arder como el infierno, mientras finas lágrimas caían por sus ojos.

El peligris lo oyó gritar y volvió a lamer su cuello para distraerlo del dolor.  Ascendó nuevamente a sus labios, comenzando a besarlo con desenfreno, buscando ahogar cualquier quejido, succionando su lengua, jadeando ambos y apresando sus labios con los dientes.

El mayor apreció cómo el cuerpo del otro comenzó a relajarse en sus brazos. Las manos de Jin viajando hacia la nuca del contrario, gimiendo, jalando de sus grises cabellos y ansiando más contacto.

El pelinegro sintió su cuerpo responder con el lento vaivén de su cadera, buscando introducirse aún más en el miembro del mayor que lo había invadido a profundidad, dilatándolo, haciendo ahora brotar un delicioso placer en su interior.

El peligris comenzó a embestirlo lentamente, aumentando la intensidad con cada estocada, sintiendo su propio orgasmo llegar con más fuerza. Golpeó el interior del otro, una y otra vez, sosteniendo las piernas del pelinegro que seguían aprisionando su cintura.

Jin sentía partirse a la mitad. Un intenso hormigueo en todo su cuerpo lo llevaba a retorcerse y jadear de manera descontrolada, arañando la espalda del otro con vehemencia.

Ambos llegaron al clímax minutos después. Jin llevó su cabeza hacia atrás, viniéndose nuevamente, sintiendo a la vez un líquido caliente derramarse en su interior, mientras el mayor mordía la piel de su clavícula, enterrando el gemido gutural que moría en su garganta.

Jin bajó su rostro, exhausto. Sintió la frente del contrario apoyándose en la suya, ambos con los ojos cerrados, sudando, sus alientos mezclados, intentando recuperar la respiración de a pocos.

La luz del ascensor comenzó a parpadear, iluminando por momentos el lugar.

—Este será... nuestro último juego Jiminnie... fue lo que acordamos— habló el mayor aún con los ojos cerrados, jadeando, recobrando el aliento. —Hay alguien... que me gustaría conocer... y esta vez quiero... hacer las cosas bien.

El peligris abrió los ojos, intentando enfocar la vista frente a él.

Y lo vio.

El cabello negro desordenado, los ojos cerrados dejando entrever unas espesas pestañas que adornaban las finas facciones de su rostro enrojecido. Unos labios carmesí, rojos de tanto haber sido besados, húmedos, abiertos, intentado recuperar el aire.

Aquel rostro ya lo había visto más de una vez, pero de cerca era aún más bello. El rostro más perfecto que hubiera visto jamás.

¡Por todos los cielos!

¡Él no era Jimin!

¡¿Qué había hecho?!

La cara del peligris se desencajó angustiosamente. Quiso hablar y no salían palabras de su boca. El alcohol que nublaba antes su mente, se disipó en un segundo. Sintió el peso del muchacho rendirse sobre él, haciendo que el mayor se arrodille con el joven desnudo en sus brazos, dejando luego su cuerpo delicadamente sobre el suelo.

Tocó el rostro del muchacho y lo sintió arder en fiebre.

Asustado comenzó a darle ligeras palmaditas en las mejillas.

—Por Dios, bonito, respóndeme por favor... ¡Dios, Dios, Dios!

Las luces dejaron de parpadear e iluminaron todo el lugar.

El suelo del ascensor comenzó a moverse, ascendiendo nuevamente. El peligris limpió al muchacho con su propia camisa y comenzó a malvestirlo desesperadamente. Acomodó sus propias ropas y cargó al joven en brazos.

Cuando se abrieron las puertas del ascensor en la décima planta, un joven pelinegro enfadado y vestido con un abrigo rosa, le esperaba tras ellas.

—¡Namjoon! ¡Llevo esperándote una hora! Me dijiste que...— y Jimin no pudo continuar. Sus ojos miraron fijamente con horror el cuerpo casi inerte de su amigo en brazos del otro. —¡Pero qué demonios! ¡Es mi amigo Jin! ¿Qué le ha pasado?

—Yo... yo...— tartamudeó el peligris— Yo había bebido demasiado... te seguí desde el pub... él llevaba tu abrigo... el ascensor estaba oscuro... y él... él siguió nuestro juego... creí... creí que eras tú... él ... se desmayó... yo...

—¡Rápido! Traélo a mi departamento— le gritó Jimin, mientras recogía algunas pertenencias que quedaban en el suelo del ascensor y junto a ellas el abrigo rosa de su amigo, el mismo que le había regalado ayer por su cumpleaños y era idéntico al suyo.

Entraron al salón, pasando a la habitación del pequeño pelinegro y dejando al inconsciente muchacho sobre la cama. Jimin quitó sus ropas mojadas y las cambió por unas suyas, no sin antes ver las marcas en la piel de su amigo y los restos de aquel encuentro. Luego trajo unos fríos paños húmedos y los dejó en su frente. Inspeccionó su rostro con sus manos, sintiendo la piel del otro arder. Lo arropó y giró su vista al más alto que seguía de pie al lado de la cama, sin perder de vista al joven que yacía entre las sábanas.

—Sólo es fiebre Nam, no tienes que preocuparte— afirmó Jimin con voz suave al peligris, viendo cómo de los ojos de Namjoon caían gruesas lágrimas.

—Es él— dijo bajito el mayor. —Es el chico del que te hablé. Con el que sueño cada noche. El que siempre le canta a la luna en el puente del río Han.

Namjoon no pudo seguir hablando y rompió a llorar. —Yo aún no había tenido el valor hablarle... yo no quise hacerle daño... yo...— y su angustioso llanto seguía ahogando sus palabras.

—Tranquilo, hablaré con él cuando despierte— le respondió el pelinegro, intentando calmarlo. —Mi padre regresará de viaje en una semana. Mientras tanto le diré a la familia de Jin que él se quedara en mi casa hasta que vuelva. Creo... uhm... creo que debes regresar a tu casa y quitarte esas ropas mojadas si no quieres enfermar también.

Namjoon asintió sin verlo, con la cabeza agachada, limpiando sus lágrimas con el puño de su aún mojada chaqueta.

—Yo le explicaré todo este malentendido, todo va salir bien— agregó Jimin con suave voz, tranquilizando al mayor.

Lo vio caminar cabizbajo hacia la puerta, mientras salía del departamento lentamente.

Cuando Jin despertó por la mañana, su amigo Jimin estaba al lado de la cama, acostado junto a él, con los ojos expectantes y esperando ansioso.

—¿Te sientes bien?— le preguntó el menor.

Jin asintió con la mirada. Cerró los ojos un momento y luego gesticuló una sonrisa.

—¿Recuerdas el chico de la biblioteca del que te hablé?— comentó hacia el pequeño pelinegro. —Esta vez vas a alucinar con el sueño que tuve con él.

Jimin se levantó de la cama en un segundo. Sus ojos se abrieron hasta más no poder, cubriendo su boca con las manos.

Jin se incorporó sobre la cama, viendo que no era la suya, ni tampoco sus ropas. Sintió un fuerte tirón en su pelvis y sus muslos adoloridos. Cerró los ojos, resintiendo el malestar.

Hizo una mueca de dolor.

Todo lo que había sucedido anoche le vino a la mente como flashes de una película.

Jimin se sentó a su lado, tomó las manos de su amigo entre las suyas, afirmándole algo que él nunca hubiera querido escuchar.

Jin, no fue un sueño.

Y el corazón de Jin dejó de latir.

Cuando Jimin terminó de explicar lo acontecido, Jin creyó que era una broma de mal gusto del menor. No había forma en que el destino se hubiera ensañado con él de esa manera y hubiera juntado sus caminos de la peor forma posible.

Cuando aceptó la realidad se sintió repugnante, ni siquiera quería ver su reflejo en el espejo. Se sentía asqueado y sucio. No culpaba al otro, se culpaba a sí mismo, por su inmadurez y por dejarse llevar por sus más primitivos instintos.

Se sentía el idiota más grande del universo.

Namjoon fue un par de veces a su departamento, pero Jin siempre se negó a recibirlo. Se sentía tan avergonzado, incapaz de verlo a la cara.

Algunos días, Jimin lo visitaba y le entregaba algunas cartas que el peligris le escribía, pero Jin no quería leerlas. Su amigo, con tristeza, las fue juntando una a una en el bolsillo del abrigo rosa que Jin siempre colgaba cerca de la puerta de su habitación. El mismo abrigo que causó la más grande equivocación aquella noche lluviosa.

Una tarde, Jin se encontraba en su cama, mirando el techo de su habitación, casi sin pestañear. Los recuerdos de aquel día seguía rememorándose en su mente, despertándolo algunas noches. Ya no se sentía asqueado de sí mismo, pero tampoco sabía como podría arreglar la situación. Recordaba las palabras de su madre cuando alguna tarea de la escuela no le salía bien: "Somos humanos y podemos equivocarnos. Siempre podemos volver a empezar".

Pero temía enfrentarse a la realidad y la vergüenza lo seguía consumiendo.

Llevaba sin salir de su casa más de dos semanas. Hubiera perdido la noción del tiempo si no hubiera fijado su vista en el calendario que tenía en su mesita de noche junto a la cama.

Miró con resignación la cruz marcada en el día de hoy. Luna llena. Era inusual que hubiera dos en un mes, pero quiso mantener la promesa a su madre.

Se vistió con lo primero que encontró y tomó su abrigo rosa antes de salir, colocándose la bufanda que aún conservaba un dulce olor.

A pesar del frío, prefirió caminar por la avenida central antes de llegar al río Han. En el camino miro el sol ocultarse poco a poco. Era un paisaje que le encantaba vislumbrar.

Al llegar al puente, la noche ya había acaecido. Una hermosa y grande luna iluminaba todo a su alrededor. Jin quiso hacerle una foto con su teléfono y buscó entre sus ropas, encontrando varias cartas en su bolsillo.

Dudó en leerlas pero su curiosidad fue mayor y comenzó a abrirlas una por una. En la primera había unas letras de disculpa, relatando todo lo sucedido. El papel estaba estropeado en algunas zonas, como si algunas lágrimas lo hubieran mojado.

Aquello le encogió el corazón.

En otras cartas habían varios poemas dirigidos a él. En un papel muy fino, con una perfumada esencia que muy bien reconocía: algodón de azúcar.

Leyó algunos de ellos.

"A medida que cada estrella sale a relucir,
a medida que el viento cruje la tierra,
a medida que la luz de la luna recorre la habitación,
Yo estoy pensando en ti.

Cuando el sol quema su saludo de la mañana,
cuando los pájaros cantan y atraviesan el cielo,
cuando las hojas de los árboles bailan por el aire,
yo estoy pensando en ti.

Durante la bruma del sol de la tarde,
durante el suave remolino y el flujo de las nubes en el cielo,
durante el desvanecimiento del bullicioso día,
Yo estoy pensando en ti.

Mientras las sombras del crepúsculo comienzan a caer,
mientras el aire de la tarde comienza a relajarse,
mientras los grillos comienzan su dulce coro vespertino,
yo estoy pensando en ti.

Justo cuando cae la hora más oscura de la noche,
así como el mundo se queda callado y silencioso,
así como la tierra de los sueños nos llama,
Yo estoy pensando en ti.

Cada día,
Cada hora,
Cada momento,
Estoy pensando en ti."

El pelinegro guardo los poemas y sonrió complacido.

En la última carta que abrió, encontró un dibujo a carboncillo. Era una imagen de él en el puente y una inmensa luna en lo alto. Jin no pudo ocultar su admiración, era un dibujo realmente precioso.

Volvió a fijar su vista en el cielo y como si hablara con la luna, cerró los ojos y comenzó a cantar bajito la canción que tanto le gustaba a su madre.

-En la noche de luna creciente,
Incluso después de cerrar los ojos,
te apresuras con tu azul.
En la noche de luna llena,
¿Estaría bien retenerte dentro de mis ojos después de abrirlos?
Incluso a la luz del día,
incluso en la oscuridad de la noche,
te quedas a mi lado.
Incluso cuando estoy triste,
incluso cuando estoy herido,
simplemente brillas sobre mí.

Una voz diferente a la suya interrumpió su canción, completando las frases que hubiera seguido cantando.

-Me pregunto de repente,
¿Realmente te conoces a ti mismo?,
¿Sabes lo bonito que eres?
Me quedaré a tu lado,
me convertiré en tu luz,
todo por ti.

Jin se giró sobresaltado, posando su mirada en la figura que había a su lado.

Namjoon mantenía sus ojos en la gran luna.

Jin volvió su mirada al cielo.

—¿Es hermosa, verdad?— comentó hacia el mayor, sin mirarlo.

Namjoon bajo su mirada al agua del río que destellaba algunos reflejos de aquella noche estrellada.

—No más que tú— respondió avergonzado.

Jin se sonrojó.

El mayor se giró hacia él, viendo las estrellas reflejándose en los ojos del pelinegro. Quiso decir tantas cosas y no encontró las palabras adecuadas. Finalmente, mirando al otro con nerviosismo, pronunció lo primero que por su cabeza cruzó.

—¿Sabías que si todas las estrellas de la Vía Láctea tuvieran nombre, se necesitarían 4.000 años para decirlos todos?

Esta vez Jin giró su rostro hacia Namjoon y explotó en risas que se oyeron por todo el lugar. El mayor no podía quitar sus ojos de él. Era la risa más fresca, la sonrisa más preciosa, el hombre más bello que alguna vez vio.

—¿Es así como conquistas a otros chicos, Namjoonnie?— preguntó el pelinegro, con una divertida voz.

—Sólo a los más hermosos como tú, Jinnie— respondió el peligris.

Un silencio agradable se hizo entre los dos.

—¿Podríamos... imaginar que acabamos de conocernos y... volver a empezar?— Namjoon le cuestionó con timidez.

Esta vez Jin lo miró a los ojos y asintió con la mirada, curvando sus labios, haciendo que el otro ensanche su rostro en una gran sonrisa, mostrando un par de hoyuelos en el rostro.

Jin pensó que su sonrisa iluminaba aún más la noche, quizá más que la luna.

—Guarda tu número aquí, te llamaré mañana— le aseguró el pelinegro, mientras le entregaba su propio teléfono.

Namjoon lo tomó y guardó su número, haciendo vibrar el suyo para guardar el número del otro.

—¿Nos vemos mañana?— preguntó sonriendo el peligris, acercándose al otro, mientras arropaba a Jin en su propio abrigo y acomodaba la bufanda rosa en su propio cuello, disfrutando su dulce aroma esparcido en el corto espacio entre los dos.

—Nos vemos mañana— afirmó complacido el pelinegro.

Una hora después el teléfono de Jin vibró. Acostado en su cama, se giró para revisarlo y sonrió a la pantalla al ver el mensaje.

My Moon
—Buenas noches Jinnie.

Mientras al otro lado de la ciudad, un joven ilusionado recibía otro mensaje que lo dejaría durmiendo con la felicidad plasmada en el rostro.

My Sweet Moon
—Buenas noches Namjoonie.

Jin terminó de escribir su mensaje y cerró los ojos, cayendo dormido profundamente, mientras pensaba en que su madre le cantaba a la luna... quizá porque la luna a veces puede hacer los sueños realidad.

FIN

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Nota: la letra de la canción que cantan a la luna es "Moon", incluída en el álbum Map of the Soul 7 de BTS.

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¡Hola! Gracias por llegar hasta aquí y leer mi primera historia🥺. Prometo ir mejorando con el tiempo 😄. Espero que te haya gustado leerla tanto como a mí escribirla. Si te gustó, puedes dejar tu voto 🌟 y pasarte por mi perfil para leer otras historias que tengo en proyecto. Gracias por tu tiempo y por querer tanto a Bts, estos siete chicos que nos hacen la vida más feliz 💞 . 
- Ayri -
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