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Capítulo 4: Bienvenidos a Salvo

-Estás destinado a la grandeza, y a hacer muchas proezas...

-No olvides que eres mi luminiscencia, hijo amado de todas estas tierras -completó por decir Robin, y sus ojos se llenaron de lágrimas-. Mamá, en verdad eres tú.

-Señor, no podemos confiar en ella. ¿Como sabemos que no es una trampa digital? -preguntó Jack escéptico, en una muestra de desconfianza notable. El resto dudó con sus miradas.

-Mamá me recitaba un proverbio personal todas las noches antes de llevarme a la cama. Lo que acaban de escuchar son sus últimos versos, y nadie conocía de su existencia. Aunque sea difícil de creer, está viva. Está viva-repetía Robin como disco rayado. Su última hora había sido una locura: un ataque desconocido acabó con parte de su tripulación, asesinaron a la persona que amaba y ahora tenía que esforzarse para mantenerse de pie, ¡puesto que su madre estaba viva!

El asombro se había trasladado al resto del equipo, que se mostraba totalmente anonadado por la escena. Era ya una cuestión de entendimiento nula, donde todo parecía ser una incoherencia constante y donde parecía que las respuestas no estaban a la vuelta de la esquina.

-Te veré pronto, hijo amado. Resiste -concluyó la mamá de Robin, quien le echó un beso de despedida. Luego la llamada se cortó abruptamente y la líder guardó el dispositivo.

-Debemos irnos ahora, Robin. No nos queda mucho tiempo -repitió Marcela, que se mostraba impaciente pero muy segura de sí misma. Su equipo custodiaba la zona con mucha precaución, intentando percibir hasta la más mínima anomalía.

-Jack, abre la compuerta. Nos vamos de aquí -ordenó Robin, y su segundo no tuvo más remedio que cumplir con los deseos del Capitán.

-Por favor, pídele respuestas, Robin. Aún no sabemos qué sucedió aquí -pidió Morris con sutileza. Inconscientemente todos habían formado un círculo.

-Será lo primero que haga, contramaestre -contestó Robin en una respuesta fría, inexpresiva.

-No hacía falta contestar como un idiota -susurró Morris para que nadie pudiera oírlo mientras se mordía su labio con malestar. ¿Acaso su mejor amigo se había olvidado quién lo puso de vuelta en órbita?

Jack abrió la compuerta y Robin y Marcela estrecharon sus manos por primera vez. Allí el resto por fin supo que ya no corrían peligro.

El capitán le dedicó una última mirada compasiva al cuerpo de Viena. Marcela supo exactamente qué es lo que estaba pensando.

-Nos haremos cargo de ella. Tendrá la despedida que se merece -agregó la nueva colega de Robin, quien había tomado el control de la situación con absoluta delicadeza.

Así empezaron a caminar a pasos agigantados. En su camino podían encontrarse decenas de cuerpos sin vida y una calma que en la última hora no se había sentido. Lo único que podía escucharse era la alarma de los camarotes resonar una y otra vez, y cómo las luces de emergencia parpadeaban constantes. Robin comenzó a sentir un vacío mayor que el de ver a su amada morir, y entendió de una vez por todas que el barco que estaba a su mando era ahora un cementerio, no solo por los muertos, sino en espíritu. La oscuridad había tomado todo.

-No voy a dar un paso más hasta que no me digas qué sucedió aquí. Todos ellos son mi gente, mi responsabilidad. No puedo ni debo dejarlos aquí sin más. Háblame, Marcela. Dime por qué está sucediendo esto -dijo Robin en su intento más sincero. Entonces pudo prestarle más atención a la líder, quien en su vestimenta tenía únicamente una reluciente calavera blanca como insignia. El resto era un equipo de combate negro, sin más detalles que llamaran la atención.

Marcela resopló frustrada ante el temperamento empedernido del capitán. Lauren se lo había advertido: nada ni nadie podrían detener los fines de su hijo. Su crianza tan caracterizada por conseguir siempre lo que quería, producto posiblemente de haber sido su único progenitor, lo hacían un hombre altamente caprichoso e insistente.

-Los miembros de la Cruz Roja eran infiltrados que venían a arrasar con tu destructor. Es muy pronto para que entiendas por qué, pero lo único que puedo decirte por ahora es que Callister es quien conectó a tus enemigos a este barco.

-Eso es... Imposible.

-Puedes confiar en mi palabra o puedes olvidarte de lo que acabo de decir. A fin de cuentas, eras tú el que querías respuestas -respondió Marcela disgustada, levantando sus hombros y mostrando indiferencia.

-Pero... ¿Cómo? ¿Por qué?

-Bastará con decirte que sus pulmones están fallando más de la cuenta y no puede dejar a su familia con las manos vacías. -Marcela se sintió tan insensata con sus palabras que se vio obligada a agregar un comentario compasivo-. Siento tener que ser la persona responsable de revelarte otra gran decepción.

-¿Cómo sabes todo esto? -arremetió Doris.

-Digamos que todo lo que está sucediendo es más grande de lo que creen.

Doris frunció el ceño. Las respuestas misteriosas de Marcela no revelaban ni el más minúsculo dato.

-Capitán, lo dije una vez y lo repetiré: no me fío de esta gente -comentó Jack con la voz más nerviosa que alguna vez el resto había escuchado salir de su boca.

-Teniente, ya basta. Si nos quisieran muertos, ya han tenido su oportunidad. No quiero escuchar otra palabra al respecto.

Robin se limitó a caminar con la cabeza al frente, pensativo en los dichos de Marcela y las afirmaciones de Jack, que habían acabado por hacerlo dudar. ¿Debía confiar a toda costa en la líder porque su madre se lo había indicado, o le correspondía husmear y presionar para conocer la verdad?

-Quiero revisar el barco de arriba a abajo. Tiene que haber supervivientes al ataque, ¿verdad? -preguntó Robin, buscando aprobación de su equipo que asintió más por compromiso que por razonamiento personal.

Marcela atinó a responder, pero su transmisor de radiofrecuencias comenzó a emitir una serie de pitidos que prosiguieron por la voz grave de un hombre:

-Marcela, se requiere una extracción inmediata. Los koalas acabaron con la tripulación en cubierta y van hacia ustedes. Tomen la salida de emergencia que tienen a cincuenta metros y retrocedan por la proa del destructor. Beta y Charlie los estarán esperando.

-Copiado. Vamos hacia allá -respondió Marcela.

-¿Vamos hacia allá? No, no, no. Les presentaremos batalla. -Robin se detuvo en seco.

-¡Nos superan en número, capitán! No quieres más sangre inocente en tus manos, te lo aseguro.

-Viena no sacrificó su vida en vano. Ella habría querido que sobrevivieras -le dijo Morris.

Robin meditó las palabras de su amigo y le dolieron profundamente. Tuvo que negar su instinto orgulloso y terco, sabiendo que ya estaba yendo demasiado lejos. Con los minutos contados y sin tiempo para explicaciones, el capitán comprendió que su única salida, por más que la odiara por completo, era abandonar el destructor.

Robin volvió a moverse y todos le siguieron el paso. Cumplieron con las indicaciones que les habían dado y consiguieron llegar hasta la proa del barco sin cruzarse con nuevos enemigos.

Un océano interminable se gestaba cercano. La brisa de un viento fresco chocó con el grupo tan pronto pisaron cubierta y visualizaron una serie de lanchas con más aliados esperándolos.

-Necesito que guardes esto -le dijo Marcela a Robin deteniéndose, al mismo tiempo que le indicaba al resto del grupo que siguiera avanzando. Le estaba dando una especie de comunicador cuadrado cuya única función visible era la de un botón rojo-. Si las cosas se ponen feas, debes apretar este botón sin dudar. Pero joven, ten cuidado, en . Solo debes presionar el botón en caso de extrema necesidad.

-Pero...

-Debía decírtelo a solas. No puedo confiar en todos tus compañeros, todo está tan contaminado... Confía en ti, y nada más que en ti.

Marcela apoyó su mano sobre el hombro de Robin mostrando una familiaridad y confianza que no era propia de su personalidad. Pero tenerlo ahí, en carne propia, después de haber escuchado tantas historias y organizado lo que sería el plan para recuperarlo, simplemente era grandioso. Se merecía este momento.

Robin, en tanto, solo se mostró más confundido. La falta de explicaciones, las advertencias de Marcela y los repentinos movimientos que estaban haciendo lo sacaban de su estructura ordenada y planificadora. El capitán no estaba para idear sobre la marcha y jugar a ser espontáneos.

-Mantén la calma, te están llevando a un lugar seguro -se susurró a sí mismo a un volumen imperceptible cuando Marcela retomó la marcha hacia la extracción. También guardó el botón de emergencia en uno de sus bolsillos.

Los equipos Beta y Charlie esperaban impacientes la llegada del equipo. Detrás de ellos, cuatro lanchas relucían sobre el agua. El grupo de Robin no podía evitar mirar hacia atrás para asegurarse de que no hubiera peligro, y que la jugada de Marcela no fuera más que una dura emboscada.

-No recuerdo la última vez que me subí a una lancha -dijo Eduard resoplando, mientras se rascaba la cabeza. Alexander se quedó observándolo por la incoherencia de comentario que había hecho.

-Beta y Charlie, ya saben qué hacer. La Dulce María abandonará la ubicación en la próxima hora. Deben llegar a tiempo o no podremos volver a buscarlos -le explicó Marcela a los líderes de los otros escuadrones, que salieron disparados hacia la otra punta de la cubierta y el subsuelo donde estaban los camarotes. Nuevamente, solo quedaron en la zona los grupos de Marcela y Robin.

-Los koalas, la Dulce María... Me pregunto quién ha sido el excéntrico que elige los nombres en clave para las operaciones -agregó riendo Doris. El resto no pudo evitar una sonrisa.

-Rápido, tenemos que irnos -dijo Marcela haciendo un ademán para que subieran a la lancha. El resto de su equipo se acercó a la segunda lancha. Las otras dos quedarían para los escuadrones Beta y Charlie.

Robin le dedicó una última mirada a la cubierta de su barco antes de descender hacia ella. Una misión fallida, un centenar de muertos y la sensación de que estaba desertando. Internamente, el capitán no podía odiarse más.

Marcela entró última a la lancha, asegurándose de que todo el equipo de Robin estuviera a salvo. Tan pronto estuvieron todos acomodados, la pelirroja dio la orden a uno de sus subordinados para que emprendiera el viaje.

-¿A dónde vamos? -preguntó Morris. El viento chocaba con firmeza en los rostros de todos. La lancha había alcanzado una potencia respetable.

-Los llevamos al único lugar donde ahora no correrán peligro: nuestra isla, Salvo -contestó Marcela, quien chequeó por enésima vez que los suministros que debía dejarle al grupo de Robin estuvieran en su lugar.

-¿Salvo? -Alexander no captó el porqué del nombre.

-Sí, Salvo -contestó e hizo una pausa -. Les dejaremos lo necesario para que puedan subsistir y alimentarse por unos cinco días. Allí se van a encontrar con otro grupo de supervivientes, quienes están en una situación similar a la de ustedes. Es muy importante que tras llegar a la isla lleven esta bandera negra bien alto, para que el otro grupo pueda identificarlos. De no hacerlo, pensarán que son enemigos.

Marcela mostró la bandera negra, con un enorme símbolo de calavera en medio, y se aseguró que todo el grupo de Robin entendiera los términos.

-¿Y quiénes son los del otro grupo? -preguntó Jack haciendo voz de lo que todos querían saber.

-Víctimas, como ustedes. Gente de bien. No corren peligro.

La mayoría hizo una nueva mueca de disgusto. Marcela no hacía más que darles respuestas inconclusas.

-Cuando estemos allá, ¿cuál es el paso a seguir? Me refiero, ¿qué tenemos que hacer? -arremetió Eduard. Todos querían formar parte.

-Deberán permanecer en Salvo por tiempo indeterminado, hasta que hayamos logrado eliminar la amenaza o encontrar un nuevo lugar donde permanezcan seguros.

-No pueden generarme más desconfianza tus palabras, Marcela -dijo resoplando Jack. El teniente mostraba una clara disconformidad con Marcela y sus actitudes.

-Un poco más de respeto con quien te acaba de salvar la vida, Jack. Sin nosotros, ustedes ahora serían otra decena de cuerpos inertes. Piensa lo que dices antes de seguir acusando sin pretexto.

Jack abrió la boca para contestar, pero Eduard lo frenó en seco. No quería que quedaran en malos términos. El fortachón no pudo ocultar su sorpresa de que Marcela supiera hasta sus nombres.

-Pero entonces ¿no sabremos cuándo saldremos de la isla? -dijo Alexander, quien al darse vuelta para hablarle a Marcela casi se contractura el cuello.

-Lamentablemente no. Quedarán incomunicados por su seguridad. Pero volveremos, se los aseguro. Solo deben confiar.

Los supervivientes se encogieron de hombros, notando que esa única salida que Marcela les había presentado era bastante más dura de lo que pensaban. ¿Permanecer en una isla del atlántico con otro grupo de desconocidos por tiempo indeterminado? No sonaba prometedor.

Los minutos pasaron con velocidad, y antes de que lo supieran, habían arribado a la isla.

-Debo irme de inmediato. Los volveré a ver pronto -les dijo Marcela mientras todos bajaban de la lancha y comenzaban a sentir la arena húmeda de la isla.

-¿Algo más que nos quieras decir? -preguntó Robin.

-Bienvenidos a Salvo.

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