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8

   La puerta rechinó al ser abierta por Lena. El aire estaba cargado de polvo y entraba poca luz. En el medio había una mesa redonda, rodeada de cuatro sillas y llena de libros y papeles viejos. La cabaña tenía una ventana, que estaba tapada por unas cortinas rotas y  blancas. A mi derecha, había un estante con más libros, y un ropero de madera de pino. Lo que más me causó curiosidad fue que, en la pared, había una sabana que cubría algo. Por la forma, supuse que era una pizarra de corcho.

   Lena se dirigió al ropero viejo, lo abrió y comenzó a sacar un poco de ropa.

   —Había aveces que venía aquí para quedarme a dormir. No soportaba a mis compañeros de habitación —dijo Lena mientras sacaba un poco de ropa.

   —Y ¿a mí sí me soportas? —pregunté, con una pequeña sonrisa.

   —Ponte esto.

   Lena me tiró una blusa negra a la cara. Yo la agarré y rodé los ojos al notar que había ignorando mi pregunta. Le di un vistazo a toda la cabaña y recién me di cuenta que no habían más habitaciones. ¿Eso significa que Lena y yo nos cambiaremos de ropa en el mismo lugar?

   —Ten. Espero que seas de mi talla —dijo, dándome unos jeans, para luego seguir buscando ropa —. Es mejor que te quites esa ropa mojada antes que te enfermes.

   —Am... ¿aquí?

   Lena se volteó con las cejas levantadas.

   —¿Vivimos en la misma habitación y me preguntas eso? —. Yo me quedé mirándola en silencio —. ¡Ay Dios mío! De acuerdo estaré de espaldas.

   Yo asentí dudosa y Lena puso los ojos en blanco. Colocó su ropa en una silla y se volteó para comenzar a sacarse la blusa.

   Rápidamente, me giré en mis pies y también comencé a desvestirme. La blusa que me había dado Lena me quedaba un poco grande. Olí la manga y tenía una fragancia agradable; olía a ella. Proseguí en quitarme los pantalones negros que llevaba, y ponerme los que Lena me estaba prestando. Ya lista, me voltee para sentarme en una de las sillas, pero me encontré a Lena aún sin sus pantalones.

   —¡Lo siento, lo siento! —exclame, girándome nuevamente.

   Lena rió y yo esperé que terminara de cambiarse. Aunque solo la vi por unos segundos, esa imagen se quedó marcada en mi mente. Su tanga era negra y su trasera era muy gran... ¡Un momento! ¡¿Por qué estoy pensando esas cosas?! Sacudí la cabeza para sacarme esas ideas.

   —Bien, ya puedes voltear —dijo aún riendo.

   Lena llevaba un polo gris y unos jeans rasgados. Revolvió con sus manos el cabello y su mirada cayó en mí. Sacó una sonrisa de lado y se acercó. Colocó sus manos en mi cuello y comenzó a arreglarme la blusa.

   Estaba tan concentrada en eso, que no notó que yo la miraba fijamente. Inmediatamente, recordé la conversación que tuvimos en la cafetería. Cuando hice la estupidez de contarle uno de mis secretos. Tenía que arreglarlo antes que empeore todo.

   —Lena —la llamé.

   —¿Qué sucede? —preguntó.

   Su dedo rozó en mi nuca y sentí un cosquilleo por toda mi espalda. Tuve que hacer mucho esfuerzo para concentrarme nuevamente en la conversación.

   —¿Recuerdas cuando te conté sobre mi familia en la cafetería? ¿Que yo era adoptada?

   —Como no olvidarlo, Kara. En realidad, fuiste muy valiente al contarme eso.

   —Necesito que me prometas algo. Así como te prometí tener este lugar en secreto. Yo te pido que... —miré al suelo y tragué saliva —.... no se lo digas a nadie.

   Lena me miró y se mantuvo callada, esperando que siga hablando.

   —Sucedió hace unos años y yo... aún no me siento capaz de aceptarlo — confesé —. Tener que dejar a toda tu familia atrás, cambiar tu apellido, vivir una nueva vida; es difícil.

   Lo que estaba diciendo era cierto. Aún se me era muy difícil asimilar toda mi nueva vida. Pensar que nunca más iba a ver a mi padres... me destrozaba. Aunque me sentían muy bien al decírselo a Lena. Es como por fin poder liberar un gran peso.

   Lena me soltó y estuvo en silencio por unos segundos. En sí, estaba un poco aliviada porque ya estaba creando una relación estable con ella y sabía que no le diría a nadie eso. Tal vez esa fue la razón de nuestra amistad. Tenemos tantas cosas en común que nos entendemos una a la otra a la perfección.

   —No hay problema, Kara. Tu secreto se irá conmigo a la tumba, pero lo haré con la condición que hablemos de este tema luego ¿ok? —. Yo asentí con la cabeza —. Yo también perdí a mis padres, y aunque los extraño mucho, debo dejarlos ir. Porque no tenemos una máquina en el tiempo para arreglarlo. ¿Si sostienes con las dos manos el pasado, que harás cuando llegue el futuro?

   Eso me dejó pensando. Desde que llegué a la Tierra, solo he estado deprimida porque perdí mi planeta. Pero, ¿olvidarme de ellos? ¿de mi cultura? Decirlo parecía fácil, pero la cuestión era si yo podía ser capaz de hacerlo.

   Me aproximé con paso lento a uno de los libreros. Los libros eran de diferentes colores, pero la mayoría eran oscuros. Y solo tenían letras del abecedario. De la "A" hasta la "Z". Algunos se repetían más que otros.

   Toqué uno de los libros y mis dedos se llenaron de polvo. Me dispuse a sacar uno al azar, pero Lena me detuvo.

   —Te recomiendo que no los toques —sugirió Lena, mientras abría la puerta —. No soy la propietaria y prefiero dejarlo todo cómo está.

   —¿Nunca te ha dado curiosad saber que dicen? —pregunté. Lena se encogió de hombros.

   —No creo que sean profecías demoníacas. Así que no hay de qué preocuparse. Mejor hay que irnos, antes que los profesores noten que no estamos en el internado.

   Dudé un poco, pero Lena tenía razón. Solo es una cabaña que está cerca del internado. Tal vez solo era un depósito para botar libros que ya no servían.

   El camini de regreso estuvo lleno de risas y bromas. Parecía como si por fin, Lena haya derrumbado las cuatro paredes y me haya dejado acompañarla en su solitaria aventura. Ella comenzó a contarme sobre una anécdota que sucedió el anterior año, yo la escuchaba muy atenta.

   En realidad, es una chica muy bonita, pensé al verla. Debo admitir que nunca había sentido una sensación así con una persona. Esa sensación de paz y tranquilidad, pero al mismo tiempo nervios porque no quieres arruinar nada. 

   Me pregunto la razón por la que aún Lena no tiene novio. ¡Ella es increíble! Claro, lo había olvidado: el apellido. No todos son como yo, algunos decidirán ni siquiera acercarse a Lena. En ese momento, se me vino la advertencia de ese tal Winn «Aléjate de ella»

   Frunci el ceño al recordar cuando vi a Lena atrás de la escuela. ¿Estaba asociada con la venta de armas? La miré y ella ya había terminado de hablar. Era ahora o nunca.

   —Lena, ¿puedo preguntarte algo?

   —Claro —me respondió, sacando una pequeña sonrisa.

   —¿Por qué regresas tan tarde a la habitación? —. Fui de frente al grano.

   —Cuando lees, pierdes las noción de la hora —me explicó tranquila.

   Esa respuesta no tenía sentido. ¿Cómo podría estar en la biblioteca? Se supone que el encargado debería haberle informado que los alumnos no pueden estar a esa hora.

   —Entonces, ¿por qué ayer, en la noche, te vi atrás del colegio?

   Vi como a Lena se le tensó la mandíbula. Su mirada se dirigió al frente. Soy una estúpida, no debería haber preguntado eso. Va a creer que no confío en ella.

   Llegamos al colegio sin pronunciar ni una sola palabra. Podía sentir el aire cargado de tensión. Lo había arruinado. Ahora Lena nunca más iba a hablar conmigo. Subimos el muro con cuidado y nos adentramos entre la gente para fingir que no habíamos hecho nada.

   Aunque el sol irradiaba con todo su esplendor y hacia un calor brutal, el patio estaba plagado de policías y estudiantes chismosos. Miré la entrada y la calle estaba llena de patrullas. Esto iba a ser noticia nacional. No es que todos los días se venden armas en un instituto. Ya puedo imaginar todas las llamadas que recibiré de mi madre y hermana.

   Ya no sabía a donde íbamos. Yo solo seguía a Lena. Ella entró en el colegio.  Supongo que ahora sí íbamos a ir a jugar ajedrez. Cuando estábamos por tomar las escaleras para subir al segundo piso, la secretaria, me llamó.

   —¿Kara, no? —preguntó. Yo levanté un ceja sin entender —. Tal vez quieras ver esto.

   Miré a Lena confundida y ella estaba igual que yo. Seguimos a Sarah hasta su escritorio. Ella se sentó y comenzó a teclear en su laptop. Después de unos segundos, me mostró la pantalla.

   —No comprendo —admití —. Solo es una lista con nombres.

   —Es la lista de los estudiantes que participan en artes marciales. Mira la última casilla.

   —Está vacía —dijo Lena.

   —¡Exacto! — La secretaria cerró la laptop de golpe y yo me sobresalté —Al parecer alguien se retiró de esta actividad. Sabía que tú querías estar, así que te busqué.

   —Yo...

   Miré a Lena. Ella estaba en ajedrez y debo admitir que era una buena rival. Dejarla sería un poco egoísta, pero esta era mi oportunidad para hacer lo que realmente quiero. Tal vez, luego se meta otro estudiante y yo perderé mi oportunidad.

   —Oye, no te preocupes por mí —dijo Lena, colocando su mano en mi hombro —. Igualmente, nos veremos en las clases y en la habitación y ... por todas partes.

   Yo reí y miré a Sarah. Ella esperaba con ansias mi respuesta.

   —Bien, entraré a Artes Marciales.

   Lena sonrió y asintió con la cabeza. Si para ella, yo estaba haciendo lo correcta, todo iba a la perfección.

. . .

   Maggie soltó un grito cuando abrí la puerta con fuerza. Lena se rió y yo entre con una sonrisa de oreja a oreja. Me acerqué a Maggie y le enseñé mi cinta blanca.

   —¿Y ésto? —preguntó.

   —Adivina quién está en artes marciales —dije, haciendo un baile de celebración.

   —¿Lograste entrar?

   —Alguien se salió y Sarah me llamó inmediatamente.

   —¡Perfecto! Ahora podremos entrenar juntas. Así llegare a cinta negra y participaré en el torneo —dijo Maggie emocionada.

   —¿Qué torneo? —pregunté confundida.

   Lena se quitó las zapatillas y se echó en la cama.

   —Maggie, ¿no le explicaste sobre el torneo?

   —¿De qué hablan?

   —Hay un torneo al final del año. Solo hay dos ganadores en cada actividad y estos ganan un ingreso directo a la universidad de National City —explicó Lena, mientras sacaba un libro.

   —¡¿Qué?!

   Entrar a National City era un sueño casi incansable. Aún recuerdo todas las noches donde Álex se quedó sin dormir solo para estudiar para el examen de ingreso.

   Para mí sería muy fácil ganar. Con solo aprender unas cuantas técnicas de Maggie para que no me derriben y utilizando un poco de fuerza, creo que que sería suficiente para ganar.

   —Quiero entrar al torneo —dije entusiasmada.

   —¿No me escuchaste antes? Tienes que ser cinta negra para participar.

   —¿Cuál es el problema? ¿para el final de año puedo ser cinta negra, no? —pregunté en forma de burla con una pequeña sonrisa.

   —Una persona se demora mínimo cinco años en llegar a cinta negra. Yo, antes de entrar al internado, ya practicaba.

   Me senté en el sofá sin ningún ánimo. Mejor me hubiera quedado en ajedrez, ahí al menos tenía oportunidad. Tomé mi celular y comencé a divagar por internet. Salían noticias y más noticias de mi primo salvando el día. Y yo aquí, sin hacer nada productivo.

   —Y, ¿a donde fueron? —preguntó, Maggie.

   —¿Qué? —pregunté nerviosa.

   —Vamos no se hagan las tontas. Las vi caminando juntas —dijo con una sonrisa pícara.

   Yo miré a Lena y ella negó con la cabeza. «No se lo digas a nadie» fueron las palabras de Lena. Eso también incluía no decirle nada a Maggie.

   —Am... fuimos a jugar ajedrez.

   —¿Por qué son tan aburridas? Yo estuve atenta a todo lo que hacía la policía —dijo Maggie. Lena se puso nerviosa —. No puede ser solo una mafia la que compra las armas, deben ser decenas. Me preguntó si la persona que le vende a otras será profesor o estudiante.

   —¿Por qué un profesor lo haría? Está manchando el nombre su empresa —preguntó Lena.

   —Cuando el dinero manda, a la gente ya no le importa lo que sucede al rededor.

   Lena se quedó pensando sobre lo que dijo Maggie. ¿Acaso yo era la única que no estaba tan interesada en eso?

   —¿Tú qué dices, Kara? —preguntó Maggie.

   —Yo creo que en vez de preocuparse por las armas, deberían poner una cafetería más grande. La comida se acaba muy rápido.

   —¡¿No puedes pensar en algo más que no sea comida?!

   —¡Es que tengo hambre!

   —¡Siempre tienes hambre! —exclamaron Lena y Maggie al unísono.

   Yo sonreí nerviosa. Bueno, la vida en el internado no es tan mala, ¿no? Tengo buenos amigos, los profesores son amigables y hay una venta ilegal de armas con mafias muy importantes... ¿qué puede salir mal?

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