Capítulo 8: Risas
𝑪𝑨𝑻𝑯𝑳𝑬𝑬𝑵 𝑪𝑨𝑹𝑫𝑾𝑬𝑳𝑳
Después de haber observado por semanas las cuatro paredes de una habitación gris, que me mortificaba de vez en cuando, con los olores polvorientos y secos de los antibióticos que se impregnaban en mis pertenencias o en el insípido suelo que mis pies tocaban cada mañana, logré sentir el revitalizante aire fresco de la ciudad. En cuestión de segundos sentí que mis pulmones se purificaron y mi mente pudo despejarse, provocándome una sensación de calma y bienestar.
Mis piernas se deslizaban con energía por la acera, mientras que mis ojos recorrían con entusiasmo las calles. Mi espalda aún se sentía pesada por la carga emocional que seguía arrastrando conmigo, sin embargo, la poca serenidad, fue la suficiente para que pudiera confiar una vez más en el mundo exterior.
Después de recorrer cada esquina de la ciudad, decidí visitar mi casa.
Una mezcla de alivio y temor se deslizaron por todo mi cuerpo. A pesar de lo que sentía, no me detuve, caminé hacia mi hogar, el cual compartí con mi familia. Los recuerdos pesaban como una carga en mi corazón, y a pesar del miedo que me envolvía, lo enfrenté parándome frente a la puerta, con mis pertenencias en una mano y en la otra, las llaves que se mecían entre mis dedos.
Me desafié a mí misma, abriendo la puerta, y ver que cada habitación guardaba una sombra de lo que había perdido, pero también reconocía que, por una parte, en el fondo era una parte crucial para mi sanación. Dejé mi maletín en la entrada, para luego subir al cuarto de Coney.
El primer paso era aceptar y recordar nuestra infancia con ternura, aunque el dolor aun estuviera presente.
—¿Por qué ya no quieres jugar a las muñecas conmigo? —le pregunté con un puchero, mientras que ella se miraba al espejo y se pintaba sus labios con el labial carmesí de mamá.
—Es que ya no soy una niña, Cath.
Sus frías palabras me hicieron llorar. Las muñecas que tenía en ambas manos, se cayeron al suelo, y ella de inmediato dejó el labial sobre el tocador y caminó preocupada hacia mí.
—Perdóname, perdóname... —recogió las muñecas—Por favor, no llores...
—Eres mala, Coney, no te quiero... —seguí llorando.
Coney desliza la muñeca frente a mí y con una voz infantil, comenzó a hablar.
—¿Por qué ya no quiere a su hermana, señorita Cathleen? —la muñeca tenía una apariencia maquiavélica, ya que minutos antes había jugado con ella al salón de belleza—¿Es porque no quiere jugar contigo?
—Sí... ella dijo que ya no es una niña... ¿ahora quien jugará conmigo...? ¡Es mala!
—Coney se equivocó, nunca quiso decirte eso. —los ojos de mi hermana se llenaron de agua. Recuerdo que siempre hacía lo imposible para no verme llorar, porque la ponía triste—¡Ella sí jugará contigo! ¿Verdad, Coney?
Mi hermana asiente con la cabeza, y mis lágrimas se detuvieron, para dar pase una sonrisita de oreja a oreja.
—¡Coney jugará conmigo! —empecé a dar saltitos.
—¡Coney siempre jugará con Cathleen!
Su habitación era un álbum de momentos compartidos, de risas y confidencias que ahora parecían ecos dolorosos y silenciosos. Unas sábanas empolvadas cubrían su cama, que seguía destendida, tal como la había dejado antes de partir. Me acerqué a su tocador, donde aún estaba presente el aroma de su perfume, el que usaba siempre antes de salir. Al pasar la mano por su colchón, recordé todas las veces que dormía con ella, porque tenía miedo de la oscuridad. Cerré los ojos, tratando de rememorar sus abrazos, y entonces sentí un nudo en la garganta, era una mezcla de tristeza y amor.
Antes de salir de su habitación, me dirigí a su estante, donde estaba la muñeca maquiavélica sentada junto a un cuadro que tenía una foto nuestra. Esa foto fue tomada en un día caluroso y despreocupado, donde la vida junto a nuestras risas parecía interminable. Ver nuestros pequeños y frágiles rostros, reflejando una felicidad genuina, me hizo sentir por un momento que Coney estaba a mi lado, observando conmigo esa foto llena de vida, en la que nuestros ojos brillaban, y la calidez de nuestro abrazo junto a su sonrisa fuese captado para vivir eternamente en esa fotografía.
Sostuve la muñeca y la foto contra mi pecho, dejando que el dolor se entrelazara en mi corazón, sabiendo con exactitud que esos recuerdos siempre me acompañarían.
Preferí recorrer el jardín de mamá, que entrar a su habitación.
Tan solo ver el lugar que mamá cuidó por años con tanto esmero, totalmente abandonado, obligó a remangarme la polera hasta los codos, y con una liga amarré mi cabello en un moño, para luego sostener un rastrillo y empezar a remover todas las hojas marchitas y secas, también los pétalos caídos que se fueron juntando en cada esquina con el pasar de los años.
Terminé de amarrar todas las bolsas de basura, y conecté la manguera en el pilón de agua, para empezar a regar la tierra pálida y agrietada, hidratándola después de tanto tiempo.
Sequé el sudor de mi frente con la manga de mi polera.
El jardín que antes había sido un estallido de colores y aromas, ahora había perdido su vida y valor. El aire se sentía pesado, como si el tiempo hubiera dejado su huella en cada rincón. El único recuerdo que me quedaba del jardín, es cerrando los ojos e imaginándome a mamá arrodillada en la tierra, sembrando con amor sus plantas, dándoles vida con sus cálidas manos. La brisa que traía en aquel tiempo el árbol o sus plantas, la cual solía ser suave, ahora solo traía consigo el murmullo del vacío.
Antes de entrar nuevamente a la casa, observé como una mariposa aleteaba sobre la rama de una planta que sufría por sostenerse sobre la tierra. En medio de la desolación, ese pequeño insecto que emergió con energía, sin saber que estaba volando en medio del desierto me generó la sensación de que, aunque todo cambiara, algo de mamá quedaba en el jardín, esperando renacer.
Sonreí, al darme cuenta que sus pequeñas alas, eran un reflejo del atardecer, tenían la mezcla de tonos cálidos, desde el naranja profundo, hasta un rosa suave que se desvanecía hacia el morado más tenue. Su aleteo suave, como el susurro del viento, parecía iluminar el jardín de mamá, convirtiéndolo en un bello atardecer. Los recuerdos volaron junto a ella, transmitiéndome un calor suave y mágico.
Al terminar de bañarme, fui a la cocina para comer algo, sin embargo, al abrir el refrigerador solo vi un queso podrido, unos arándanos secos, y unas verduras marchitas. Suspiré, cerrándola. Eso significaba salir de casa, para hacer compras, a pesar de que quería quedarme en casa solo por este día.
Con mi mochila en hombro, salí al super mercado más cercano a casa, pero estaba cerrado. Solo me quedaba ir al que estaba a cinco cuadras más lejos, justo el que Kyllian visita cada vez que se le antoja comer Doritos. No supe nada de él, desde la última vez que lo vi junto a Lorraine, en el instituto. ¿Qué hablaron ese día? ¿Habrán decidido reconciliarse?
Dejo de invadir mi mente con preguntas que no obtendrán respuesta alguna, para tomar un carrito de compras e ir a la sección de frutas. Al caminar por la sección de carbohidratos, veo los fideos que mamá usaba para cocinarme pasta, mi platillo favorito. Aun no tengo el apetito suficiente, como para querer cocinarme comidas, por ello me voy a la sección de bebidas. Al finalizar, me dirijo para pagar.
Sostengo mis bolsas de compras, y antes de salir, me cruzo con el novio de Lorraine. Me observa de arriba hacia abajo, generándome escalofríos. Me sonríe de lado, provocando que mis piernas y manos tiemblen. Abre su boca y pasa su lengua por los dientes, mientras que con su mano se toca la mandíbula.
Retrocedo por inercia, no obstante, él se adelanta.
—¿Ya te vas? Porque no te quedas y me haces compañía, ¿eh?
—Lo siento, me están esperando.
Se ríe.
—¿Quién? ¿Acaso tu madre y tu estúpida hermana resucitaron de la muerte?
Trago saliva, controlando que la tristeza no se apodere de mí. —Debo irme.
Traté de pasar por su lado, sin embargo, él me detuvo, apretándome de los hombros.
—No debí preguntar, simplemente debí decirte que me acompañes.
Me dio la vuelta, y pasó sus brazos por mis hombros, obligándome a caminar junto a él. Mi corazón latía con fuerza, y cada paso que daba, era más pesado que el anterior.
—Cuéntame Cardwell, ¿tu padre ya despertó o también se murió como las otras? —el hecho de que se expresara así de mi familia, me llenaba de ira—Somos amigos, así que adelante. Te escucharé.
Me armé de valor y me alejé abruptamente de sus brazos.
—No me vuelvas a tocar, sin mi consentimiento.
Había algo en la postura de James, quizás en la forma que sus ojos se detenían en mí, lo cual me hacía temblar por dentro. Con los segundos su imponente sombra se alargaba sobre mí, cubriéndome y dejándome sin escapatoria.
—Estar tanto tiempo lejos del instituto, te hizo olvidar quién eres. —volvió a sonreír de lado—¿Cómo quieres que te lo haga recordar, Cathleen? ¿A las buenas o a las malas?
Mi respiración se volvió más rápida, el nudo en mi garganta creció y por un instante deseé que el suelo se abriera y me tragara. Prefería mil veces estar bajo tierra, que volver a entablar una conversación con James. No podía evitar sentirme pequeña bajo su mirada, como si cada vez que lo hiciera, las paredes se cerraran un poco más a mi alrededor.
—¿Por qué demoras tanto, amor?
Por la puerta ingresó Lorraine, con la misma apariencia de siempre. Viste una minifalda de cuadros, su blusa escotada me repugna al igual que su revoltoso moño, sostenido por un enorme listón rojo. Traté de sentir odio, no obstante, sentí tanto alivio por verla, que mi respiración se neutralizó.
—Lo siento pequeña. —él se acerca a Lorraine y la sostiene por la cintura—Este lugar no es para nosotros, vámonos a otro, donde la basura no se interponga en nuestro camino.
La crueldad de sus palabras, me hicieron sentir vulnerable.
Lorraine no gesticuló en ningún momento, tan solo me vio, pero había algo más allá en su mirada que me generaba incomodidad. ¿Quizás era tristeza? ¿Miedo? ¿Ira? No lo sé, tan solo esperé que salieran del lugar, para que finalmente mis piernas se calmaran y pudiera retomar el valor de salir.
"Estar tanto tiempo lejos del instituto, te hizo olvidar quién eres"
Esas palabras me golpearon como una bofetada. No me afectó el tono de su voz, lo que me afectó realmente, fue que despertara dentro de mí una gran verdad hiriente. Han pasado cuatro años desde esa tragedia que me marcó para siempre, y por primera vez sentí como si mi identidad se hubiese perdido en una niebla dolorosa. Intenté ser fuerte, y adaptarme, pero en el camino de esa gran batalla fui dejando atrás quien solía ser.
Había verdad en las palabras de James, yo había olvidado quien era, o más bien, desde el primer momento que tuve que vivir sin mamá y sin Coney, ya no sabía quién era en realidad. He dejado en el pasado una parte de mí misma, una que no pude recuperar en todos estos años. Cada recuerdo feliz que viví con ellas, es una sombra que me sigue hasta en mis sueños, recordándome lo que ya no tenía ni podía volver a tener jamás.
Leewana se comunicó conmigo, invitándome a tomar café en el bar, entonces mientras recorro el camino hacia el Sunsetz, voy generándome preguntas. ¿Quién es Cathleen Cardwell? ¿Alguna vez volveré a ser la misma? ¿Qué pensaría Coney o mamá, de la persona que soy ahora? ¿Se culparían o sentirían decepción?
Al llegar e ingresar, la campanilla de la puerta resuena.
—Hola—saludé, mientras observaba el bar, buscando a Leewana. —¿Hay alguien aquí?
Dejé las bolsas de mis compras en un sillón, y me dirigí al baño para lavarme la cara. Sin haberme percatado, derramé unas cuantas lágrimas mientras caminaba, las cuales fueron secadas en mis mejillas por el viento.
—¿Cathleen, eres tú? —la voz de Leewana se escuchó en la cocina.
—¡Sí, estoy en el baño! —grité.
Terminé de secarme el rostro y salí.
Me quedé parada en el umbral de la puerta, al ver la espalda de un joven encapuchado frente a la ventana, observando con concentración la puesta de sol. Parecía que nuestra última conversación no hubiese cambiado nada para él, sin embargo, para mí ese espacio de días se sentía como una eternidad. Reconocer la silueta de Weasley después de tiempo me ponía nerviosa y aliviada, llenando cada rincón del lugar, en silencio.
Él volteó hacia mí, y me miró.
Nuestras miradas finalmente se encontraron, creí ver en los ojos de Weasley algo indefinido, como una mezcla de sorpresa y arrepentimiento. El aire se volvió denso, y cuando estaba decidida a irme, él dio el primer paso hacia mí, sin decir ni una palabra. Por un instante deseé restaurar lo que parecía haberse roto aquel día, que nos vimos por última vez.
—¿Cómo has estado, Cardwell?
Me estremecí al escuchar su voz.
Mi corazón comenzó a latir más rápido, como si mi cuerpo reaccionara antes que mi mente.
—¿Bien, y tú?
—Igual. —sonríe de lado.
Lo miré con más detención, centrándome en su pálido rostro, y en la sonrisa que usualmente le salía con facilidad, pero ahora parecía forzada. Sus gestos, son los mismos que siempre hago yo cuando las cosas no andan bien. Lo observé en silencio, siendo consciente que su tono alegre, contrastaba con su expresión de cansancio.
—Qué bueno verte de nuevo, por aquí.
Se dio media vuelta, como si hubiese percatado que lo estuve examinando.
—No puedo decir lo mismo de ti.
Se ríe—Sigues siendo cruel, Cardwell.
—Hubiera reaccionado diferente, pero me molesta verte parado frente a la ventana que me pertenece.
Retrocede tres pasos, alzando las manos—¿Así que es tuya?
—Tiene mi firma. —me encogí de hombros—Si te agachas, podrás verla.
Él obedece, agachándose con suavidad buscando mi nombre. Cuando lo encuentra pasa con las yemas de sus dedos sobre ella, acariciando la marca que fue escrita con una pequeña navaja. Recuerdo haberla hecho en un día lluvioso, después de haber discutido con papá.
—Es verdad—se levanta, alejándose de la ventana—¿Y porque la sellaste?
El recuerdo de aquel día regresa a mi cabeza como una marea repentina.
—Tallé mi nombre porque quise permanecer, aunque fuera en un simple marco de madera. —respiro hondo—El dejar mi nombre allí, me hizo sentir segura, para que todas las veces que lo viera, pudiera recordarme que existo e importo, aunque solo lo supiera yo.
Me mordí el labio, sintiendo vergüenza al admitir todo.
Mi nombre tallado en esa ventana, era una promesa silenciosa que me hice a mí misma en un momento de desesperación. Weasley es la primera persona en ver esa firma, y sentí como si mi soledad de esos tiempos hubiese quedado al descubierto. Sin embargo, el que me observe a los ojos con una pequeña sonrisa de lado, elimina cualquier duda o vergüenza de mí.
Su mirada no tiene ni juicio ni burla, y su silencio significa que no habrá más preguntas de por medio. Es así, como entonces su sonrisa me da la valentía para continuar, y sin pensarlo le devuelvo la sonrisa con una honestidad que no suelo enseñar.
El tallado de mi nombre ya no será un secreto enterrado en esa madera.
—También quiero tallar mi nombre, ¿crees que pueda ponerlo al lado del tuyo?
Asentí—Siempre y cuando lo talles como el mío.
Resopla, entristecido.
—Lamento informarte que mis dotes artísticos se quedaron en la salida del Kínder, donde probablemente los haya pisoteado al salir.
Mi risa brotó de mis labios de una forma tan inesperada que al principio me sorprendió.
Era una risa genuina, libre y ligera, la cual nació sin la necesidad de forzar. Weasley me observó al igual que yo, sorprendido. Es así como me acompañó a reír, haciéndolas resonar en toda la sala, como si fuesen una melodía olvidada. Sentí como mi pecho se expandía, liberado por completo de los nudos que había cargado por bastante tiempo.
—En todo el tiempo que llevas viniendo al Sunsetz, jamás había escuchado reírte tanto. —Leewana ingresa a la sala con una bandeja de galletas recién horneadas.
—No es para tanto.
Aclaro mi garganta, silenciando nuevamente el lugar.
—¿No es para tanto? —deja la bandeja sobre una mesita—¿Corazón no eres consciente de que tu risa es lo mejor que este bar acaba de escuchar en años?
No pude evitar sonrojarme.
Olvidé lo que se sentía recibir elogios, y mucho menos por algo tan personal como mi risa, algo que hasta hace poco ni siquiera recordaba como sonaba. Miré hacia otro lado, y choqué con Weasley, quien me observaba también sonriente, como si estuviese orgulloso de verme en este estado. Sentí que una calidez, que no sentía en bastante tiempo, relajó algo dentro de mí.
—¿Qué le dijiste, para que riera así? —Leewana miró a Weasley, totalmente agradecida.
—Solo... —añadió con una pequeña sonrisa triste—Solo fui yo...
Sentí su tristeza, pude sentirla...
Esas palabras fueron la tristeza de alguien que anhela ser feliz de una forma más duradera, pero sabe que no tiene control sobre el dolor o recuerdos que ella lleva.
—Las risas que acaban de escuchar vienen de alguien que, durante años había intentado hacerlo, pero que, de algún modo siempre se había sentido prisionera por sus propios recuerdos. —añadí.
Leewana se acercó a mí, para posar suavemente su mano por mi hombro. Simplemente permaneció cerca de mí, dejando que su presencia hablara por ella.
En cambio, Weasley me observó con una mezcla de tristeza y admiración.
—¿Se dan cuenta de lo que han creado? —dijo Leewana, observándonos.
Ambos meneamos la cabeza, observándola con intriga.
—Les diré algo—dijo, con una mirada cálida primero hacia el ruloso—Tú te permitiste simplemente ser Weasley, y tú—me miró con una leve sonrisa—volviste a reír de verdad.
Arthur y yo nos observamos, sorprendidos por la profundidad de las palabras de Leewana. Después de mantener nuestros ojos del uno en el otro, finalmente entendimos que, en el transcurso de todos nuestros momentos compartidos, hemos dejado caer muchísimas cargas, aunque fuera por un rato. Una pequeña sonrisa se escapa de sus labios, mientras sigue traspasando su mirada sobre mí.
Desde un inicio siempre pensé que su sonrisa era una simple, nada fuera de lo común, pero por unos segundos, en los que detallé la forma de como sus labios se curvaron, algo en mí se detuvo.
—Entremos a la cocina, me ayudarán a servir los cafés—indicó Leewana.
El tiempo parecía haberse tropezado entre Weasley y yo, porque seguimos observándonos. Sentí un nudo en el estómago, fue pequeño, pero insistente. Traté de apartar la mirada, pero mis ojos se negaron a obedecer. Entonces su sonrisa fue capaz de extenderse hasta donde estaba, para atraparme e incitarme a devolverle una sonrisa ligera, pero cálida.
El reflejo de la luz del atardecer nos cubrió, mientras que los segundos seguían sin avanzar. Entonces mientras lo miraba me pregunté: ¿Soy consciente que hoy realmente reí y ahora mismo le estoy sonriendo a Arthur Weasley?
☀
¿Cómo están? ¡Recién pude actualizar! ¡Estuve muy ocupada con el trabajo y la uni! Pero ya tendré tiempo de escribir y continuar con la historia de Arthur y Cathleen.
El final de este capítulo me emocionó como no tienen idea. Espero que ustedes hayan sentido lo mismo que yo. ¡Nos vemos en el próximo capítulo!
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