08. STAY
Despertar recuerdos no había sido buena idea.
Hablar con alguien que realmente lo escuchara había sido extrañamente liberador, incluso nostálgico; poder mantener una conversación sin insinuaciones de por medio o alcohol en sus venas había sido... lindo, pero los recuerdos revividos no lo habían dejado de perseguir por el resto de día.
Y no es que estuviera buscando excusas, pero realmente preferiría estar ebrio que ver sus días en el orfanato cada vez que cerraba los ojos para parpadear.
Así que no fue sorpresa que la decisión ya estuviera tomada antes de siquiera plantear sus opciones.
— Hace mucho que no te veía por aquí, en verdad me preocupaste —le dijo Kakucho, sirviéndole el mismo trago de siempre apenas lo vio sentarse en la barra.
— Solo fueron unos días.
— Para ti, unos días sin pisar este lugar es como una década —Rindou le sonrió sin ganas y tomó su vaso, mientras un grupo de chicas le gritaban a lo lejos al bartender para que fuera a su lado de la barra—. La casa invita el primer trago, después de todo, nuestro cliente estrella regreso.
Kakucho saludó a un hombre a lo lejos y luego fue a atender al ruidoso grupo de mujeres, mientras Rindou se tomaba todo el licor en su vaso de un trago, calculando mentalmente cuantos más requería su molesto cerebro para dejar de torturarlo.
Los recuerdos del orfanato, del penal, de la pelea en Ruppongi y de todos esos momentos donde recorría las calles nocturnas con Ran llegaban a su cabeza como rayos. Quería dejar de pensar un rato y el alcohol no parecía ser suficiente en ese momento.
No recuerda mucho de esa noche, pero está seguro de que salió tropezando del bar y que tal vez se le fue de las manos el número de tragos que bebió, y está completamente seguro de que no recuerda el nombre del hombre con el que se acosto, pero al menos por lo que duró su escapada nocturna su cabeza se mantuvo silenciada de malos recuerdos indeseados.
Cuando despertó caminó al baño de la habitación y casi por inercia quizo quitarse los lentes para lavarse la cara, recordando de inmediato que no los llevaba puestos y que la única vez que había pisado el hotel con sus gafas redondas encima había sido en su desayuno con Haruchiyo la mañana anterior.
Y el solo pensamiento de ese chico lo hizo divagar entre sus pensamientos, recordando sus conversaciones, su extraña personalidad, sus estupidos apodos, sus malos chistes y esa peculiar manera de introducirse a la vida de los demás.
Pero sus pensamientos no pudieron ir muy lejos cuando sintió un par de manos pesadas caer sobre su cintura y en el espejo una silueta más grande apareció detrás suyo.
— ¿Otra ronda? —preguntó el hombre detrás de él. El menor intento reconocerlo, pero al parecer el alcohol había borrado la mayor parte de sus recuerdos de la noche anterior, el nombre del sujeto incluido.
Ignoró los besos que comenzaba a dejar en su hombro y miró la hora en el reloj colgado en la pared, "7 am", lo que significaba que Ran aún estaría en la casa.
— Si, como sea...
— Oh wow, Takeomi, respeta a tus pulmones ¿quieres? —bromeó Rindou al encontrarlo fumando en la salida del hotel; sin mencionar, claro, que el mismo se terminaba una cajetilla por día.
— No se que me sorprende más, que lo digas tu o que no estés escapando de alguien.
— Ah, si —suspiró, como si se tratara de una verdadera tragedia— No tuve que escapar esta vez. Odio a los hombres que se despiertan temprano.
El mayor lo miró con una ceja enarcada y Rindou río.
— Obviamente tu no ¡tu me agradas mucho!
— ¿En serio? —le pregunto siguiendole el juego.
— Si, mucho, mucho, mucho... ¿Ahora puedo tener mi propia habitación?
— No, pero imprimiré tu certificado de constancia.
El menor hizo un puchero mientras Takeomi reía. No importaba cuál maduro pareciera Rindou en los bares, seguía comportándose como un niño.
— Escuché que ayer estuviste aquí con Haru.
— Si, desayunamos juntos y hablamos un poco.
— ¿En serio?
— Si, ya sabes, Hakuna Matata y esas cosas.
— ¿Hakuna Matata?
— Ya sabes como es tu hermano; sus neuronas no funcionan a tiempo completo.
— Si, eso me temo —apago el cigarro contra el marco de la puerta y un par de clientes los esquivaron para salir— ¿No hizo nada tonto, verdad?
— No, de hecho fue decente, más de lo que me esperaba.
— Que bien, tenía miedo de que terminara otra vez prisión.
— Descuida, prometí no volver a levantarle cargos.
— ¿De verdad?
— Si, los amigos no meten a sus amigos a la cárcel —explicó, como si en su cabeza aquel argumento fuera indudable. Takeomi parpadeó un par de veces sin dejarlo de ver, ¿amigos? ¿desde cuando esos dos se habían vuelto amigos?— Oh, me tengo que ir, debo de ordenar unas cosas en casa, te veo luego Takeomi.
— Pero, espera, oye-
Rindou salió corriendo por la misma calle de siempre dejando al mayor en la salida del hotel repitiendo sus palabras una y otra vez.
¿Qué planeaba Haruchiyo con esa amistad?
Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Rindou caminó tranquilamente hasta la puerta de su departamento, pensando en tomar una ducha larga, ponerse ropa más cómoda e ir al supermercado por la despensa de la semana; sin embargo, su camino fue detenido por un paquete en la entrada de su casa.
Frente a la puerta del departamento se encontraba una caja de color negro, moño dorado y una tarjeta con su nombre escrito en letra cursiva. Su primer pensamiento fue indudablemente que se había metido con un pez gordo sin saberlo, y el segundo fue que la caja ya parecía por sí sola demasiada cara.
Solo esperaba que el sujeto no lo tomara demasiado en serio, después de todo, aún sin saber quién era su destinatario, podía asegurar que estuvo borracho la mitad del tiempo y ni siquiera podría recordar a la perfección su rostro. Además, no estaba en busca de un Sugar Daddy que lo mantuviera.
Aunque...
— No, ni pensarlo. Esto es culpa de Haruchiyo y sus tontas ideas sobre sugars y esas cosas.
Tomó el obsequio y entró a su casa, maldiciendo a Sanzu por sus propios pensamientos y esperando descubrir quién era el dueño de aquel misterio.
Dentro de la caja había un par de prendas, lindas y costosas a simple vistas pero no del todo el estilo que usaría fuera del hotel.
El nombre del destinatario lo recordó como el hombre que le había dado clases antidrogas en el bar y su cerebro rápidamente se preguntó cómo había conseguido su dirección.
Hubiera seguido inspeccionando las prendas, incluso se las hubiera probado ahí mismo si no fuera porque una voz detrás de él llamó a su atención y le cortó la respiración.
— Lindo regaló, ¿puedo saber quién te lo envió?
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