CAPÍTULO 4
Sonia Lovelane me miraba desde el umbral de la puerta con una expresión sorprendida en su rostro. Debido a su grito mis luces blancas habían desaparecido, pero ella seguía desviando los ojos a la dirección en la que, supuestamente, deberían estar.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Lucille con voz neutral mientras se levantaba hacia el baño.
—¿Es qué no os habéis dado cuenta? —respondió Sonia con un ligero temblor nervioso en la voz—. Anna tenía unas pequeñas luces blancas alrededor de sus manos. Eran... no se cómo explicarlo... Parecían...
No sabía como continuar y nadie en el mundo mejor que yo sabía lo que mi antigua amiga estaba sintiendo en ese momento. Desde el enfrentamiento que habíamos tenido él día del último partido, en el que se había llevado un recuerdo de parte de mi mano, no había coincidido demasiado con ella. Lucille se puso de mi parte desde el primer momento y Paula, al contrario de lo que podíamos pensar, decidió que ya había aguantado demasiadas tonterías de nuestra amiga.
Así es que su mudanza era oficial, no volveríamos a compartir habitación con ella en los dos años que nos quedaban de carrera; pero a pesar de sus insistencias e intentos de chantaje, la facultad no había consentido un cambio cuando quedaba tan poco para acabar el curso. Tendríamos que aguantarnos mutuamente hasta que las clases terminaran y era algo que no nos hacía especial ilusión.
Además, Sonia había decidido hacer de Esther Lang y otras dos chicas más su nuevo grupo de amigas y en este se incluían tanto Lupin como Stu, lo que hacía que las pocas veces que los veía por el campus se me hiciese un enorme nudo en el estómago. Todo estaba demasiado reciente y temía, a cada minuto, verme inmersa en discusiones que no podría explicar.
Pero todo esto se había eclipsado con las pocas palabras que nuestra antigua amiga había conseguido articular, pues significaba que Sonia podía ver las luces, cosa que antes no hacía, y eso solo tenía dos posibles explicaciones.
—No pensaba que tardarías tan poco en caer en el mundo de las drogas —dijo Paula con indiferencia.
—¡Cállate! —contestó Sonia, aunque pareció arrepentirse al momento de su salida de tono y volvió a guardar la compostura—. Se lo que he visto, ¿Anna?
Su mirada se dirigió suplicante hacia donde yo estaba y tuve que hacer acopio de todas mis fuerzas para no agachar la cabeza y salir corriendo. Por un lado quería decirle la verdad, por mucho que la odiase no se merecía pasar por todo lo que yo misma había pasado, pero tenía bastante claro que no podría tomar ninguna decisión sobre el tema sin hablar con los demás hechiceros o, al menos, con uno de ellos.
—Será algún efecto de la luz que entra por la ventana —respondí, intentando aparentar indiferencia— o que te restregaste los ojos con mucha fuerza.
Me miró durante un par de segundos con suspicacia, pero en seguida pareció aceptar mi explicación. Sabía lo que era estar en su lugar y, seguramente, en su mente estaba dándole vueltas a lo que había visto, pero ante nuestra negativa y respuestas decidió guardárselo para no parecer que había sufrido alucinaciones.
—Como sea —dijo Sonia realizando un movimiento despectivo con las manos—. Pensaba que estaríais estudiando o donde quiera que paséis el día. Solo vengo a recoger unas cosas y me marcho.
—También es tu cuarto, Sonia —contesté, intentando parecer conciliadora, seguramente motivada por el remordimiento—. Puede venir cuando quieras.
—Lo se, no necesito tu permiso, pero no me apetece ver la cara de unas perdedoras como vosotras.
Paula soltó una risita sarcástica para después continuar mirando su teléfono. Me quedé mirando hacia la ventana, intentando frenar mis impulsos de salir corriendo hasta que Sonia hubiese abandonado la habitación. Continué mordiéndome las uñas en silencio hasta que, al fin, salió del cuarto sin tan si quiera despedirse. Me levanté tranquilamente y fui a cambiarme, poniéndome unos pantalones cortos vaqueros y una camiseta ajustada de tirantes azul celeste. Salí al pasillo, no sin antes avisar a mis amigas de que iba a ver a mi hermano, cosa que haría, pero después de hacer una visita a la persona que mejor podía aconsejarme en este momento.
Mientras me dirigía a la facultad de Filosofía mi cabeza no podía parar de pensar en distintos escenarios. Sabía que no era bueno, pero como la mayoría de cosas que nos hacen daño en esta vida, no podía evitarlo. Necesitaba compartir esto con alguien y lo bueno era que ya podía hacerlo.
Llegué al despacho sin aliento. El tabaco y la falta de ejercicio hacían cada vez más mella en mi forma física, cosa que debería comenzar a cambiar, pero no era el momento de pensar en ello. Sin llamar a la puerta entré intentando recuperar la compostura, aunque no dio resultado.
—¡Anna! ¿Qué tal te va? Hace días que no sé nada de ti. ¿Está dando sus frutos el entrenamiento?
El profesor Albus Sanderson se levantó para colocarse sentado en el escritorio mientras decía estas palabras. Desde mi inmersión forzada en el mundo de los hechiceros su actitud hacia mí había sido mucho más relajada. A pesar de continuar con el aura seria y estricta me di cuenta de que intentaba acercarse, aunque yo no había puesto mucho de mi parte.
—Todo bien, profesor —respondí más cortante de lo que hubiese querido, por lo que intenté resarcirme—. Quiero decir, que los entrenamientos van de maravilla, pero no es la razón por la que vengo a visitarle.
Su gesto se tornó serio, seguramente al notar el nerviosismo en mis palabras. Señaló uno de los sillones para que me sentase y, con un poco de incomodidad, me coloqué en la pose más relajada que pude. Sus ojos grises me escrutaban mientras se colocaba la mano sobre su barba canosa, pues a pesar de no tener mucho más de cuarenta años, tanto en esta como su en su pelo, el blanco iba ganándole la batalla al castaño.
—Cuéntame.
—Profesor... creo que... Creo que está volviendo a suceder.
—¿El qué? —preguntó con gravedad, aunque sé que ya sabía de lo que estaba hablando.
—Sonia Lovelane, mi ami... mi examiga, esta mañana ha entrado a la habitación mientras yo estaba practicando con mi Don y... bueno, creo que lo ha visto.
Los ojos del profesor se abrieron con sorpresa. Ni si quiera intentó disimularlo, pues se quedó en esa posición durante unos pocos segundos que me parecieron horas. Sabía que era imposible, pero cuando venía hacia aquí algo dentro de mí me decía que, a lo mejor, todo había sido una tontería; sin embargo, al ver su rostro, supe que volvíamos a tener algo grave entre manos.
—¿Estás segura?
Le conté la conversación que habíamos tenido mientras él me escuchaba con paciencia. No era mucho, pero mis nervios hicieron que me explayara durante unos minutos con algunas divagaciones. Cuando terminé su expresión no había cambiado y parecía algo agitado.
—De acuerdo —contestó mientras volvía a su asiento en el escritorio—. Lo más importante es evitar hacer magia delante de esa chica hasta que sepamos lo que está pasando.
—Pero...
—Anna, se que esto es incómodo para ti, pero prometo que esta vez lo haremos mejor. Por lo que me has contado no creo que vaya contándolo. Escribiré a los demás para que nos reunamos y les contaré la situación. No se lo esconderemos durante mucho tiempo, pero necesito unos días.
—De acuerdo —respondí, a pesar de que la idea no me hacía mucha gracia—. ¿Qué haremos con Lupin y Stu? Son sus amigos, puede que lo descubran y entonces...
Un nudo se hizo en mi estómago. No lo había pensado, pero mientras las palabras salían de mi boca el problema real se hizo presente. Ellos dos salían con el grupo de Sonia y puede que, en algún momento, Sonia comentase de pasada lo que había visto o usasen el Don delante de ella y se diesen cuenta de que podía verlo. A pesar de todo lo que había pasado no quería que nadie pasase por lo que, hasta hacía bien poco, me tenían reservado a mí.
—Tendremos que arriesgarnos. No pueden saberlo, al menos hasta que nosotros sepamos lo que está pasando. ¿Te importaría avisar a Peter? Yo llamaré a los demás, creo que Lily podrá ayudarme.
Asentí mientras buscaba de mi teléfono, pero justo cuando iba a marcar una pregunta vino a mi mente. No me parecía una buena idea, era exactamente lo que habían intentado hacer conmigo y había terminado fatal, pero entendía que la variable de Lupin y Stu en el bando contrario cambiaba mucho las cosas.
—Profesor, ¿qué está pasando?. Puede ser que Sonia sea una hechicera, tenga el Don negro o que sea la persona de la que habla la profecía...
—Anna, en estos momentos y con todo lo que ha pasado, no tengo ni la más mínima idea.
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