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⭐Capítulo 13⭐


Sombra despertó de golpe, sintiendo un escalofrío recorrerle el cuerpo. Se giró en el sillón y extendió la pata, buscando a Twilight a su lado, pero solo encontró el frío vacío de las sábanas desgastadas.

—¿Sparkle? —murmuró, todavía adormilado. Parpadeó varias veces, intentando despejar la bruma del sueño mientras sus ojos se adaptaban a la penumbra de la biblioteca. ¿Dónde estaría a esta hora? Se preguntó, su mente aún aturdida. 

Recordó la última noche que la vio sumergida entre los libros, sumida en alguna investigación hasta altas horas de la noche. Ese último tomo sobre la distorsión mágica no había sido de mucha ayuda, y no quería que Twilight pasara otra noche en vela persiguiendo respuestas en vano. ¿Por qué se preocupaba tanto por esta poni? No lo sabía, pero había algo en ella que despertaba en él una inesperada necesidad de protegerla, de querer cuidarla.

Se sentó en la cama, rascándose la cabeza con la pezuña. No era normal que Twilight desapareciera en medio de la noche, y una parte de él se sentía incómodamente preocupada.

 Sus ojos rojos recorrieron la habitación, pero no había rastro de la princesa púrpura entre las estanterías repletas de libros.

—¿Dónde demonios se ha metido? —murmuró, levantándose y estirándose. Se acercó a la puerta de la habitación y echó un vistazo al pasillo, que estaba igual de oscuro y silencioso.

Decidió investigar. Caminó por el pasillo con paso sigiloso, haciendo un esfuerzo consciente para no tropezar con nada. Mientras avanzaba, pensó en todas las veces que la había visto metida en alguna lectura a deshoras, pero esta vez no estaba enterrada en algún libro viejo. 

Al llegar al final del pasillo, algo llamó su atención. Un suave resplandor plateado se filtraba a través de una puerta entreabierta.

Con curiosidad, Sombra se acercó al origen de la luz y se asomó. Allí estaba Twilight, de pie en un balcón, mirando el cielo nocturno. Sus ojos estaban fijos en las estrellas, y su melena flotaba ligeramente con la brisa nocturna. Parecía tan concentrada que Sombra dudó si interrumpirla.

Pero claro, no podía resistir la tentación de aparecer de manera inesperada. Después de todo, ¿qué clase de rey del miedo sería si no supiera cómo acercarse sin ser detectado?

Con una sonrisa traviesa, se deslizó hacia ella, asegurándose de no hacer ningún ruido. Se detuvo a un par de pasos detrás de Twilight, disfrutando del momento en que ella no tenía idea de su presencia.

—Sparkle —dijo de repente, rompiendo el silencio con su voz profunda.

Twilight dio un brinco, girándose rápidamente hacia él con los ojos muy abiertos.

—¡Sombra! —exclamó, llevando una pata al pecho—. ¿Quieres matarme de un susto?

—Sería una pérdida para Equestria —respondió él con una sonrisa sarcástica—. Pero admito que fue divertido verte saltar así.

Twilight lo miró con una mezcla de irritación y diversión, y luego dejó escapar una pequeña risa, negando con la cabeza.

—No deberías andar asustando a las princesas en mitad de la noche —dijo, volviendo su mirada al cielo—. Estaba pensando...

Sombra se acercó, esta vez sin intención de sorprenderla. Se colocó a su lado, observando las estrellas junto a ella.

—¿Pensando en qué? —preguntó, tratando de sonar casual, aunque sentía cierta curiosidad.

Twilight suspiró, su expresión se suavizó mientras mantenía su mirada fija en el cielo. No podía dormir, consumida por un sentimiento de culpa que no la dejaba en paz. No había planeado engañarlo, pero lo había hecho impulsivamente, y ahora se encontraba atrapada en la red de su propia decisión. ¿Era demasiado tarde para confesar? Necesitaba reorganizar sus pensamientos, encontrar una manera de corregir lo que había hecho mal.

—Solo en todo lo que ha pasado últimamente. A veces... necesito un momento de paz para ordenar mis pensamientos. 

Sombra asintió, comprendiendo más de lo que le gustaría admitir. Desde que llegó a este lugar, había aprendido a valorar esos momentos de tranquilidad, algo que en su propio mundo era un lujo raro, donde el caos reinaba casi todos los días. Aunque nunca lo reconocería abiertamente, había empezado a encontrar un extraño consuelo en esta calma inesperada junto a esta princesa.

—La noche es buena para eso —dijo Sombra finalmente, sorprendiéndose a sí mismo con la sinceridad en su voz.

Twilight lo miró de reojo y luego esbozó una pequeña sonrisa.

—Tienes razón. —Se quedó en silencio un momento antes de añadir—. Gracias, Sombra, por estar aquí.

Él levantó una ceja, medio incrédulo.

—¿Yo? ¿Haciendo algo bueno? Eso sí que es raro. —Se echó a reír suavemente—. Es la primera vez que me lo dices.

Twilight soltó una risita.

—No lo arruines ahora —dijo, empujándolo suavemente con su ala.

Sombra soltó una pequeña risa, más sincera de lo que esperaba. Volvieron a mirar el cielo juntos, en silencio, pero esta vez, no había ni rastro de incomodidad, solo una tranquila compañía bajo las estrellas.

Twilight levantó la vista hacia el cielo, perdiéndose por un instante entre las estrellas, antes de volver su mirada hacia Sombra con una mezcla de curiosidad y confusión. Este unicornio la hacía sentir de una manera especial que no había experimentado antes; rara vez había conocido a alguien con quien congeniara tan profundamente. Sin embargo, una parte de ella aún dudaba, atormentada por los recuerdos de aquel ser oscuro, pero el contraste con ese Sombra y este Sombra se hacía más notorio a cada minuto.

—¿Por qué eres tan diferente? —preguntó en un susurro, su voz suave cargada de genuina intriga.

Sombra quedó en silencio, sorprendido por la pregunta. Sabía exactamente a qué se refería, pero durante un momento no supo qué decir. Nunca se había abierto tanto a alguien antes, y la idea de compartir sus sentimientos con otra persona le resultaba extraña; después de todo, ¿quién querría escuchar los sentimientos de alguien tan viejo y desaliñado como él? Su mente buscaba una respuesta adecuada mientras la incertidumbre lo envolvía. Finalmente, una pequeña risa escapó de sus labios. 

—Podría preguntarte lo mismo a ti —respondió, una chispa de diversión en sus ojos.

Twilight frunció ligeramente el ceño, sin comprender del todo a qué se refería. ¿Estaba evadiendo su pregunta de manera tan audaz como siempre? Ya era de esperarse, con todas las excentricidades de este unicornio y sus peculiaridades.


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