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5 - Pesadilla vívida

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NaiiPhilpotts  

Un mareo me envuelve y miro hacia el cielo. Las estrellas brillan sin misericordia a pesar de la bruma. ¿Cuántas horas pasaron desde que entré a bañarme? Mi cuerpo se vuelve pesado y corro hacia mi mascota. No me importa el dolor, no me importa el malestar, no me importa estar descalza, desnuda y con frío, no me importa nada. A tientas, me acuclillo y con torpeza peleo con el enganche metálico de su collar. Después de unos cuantos intentos fallidos, logro liberarla.

Syria salta sobre mí y tengo que enterrar mis manos en el césped para no caerme. Con indiferencia, ella comienza a lamerme el rostro. La aparto para que se aleje debido a que me toca la herida de la cabeza, que aún no me atreví a ver, y em obliga a recordar el dolor.

—Ahora no, nena... —digo; ella me responde con un ladrido agudo—. No, ni yo sé qué es lo que pasa aquí.

Adolorida, me levanto y comienzo a caminar hacia la cocina. Me abrazo a la bata, angustiada intentando comprende lo qué ha ocurrido. Syria me sigue de cerca mientras mueve su cola con alegría. No sé cuántas horas estuvo atada y sé que ahora está feliz por estar conmigo. Estiro mis dedos y los enrollo alrededor de una de sus orejas con suavidad, el contacto con su pelaje me ayuda a evitar volverme loca.

En cuanto entramos, vuelvo a llamar a mi madre. Tengo la esperanza de verla preparando dos humeantes tazas de té mientras me cuenta que no ha pasado nada malo y que todo ha sido un error...

«Claro, Emma, y por eso te atacó un tipo disfrazado de terrorista de película acción», me digo a mí misma mientras me clavo las uñas en la mano, desesperada.

No entiendo cómo una cosa tiene que ver con la otra. ¿Habrán secuestrado a mi madre por ser la secretaria de un inútil? ¿Es eso justo?

Maldición.

—Que esté bien, que esté bien... —murmuro de manera frenética al tiempo que intento normalizar mi respiración.

Subo mi vista hacia el reloj analógico que tenemos en la pared. Me llevo las manos a la nuca; los nervios hacen estragos con mi cuerpo y estrangulan mi poca cordura.

Son las cuatro menos cuarto de la madrugada.

De manera impulsiva, deslizo mi brazo por la mesada de mármol donde descansan nuestras tazas del desayuno; todas y cada una de ellas caen en el suelo generando una cantidad abrumadora de destrozos.

«Debe haber un error».

—¡No puede ser! —grito dañándome aún más la garganta.

Sin pensarlo, me dirijo hacia la sala. Quiero el puto teléfono para llamar a la policía. Necesito salir cuanto antes de esta locura. Necesito que mi madre esté bien.

Agobiada, tomo el teléfono inalámbrico y marco al 911. Espero por el típico pitido pero nada. Intento otra vez, y otra. Y sé que el teléfono no es el problema; los botones táctiles responden a mi toque y encienden la tenue luz multicolor que configuré el otro día.

Por algún motivo que desconozco, no hay tono. Pienso que la línea está caída o que... ¡No sé! Estoy dentro de una pesadilla vívida de la cual no puedo salir.

Me encamino hacia las escaleras, en busca de mi teléfono que debe haber quedado en el baño. Dudo que se lo hayan llevado como objeto de valor, el carro de mi madre y el televisor fueron dejados atrás. Sin embargo, me aterra que ellos tengan que ver con la línea del teléfono y se lo llevaran para dejarme incomunicada.

Aún no comprendo qué es lo que podrían querer estas personas. ¿Por qué esperar para llevarse a mi madre en mi casa y no atrapara en el camino, que es solitario? Las dudas que tengo sobre lo sucedido aumentan a cada segundo. Me niego a pensar que mi madre es culpable de algo, no sin antes conocer su versión de los hechos. Además, ¿qué podría haber hecho?

«No, no, no. Esto es culpa de su jefe, yo lo sé».

Corro escalones arriba por mi celular. Mis huellas dejan un camino de sangre por la herida que tengo en la planta del pie. El dolor que siento aumenta con mis movimientos abruptos y vuelvo a insultar.

Me digo mentalmente que tengo que calmarme. En cuando llame a la policía, las cosas comenzarán a marchar bien. Incluso, puede que mamá haya escapado y esté escondida en algún sitio esperando por mi ayuda.

«Sí, elegiré creer eso...».

Encuentro mi teléfono caído en el piso del baño. Una rajadura surca la pantalla, pero sé que eso no impedirá que siga andando. No obstante, cuando lo toco, no reacciona. Aprieto el botón oculto en uno de sus bordes y, a través del material transparente, veo cómo me tiemblan los dedos. El teléfono se enciende y mis dedos desaparecen cuando la imagen domina el vidrio, sin embargo, me avisa que está sin batería.

A trompicones, corro hacia mi habitación por el cargador. Como la última vez que lo cargué fue hace días, no tengo ni idea de dónde pudo haber quedado. Tiro los cuadernos que están sobre mi escritorio al piso, abro los cajones llenos de papeles y los vacío, incluso, quito las sábanas de mi cama y las arrojo al pasillo con desesperación. Harta, arrojo toda la ropa que veo arrumbada en el sofá y la revuelvo para encontrarlo.

Cinco minutos después de repetir acciones sinsentido, cegada por la locura, lo hallo caído tras mi mesita de noche. Syria me observa desde un costado y debate si acercarse a mí o no. Instintivamente, ella sabe que no debe cruzarse en mi camino. Perra inteligente.

Ofuscada, enchufo el USB en el adaptador que tengo en la pared y apoyo el celular sobre la plataforma de carga. El rectángulo de vidrio se ilumina y comienza a cargarse. En diez minutos estará listo.

No puedo quedarme sin hacer nada esa cantidad de minutos. La inutilidad y la impotencia me agobian. Maldigo por lo bajo y, resignada, vuelvo al baño. Es hora de enfrentar el espejo.

Me paro frente al lavabo y me miro, sin embargo, no soy capaz de percatarme de la situación. Me centro en mi imagen con más atención, como quien cree que acaba de ver un fantasma a su costado y necesita corroborar que no siga allí.

«Que no siga allí».

Cierro mis ojos con fuerza y me aferro al lavatorio. No puede ser cierto, definitivamente estoy dentro de una pesadilla. Con cuidado, llevo la mano hacia mi boca. La tengo hinchada, como si me hubieran puesto un kilo de colágeno y diez de bótox a la vez. Trato de ver el corte, pero la piel está demasiado tirante y no puedo. Además, el sitio está recubierto por una costra babosa de color rojizo.

Me impacta notar que un hilillo de sangre, en algún momento, recorrió mi cuello y se internó en la línea de mi escote. Con valor, tomo la toalla que está colgada para secarse las manos abro la canilla y abro la canilla. El agua empieza a correr y su ruido me aleja de la realidad. Mojo un pedacito de la tela y, con pequeños toquecitos, trato de limpiarme. Intento no presionar mucho, está muy hinchando y el más mínimo roce duele como los mil y un demonios.

También, descubro que tengo un corte bastante grande en la parte interna del labio. Hasta el momento, no me había dado cuenta de que, una de las razones por la cual no podía hablar era esa herida. Sé que debe haber sangrado bastante debido a que es una parte bastante carnosa. Suelto un suspiro ahogado y me percato de que el sabor metálico está dentro de mi boca desde hace quién sabe cuánto.

Además, debajo de la nariz me surca una pequeña raspadura rodeada por un hematoma púrpura. Sé que ahora no duele porque tengo otras más grandes de las que preocuparme; como esa.

Cierro los ojos intentando juntar valor y acerco mi mano, temblorosa, hacia la parte superior de mi rostro.

«No, no puedo», pienso entre lágrimas mientras vuelvo a mojar la toalla. Pronto, un líquido rosáceo comienza a escurrirse por la rejilla y siento náuseas al saber que se trata de mi sangre.

Mi mejilla derecha está azulada e inflamada. Sé que esa parte es la que golpeó contra la bañera y me dolerá por unos cuántos días más. La zona necesita hielo, de manera urgente. Sin embargo, no es lo peor. Tengo una especie de bulto rojizo cerca de la sien. Pienso que lo mejor es tomar un analgésico en cuanto regrese a la planta baja; necesito que el dolor se vaya lo antes posible.

Unos pocos minutos después, termino de lavarme la cara; noto que mis manos tiemblan. Vuelvo a mirar mi reflejo y la chica que está frente a mí me asusta. No logro sostenerle la mirada. Tiene sus ojos verdes desencajados; se ve que el horror dejó huellas en su rostro. Su cabello castaño es una maraña enredada que aún gotea está húmedo. Está cubierta de golpes, tan dañada que solo puedo sentir lástima por ella.

La chica comienza a llorar de manera involuntaria. Sus ojos se enrojecen tanto que me parte el corazón verla tan desprotegida. Quisiera hacer algo para ayudarla, pero no sé qué.

—No puedo ayudarme... —susurro.

Abro la puertita del tocador y tomo mi cepillo. Con cuidado, trato de peinarme lo mejor posible. Sigue enredado, pero al menos mi cabello luce algo más presentable. Busco una bandita para atarlo y me alegra ver que aún conservo la que siempre llevo en mi muñeca en casos de emergencia para apalear el calor. Me recojo el pelo en un moño alto.

Con la piel despejada, noto que parezco una mujer que fue brutalmente golpeada por una pareja violenta, de esas que suelen salir en la televisión reclamando justicia o, lamentablemente, muertas.

Me estremezco.

Rengueo hasta la bañera y me siento en el borde del lado de adentro. A tientas, me estiro para tomar el rociador y lo enciendo. Despacio, me enjuago los pies, sobre todo, el lastimado. Chequeo que no me haya quedado ningún vidrio enterrado en la piel. Me alegra notar que solo me hice un corte un poco profundo a lo largo de la planta. Presiono, trémula, para que sangre salga lo máximo posible y comience a cerrarse la herida.

«¿Por qué está pasando esto?».

Syria ingresa al baño y apoya su hocico en mi espalda. Tomo su gesto como una muestra de aliento. Sin embargo, mientras salgo de la bañera. Vuelvo a dejarme llevar por el llanto. La angustia ame consume y ella me lame las manos. La acaricio.

Juntas, regresamos a mi habitación. De entre la ropa revuelta, tomo una muda de ropa cómoda. Opto por mis jeans gastados de todos los días, esos que amenazan romperse a cada paso y que en algún momento fueron azul oscuro, y una camiseta de mangas largas de algodón de color gris, que tiene un frase hipster muy pasada de moda.

Aún me duele caminar por la cortadura, no obstante, la me pongo dos pares de medias para amortiguar el dolor. Es un plus que las zapatillas viejas no me sean nada ajustadas y me ayuden para andar a la perfección.

De pronto, noto que el hecho de estar vestida me hace sentir abrigada y, en cierto punto, a salvo. Me arrepiento de no haberlo hecho antes. La vulnerabilidad que me ocasionó el ataque me agobia.

Pronto, mi teléfono suena para avisarme que está listo para ser usado distrayéndome de mis pensamientos.


Nuevo capítulo, nueva reescritura. 😎 

Como les decía el otro día, me está ayudando bastante hacer los capis de esta extensión. Antes, al presionarme por hacerlos más largos, me saturaba y bloqueaba muy pronto.😣

Para los lectores viejos... ¿Qué tal se les hace la lectura de esta nueva versión?🌟

Para los lectores nuevitos... ¿Qué les va pareciendo la historia? 😱


Un saludo, y nos vemos en el capítulo 6. (:

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