6
En el crucero en aguas internacionales, Nobita y Miyoko se encontraban en su lujosa suite, bebiendo té antes de irse a dormir. La noche era tranquila, y las suaves olas del mar proporcionaban una banda sonora serena y relajante. La habitación estaba iluminada por una luz cálida y suave, creando una atmósfera íntima y acogedora.
Miyoko se acurrucó en el sofá junto a Nobita, sosteniendo una taza de té en sus manos. Sus ojos brillaban con ternura mientras miraba a Nobita, quien también la miraba con un amor evidente.
—No puedo creer que hayas elegido este té —dijo Miyoko, sonriendo de manera traviesa—Pensé que odiabas el sabor del jazmín—
Nobita se rió, tomando un sorbo de su taza.
—Bueno, a veces hay que hacer sacrificios. Además, me gusta verte feliz—
Miyoko levantó una ceja, fingiendo escepticismo.
—¿Sacrificios? Más bien diría que eres un blando. Te acuerdas de todos mis caprichos—
Nobita fingió una expresión herida, pero sus ojos brillaban de diversión.
—¿Blando? Yo prefiero pensar que soy un romántico empedernido—
—Oh, claro —dijo Miyoko, dándole un golpecito cariñoso en el brazo—Eres un romántico empedernido que también se come mis postres cuando no estoy mirando—
Nobita se inclinó hacia ella, besándola suavemente en la frente.
—Tú lo has dicho. No puedo resistirme a nada que venga de ti—
Miyoko dejó su taza a un lado y acarició suavemente la mejilla de Nobita, su expresión suavizándose.
—Sabes, a veces pienso en todo lo que hemos pasado y me sorprende lo lejos que hemos llegado—
Nobita tomó su mano, entrelazando sus dedos.
—Y lo mejor es que solo estamos comenzando. Cada día contigo es una nueva aventura—
Miyoko sonrió, inclinándose para darle un beso en los labios. Nobita correspondió, sintiendo una calidez que irradiaba desde su corazón.
—Prométeme que nunca dejarás de ser tan tonto —murmuró Miyoko contra sus labios—Es una de las cosas que más amo de ti—
Nobita se rió, acariciando suavemente su cabello.
—Solo si tú prometes seguir riéndote de mis chistes malos. Alguien tiene que mantenerme con los pies en la tierra—
Se quedaron abrazados en el sofá, disfrutando de la tranquilidad de la noche y de la compañía mutua. No importaba lo que el futuro les deparara; mientras estuvieran juntos, sabían que podrían superar cualquier desafío.
Finalmente, se levantaron y se dirigieron a la cama, todavía tomados de la mano. Miyoko se acurrucó en los brazos de Nobita, sintiendo el latido constante de su corazón. Era un ritmo reconfortante que la hacía sentir segura y amada.
Antes de cerrar los ojos, Nobita le dio un último beso en la frente y susurró:
—Buenas noches, mi amor—
—Buenas noches, Nobita —respondió ella, sonriendo con los ojos cerrados—Y no te olvides de que te amo, incluso cuando eres un desastre—
Mientras el crucero seguía su curso en las tranquilas aguas, Nobita y Miyoko se quedaron dormidos, abrazados y seguros en el amor que compartían.
Nobita se hundió en un sueño profundo, transportado a un recuerdo que aún dolía en su alma. Se encontró sentado junto a la cama de hospital de su padre, Nobizuke. El sonido monótono de los monitores médicos y el débil zumbido de las máquinas llenaban la habitación, una melodía de desesperanza que se había vuelto demasiado familiar.
Nobizuke yacía en la cama, su rostro pálido y demacrado por el cáncer de pulmón que lo consumía lentamente. Nobita sostenía la mano de su padre, sintiendo la fragilidad de aquel agarre que alguna vez fue fuerte y protector. Sus ojos se llenaban de lágrimas mientras observaba a su padre, ahora una sombra de lo que había sido.
—Papá... —susurró Nobita, su voz quebrada por la emoción.
Nobizuke abrió lentamente los ojos y le ofreció una débil sonrisa.
—Nobita... —dijo con un hilo de voz—Eres... un buen hijo. Estoy... tan orgulloso de ti—
Nobita apretó más la mano de su padre, luchando por contener las lágrimas.
—No quiero que te vayas, papá. No puedo imaginarme sin ti—
Nobizuke respiró con dificultad, sus ojos llenos de amor y tristeza.
—La vida... es así, hijo. Pero tú... debes ser fuerte. Tu madre... te necesita—
Nobita miró hacia la puerta, donde su madre, Tamako, estaba apoyada contra el marco, sus facciones tensas por el dolor y la tristeza. Sus ojos, siempre tan llenos de vida, ahora estaban apagados, cargados de una angustia que parecía no tener fin.
—Mamá... —murmuró Nobita, su voz un susurro de consuelo y desesperación.
Tamako se acercó, colocando una mano en el hombro de Nobita y otra en la frente de Nobizuke.
—Estamos aquí, Nobizuke —dijo, tratando de sonar fuerte aunque su voz temblaba—. Siempre estaremos contigo.
Nobita miró alrededor de la habitación, notando la presencia de Shizuka junto a la ventana. Su prometida observaba la escena con lágrimas en los ojos, su corazón roto por el dolor que veía en la familia. A pesar de la tristeza, Shizuka permanecía firme, queriendo ser una fuente de apoyo para Nobita.
Nobita sintió el peso del momento, la mezcla de impotencia y dolor lo abrumaba. Los días se habían convertido en una serie de visitas al hospital, cada una más desgarradora que la anterior. Nobizuke se debilitaba cada vez más, y la tristeza se apoderaba de las facciones de Tamako.
—Quiero que... recuerdes... —dijo Nobizuke con esfuerzo—. Siempre... te amaré. Siempre... estaré... contigo—
Las lágrimas finalmente cayeron por las mejillas de Nobita, y se inclinó para abrazar a su padre, sintiendo la fragilidad del hombre que había sido su héroe. La respiración de Nobizuke se volvía más irregular y superficial, un recordatorio cruel de que el final estaba cerca.
Tamako lloraba en silencio, sus sollozos contenidos para no perturbar a Nobizuke. Shizuka, con el corazón roto, se acercó y puso una mano en el hombro de Nobita, ofreciéndole su apoyo en ese momento desgarrador.
Nobita sintió el abrazo de su madre y el toque reconfortante de Shizuka, pero la desesperación era abrumadora. La vida parecía injusta y cruel, robándole a su padre cuando más lo necesitaba.
Nobita se despertó de golpe, con el corazón latiendo con fuerza y un nudo en la garganta. Se sentó en la cama, respirando profundamente para calmarse. A su lado, Miyoko dormía plácidamente. No quería despertarla, así que se levantó con cuidado y salió al balcón en busca de aire fresco.
Se apoyó en la baranda, mirando el mar y las estrellas. Sus pensamientos se llenaron de los recuerdos más oscuros de su vida. Después de la muerte de su padre, su madre, Tamako, se había hundido en una profunda depresión. Pasaba días enteros sentada en la cocina, con la mirada perdida en la nada, sus ojos apagados y tristes.
—Mamá, por favor, come algo —le rogaba Nobita, tratando de mantener la calma.
Pero Tamako apenas respondía, y cuando lo hacía, su voz era apenas un susurro.
—No tengo hambre, Nobita. Estoy bien—
Los días se volvieron interminables. Nobita intentaba cuidar de ella, pero la tristeza en sus ojos era insuperable.
El peso de la responsabilidad y la presión del trabajo lo abrumaban, y sentía que se ahogaba en un mar de desesperación.Unas semanas después, Tamako cayó gravemente enferma.
Nobita la llevó al hospital, pero en el fondo sabía que el final estaba cerca. Las noches en vela junto a su cama eran una tortura.
—Nobita, sé fuerte —le dijo Tamako con voz débil, su mano temblando al aferrarse a la suya—Quiero que seas feliz, hijo mío—
—Mamá, no hables así. Te vas a recuperar, te lo prometo —dijo Nobita, aunque sabía que sus palabras eran vacías, un intento desesperado por aferrarse a una esperanza inexistente.
Tamako sonrió débilmente, sus ojos llenos de amor y una tristeza infinita.—Siempre has sido un buen hijo, Nobita. Estoy tan orgullosa de ti—
Nobita sintió una impotencia desgarradora mientras veía cómo la vida se desvanecía en los ojos de su madre.
Cada día en el hospital era una agonía interminable, y cuando finalmente falleció, se sintió completamente solo y perdido.
Las deudas se acumularon rápidamente y, en pocos meses, perdió la casa en la que había crecido.El día que tuvo que irse, caminó por cada habitación, inundado por los recuerdos.
La cocina donde su madre solía preparar el desayuno, la sala donde jugaba con su padre, el pasillo donde corría de niño.—Aquí es donde mamá hacía el desayuno —murmuró, su voz quebrándose.
Cada rincón de la casa estaba lleno de recuerdos felices y dolorosos. Las risas, las conversaciones, las noches en las que soñaba con un futuro mejor.
Al llegar al pasillo, sus ojos se detuvieron en una columna marcada con líneas y fechas. Cada marca registraba su altura desde que podía caminar hasta que entró a la universidad.
Nobita pasó sus dedos por las líneas, recordando las veces que sus padres lo medían con orgullo.—Papá, mira, crecí un centímetro más este año —había dicho emocionado una vez.
La realidad de lo que había perdido lo golpeó con toda su fuerza. Se dejó caer de rodillas, y las lágrimas comenzaron a correr por su rostro mientras sollozaba sin control.
—No puedo más... —susurró, sintiéndose completamente derrotado. La casa, llena de tantos recuerdos, ahora le parecía vacía y desolada. La pérdida era demasiado grande, y el peso de su tristeza lo aplastaba.
En el balcón del crucero, Nobita dejó que esas lágrimas fluyeran de nuevo.
Miyoko se despertó cuando sintió que Nobita se levantaba de la cama. Aunque él intentó ser silencioso, ella notó su ausencia inmediata. Se quedó unos momentos en la cama, escuchando el murmullo del mar a través de la puerta entreabierta del balcón, antes de decidir seguirlo.
Al encontrarlo de pie junto a la baranda, con el rostro bañado en lágrimas, se acercó en silencio y tomó su mano con suavidad.
Sin decir una palabra, lo guió de vuelta a la cama. Nobita, aún atrapado en sus recuerdos, la siguió sin resistencia. Miyoko se sentó en la cama y lo hizo recostarse en su regazo. Nobita la abrazó por la cintura, buscando consuelo en su calor, mientras ella acariciaba suavemente su cabello.
—Otra vez esos recuerdos, ¿verdad? —preguntó Miyoko con voz suave, su preocupación evidente en cada palabra.
Nobita asintió, incapaz de hablar. Las lágrimas seguían corriendo por su rostro, mojando el regazo de Miyoko. Ella lo abrazó con más fuerza, sintiendo su dolor como si fuera el suyo propio.
—Estoy aquí, Nobita. No tienes que pasar por esto solo —susurró, su voz llena de amor y comprensión—Sé que ha sido muy difícil para ti—
Nobita cerró los ojos, dejando que la calidez de su abrazo lo envolviera. Se sentía más seguro, más amado en ese momento que en muchos otros de su vida.
—Gracias, Miyoko —murmuró finalmente, su voz temblando—No sé qué haría sin ti—
—No tienes que agradecerme nada —dijo ella, inclinándose para besar su frente—Eres fuerte, Nobita, mucho más de lo que crees. Has pasado por tanto, pero sigues aquí. Y siempre estaré aquí para ti, sin importar lo que pase—
Nobita sintió una oleada de gratitud y amor. La tristeza no desapareció por completo, pero en los brazos de Miyoko, se sentía un poco más llevadera. Ella continuó acariciando su cabello, susurrando palabras de consuelo hasta que, poco a poco, las lágrimas cesaron y Nobita comenzó a relajarse.
—Eres mi todo, Miyoko —susurró Nobita, sintiendo cómo el cansancio comenzaba a superarlo—Gracias por estar siempre a mi lado—
—Y tú eres mi todo, Nobita. Siempre estaré aquí para ti, en las buenas y en las malas —respondió ella, su voz firme y amorosa.
Poco a poco, Nobita se dejó llevar por el cansancio y, con Miyoko acariciando su cabello, finalmente se durmió de nuevo, sintiéndose un poco más en paz. Miyoko permaneció despierta un rato más, velando su sueño y asegurándose de que, aunque los recuerdos fueran dolorosos, Nobita nunca tuviera que enfrentarlos solo.
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