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Un pequeño cuarto apenas albergaba una mesa, y a unos centímetros, un lavamanos desgastado. Una puerta cercana, desvencijada, conducía a un baño lúgubre. El sonido monótono de la tetera con agua hirviendo rompió el silencio. Se levantó con desgano, tomó la tetera y la llevó a la mesa. Se quitó la parte superior de su sucio overol, abrió el ramen instantáneo y vertió el agua en él, observando cómo los fideos se empapaban lentamente.

Sobre la mesa, una diminuta televisión de 10 x 10 cm, que apenas funcionaba con pilas gastadas, emitía una luz tenue y parpadeante. En la pantalla, una celebración en vivo mostraba el regreso del primer hombre en poner un pie en Marte. La multitud vitoreaba, y el locutor exclamaba: —¡Un momento histórico para la humanidad! ¡Dekisugi ha vuelto sano y salvo de Marte!—

Dekisugi, visiblemente emocionado, sostenía el micrófono y decía: —Gracias a todos por su apoyo incondicional. Este logro no hubiera sido posible sin el esfuerzo de todo el equipo. Quiero dedicar este momento a mi esposa Shizuka, quien siempre ha creído en mí y me ha dado la fuerza para seguir adelante.—

Nobita, observando la escena, parecía terriblemente enojado, con las cejas fruncidas y los labios apretados. Sin embargo, en el fondo, su corazón estaba sumido en una tristeza profunda. La imagen de Dekisugi y su éxito resonaba en su mente, acentuando aún más la soledad y desolación del pequeño cuarto en el que se encontraba.

La cámara enfocó entonces a Shizuka, radiante entre la multitud, con lágrimas de alegría en los ojos. Nobita, al verla, esbozó una débil sonrisa. La felicidad de Shizuka le traía un momento de paz, aunque pasajero, en medio de su tristeza. La sonrisa de Nobita era frágil, casi rota, reflejando un corazón lleno de emociones encontradas mientras contemplaba la alegría que nunca llegó a ser suya.

Nobita terminó su ramen y apagó su pequeña televisión. —Me alegra que ella sea feliz— murmuró, levantando la mesa y poniéndola contra la pared. Luego, extendió un futón en el lugar donde había estado la mesa, preparándose para otra noche solitaria en el pequeño y desolado cuarto.

Levantando la mesa y poniéndola contra la pared. Luego, extendió un futón en el lugar donde había estado la mesa, preparándose para otra noche solitaria en el pequeño y desolado cuarto.

Se recostó en el futón, el frío del suelo atravesando las delgadas mantas. Miró al techo, donde una bombilla desnuda colgaba, proyectando sombras tristes en las paredes. Cerró los ojos, intentando encontrar consuelo en la oscuridad, pero su mente no dejaba de pensar en Shizuka y en cómo su vida había tomado un rumbo tan diferente al suyo.

El sonido del viento afuera se mezclaba con el ruido ocasional de algún vehículo distante, amplificando la sensación de vacío en el cuarto. Nobita suspiró, sintiéndose más pequeño y solo que nunca. Recordó los tiempos en que soñaba con un futuro brillante, con Shizuka a su lado, y cómo esos sueños se desvanecieron con el tiempo.

Abrió los ojos de nuevo, mirando la tenue luz que se filtraba por la ventana. —Tal vez algún día...— pensó, aunque la esperanza se sentía tan lejana como las estrellas en el cielo nocturno. Finalmente, dejó que el agotamiento lo venciera, cayendo en un sueño inquieto y lleno de recuerdos de lo que pudo haber sido.

Nobita despertó al siguiente día antes de que saliera el sol. Con lentitud, se incorporó del futón y se dirigió a la cocina para comer una manzana, su desayuno habitual. El crujido de la fruta y el sabor ácido le ofrecieron una breve distracción, pero no lograron disipar el peso de la tristeza que sentía.

Salió del pequeño cuarto y se adentró en las calles, que aún estaban envueltas en la penumbra del amanecer. A medida que caminaba, notó que las calles estaban iluminadas por una serie de anuncios brillantes y coloridos que celebraban la hazaña de Dekisugi. Carteles y pantallas electrónicas mostraban imágenes del astronauta con el texto: —¡Héroe de Marte! Dekisugi regresa a casa—.

Los anuncios, deslumbrantes y festivos, contrastaban fuertemente con la atmósfera sombría que Nobita llevaba consigo. La alegría y el entusiasmo que emanaban de los anuncios parecían aún más distantes y ajenos en su estado actual. Mientras caminaba por las calles abarrotadas de publicidad, Nobita se sintió como un espectador distante de una celebración que no tenía lugar en su propia vida.

La fría brisa de la mañana acarició su rostro, y él se sumió en sus pensamientos, intentando encontrar un propósito en medio de la cacofonía de colores y luces.

Nobita llegó a su trabajo, un lugar austero y lleno de maquinaria pesada destinada a la construcción. Con una expresión cansada, se dirigió hacia el área de herramientas y tomó un par de linternas de mano. Las linternas, desgastadas por el uso, eran esenciales para coordinar el movimiento de las grandes máquinas en el sitio de construcción.

Con las linternas en mano, comenzó a hacer señales a los operadores de las máquinas. Sus movimientos eran metódicos y precisos, intentando mantener el ritmo de trabajo en medio de su propio abatimiento. La maquinaria pesada, con su rugido ensordecedor, se movía lentamente según las indicaciones de Nobita, mientras él se mantenía enfocado en su tarea, buscando en la rutina diaria un breve escape de sus pensamientos y emociones.

A pesar del ruido y la actividad frenética a su alrededor, Nobita se sentía desconectado, como si estuviera operando en piloto automático. Las luces de las linternas parpadeaban en el aire frío de la mañana, marcando un contraste con el brillo festivo de los anuncios que había visto antes. En su mente, el éxito de Dekisugi y la alegría de Shizuka seguían siendo una sombra distante, mientras él se aferraba a la monotonía de su trabajo, tratando de no pensar en lo que había quedado atrás.

Nobita parecía tener una mala suerte implacable. Cuando finalmente decidió ponerse serio con sus estudios, ya casi era demasiado tarde. Sus padres se endeudaron considerablemente para que él pudiera asistir a la universidad. Desafortunadamente, la carrera que eligió fue la primera en volverse obsoleta con la aparición de los robots.

Perdió su trabajo poco después de graduarse y no pudo conseguir uno decente desde entonces. Su padre enfermó gravemente y murió, y su madre lo siguió un año después. Las deudas que Nobita no fue capaz de pagar llevaron al embargo de la casa en la que creció. Unos meses después, la casa fue demolida y en su lugar se construyeron baños públicos..

De pie en el sitio de construcción, haciendo señales con las linternas para que la maquinaria pesada se moviera, Nobita no podía evitar que su mente vagara hacia esos recuerdos dolorosos. La vibración de los motores y el ruido ensordecedor de las máquinas eran una especie de refugio temporal, un lugar donde podía esconderse de la tormenta de su vida.

A pesar de todo, seguía adelante. Con cada señal que hacía, con cada máquina que se movía bajo su dirección, intentaba encontrar un atisbo de propósito en medio del caos. Pero el peso de su pasado y la implacable mala suerte que lo había perseguido siempre estaban ahí, como una sombra que nunca desaparecía.

Siempre dicen que no importa las dificultades, el sol siempre sale. Nobita se preguntaba cuándo saldría para él.

Las dificultades parecían interminables. Mientras movía las linternas, señalando a las máquinas, su mente vagaba. Recordaba cómo, a pesar de sus esfuerzos tardíos en los estudios, no había logrado asegurar un futuro estable. Sus padres se habían sacrificado enormemente, endeudándose para que pudiera asistir a la universidad, solo para ver cómo su carrera se volvía obsoleta con la llegada de los robots. La pérdida de su empleo fue solo el comienzo de una cadena de desgracias: la enfermedad y muerte de sus padres, las deudas acumuladas, el embargo y demolición de su hogar de la infancia.

La ironía de que su antigua casa ahora fueran baños públicos no se le escapaba. Era un símbolo de cómo todo lo que una vez tuvo valor y significado en su vida había sido reducido a nada. Cada día, al salir a trabajar, se sentía más hundido en la rutina sin esperanza.

Pero Nobita seguía preguntándose, con un rayo de esperanza apenas visible: —¿Cuándo saldrá el sol para mí?— Tal vez, algún día, la marea cambiaría. Quizás en algún rincón de su futuro, un destello de luz rompería la oscuridad que lo rodeaba. Hasta entonces, solo podía seguir adelante, un paso a la vez, buscando en la monotonía de su trabajo algún pequeño sentido de propósito.

Casi se preguntaba cuándo se toparía con Jaiko, y si el sombrío futuro en el que se casaba con ella y vivía hundido en deudas se cumpliría. La posibilidad le rondaba la mente como una sombra persistente. La visión de un futuro aún más desalentador lo asustaba, pero también le recordaba la amarga realidad de sus circunstancias. Con cada señal que daba a las máquinas, trataba de no pensar en ese destino, pero la duda y el miedo seguían acechándolo, amenazando con absorber lo poco que quedaba de su esperanza.

Aunque había hecho todo lo posible por no endeudarse más, esa misma precaución era parte de la razón por la que vivía en un departamento tan destartalado. Cada decisión, cada sacrificio, lo había llevado a ese punto, a un lugar donde la supervivencia era lo único que podía permitirse. No había espacio para lujos ni comodidades; su hogar reflejaba la batalla constante contra las deudas y la pobreza.

Eran las 10 de la noche y Nobita caminaba hacia su casa. El cansancio pesaba sobre sus hombros después de un largo día de trabajo. Al salir de su empleo, había sido asaltado. Los ladrones, al ver que casi no tenía dinero, lo golpearon antes de irse. Con un suspiro, Nobita levantó la mirada, intentando encontrar algo que distrajera su mente del dolor físico y emocional.

Un anuncio en 3D capturó su atención. En él, se veía a Suneo, sonriendo confiado junto al lema: —CEO de Compañía y Promesa del Tenis—. La imagen vibrante y colorida era un recordatorio de lo lejos que sus antiguos compañeros habían llegado. A su costado, otro anuncio se proyectó hacia el cielo, mostrando a Gigante con un cinturón y el lema: —Campeón Mundial de Boxeo—.

La brillantez de los anuncios contrastaba fuertemente con la oscuridad que sentía Nobita. Pero en lugar de envidia, Nobita sintió una calidez inesperada en su corazón. Recordó las aventuras y los momentos compartidos con sus amigos de la infancia, y una auténtica felicidad lo invadió al ver sus logros.

—Me alegra tanto verlos triunfar—, pensó con una sonrisa débil pero genuina. —Suneo siempre soñó con dirigir una gran compañía, y Gigante... bueno, él siempre tuvo la fuerza y la determinación para llegar lejos.—

Mientras continuaba su camino hacia su destartalado departamento, las luces brillantes de los anuncios parecían iluminar no solo la calle, sino también su espíritu. Aunque su vida había tomado un camino diferente y lleno de dificultades, podía encontrar consuelo en la felicidad de sus amigos. La esperanza de que algún día las cosas podrían mejorar para él se mantenía viva, alimentada por la satisfacción de ver a aquellos que una vez estuvieron a su lado alcanzar sus sueños.

—Solo desearía que me visitaran,— pensó en voz alta, mientras miraba su pequeño y destartalado apartamento. —Aunque, mirando mi apartamento, creo que es mejor así. No tengo nada que ofrecerles.—

Con una sonrisa leve pero auténtica, Nobita siguió caminando, sintiendo que, a pesar de todo, aún quedaba algo de luz en su camino.

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