visita nocturna
En una habitación oscura, desconocida y aislada, Astoria volvía a sentirse una niña de cinco años, sin recordar algo de sus padres más que sus cuerpos desangrados, y sintiéndose completamente sola.
Poco recuerda del día en el que llegó a las manos de Keir. Solo recuerda a dos darkbringers entrar armados a la cabaña de su familia, poder matar a uno de ellos (con unos poderes que aun no controlaba) antes de que Keir apareciera, con una sonrisa ambiciosa y ojos opacos.
Ella no confió en él, le daba tantos escalofríos como el guerrero que quedaba vivo. Pero Keir se arrodilló, sin importarle que la sangre de sus padres machara su túnica cara, y le limpió las lagrimas y las manos con un trapo blanco. No hizo preguntas, no la tranquilizó pero tampoco la mató, como ella en aquel momento pensaba que iba a hacer. Solamente la cogió en brazos, le ordenó algo que no recuerda al darkbringer y salió de la cabaña, para nunca volver.
Estaba atemorizada, como nunca más se permitió estar, cuando llegaron a la Corte de las Pesadillas. Encondió la cabeza en el cuello de Keir y se aguantó las lagrimas hasta que este la dejó en el salón del castillo de la Ciudad Tallada.
Le dio ropa nueva, le presentó a Morrigan, que la ayudó a ducharse, y le dio comida y una habitación. Astoria tardó diez años en confiar en alguna de las personas del Castillo de la Ciudad Tallada, pero acabó acostumbrándose. En ese entonce, con quince años, nadie la trató mal, pero nadie le dio tampoco una cálida bienvenida, o un abrazo, un cuento de buenas noches... todas esas cosas que una niña deseaba y quería después de quedarse huérfana.
Pero nunca se quejó, y se acostumbró a la soledad y oscuridad de su habitación de la Ciudad Tallada. Las paredes desconocidas que acabaron convirtiéndose en un refugio. Se adaptó a levantarse cada mañana y desayunar sola, desear encontrarse con Morrigan por los pasillos para que, al menos, alguien la saludara y hablara con ella, por un rato; se familiarizó con los monstruos de la Ciudad Tallada y aprendió a como ocultar las lagrimas que nunca dejó caer.
No pudo llegar a considerar la Ciudad Tallada su hogar, cuando Keir dejó salir su verdadera forma; y fue cuando volvió a sentir aquella habitación fría, desconocida y abandonada. Y tuvo que repetir el mismo proceso de adaptación, ahora no como una niña huérfana sino como una espía y asesina.
Por eso, era algo extraño volver a sentir— por tercera vez— el sentimiento de que una habitación pequeña se sentía mucho más grande, y mucho más oscura, de lo que era.
Le costó dormirse más de lo que le hubiera gustado aquella noche. Había algo inquietante en el revuelo que había causado su último enfrentamiento, y que no la hubieran llevado directamente a Amarantha no ayudaba con su ansiedad.
El día había sido tan normal como cualquier otro, lo normal que puede ser un día en Bajo la Montaña. Se levantó tarde, pero al menos antes del almuerzo. Total, Astoria no dormía mucho realmente. Pero algo ayudó que aquella noche no se hubiera dormido por cansancio y agotamiento físico.
Su cuerpo estaba completamente sano, la única marca era la quemadura que le había hecho el fae de Hybern. Se encontraba en unos pantalones de lino anchos y la misma blusa de tirantes que la noche anterior. Se sentía raro saber que sería la primera vez desde que empezó con los espectáculos que no tendría que vestirse. Y aun así se encontraba subiéndose por las paredes.
Sabía que debía de estar contenta de no ponerse esos horribles vestidos por una noche— o de luchar hasta la muerte—, pero el hecho de que no le hubieran dicho nada (ni un aviso) comenzaba a ponerla de los nervios.
Kaysa ya le había traído la cena, había intentado hablar de algo con ella y, al ver el poco caso que conseguía de Astoria, acabó saliendo de la habitación. Astoria había querido preguntarle a dónde se iba cuando no estaba en su cuarto, pero nada salió de su boca. En cambio, la vio desaparecer con una expresión mustia en su pálida cara, mientras ella continuaba devorando el plato de comida, intentando calmar la ansiedad.
Más pronto de lo que hubiera querido, se vio a si misma metiéndose en la fría cama individual. Nunca había sido superficial, pero echaba de menos su cama lo suficientemente grande para dar vueltas— sobre todo teniendo en cuenta del gran insomnio que sufría—. Ahora, sin poder dormir, no podía hacer otra cosa que mirar al techo de piedra, las mantas pegándose a su cuerpo y la almohada fina hundiéndose por el peso de su cabeza.
A Astoria le costaba dormir. Había visto y hecho muchas cosas para pensarse dos veces el cerrar los ojos, en confiar en quedarse inconsciente por un par de horas. En el castillo de la Ciudad Tallada, le acabó pidiendo a Keir un hechizo en su puerta, viendo como comenzaba a ganarse algunos enemigos y sin poder confiar en un guardia protegiendo su sueño.
En Bajo la Montaña, hasta ahora no había tenido problemas. Se quedaba dormida cuando el sol ya estaba saliendo y sabía que Kaysa no se separaba de ella. Aunque fuera solo para curarle las heridas, indirectamente estaba a su lado mientras descansaba; eso significaba que había alguien bueno a su lado, aunque no fuera del todo de confianza.
Astoria quiso reír cuando la idea de pedirle a Kaysa que volviera a su habitación la invadió. Sabía que la fae de Invierno no suponía ninguna defensa en caso de que alguien la quisiera matar, pero la tranquilizaba el simple hecho de no estar sola. La misma falsa protección que la vela que dejaba encendida en una esquina de la habitación cuando era pequeña y su habitación en la Ciudad Tallada no era más que un cuadrado frío y desconocido.
Horas más tarde, en la misma posición y sin una pizca de sueño, suspiró levantándose. Se dirigió al baño para mojarse la cara y despejar su mente. Había tenido el tiempo suficiente como para imaginarse cualquier posible ataque por sorpresa, buscar respuestas a su primera noche sin combate o recordar la noche anterior. Cuando su mente se había trasladado a los recuerdos de su infancia (los años en los que Keir la mantuvo a salvo, engañándola) no aguantó más. Por eso ahora se encontraba mirando su reflejo cansado, cualquier cosa era mejor que volver a mirar al techo de piedra.
Estas semanas había vagado como un espíritu sin alma. Parecía moverse con el aire comprimido de los túneles de piedra, sin llegar a recapacitar su nueva vida. ¿Estaría así para siempre, o Keir se aburriría de dejarla prestada y volvería a por ella? Incluso con lo despreciable que era su dueño, nada se sentía igual que aquel descontrol que había tenido desde que llegó a las manos de Amarantha. Astoria nunca había sido una mujer de fe— mucho menos de esperanza— pero, cuando se encontraba tan sola que podía escuchar sus propios latidos, no podía evitar desear volver a su rutina en la Corte de las Pesadillas.
Sus sentidos lo notaron antes que su cerebro, después le llegó el roce de unos zapatos y finalmente la ola de poder desconocido. Apartando la mirada de sus ojos opacos en el reflejo del espejo, lanzó la daga que siempre ocultaba en su pantalón con precisión. El golpe del arma clavarse en el armario de madera la hizo girarse, seguido de un silbido de admiración. Un sonido suave y arrastrado que le provocó un escalofrío.
La figura masculina y poderosa del Alto Lord de la Corte Noche se encontraba apoyada con tranquilidad en el armario, al lado de su cabeza el agujero que Astoria acababa de hacer. En sus manos, Rhysand ahora miraba con curiosidad su daga. Los puños de Astoria se torcieron, la necesidad de arrebatarle aquella arma tan preciada y volver a tenerla. Le causaba disgusto ver al macho con aquello que más apreciaba en la vida.
Soltó un gruñido bajo, pero Rhysand rió, sin entender que lo único que pedía Astoria era su daga de vuelta.
Con un simple jalón de su poder, el arma se deslizó de las manos del hombre hasta estar con ella. Rhysand la miró con sus ojos violetas brillantes, cierta curiosidad gatuna en ellos.
— Me sigue fascinando este poder tuyo— lo dijo con naturalidad, pero su voz sonó grave, poderosa y exigente. El tono que tendría que tener un verdadero Alto Lord.
El cuerpo entero de Astoria se tensó, sin poder decir una palabra. Agarró con fuerza el mango de la daga, sintiendo aquellos relieves de cristal que tanto conocía. A Rhysand pareció no importarle su clara incomodidad porque paseó por la pequeña habitación como si fuera suya, después tomó asiento en su cama deshecha.
— Hiciste todo un espectáculo el otro día.
Las palabras molestas de Astoria se deslizaron antes de que las pensara.
— Eso es lo único que me dicen últimamente, me siento una celebridad.
Rhysand dejó salir una risa, sonó fría y desalmada. Astoria lo miró con precaución.
— Ahí esta ese exquisito humor que mostraste con el pobre general de Hybern.
Algo en su interior se avergonzó. En ningún momento se había parado a pensar que no solo las criaturas que siguen las órdenes de Amarantha la veían; los prisioneros, los Seis Altos Lores (según lo último que sabía, Primavera seguía ocupada con su maldición) se encontraban cada noche en la buena fiesta y en los entretenidos combates. No había visto aun a ninguno de los otros altos lores, pero Rhysand le acababa de confirmar que, al menos él, se encontraba cada noche prestándole atención a ella, a la crueldad indiferente que le mostraba a cada una de las bestias a las que arrebataba la vida.
— Cuéntame— volvió a hablar el macho, sin apartar la mirada de Astoria—. ¿Qué fue exactamente lo que hiciste? La gente aquí abajo ha estado hablando de las posibilidades.
Astoria se deshizo de la necesidad de cruzar los brazos en su pecho, o de gritarle que se fuera de su habitación, exigirle que antes le diera respuestas de todo lo que estaba ocurriendo, que la ayudara a salir de ahí.
Pero aunque quisiera, aquel hombre seguía siendo su Alto Lord, alguien poderoso (incluso con la mayoría de sus poderes robados) y malvado, que ayudaba a la reina que la mantenía ahí. No podía actuar con la condescendencia que el macho merecía, ni aunque lo deseara.
El tono algo impertinente de su voz fue lo único que demostró lo enfadada que estaba.
—¿Y qué dicen?
Rhysand se relamió los labios, Astoria los miró por un segundo. Apartó la vista tan rápido que no se permitió pensar en lo que acaba de hacer.
— Hay teorías locas, por supuesto. La oscuridad de Bajo la Montaña no parece eliminar la creatividad— al parecer a su Alto Lord le gusta mucho hablar y fardar—. Algunos dicen que puedes controlar el tiempo, otros dicen que eres una especie de diosa de la muerte...
Astoria dejó salir un bufido incrédulo. Los ojos violetas del macho brillaron.
— Que originales.
— ¿Quieres saber lo que me quita el sueño?— a Astoria le sorprendió ser considerada lo suficientemente importante como para no dejar dormir a un Alto Lord. Rhysand no le dejó responder antes de continuar—. Sé que hiciste eso de cambiar la realidad, pero no sabía que podías ocultarlo a cierta gente.
No respondió. Astoria se había pasado toda su vida con las advertencias de Keir: "no reveles a nadie quien eres", "no utilices los poderes a menos que te lo ordene", "no te acerques al Alto Lord". Poco le había interesado alguna vez Rhysand y todo lo que envolvía su dramática relación familiar, pero había hecho caso a su dueño. No le decía a nadie su nombre o procedencia, solo utilizaba los poderes en misiones y no se había acercado al hombre que tenía ahora enfrente.
En menos de unas semanas, aquellas reglas que habían pautado su vida habían sido destruidas. Podía aceptar que todos, ahí abajo, supieran su nombre, que hubieran visto lo que podía hacer con sus poderes, incluso podía hablar con su Alto Lord y participar en su juego de persuasión y sarcasmo. Pero no diría nada más, su vida y lo que de verdad eran sus poderes era lo único que tenía. Darlo todo y demostrarlo solo la dejaría indefensa y desnuda.
Los ojos del macho se oscurecieron al notar su resistencia. Astoria sintió unas garras arañar con fuerza su mente. El ya conocido sentimiento de un poder cruel y sin compasión.
No le permitiría entrar en su mente, pero no sabía si aquellos muros que alguna vez había considerado impenetrables podrían soportar el poder del damaeti más poderoso de Prythian. A lo mejor ahora que Amarantha había robado parte de su poder, no podía arrancarle la mente de cuajo. Astoria se tranquilizó por unos momentos y endureció la obsidiana de su muro.
— Tampoco se...— hizo una pausa, abandonado el tono prepotente. Ahora solo le dirigía palabras duras— de dónde vienen esos poderes tuyos, ni donde has estado escondiéndote en mi Corte para que nadie te encontrara, ni lo que has estado haciendo con mi gente o en mi ciudad.
Casi rió. ¿Hablaba de la Ciudad Tallada? ¿De la Corte de las Pesadillas y los infelices que vivían en las oscuras y peligrosas calles? Astoria no había tenido la libertad de ser una ciudadana normal, pero conocía la ciudad y su gente como si se hubiera criado ahí. En realidad, se había criado ahí. Y ninguna vez, en sus casi doscientos cincuenta años, vio señal de su Alto Lord preocupado por su gente y las injusticias que los más vulnerables e inocentes tenían que sufrir.
Nada de lo que Prythian temía de la Corte de las Pesadillas era mentira, Astoria pertenecía a esas oscuridades que habitaban entre las calles de la ciudad. Pero no se habían creado por la natural maldad de los fae, sino por la supervivencia. Rhysand, el Alto Lord que ahora se encontraba exigiendo respuestas sobre su querida ciudad, había abandonado a las bestias de la Corte de las Pesadillas, pero también a los inocentes, que solo tuvieron opción de abrazar la maldad y convertirse en lo único que les haría sobrevivir.
Pero a lo mejor eso era lo que quería Rhysand, la gente que creaba para su corte.
Astoria ignoró todas las preguntas, manteniendo la mirada seria y la mente cerrada. Las garras empujaban con fuerza cada esquina, humo violeta chocaba como una explosión de pura oscuridad, la presión de Rhysand en sus muros intentando entrar.
— Tal vez tu Cantor de Sombras no hace tan bien su trabajo, después de todo.
Ante la mención de su espía, la oscuridad violeta que ocupaba su mente explotó con violencia. Rhysand la miraba con furia, los puños apretados. Astoria intentó disminuir su temblor y mantener la mirada firme. Al Alto Lord no parecía gustarle que infravaloraran a su pequeño y delicado Círculo Íntimo.
Cuando Astoria sintió que el poder del macho se hacía mucho más intenso— tal vez para pulverizarla— desapareció en un chasquido de humo violeta.
La habitación pareció quedarse fría de repente.
Se quedó con su cuerpo aún a unos pasos de la cama y su mano derecha aun apretando la daga. Miró la cama, las sábanas ahora tenían la forma del peso del Alto Lord y un sutil olor a cítricos, mar y cuero se encontraba impregnada en su cama cuando volvió a tumbarse.
Ahora si que no se iba a dormir. Ni siquiera podía cerrar los ojos, el miedo en su cuerpo la consumía por completo.
Keir podría ser disgustante y traicionero, pero estaba segura en las barreras del castillo de la Ciudad Tallada, con el tatuaje en su muñeca conectado a su dueño. Ahora, ¿qué le impedía a cualquiera de las bestias en Bajo la Montaña intentar matarla? No eran solo las criaturas, sino la gente poderosa. Rhysand, su Alto Lord que acababa de aparecer en su cuarto, podría hacerla desaparecer en un segundo. ¿Y qué le ocurriría? No había nada ni nadie impidiéndolo.
¿Hasta qué punto Amarantha le haría algo? Hasta qué punto Astoria significa realmente algo importante ahí abajo para contar con una protección segura. Solo era un juguete, un entretenimiento que había durado dos semanas.
Acababa de descubrir que me gustaba más ser un arma, que un juguete.
Tal vez, en cuando comenzara a aburrirle a Amarantha dejaría de tener significado ahí abajo. La cuestión era, en cuanto no le proporcionara nada a la Alta Reina, ¿la mataría o la devolvería a su dueño?
Muchas veces había pensado en la muerte, en qué cambiaría para ella estar sometida a alguien y, de repente, simplemente dejar de estarlo. Pero Astoria era una cobarde, la muerte era algo incierto y místico y ella no quería descubrir qué ocurriría más allá. Y por primera vez, en sus doscientos años, no se conformó con familiarizarse con su alrededor, tenía que actuar, hacer algo para no morir. Porque ella no quería morir.
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