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una reputación

Un año en Bajo la Montaña se habían sentido como semanas, el tiempo para los inmortales pasaba lento y rápido al mismo tiempo; y ahí abajo, aquello parecían acentuarse. Astoria estaba acostumbrada a vivir en la rutina y en el momento en el que comenzó a habituarse a todos sus deberes y obligaciones, el tiempo pareció detenerse. Así había sido bajo las órdenes de Keir; y parecía haber seguido el mismo rumbo en su servicio a disposición de Amarantha.

Toda la incertidumbre que la albergó las primeras semanas, ahora parecía una simple pesadilla muy lejana, la cual Astoria estaba contenta de haber dejado atrás. Al menos su trabajo actual— aunque fuera igual de desagradable— era mejor que ser utilizada como mono de circo.

Pero fue rápido ganarse una reputación.

Era incómodo, cuanto menos. Astoria estaba acostumbrada a trabajar en las sombras, a ser un susurro entre las calles. En la Ciudad Tallada sabían de su existencia, conocían los susurros de la criatura que acababa con todos los traidores, de la cual había que tener cuidado y no ser escuchada por ella. Pero no sabían su identidad. Le podrían poner apodos, leyendas y crueles nombres; pero nadie sabría quién era Astoria.

En Bajo la Montaña, su trabajo entre los fieles seguidores de Amarantha era, no solo público, sino que también reconocido y casi alabado. Todos la conocían y la temían, ahora no solo al monstruo que podía ser, sino a lo que Astoria era.

Aquello la había dejado con la desconocida sensación de soledad.

Nunca había tenido familia, ni amigos. De su vida en la Corte de las Pesadillas no recuerda haber tenido a nadie. Pero al cabo de los meses en Bajo la Montaña, Astoria había comenzado a echar de menos la presencia de algunas personas de su antigua vida.
De manera enfermiza, Astoria apreciaba a Keir. Aunque le había visto como un dueño, y le odiaba por ello, tras dejar la Ciudad Tallada comenzó a recordar el momento de su infancia en el que fue también un maestro para ella, una figura idealizada.
También se había permitido pensar en Nicholas, su amante y lo más cercano a su único amigo. No le amaba y tampoco le tenía un enorme aprecio, pero su compañía había llegado a ser reconfortante. Aquel último año, sin nadie más que las falsas y dulces palabras de Amarantha y los susurros de todos los que la temían, se sentía más vacía de lo normal, deseando poder sentir la mirada preocupada de Nicholas ahora que nadie parecía tratarla como algo más que una criatura cruel.

Para su disgusto, en realidad sí había una persona en aquella pesadilla que parecía haber tomado un interés particular en ella, pero Astoria no creía que aquella atención fuera reconfortante. En realidad, que su Alto Lord hubiera mantenido el mismo interés y fijación en sus poderes que la primera vez que se coló en su dormitorio, era lo único que realmente la mantenía inquieta. Lo único que parecía sacarla de esa burbuja de hábito que deseaba tanto tener.

Tal vez si acababa verdaderamente acostumbrada a lo que ahora era, podría olvidarse de todo: los gritos y súplicas con su nombre, la sangre derramada, los ojos juzgadores.

Cada vez que obtenía un poco de paz, cuando su mente podía quedarse en blanco y actuar como el muñeco que era, la presencia intimidante y juguetona de su Alto Lord la traía de nuevo a la realidad. Le recordaba que ahora todos sabían el monstruo que era.

Podía acostumbrarse a estar sola, a sentir la sangre en sus manos y las víctimas aparecer en sus sueños. Pero no podría nunca soportar la acidez en su garganta ante los susurros nombrándola, ante el mundo temiéndola a ella y no al papel que representaba cuando estaba el la Ciudad Tallada.

Tener a Rhysand revoloteando a su alrededor era diferente a todo lo que alguna vez había sentido. Astoria solo conocía dos reacciones hacia su persona: el miedo o el control.
Su dueño y Amarantha la mantenían controlada, sabían de ella y la querían así; Astoria les temía, pero no le inquietaba su presencia. Simplemente sabía que estaba atada a ellos, una tranquilidad de que no moriría, porque para ellos Astoria era útil.
Todas sus víctimas, las demás criaturas que sabían de ella, la temían; algunos se harían los valientes, otros le suplicarían, también podrían odiarla, pero Astoria sabía tratar con eso. Al final todos acabarían muertos, daba igual el comportamiento con el que la enfrentaran.

Rhysand era algo nuevo. Astoria temía su poder, no por el control que tenía sobre ella como sus dueños, sino por lo que era: el Alto Lord más poderoso de Prythian. Había oído de él, susurros y crueldades que había podido comprobar como ciertos aquel último año. El alto fae era indiferente, le divertía Astoria, incluso. Todo parecía un juego en el que, por primera vez, Astoria no parecía ni la marioneta ni el depredador, sino la presa.

Pero por alguna razón, todas aquellas visitas del Alto Lord quedaron en secreto, dentro de las paredes del dormitorio de Astoria. No era siempre, pero habitualmente Rhysand aparecería, despertándola de su atormentado sueño en el momento en el que su magia chocaba con la de ella. Ahí empezaría una noche que Astoria sabría que sería agotadora, una charla llena de intenciones y garras rasgando su mente que no la permitiría bajar las alertas de su cuerpo hasta la hora del desayuno.

No sabía si Amarantha sabía de las visitas. Pero en cuanto el día llegaba y Astoria salía de la habitación con los ojos más cansados que nunca y los músculos tensos, ya no pasaría a ser más que una pelusa para el mismo Alto Lord que por las noches le sonreía con diversión. Tal vez Amarantha sí lo sabía, y simplemente disfrutaba junto a su amante en silencio de ver los efectos que la mente y cuerpo de Astoria tenía. A lo mejor solo era eso, una forma de castigo mental para mantenerla aun más en control.

Aun así, tampoco tenía mucho tiempo para concentrarse en lo que su Alto Lord quería de ella. Tenía ya, de por si, mucho más trabajo del que pensaba.

Sabía que Prythian no estaba contento con la posición de Amarantha y el nuevo orden que había establecido, pero tampoco sabía que había tanto sentimiento de rebeldía y esperanza. En teoría, el Attor y ella trabajaban juntos, así lo había establecido Amarantha cuando comenzó a mandar de caza a la criatura y a Astoria le dejaba la parte de la tortura y el juicio. Pero entre que la criatura se negaba a hablar más de lo necesario y Astoria tenía poco interés en mantener conversaciones con el Attor, habían llegado a un acuerdo tácito. Y a Amarantha no le parecía importar como se repartieran el trabajo si el resultado era el deseado.

Aquella noche, como parte de la rutina en Bajo la Montaña, la gran sala de entrada estaba particularmente llena. Al cabo del tiempo, los demás Altos Lores aparecieron, y ahora que Astoria tenía tiempo para recorrer el espacio de arriba a abajo, pudo notarles entre la multitud.

Tal como le pasó con Rhysand, la primera vez que los vio notó enseguida que, aun con la mayoría de sus poderes robados, eran figuras fuertes y poderosas. Primavera era el único que faltaba y, aunque alguno solía ausentarse alguna que otra noche, era difícil no prestarles atención cuando hacían acto de presencia.

Kallias, el Alto Lord de la Corte de Invierno, era al que Astoria le había echado más el ojo. No solo porque fuera atractivo, con una belleza etérea y congelada, sino porque siempre iba a acompañado por un General con las mismas facciones de nieve. La primera vez que vio al compañero de su sirvienta, no pudo evitar comentárselo a Kaysa. La alta fae esa misma noche se puso a llorar mientras la ayudaba a bañarse, agradeciéndole la información y suplicando que lo mantuviera vigilado.

No era muy cercana a Kaysa— no se lo había permitido a sí misma—, pero Astoria tenía una constante necesidad de hacerle ver a alguien ahí abajo que no era el monstruo que todos temían. Incluso cuando Astoria sabía que sí lo era.
La presencia de Kaysa era lo que se podía parecer más a la compañía de Nicholas. La veía cada día, y aunque Astoria no la solía contestar, Kaysa la trataba con una naturalidad que echaba de menos de la Ciudad Tallada. Por eso la primera noche que le comentó a la fae sobre su compañero y ésta le pidió el favor, Astoria lo cumplió.

A partir de ahí, se acercó a aquel general. Era también alto fae, de una belleza robusta equivalente a las heridas y marcas que se podían observar en su piel pálida, seguramente a causa de las batallas. Aprendió que era el general de la Corte de Invierno, y una figura cercana al Alto Lord. Como pudo, se presentó ante él sin que nadie más lo notara, arriesgando el hurgar en su mente y presentarse debidamente.
El general solo se destensó cuando le comentó sobre Kaysa, aceptando mantenerse en contacto para saber del estado de su compañera; entonces se presentó como Hoffer, y a partir de ahí, Astoria hizo lo posible para que los compañeros pudieran reencontrarse de vez en cuando.

Era algo que la ayudaba a pensar que no todo lo que hacía ahí terminaba en sangre.

Esa misma noche, Astoria se mantenía en una esquina de la sala sosteniendo una copa de vino que ni siquiera se había atrevido a consumir. Amarantha se encontraba en su trono, con una sonrisa satisfactoria; a su lado, Rhysand se mantenía desinteresado, observando a todos en la pista de baile con los mismos ojos violetas que iluminaban la habitación de Astoria algunas noches.

Pudo observar a Hoffer en la otra esquina de la sala, como siempre al lado de su Alto Lord mientras éste compartía palabras con Theros, el Alto Lord de Verano.
Como si fueran completamente opuestos, la Corte de Verano y de Invierno se miraban mientras hablaban de manera natural. Los colores de las prendas de ambos se mantenían en el azul, la túnica de Kallias mostrando el resplandor de la nieve y el traje de Theros el color del océano. En cambio, en lo que más se diferenciaban eran en las facciones; ambos con pelo platino, el de Kallias parecía coincidir con el tono pálido de su piel mientras que las rastras de Theros contrastaban con su tono oscuro.

Hoffer la observó por un momento y aunque Astoria no relajó sus rasgos, acarició la pared fría de su mente en un saludo cortés. Pasándole en un segundo todo lo que Kaysa le habría querido decir en persona—¿en qué momento Astoria se había convertido en una paloma mensajera? No sabría decir—. De un segundo a otro, ambos conocidos apartaron la vista del otro en cuando una figura grotesca se hizo paso entre los bailarines. La música no se detuvo, y las parejas que ahora bailaban solo se hicieron a un lado, siguiendo con su diversión en cuanto el Attor pasó por ellos con el cuerpo ensangrentado de su nueva víctima.

Algunos sirvientes y otros invitados dejaron a un lado sus conversaciones y trabajos mientras observaban con detenimiento la interrupción. Astoria se mantuvo en la esquina, dando el primer sorbo al agrio vino, sintiendo que lo iba a necesitar más tarde.

El fae desangrado no era mayor que Astoria, y por sus características físicas podría deducir que pertenecía a la Corte de Verano; y por su ropa, se podía notar como parte de la nobleza. Miró por un momento a Theron, que había sido uno de los que había parado su conversación para observar lo que ocurría. Si el Alto Lord lo conocía, Astoria no lo pudo notar a simple vista.

Amarantha observó desde su asiento con una ceja alzada. La sala era demasiado grande para que todos los presentes se pararan a observar el espectáculo, pero los más cercanos habían comenzado a susurrar. La música animada seguía sonando y la escena delante del trono estaba oculta por la pista de baile, los bailarines seguramente demasiado intoxicados de alcohol para preocuparse por algo más que su diversión.

—¿Qué ha ocurrido para que interrumpas mi fiesta con una escena tan... grotesca?— Astoria sabía que Amarantha no miraba con asco la sangre, sino al propio fae. El Attor infló el pecho y mostró sus afilados colmillos.

— Mi señora, lo he encontrado a unos metros de aquí. Compartía información con otros dos traidores, sobre usted.

Astoria se acercó lentamente, sin hacerse notar. Todos estaban muy concentrados en el fae de rodillas, que no soltaba ningún ruido de dolor más allá de la respiración pesada. Pero ni siquiera se oía con la música resonando por encima.

—¿Y los otros dos?— Amarantha fue lo único que preguntó, observando sus uñas pintadas de granate. En su mano se podía observar el anillo que guardaba el ojo de Jurian, el cual se movía de un lado a otro como si tuviera consciencia propia.

A Astoria se le revolvió el estómago por un segundo, de solo pensar en la idea de que aquel humano— o bueno, su ojo— seguía consciente de su alrededor.

El Attor sonrió aun más, la sangre de sus garras se escurría hasta el suelo.

— Eran guardias. Les maté antes de que pudieran huir.

Amarantha asintió, y se dedicó a observar ahora al traidor. El alto fae le correspondió la mirada con furia y valentía, Astoria suspiró. Sabía lo que venía ahora, era cosa de todas las noches. Estaba acostumbrada a que, si no ocurría algo como esto, más tarde habrían traído a uno de los prisioneros para entretener un poco la fiesta. En cualquiera de los casos, era cuando el trabajo de Astoria comenzaba.

— Supongo que ya sabes lo que los traidores reciben, cielo.

El tatuaje en su muñeca quemó, pero Astoria hubiera sabido igual que era su momento de acercarse. Era su trabajo, el cual se había repartido con el Attor: él encontraba a las víctimas y Astoria se encargaba de ellos. Días como hoy, las ansias de sangre del Attor le quitarían un poco de responsabilidad, habiendo matado ya a los otros dos traidores. Cosa que, en realidad, Astoria prefería.

La mirada del alto fae se desvió de Amarantha a Astoria en cuanto se acercó al trono. La valentía en su mirada tomó el rumbo del odio. Astoria mantuvo la postura firme, sus pasos nada arrogantes como los del Attor, simplemente un movimiento automático. Como si se tratara de guardia devoto a su corte o una marioneta personalizada.

— Dulce Astoria, haznos los honores de entretener un poco esta velada.

Como tantas veces lo había hecho en su vida, se escurrió dentro de la mente del alto fae, cuyas rodillas se tambalearon un poco por la invasión. Amarantha tenía los suficientes daemati como para que el trabajo de Astoria no se mantuviera únicamente en atravesar la mente de las víctimas. Ella iba mucho más allá.

Tal vez ya no era la protagonista del entretenimiento nocturno como las primeras noches en Bajo la Montaña, pero seguía siendo parte de ese espectáculo: ahora era ella la que lo creaba.

Se metía en la mente de los protagonistas de la noche y les arrancaba sus peores miedos, para traerlos a la vida, o bueno, únicamente a la realidad de la persona. Algunos eran simplemente desgarradores: víctimas llorando por ver a sus más queridos asesinados, hasta suplicar su propia muerte. Otras veces, se convertía en un espectáculo cruel: ver como el traidor huía de un miedo que únicamente estaba en su mente, y en la de Astoria. Hacia fuera, los presentes solo se reirían de ver a una pobre víctima gritar del terror, sin nada persiguiéndolo, temiendo a la nada. Un juego de humillación y terror.

Amarantha quería a Astoria para eso. No para ser una verdugo, sino para convertir el último momento de vida de las víctimas en el peor de sus vidas. Que simplemente llegarán al punto de desear la muerte, arrepintiéndose de haber traicionado a Amarantha y su reinado.

Kaysa la recibió aquella noche con una mirada inquieta y preocupada, dirigiéndola al baño caliente. Aquella velada había acabado en gritos que hicieron a los bailarines salir de su embriaguez y a la música dejar de sonar. Astoria aspiró el jabón dulce del baño, tirando la cabeza hacia atrás.

— Los gritos... ¿Quién ha sido esta vez?

Kaysa se concentraba en la temperatura del agua, sin mirarla a los ojos. Astoria no sabía si era por el terror hacia ella o el disgusto. Pero pro primera vez, evitó meterse en su mente, sin querer saber la respuesta.

— Un noble de la Corte de Verano— respondió Astoria, comenzando a lavar su propio cuerpo—. Ha tenido la mala suerte de ser descubierto por el Attor.

—¿Qué estaba haciendo?— Kaysa ahora la miraba sin pudor, aunque a Astoria tampoco le importaba. Después de un año ahí abajo, aunque no hablaran demasiado, había cierta confianza. Tal vez la única persona con la que Astoria se podía sentir tranquila.

Eso no quería decir que confiara en ella. Al menos, no en su débil mente.

Kaysa debió ver la mirada dudosa de Astoria, porque frunció el ceño. Sus ojos cristalinos brillaron más por un segundo.

—¡Sabes que no diré nada!

— Tu boca no. Pero es tan fácil arrancarlo de tu mente— murmuró Astoria. En su tono no había malicia o burla, pero a Kaysa se le enrojecieron las mejillas. Comenzó a lavarse el cuerpo con el jabón. No tenía restos de sangre ni suciedad, pero el asesinato que acababa de cometer parecía estar impregnado en su piel.

— He estado practicando. Como tú me enseñaste.

Astoria la miró con una ceja alzada ante el tono quejoso de la sirvienta. Era verdad, al final le había tenido que enseñar a fortalecer los muros de su mente y defenderse de cualquier daemati curioso. Pero solo por simple precaución. Desde que Astoria comenzó a permitir que Kaysa y su compañero mantuvieran contacto,  había aumentado el peligro; eso significaba, que debían mantener seguro el secreto de que Astoria estaba haciendo eso. No había ninguna malicia en la ayuda que estaba prestando, pero no quería pensar en la posibilidad de que Amarantha descubriera aquello.

Aunque aquel secreto no era nada comparado con lo que acababa de descubrir aquella noche.

Ante todos, el miedo de la víctima había sido el Attor. Por ello, y para hacerlo más creíble, lo último que vio el fae antes de suplicar su muerte fue al Attor, persiguiéndolo por todo el salón como si fueran un gato y un ratón. Suficientemente gracioso y cruel para que todos los invitados se rieran del traidor, viéndolo correr, tambalearse y chocarse con cualquier cosa, mientras intentaba huir de la fantasía del Attor.

Pero en la mente del alto fae no había encontrado nada de aquello. Y el simple hecho de tener en su conocimiento todo lo que había descubierto la mantenía con los pelos de punta.

Porque, ¿que quería decir que aquel alto fae estaba pasando información de Amarantha por órdenes del Alto Lord de Verano? Astoria había conocido y actuado ante muchos actos como aquel: la traición, la rebeldía.

Si hubiera sido cualquier otra persona, Astoria se hubiera girado hacia su dueña, y la verdad se hubiera escurrido de sus labios con tanta facilidad como Keir le había enseñado: encontrar al traidor, torturarlo, descubrir— o arrebatarle— la verdad, y comunicárselo.

Pero por alguna razón, Astoria acabó con el traidor, se giró a mirar a Amarantha y susurró una mentira, protegiendo al Alto Lord de Verano, sea cual sea su plan para sacarlos de ahí.

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