Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

una moneda de doble cara

Astoria sabía quien era. No. Más bien sabía qué era. Había sido parte de su formación y entrenamiento.

Aquellas reglas y rutinas habían guiado su vida de una manera normal, hasta ahora. ¿Por qué estaba guardado aquel secreto? ¿Por qué estaba protegiendo al Alto Lord de Verano con tanto ahínco? Había planes de traición y era su trabajo averiguarlo, y matarlos a todos; por su dueña y por el tatuaje que dictaba su vida, que le decía qué era.

Astoria sabía que tenía alma y pensamientos— ya no tanto, voluntad—, pero a veces se le hacía tan difícil pensar en ella como una persona de verdad, como en algo más que una simple arma.

Hubo un tiempo en el que fue más que eso. Astoria, antes de convertirse en lo que era, había sido una hija asustada que echaba de menos a sus padres recién asesinados, una niña que temía unos poderes que desconocía; pasó a ser una joven que vivía con la estúpida esperanza de ver la Ciudad Tallada como su nuevo hogar— aunque no luciera como uno—, que pensaba en la posibilidad de poder formar una familia con aquellos que la habían salvado.

Pero le duró tan poco. Toda la esperanza fue solo con una finalidad: confiar en Keir hasta tal punto de que no fue él quien la condenó, sino ella misma. Porque a Astoria no le habían amenazado con el juramento que hizo en su pasado. Solo fue una niña de quince años que pensó que valía la pena dar su vida por una basura como Keir.

Desde entonces ya no se considera nada más. Porque aunque aquel juramento no parecía más que un tatuaje, eran cadenas a su vida y a su poder. Una sentencia de que Astoria siempre pertenecería a alguien y nunca a ella misma.

Pero había algo de Bajo la Montaña que la había despertado. Una parte de ella ya no actuaba como arma, ya no dejaba que la utilizaran a su voluntad. Astoria conocía las cadenas que la ataban pero había descubierto también cierta parte de independencia que antes pensaba inexistente. Y eso la aterraba más que nada.

Se suponía que alguien como ella no soñaba, no preguntaba, no hacía amigos ni ayudaba a gente buena. Y de repente, ahí estaba, un año sometida al reino de Amarantha, deseando, ayudando, soñando.

Pensaba que se iba a volver loca ahí abajo. No había nada diferente en su exterior; para todos, Astoria seguía siendo aquella arma peligrosa, con expresión taciturna y crueldad infinita. Astoria así lo había querido mostrar, porque era la verdad de lo que era. Su interior era lo que había comenzado a cambiar, y Astoria no sabía qué hacer.

No era un juego de niños, su vida nunca lo había sido. Por eso había evitado hasta ahora los peligros, las mentiras, la libertades: todo aquello solo la había traído desgracias en el pasado. Astoria aprendió a las malas el sometimiento y el verdadero poder del tatuaje, por eso nunca quiso descubrir si podía luchar contra aquello. Ahora... no entendía porqué sentía ese calor en su pecho y esa furia en su interior. Necesitaba actuar y dejar de quedarse en las sombras. Y así lo hizo.

Las primeras semanas Astoria se encargó de crear la tapadera perfecta. En el año y medio que llevaba ahí abajo su rutina no había salido de su dormitorio, las fiestas de Amarantha y las visitas a las celdas. Por eso sabía que no podía cambiar aquello de un día para otro, no con esos dos hermanos— Duncan y Lincoln— guardando su puerta y sus pasos.

Se encargó de realizar un ruta creíble, aparentar disfrutar de la vida que Amarantha le ofrecía ahí abajo. Por eso había dejado de mantenerse en su dormitorio hasta la hora de comer y salía a hacer presencia en los desayunos que Amarantha organizaba para entretenerse. Como Astoria supuso, la Alta Reina había dudado de ella cuando comenzó a hacer acto de presencia; y notó a Duncan y Lincoln mantener más cercanía a sus asuntos. Astoria entonces se dedicó a realizar tareas simples que no salieran de su potestad: desayunar en silencio, volver a su habitación, hablar con el Attor y ofrecerle una visita a las celdas, comer en su cuarto y, entonces, pasarse la tarde paseando por los eternos y oscuros pasillos de Bajo la Montaña, atemorizando a cualquier pobre alma que se le cruzara, castigando a los que traicionaban a Amarantha.

— Me alegra que de verdad estés disfrutando de estar aquí, dulce Astoria— en una de las cenas Amarantha se dirigió a ella. Y entonces supo Astoria que había conseguido el primer objetivo de su plan: la confianza.

— Gracias a usted— murmuró pasivamente Astoria, inclinando la cabeza—. No se equivocó cuando dijo que había tomado inspiración de la Ciudad Tallada, no he tardado en sentirlo un hogar.

Amarantha soltó una risita satisfecha. Aquel sonido no sonó más que frío y desagradable, pero Astoria no se atrevió a estremecerse. Parte de aquello era actuar como si disfrutara de estar sometida. De agradecer la libertad falsa que Amarantha le había entregado para hacer sufrir a los traidores y los sirvientes.

—Se siente como en casa, ¿no es así?

El siguiente paso fue menos sencillo. Astoria sabía que había una fina línea entre ganar la confianza de Amarantha y perderla. Además de que había otras figuras en el tablero igual—o más— importantes que podían ponerla de nuevo en el punto de mira.

Por eso se pasó el mes siguiente con la misma rutina, y comenzó a darse cuenta de pequeños detalles. Duncan y Lincoln habían abandonado la guardia de su puerta por órdenes de Amarantha ("un premio por tu buen comportamiento" había dicho la pelirroja con una sonrisa vacía) y, aun así, Astoria había notado su presencia en su pasillo por las noches. No era tan obvio como antes, que era tener dos sombras y sus comentarios tras la espalda; ahora eran pequeñas coincidencias como cruzarse de camino al desayuno o verlos en una esquina de las celdas, observándola con las mismas sonrisas retorcidas que el primer día.
Aun así, sabía que había tres horas q lo largo de la tarde que ambos desaparecían. El dónde no le importó a Astoria, por ahora; pero supo que tenía esas horas libres en las que ya no tenía vigilancia. Y comenzó a desviar un poco esa rutina falsa que había creado.

El Attor, sorpresivamente, había sido más fácil que los hermanos. Su trabajo con las torturas seguía siendo cooperativo y, aunque Astoria sabía que tenía que seguir aparentando disfrutar y alargar su trabajo, la criatura era muy fácil de entretener. Y la mayoría de los días ni siquiera la acompañaba a las celdas, ocupado con sus propias misiones en el exterior. Por eso Astoria utilizaba la mañana en las partes más oscuras de Bajo la Montaña para comenzar a buscar información.

No tardó en encontrarla. En las personas que más le complicarían el trabajo.

Nadie sabía qué hora exactamente era ahí abajo; todos se movían por un horario establecido por Amarantha. Por eso, Astoria se había levantado aquella mañana con Kaysa ya sacando su vestido verde oscuro, sin tirantes y un corsé apretado. Astoria no se quejó, ya estaba muy acostumbrada a moverse con aquellos atuendos incómodos. Pero, en realidad, Astoria sabía que la sirvienta tampoco le haría mucho caso si lo hiciera: llevaba sin hablar con ella tres meses. Tres meses desde que se dio cuenta del secreto que comenzaba a guardar y a poner en peligro todo.

Desde el momento en el que Astoria puso fin a la ayuda que le estaba proporcionando con su compañero, Kaysa se alejó de toda la intensidad que había puesto en el intento de relacionarse con Astoria. Cuando antes Kaysa le daba sonrisas y deseos de buenos días, o preguntas sobre su día, ahora solo recibía su mirada traicionada y su aspecto derribado.
A Astoria no le sorprendió tampoco, era cuestión de tiempo que la sirvienta se diera cuenta que una amistad ahí abajo era imposible, y menos con ella.

En cuanto Kaysa abandonó su dormitorio en el mismo silencio incómodo, Astoria se dirigió a paso firme hacia las celdas, únicamente haciendo notar su salida, a la misma hora que todos los días, a la misma dirección de siempre. El largo camino estaba vacío, siendo demasiado pronto como para que los visitantes se recuperaran de la fiesta de la noche anterior. En cambio, lo único que se cruzaba con Astoria a esa hora eran faes desnutridos y sucios, aprovechando la falta de monstruos, para hacer su trabajo y limpiar.
A mitad del camino Astoria se comenzó a deslizar más disimuladamente, hasta hacerse invisible a los sirvientes. No quería susurros indeseados por ahí, y sabía que aquellos fae comentaban cualquier cosa que vieran más fuerte de lo normal.

Supo que estaba ya acercándose a las celdas porque los tenues pasillos se oscurecieron, y la humedad se intensificó. Entonces, los guardias que custodiaban aquella zona se inclinaban ante Astoria, la cual ya se había hecho visible. Necesitaba que la vieran ahí: que pensaran que estaba para hacer su trabajo.
Por eso, sin prisa pero sin pausa su cuerpo acabó en las profundidades de Bajo la Montaña.

Si en la parte superior había algo que parecía quitar toda la humanidad que un monstruo pudiera tener, Astoria compadecía a los presos en los túneles más inferiores. La piedra era más fría y el aire se encontraba mucho más húmedo por la profundidad; además la luz era casi inexistente, Astoria solo podía agradecer tener una visión mejorada y el farolillo en la mano que iluminara su paso.

El olor también era repulsivo. Astoria estaba acostumbrada al olor de la sangre, la suciedad y la crueldad de las torturas. Pero ahí abajo parecía solo poder respirarse muerte. Los prisioneros soltaban quejidos desde el fondo de sus celdas, con pequeñas porciones de comida rancia sin tocar. Y las risas crueles de los carceleros burlándose de los prisioneros más valientes se mezclaban con los latigazos o gritos de tortura.

Astoria había crecido paseándose por las prisiones, siendo la mano que condenaba a los traidores. Pero toda aquella situación nunca le había enfadado tanto como verlo en Bajo la Montaña. No cuando los crímenes que se castigaban era la esperanza y la paz.

Paró de caminar en un giro a la derecha, notando la presencia antes de que se mostrara ante ella. Confundida, esperó. Normalmente, hasta ahora, solo aparecía por las noches, como si disfrutara de atormentar los únicos momentos en los que Astoria podía bajar la guardia; como si quisiera recordarle que no estaba segura ahí abajo. Pero fuera de su pequeña habitación, no le dirigía la palabra, ni parecía notar su presencia. Por eso esperó, para saber si solo la estaba vigilando o quería algo más.

— ¿Empezando el trabajo temprano?

Su voz era melosa y atractiva, como siempre, provocando que sus brazos descubiertos por el vestido se erizaran. Astoria apretó los labios, antes de girarse a ver a la sombra violeta que la observaba con una postura muy tranquila. Rhysand estaba enfundado en un traje oscuro y de tela de seda, que le quedaba suelto y permitía ver parte de su pecho lleno de tatuajes, lineas negras que parecían deslizarse por su piel oscura. Era un contraste a aquel lugar, una luz entre la oscuridad, dinero entre la pobreza. Y aun así, la mirada del Alto Lord lucía tan vacía de esperanza como la de los presos.

Astoria se inclinó levemente en un saludo, mostrando un respeto que ambos sabían que no lo tenía. Pero Rhysand sonrió con superioridad, disfrutando de la escena.

— Una suerte encontrarnos por aquí, querida— había cierta burla en las palabras de Rhysand que Astoria ya había aprendido a ignorar.

—No lo llamaría suerte.

Ahí estaba, la única forma en la que Astoria podía desprenderse de lo asqueada que estaba de su vida en Bajo la Montaña.

Astoria sabía que no podía actuar, atacar o mostrar el odio; ni con Rhysand, ni con nadie. Por eso, había conseguido que sus palabras, aunque se mantuvieran en un tono taciturno y suave, soltaran todo lo que ella sintiera. La única forma en la que parecía evitar explotar por todos los sentimientos que cruzaban por su sistema. Por suerte, ese juego de palabras lleno de veneno parecían encantarle a Rhysand; por lo que, mientras ella pudiera sacar todo su estrés, aceptaría entrar en cualquier juego que el alto lord estuviera queriendo que ella participara.

— Encantadora como siempre— Rhysand empezó a caminar por los pasillos de las mazmorras. Su paso era liviano, como si aquel sitio le perteneciera, como si esperara que todos le besaran los zapatos a su paso.

Por encima del hombro, los ojos violetas del macho se conectaron con los suyos oscuros, una orden silenciosa que ella no pudo evitar cumplir. Astoria siguió su paso cuando supo que quería que lo acompañara.

Caminaron en un silencio tranquilo, para sorpresa de Astoria. Aunque estuvieran entre celdas, gritos de tortura y olor a sangre, todo parecía ser tan normal que hasta le causó incertidumbre. Astoria caminaba a la misma altura que el Alto Lord de la Noche como si estuvieran en un jardín de rosas. A un paso sereno, Astoria no se permitió tranquilizar, pendiente de l siguiente paso de Rhysand. El sentimiento de las conocidas garras arrasando contra su muro mental, sin compasión, hicieron que Astoria supiera que tenía razón.

Después de tantos momentos intensos, de tantas horas nocturnas soportando y evitando la intromisión de Rhysand en su mente, solo pudo soltar un bufido silencioso, lleno de burla y sorpresa. Notó la mirada del Alto Lord en su perfil, pero ambos siguieron caminando en silencio. La presión continua en su mente dejando un poco mareada a Astoria.

Rhysand volvió a iniciar la conversación, como siempre. Esa era su dinámica: el Alto Lord hablaba y Astoria escuchaba, ignorándole la mayoría de las veces, evadiendo sus preguntas, luchando contra las garras en su mente, contestándole cuando no aguantaba más. En silencio, la mirada de Astoria le cuestionó, sin entender.

— Hay dos guardias en el siguiente cruce, me gustaría que este encantador paseo se quedara en secreto, y por lo que he visto, eres buena con ocultar la realidad.

Por primera vez, Astoria no sintió ganas de salir corriendo y alejarse de Rhysand. Las palabras suaves del Alto Lord, como si no le estuviera pidiendo que los ocultara, llenaron a Astoria de curiosidad. Ella, por naturaleza, no era curiosa; no quería saber. Había arrebatado tantos secretos y verdades, enterado de situaciones y vidas que no quería saber, la habían obligado a saber demasiado, guardas secretos, arrebatar vidas, que nunca había querido saber más de la cuenta. Hacía muchos años que la curiosidad inocente de cualquier joven había desparecido de Astoria. Y, aun así, Bajo la Montaña volvía a sorprenderla, la volvía a cambiar.

Después de haberse pasado meses fingiendo, alejándose de las personas, fortaleciendo su mente con la paranoia de que alguien pudiera descubrir el secreto que, sin querer, había descubierto; otra incertidumbre aparecía ante sus narices. ¿Por qué Rhysand aparecía en aquel momento? Astoria había estudiando, sabia que en esas horas nunca tenía vigilancia, sabía que los guardias sufrían de resaca de beber tanto la noche anterior, que los presos se encontraban desmayados o delirando tras una noche de horror y tortura, que el Attor estaba en el exterior en sus misiones y Duncan y Lincon muy lejos de las mazmorras. Y ese momento, justo ese, el Alto Lord de la Corte Noche había decidido aparecer y pedirle que les ocultara de cualquier ser que pudiera verles.

Sin saber muy bien las razones, con una curiosidad desconocida, Astoria cumplió el pedido del alto fae. El olor natural de su poder les rodeó, la vista de Astoria pudo observar el manto gris que pareció cubrirles en medio de las mazmorras; Rhysand observó a su alrededor, pasando lentamente los dedos por esa espuma mágica, y volvió a conectar su mirada con la de Astoria.

— Interesante. Nunca había estado tan cerca de tu magia— aunque Astoria quiso decirle que el manto también apaciguaba la voz, permitió que Rhysand susurrara cerca de su rostro—. Tiene un aroma poderoso.

Astoria no le dio las respuestas que sabía que el tono seductor de Rhysand exigía. En cambio, bajo el manto que les ocultaba de cualquier mirada, dejó caer su propia máscara; y con toda la rabia e incertidumbre amontonándose, estampó a su Alto Lord contra la pared. Por primera vez desde que lo conoció, Rhysand abandonó su expresión confiada y dejó abrir los ojos con un deje de sorpresa.

—¿Cuál es tu problema?— escupió entre dientes, poniendo toda su fuerza y una pizca de su poder en mantener al Alto Lord quieto— Me da igual que toda esta situación te parezca un juego. Déjame fuera de esto, no me interesa

La sorpresa en Rhysand desapareció al escuchar las palabras, y Astoria por un momento se arrepintió de haber actuado contra él, cuando vio su mirada endurecerse y su expresión mostrar una furia que pocas veces había visto en el macho. Aun así, Rhysand no se defendió de su agarre y en cambio solo acercó su rostro aun más al suyo. Astoria pudo notar con más fuerza el aroma a mar y cítricos del macho impregnarse en su nariz, y su aliento frío por la humedad de las celdas chocar con su respiración.

— Creo que no he sido yo quien te ha metido en este juego— de primeras, Astoria no supo a que se refería, por lo que, enfadada, volvió a gruñirle. Rhysand se rió gravemente ante el ruido, aun con la promesa de enfado en su mirada—. Has sido tú sola quien se ha metido en todo esto. Hace unos meses descubriste algo, ¿no es cierto?

Todo el enfado pareció esfumarse, dejando paso a una pizca de pánico. Rhysand, de alguna manera, conocía que ella sabía algo importante. Astoria había estado muchas veces en situaciones peligrosas como aquellas, por lo que intentó mantenerse en calma y confrontar a Rhysand. Ni siquiera sabía si él sabía cual era el plan del Lord de Verano, tal vez esto solo era una prueba.

—¿Es eso de lo que se trata? ¿Intentas saber si le soy leal a Amarantha?— Astoria estaba muy segura de sus habilidades y poderes. Podía mantener la máscara de indiferencia incluso en aquella situación. Rhysand no tenía ninguna posibilidad de arrebatarle la verdad, ni a través del tatuaje ni mediante su mente—. La Alta Reina sabe que da igual que le sea fiel, conseguirá de mi lo que deseé.

Rhysand no negó ni admitió nada, únicamente la miró fijamente. — ¿Pero lo eres? Leal a ella.

Su tono era diferente. Había cierto misterio que salía de su pregunta, cierta intención escurrirse en sus palabras. Una parte de Astoria quiso saberlo todo, por primera vez quiso empujar sus propias garras en la mente del daemati, intentar traspasar el muro mental de su Alto Lord. No le respondió, en cambio, le dio una vista rápida al manto que aun les cubría.

—¿Lo eres tú?— copió su mecanismo, con un susurro con el que pensó que el macho ni siquiera la había escuchado. Pero la mirada violeta de Rhysand nunca había estado tan fija en la suya, por lo que Astoria continuó— Leal a ella, mi lord.

Siguiendo aquel juego suyo de preguntas sin respuesta, Rhysand la imitó al apartar la mirada de ella y mantenerla en la manta que les cubría, que les protegía de la realidad. Aun y cuando era lo único que les mantenía seguros—una especie de espacio seguro— ni Rhysand ni Astoria pudieron ser sinceros, decir la verdad. En cambio, el Alto Lord se zafó de su agarre y se dispuso a caminar de nuevo; Astoria esta vez no esperó a que le diera la orden de seguirla, únicamente mantuvo el manto fuerte y comenzaron a hundirse aun más en las profundidades de Bajo la Montaña.

A ese punto, Rhysand la había conducido a unos pasillos que Astoria nunca había pisado. Habían dejado las celdas atrás y ahora solo tenían una pared rocosa, húmeda y oscura como el carbón que no les permitía ver correctamente. Astoria había dejado atrás la pequeña vela que se había llevado consigo, por lo que parecía que en aquel camino lo único que iluminaba sus alrededores eran las perlas violetas de la mirada de Rhysand.

Cuando Astoria supo que habían caminado más de veinte minutos, una puerta se topó en su camino, permitiendo ver una rendija iluminada. Astoria observó el perfil neutro del Alto Lord, que le devolvió la mirada en el momento en el que abrió la puerta para ella.

La mente entrenada de Astoria para adaptarse a las situaciones nuevas y los peligros que se encontrara, por primera vez, falló. Cuando dio un paso a la habitación iluminada y vio las tres personas que se encontraban delante suya, no supo como actuar. Pero, como se había acostumbrado a hacer desde su llegada a Bajo la Montaña, se metió en la mente de Kaysa para saber lo que estaba ocurriendo— el Alto Lord de Verano, Kaysa y el general Hoffer la acababan de meter en un buen lío.

Y de todo aquello, Astoria solo pudo notar que ya sabía la respuesta a su anterior pregunta: Rhysand, a pesar de sus acciones, no le era leal a Amarantha.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro