un juego para la cena
Después de tantos años de su vida— toda, en realidad— trabajando en soledad y con un trato eterno atado a su libertad, Astoria había aprendido a confiar única y exclusivamente en su mente. Su criterio, fuerza y perseverancia surgían del trabajo que había tenido que realizar para no rendirse.
Aquellos dos últimos días parecía que aquella mente de la que siempre había podido apoyarse, no funcionaba como lo había estado haciendo. No se había movido de la habitación que le habían dado. Astoria prefería creer que la habían encerrado ahí, porque ella misma no estaba preparada para saber que tenía otro propósito en Bajo la Montaña aparte de ser una prisionera.
El poco sentido común que mantenía sabía que ella no era tal cosa como una prisionera. Sino no le hubieran entregado una habitación considerablemente decente; ni le hubieran enviado desayuno, comida y cena o ropa para llenar el armario. Todo aquello significaba que se iba a quedar un buen tiempo viviendo en el reino de Amarantha, y Astoria no quería aceptarlo, aunque todo indicaba que era la realidad con la que tendría que vivir a partir de ese momento.
Astoria no sabe en qué momento pasó de ser un arma a un regalo. El mismo dueño que la había entrenado tan duro para servirle la había entregado en bandeja de plata, como si no fuera más que un objeto. No había que buscar salidas rebuscadas o espacios vacíos que la salvaran de la verdad que la acción de Keir significaba en realidad.
El tatuaje en su muñeca derecha no había quemado aun, aunque era normal dado el hecho de que ella no le había obligado a hacer nada aun.
Astoria lo prefería. Solo había estado recibido visitas de una temblorosa fae que le entregaba la comida y el agua, vestida siempre con el mismo vestido beige oscuro que Astoria creía que era más la suciedad que la tela original. No había hablado con ella, muy ocupada buscando alguna cordura en todo lo que había ocurrido; pero la pequeña sirvienta tampoco había hecho el esfuerzo de dirigirle la palabra. Astoria no sabía si era porque lo tenía prohibido o porque tenía miedo. Tampoco sabía si el miedo era hacia Amarantha, su servidumbre en Bajo la Montaña o de Astoria misma.
Nuevamente, no había hecho el esfuerzo de preocuparse. En aquella cárcel todos estaban en una situación de desventaja. Astoria no iba a ser el héroe que se preocupara de los pobres débiles y sus pesadillas. No cuando ella tenía que sobrevivir a sus propios demonios ahora.
Para alguien que toda su vida había tenido una orden bajo sus hombros, el no tener una misión o un propósito era difícil. La incertidumbre consumía a Astoria mientras las horas en su nueva habitación pasaban. No sabía que ocurría fuera de la puerta, no sabía qué era lo que harían con ella o qué le harían hacer. Keir había hecho su jugada, regalarla a Amarantha tenía segundas intenciones que Astoria aun no averiguaba. Pero si la Alta Reina había aceptado tal regalo con una notable felicidad era porque Astoria le servía para algo, nada bueno.
Había estado pensado. Su mente no había parado mientras miraba a la piedra oscura que envolvía su habitación. Su primera noche, sin poder dormir, había intentado mantener la calma. Sabía que entrar en pánico no serviría de absolutamente nada. Recordó todas sus misiones, una por una, buscando en su pasado una situación parecida a la que estaba buscando. Pero aquello era completamente nuevo, Keir siempre la había mantenido oculta, no para protegerla, sino para que nadie supiera que era lo que podía hacer.
Su dueño siempre había sido paranoico. Sabía que poca gente podría ganarla si alguien atentaba contra ella, pero Keir enloquecía con la idea de que le robaran su más preciada arma. Lo pudo ver cuando el alto fae no dudó en cortar la cabeza de aquellos sirvientes que susurraban más de la cuenta sobre ella, o cuando la escondía en la otra punta de la Ciudad Tallada cuando el Alto Lord y su Círculo Íntimo llegaban de visita.
Keir, bajo ningún concepto, estaba dispuesto a perder lo que era Astoria. No había invertido tanto tiempo en entrenar el poder que tanto desea de ella como para que su valor se perdiera por manos más poderosas.
Entonces, la razón por la que la había entregado a Amarantha había tenido a Astoria en tensión. Había llegado a la conclusión de que la Alta Reina conocía de cada secreto de Astoria, sino no se hubiera interesado por una simple alta fae que Keir tenía por seguidora.
Esa deducción también era un problema. Astoria sabía que si Amarantha la quería cerca significaba que de verdad había un propósito en su estadía en Bajo la Montaña. Espiar por ella, tal vez. Hacer todo lo que tenía que realizar para Keir, pero estaba vez para la Alta Reina.
No sabía realmente la razón por la que Amarantha necesitaría a alguien que consiguiera información para ella. Tenía los poderes de los Altos Lores, tenía el poder de sucumbir a cualquiera que se presentara ante ella, conseguir la información que precisaba. Sino, seguramente tendría criaturas con poderes que también la ayudarían o otros damaetis— que no fueran Astoria misma— que robaran la verdad de las mentes de sus enemigos.
En su tercera noche, mucho antes de la hora de la cena, la fae temblorosa apareció con la piel más pálida de la que ya poseía. Era de Invierno, supuso Astoria en cuando la vio la primera vez. Pero si su piel normalmente parecía tan blanca como la nieve que cubría toda su Corte, ahora tenía un tono más enfermizo. En cuanto vio los dos guardias que la seguían, entendió el estado de la joven.
—¿Qué pasa?— bramó Astoria, tensándose ante la presencia desconocida.
Ninguno de los guardias la respondió, por lo que Astoria volvió a dirigirse a los ojos cristalinos de la joven, que parecían aguarse de miedo.
— Esta noche la Alta Reina requiere su presencia— murmuró tan bajo que Astoria tardó en recapacitar las palabras.
Dejando a los dos fae en la puerta, que no hicieron ningún movimiento de seguirla, la fae abrió el armario con sus delicadas manos, sacando de ahí un traje de una pieza. Astoria levantó una ceja, no curiosa, sino disgustada.
El traje en cuestión poco se podía considerar una prenda de ropa. Sin habérselo probado veía lo poco que cubría. De un color negro opaco, la prenda se trataba de una parte de arriba que solo cubría sus pechos que se unía a una falda larga por una cinta pegada a su estómago.
— ¿Tengo que llevar esto?— su tono no fue duro ni fuerte, pero la pobre joven se sobresaltó.
— Así me han ordenado.
La sirvienta salió del cuarto para permitirle cambiarse tranquila. Intentó tardar lo máximo posible, buscando tiempo para pensar en las posibilidades de aquella cena, pero no tardó en darse cuenta que no había mucha prenda que ponerse. No se quiso mirar al espejo cuando salió de la habitación intentando tranquilizar su respiración nerviosa.
Cuando la mirada de los dos guardias se puso en ella, Astoria agradeció haberse soltado el pelo y poder cubrir lo que el vestido no hacía. Intentó ignorar los ojos de los dos hombres encima suyo cuando, en un gruñido, les obligó a guiarla hasta la cena. Ambos rieron, pero Astoria no tenía el humor para volver a gruñir.
El camino fue rápido, cosa que Astoria agradeció. No había nadie por el pasillo, pero tampoco había silencio. Un eco infinito parecía retumbar por las cuevas de la montaña, aunque no se sabía de donde llegaba el ruido. Mientras se movían, el murmullo parecía transformarse en múltiples voces, que acabaron en unos gritos llenos de júbilo y furia cuando los guardias se pararon en una puerta. Astoria los miró con los ojos entrecerrados, aunque el ruido pareciera estar enfrente suyo, sabía que la pequeña puerta a la que la estaban dirigieron no la llevaría a la cena a la que Amarantha la había convocado.
Pero siguió adelante, ignorando las risas y miradas de los dos guardias que desaparecieron por el camino, susurrando algo incomprensible. Astoria entró a la habitación, preparada para atacar a cualquier criatura que se metiera por su camino. Tal como había intuido, la puerta solo la llevaba a una pequeña habitación cuadrada, vacía e iluminada únicamente por un candelabro colgado en una de las paredes laterales. El ruido seguía tan fuerte como un rugido continuo pero, ya dentro, Astoria comprendió que no venía de una sala en específico, sino de todas partes.
No se concentró mucho en el ruido al fijarse en la única cosa que acompañaba al candelabro en la habitación. Una espada de hierro oscuro se encontraba tirada en el centro del suelo. Astoria la agarró en un movimiento rápido: no era mala, pero tampoco buena. Era lo suficientemente dura como para chocar contra otra arma del mismo calibre, pero no se podía comparar con el hierro con las que sus propias dagas estaban hechas, ni mucho menos con el poder y el equilibrio que las armas ilirias poseían.
Como si se hubiera realizado una señal, en el momento en el que Astoria agarró con fuerza la espada la pared enfrente suyo comenzó a abrirse, las piedras amontonadas elevándose hasta perderse en la nada.
La pared— descubriendo que verdaderamente era una puerta— dejaba pasó a una luz artificial que iluminaba la pequeña habitación. Los gritos se habían intensificado, y ahora Astoria reconocía lo que decían: eran ovaciones y apuestas, aplausos y pisotones al suelo que causaban un revuelo en el ambiente.
Astoria no había estado presente en algo así nunca y, por los gritos, no hubiera podido adivinar qué pasaba y donde se encontraba. Había sido la escena ante sus ojos la que la había hecho comprender a dónde la habían llevado.
Una arena redonda se encontraba iluminada, haciendo brillar aun más el suelo claro. Se acercó con cautela, más concentrada en la jaula que en los gritos.
Era redonda y tan grande como el salón de la Ciudad Tallada, piedra se elevaba en los bordes como muros y una reja de metal cubría el cielo ante ella. Encima de esa reja, centenares de cabezas se alzaban para contemplarla, eran ellos los que estaban gritando, señalándola, riendo y volviendo a apostar.
No tardó en saber lo que estaba ocurriendo cuando se dio cuenta que no estaba sola en la arena. Un fae, más parecido a una bestia, la miraba con los colmillos goteando de saliva y un hacha en su mano derecha. Era más alta que ella y sus músculos podían equipararse a las dos piernas de Astoria. Estaba cubierto de un traje de cuero roto, que enseñaba parte de su bien formado abdomen, junto con unas cicatrices que parecían recién sanadas. La cabeza de su contrincante era lo peor, unas orejas puntiagudas mucho más grandes que las de un fae, una nariz más parecida a la de un lobo y aquellos terroríficos y grandes colmillos que la habían saludado con un gruñido.
Astoria no iba a cenar, más bien parecía que querían que ella fuera la cena.
Los gritos disminuyeron cuando una voz que Astoria reconoció se alzó por toda la arena. La cabellera roja carmesí fue lo que vio, Amarantha la veía desde las alturas con una sonrisa cruel y divertida, y sus ojos brillantes de emoción.
— Una noche como hoy quería otorgaros algo de diversión— se estaba dirigiendo a todos los que los estaban observando. Las criaturas sobre Astoria gritaron de júbilo—. Hace unos días tuve la suerte de que me dieran un precioso regalo, de alto valor. He querido ponerla a prueba y he pensado que a todos os gustaría disfrutar de un gran entreteniendo.
Ella. Todas las dudas e incertidumbres que habían mantenido a Astoria sin dormir por tres días se estaban resolviendo en aquel mismo instante. Amarantha sabía de su poder, quería conocerlo y la iba a poner a prueba. Luchando contra criaturas físicamente— y quien sabe si de poder también— más fuertes que ella.
Si Astoria moría, se convertiría en entretenimiento para todas las criaturas que se encontraban apostando contra ella, apoyando al monstruo que no le quitaba la furiosa mirada de encima. Si conseguía sobrevivir, Astoria complacería a Amarantha y se convertiría en su propio entretenimiento. Eso era lo que Keir le había dado a la Alta Reina, un juguete con el que divertirse.
No comprendió que el combate ya había empezado hasta que tuvo que esquivar el hachazo que se dirigía a su cabeza en un movimiento espontáneo y rápido.
Un puto hacha contra una espada mal forjada. Una criatura de casi dos metros contra el cuerpo ágil de una alta fae. Astoria sabía que hasta la ropa que le habían hecho poner no era más que otro punto de entretenimiento para los espectadores y otra dificultad que Amarantha la ponía en aquel duelo.
No sabía si podía ganar contra la rabiosa criatura sin usar sus poderes, pero no le daría el gusto a Amarantha de enseñar a todos los presentes su poder, aquel que tanto había intentado mantener en secreto.
En una postura de defensa, Astoria volvió a esquivar el ataque de la criatura. Era rápido y ágil, se notaba su parte fae en sus movimientos, pero la fuerza bruta y sus obvias características físicas demostraban que tenía que ser una mezcla de alguna bestia. No parecía pensar en los ataques que dirigía contra ella, soltaba gruñidos a diestra y siniestra mientras la perseguía como un gato a un ratón. Los abucheos encima de ellos se iban fortaleciendo en cada esquivo que Astoria hacía. No podía atacar hasta saber contra quien se estaba enfrentando.
Haciendo un amago, se impulsó contra uno de los ataques de esa hacha para hacer un giro de su espada y cortar parte de su brazo dominante. Los abucheos se intensificaron y Astoria se deslizó por el suelo antes de que el brazo izquierdo la golpeara.
La criatura peleaba a través de impulsos y rabia primitiva. Astoria había derrotado a animales furiosos que había tenido la suerte de encontrarse en sus misiones, pero nunca con algo que estaba entre lo animal y lo fae. No descartaba que hubiera algo de inteligencia en sus movimientos o al menos que comprendiera de manera inteligente los ataques de Astoria podía realizar.
La pelea no cambió el ritmo, Astoria había recibido golpes en el estomago y el hacha la había conseguido rozar al menos tres veces. El cuerpo de la criatura ahora se encontraba adornado, cortesía de los cortes de su espada, y también había descubierto que la fuerza de sus puñetazos poco daño le hacían a la musculatura de su contrincante.
Los espectadores gritaban con más fuerza, comenzando a perder la paciencia. Astoria sabía que poco podía hacer más que esquivar hasta encontrar un pequeño movimiento descordinado de la criatura y aprovechar a herirle. Pero incluso con esos ataques espontáneos no iba a poder derrotarle, y la dinámica ya comenzaba a ser pesada. Pronto la criatura se enfadaría aun más ante las provocaciones de Astoria y aumentaría su fuerza bruta.
Tenía que hacer algo, algo que no fuera utilizar su poder.
Fue expulsada hasta el muro cuando un gran puñetazo la consiguió desestabilizar. Hubo una ola de rugidos que no hicieron más que alentar a la bestia, que se acercó hacía ella con prisa. Aun en el suelo, Astoria solo tuvo tiempo de rodar hacia la izquierda cuando el hacha se incrustó con fuerza justo donde antes había estado tirada.
Astoria solo podía escuchar sus latidos furiosos, sus oídos taponados ante los gritos de la arena. Encontrando el momento perfecto para atacar con fuerza, Astoria impulsó todo su cuerpo hacia su espada, que atravesó con fuerza la yugular de la criatura, que intentaba desenterrar su hacha del suelo.
Los gritos se apagaron lentamente hasta quedarse en silencio, cuándo únicamente pudo escucharse el ruido del hacha salir disparada al otro lado de la arena. El cuerpo de la bestia caer después. Astoria sacó la espada, salpicándose con la sangre que, a grandes cantidades, parecía abandonar el cuerpo del derrotado.
Los aplausos de Amarantha sonaban a la par que la respiración agitada de Astoria.
— Ha sido ciertamente decepcionante— murmullos comenzaron a sonar, de acuerdo con su reina—. Tal vez hay que escoger un oponente más fuerte. Tal vez así, nos entretengas mejor.
Ahora, ahora Astoria estaba furiosa. Notaba las gotas de sangre en su cara deslizarse por su barbilla, su pelo pegado a su cuello por el sudor y sus piernas temblar levemente por el cansancio del combate. Tenía los ojos fijos en Amarantha que la sonreía con satisfacción, pero no pudo responder cuando oyó la piedra del muro a su alrededor volverse a abrir.
Su nuevo adversario no gruñó como el anterior, simplemente levantó la espada de hierro que tenía al aire, retomando los vítores del público.
Había algo claro, nadie la estaba apoyando ahí arriba. Y Astoria les demostró lo poco que valían sus apuestas e insultos matando a cada oponente que Amarantha decidía sacar. Algunos tardaron más que otros, Astoria consiguió alguna que otra apuñalada en las partes que el estúpido vestido no cubría, y otros pensaron que era divertido cortar partes de la tela, consiguiendo felicitaciones de la audiencia.
Aquello era el entretenimiento del que estaba formando parte: el placer de las apuestas, la euforia de la pelea y el morbo de los golpes.
La furia de Astoria iba creciendo con cada golpe que recibía. Su propia espada ya había sido partida en dos y ahora utilizaba el hacha de la primera criatura para decapitar a su presente oponente. Todos la abuchearon, pero esta vez Astoria no dejó que Amarantha hablara primero.
Su voz estaba ronca, al no haber pronunciado palabra en toda la noche, y algo agitada, pero miró hacia la reina con hielo en sus ojos. Sabía lo que Amarantha quería, y se lo daría.
— ¿Quieres un puto entretenimiento?— escupió—. Debes hacer más que ponerme enfrente a tus rabiosos y débiles súbditos.
No se avergonzó por la sangre y sudor recorriéndola, ni la poca ropa que la cubría después de todo el combate. Tampoco se paró a pensar en la forma que le había hablado a la Alta Reina, pero no importó en el momento en el que ella pareció sonreírle victoriosa. Alzó una mano a su dirección, haciendo que la puerta mágica de la arena volviera a abrirse una vez más.
Amarantha le había hecho caso, ya no le había puesto criaturas horrendas. Lo que tenía enfrente era un verdadero monstruo. Superando los tres metros, su piel blanca brillaba tanto que Astoria pensó que se iba a quedar ciega. De ropa no tenía más que trapos sucios que cubrían lo necesario— ya tenían algo en común— y su cara era más parecida a la de un ogro corriente. Apoyado en dos piernas, no sería nada diferente a lo que ya había vencido si no fuera por la enorme cola de escorpión que se agitaba con ferocidad, ni por los cuatro brazos que parecían capaces de aplastarla hasta la muerte. La única arma que llevaba era un mazo de púas de metal, que sacudía como si se tratara de un peluche.
Los murmullos de excitación volvieron. Todos sabía que Astoria estaría muerta en el instante en el que comenzara la batalla cuerpo a cuerpo.
Pero no dejó que el clamor de la euforia empezara siquiera, cuando el sonido de cinco crujidos resonaron por toda la arena.
El monstruo, que tan confiado se mostró al entrar, gritó un alarido que hizo temblar la montaña. Su cola y cuatro brazos se encontraban ahora en posiciones antinaturales, con los huesos lo suficientemente partidos para que algunos rasparan la carne y cruzaran la piel blanca. No siendo suficiente para detenerlo, cuando sus piernas comenzaron a intentar a andar hacia Astoria, el mazo se escapó de su brazo dislocado, elevándose lo suficiente como para clavarse en el pecho de la bestia.
Amarantha volvió a aplaudir, esta vez con verdadera satisfacción. Pero Astoria siguió concentrada en su oponente, el mazo en el interior del pecho de la bestia se deslizó con fuerza hasta llegar a su estómago. El enorme cuerpo cayó muerto delante de ella, sintiéndose complacida cuando no había nada más que sangre en la arena.
Ciertamente, había dado un buen espectáculo.
— Esto sí que es un interesante regalo, entonces.
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