siguiente nivel
La Alta Reina era alguien de palabra, Astoria tenía que dárselo.
Tal como le dijo, sus oponentes iban a ser cada vez más fuertes. Pero hasta ahora, las bestias siguieron siendo únicamente superiores en cuanto a físico. Astoria supo, entonces, que Amarantha había tenido lista una serie larga de verdugos que mandar a combatir contra ella. Así que antes de pasar al siguiente nivel— como un puto juego— tuvo que eliminar a todos.
Había noches que podía luchar contra cinco o seis, horas de combate que la dejaban exhausta. Pero otras veces (las peores noches), tenía un único oponente, una pelea continua que era incluso más agotadora que cuando tenía más de un combate. Normalmente eran peleas que la dejaban machacada, una o dos costillas partidas, el labio y nariz rotas, algún desgarre interior. E incluso así, Astoria no volvió a utilizar sus poderes, aunque el público lo aclamara con furor y le gritara insultos que mostraban sus deseos de sangre. Tal vez era su orgullo, o seguramente su prepotencia. Pero se negaba a darle a Amarantha lo que quería con tanta docilidad.
Sus primeras semanas en Bajo la Montaña, Astoria únicamente se dedicó a dormir por el día y pelear por la noche. Aunque eso la ayudó en sus intenciones de evitar todo lo posible la comunicación con Kaysa.
Desde la primera noche en la que hablaron, cuando Astoria dejó mostrar cierta amabilidad hacia la fae de Invierno, Kaysa había intentado de todas las maneras volver a hablar con ella. Había comenzado preguntándole sobre su vida, pedirle que la ayudara a crear los muros en su mente o a aprender a defenderse de los monstruos del Bajo la Montaña. Astoria no la había dejado avanzar ni una sola vez, se negaba a crear algún vínculo que la pusiera en peligro, o que acabara llamando la atención de Amarantha. Aunque ayudaba el hecho de que llegara exhausta y de mal humor cada madrugada.
Habiendo estado toda su vida sin parar, de un lado a otro de Prythian, hubiera sido difícil de repente estar encerrada en cuatro paredes sin nada que hacer. El hecho de que su cuerpo se desplomara en la cama, sediento, hambriento y desangrado ayudaba a que su mente estuviera ocupada a todas horas.
Segun Kaysa, solía desmayarse toda la mañana, mientras ella cosía sus heridas y le sanaba los golpes o torceduras. Siempre alababa la magia de Astoria, su rápida recuperación la permitía abrir los ojos horas después de comer. Con el tiempo suficiente para tragarse toda la comida que Kaysa le pudiera traer, ducharse y volverse a poner uno de esos horribles vestidos descubiertos.
Astoria comenzaba a preguntarse cuántos vestidos tendría Amarantha, viendo como cada noche el nuevo traje acababa lleno de sangre y roto.
Ella odiaba ese pedazo de tela, los huecos que exponía su piel tostada, ahora pálida al haber estado tantas semanas en esa rutina insana. Las miradas de los espectadores encima de ella, alimentando el morbo de sus podridas mentes. Astoria odiaba ser parte de aquel juego, de la monstruosidad que albergaba Bajo la Montaña.
No es que hubiera matado por primera vez en aquel ring, pero era la primera vez que lo hacia con tanto público. Se sentía desnuda, dejando ver a todos su verdadera naturaleza. Antes, torturar a alguien en la esquina de un callejón de la Ciudad Tallada se sentía mal, pero no había testigos que supieran de la verdadera crueldad de sus actos. Ahora miles de faes y criaturas conocían lo que era capaz de hacer. Incluso si se encontrara ahí por obligación, cuando los combates comenzaban a ser difíciles, ella se enfadaba y acababa con ellos de la manera más cruel que pudiera pensar en aquel momento. Y todos lo veían, y lo aclamaban con diversión. Lo disfrutaban tanto como Astoria lo hacía cuando veía a su oponente desangrarse, una liberación primitiva que dejaba destensar sus hombros, porque había sobrevivido.
Todo eso demostraba lo igual que era Astoria a cualquier persona que disfrutara del espectáculo. Y le disgustaba por completo.
—¿Has dejado reposar la cena? Podría sentarte mal si no has esperado lo suficiente— preguntó Kaysa entrando en su habitación. El temblor de su voz había desaparecido por completo, y ahora solo se dirigía a ella con una suavidad helada.
Astoria asintió, sin mirarla. Se observaba en el espejo circular del baño. En su reflejo no conseguía ver más allá del ombligo, pero era suficiente para darle una idea del aspecto que tenía. Su piel tostada tenía un tono enfermizo, y había ciertos golpes de las noches anteriores que aun no habían desaparecido por completo. Por suerte, de la noche anterior lo único que seguía sufriendo era una costilla partida, que según Kaysa no tardaría más de esa noche en terminar de sanar por completo. Eso, si no recibía otro golpe que lo empeorara.
El vestido seguía siendo tan revelador como todos los anteriores, esta vez verde esmeralda que no hacía más que resaltar con su pelo oscuro. Las ojeras en sus ojos se habían acentuado— desmayarse no era el descanso más apropiado— y toda su expresión carecía de brillo. Aunque poco le importaba en realidad.
—¿Astoria....?— la dulce voz de Kaysa la hizo sacar la mirada de su reflejo. La miró con ojos interrogantes—¿Te encuentras bien?
— Sí— su respuesta tenía el mismo todo que la pregunta de su sirvienta, pero fue más cortante.
—¿Te molesta alguna herida? Puedo revisarla antes de que vengan a buscarte.
— Nada insoportable.
Kaysa asintió incómoda, sin saber como seguir con la conversación ante las escuetas respuestas. Su relación se había mantenido así. Kaysa ya no le tenía miedo, según lo que Astoria veía en su mente, era sobre todo curiosidad. Pero Astoria no le permitía adentrarse más de lo necesario. Algo difícil dado que desde que llegó solo había mantenido cercanía con Kaysa.
Ni siquiera había vuelto a hablar con Amarantha. Las únicas veces que Astoria la veía eran por las noches, su cabellera roja destacando entre todos los demás espectadores. Pero lo agradecía, lo que menos aguantaría en aquel momento serían las órdenes de la Alta Reina; era un suspiro no sentir el quemazón en su brazo por unas semanas, ni su mente aceptando el sometimiento ante otra persona.
Como siempre, los dos mismos guardias la fueron a buscar. Las únicas otras dos personas con las que mantenía contacto, desgraciadamente.
Había descubierto que eran hermanastros, del mismo padre. Pertenecían a la Corte Otoño, lo que explicaba su pelo castaño y sus ojos dorados. No había hablado con ellos, más que para gruñir y amenazarles cuando decidían intentar pasarse de la raya con ella; pero había aprendido más de ellos de sus propias conversaciones y sus actitudes.
El que siempre parecía de mal humor era Duncan, el mayor. Siempre le estaba dando órdenes a su hermano como si fuera su mascota, y tenía esa sonrisa macabra que Astoria quería hacer desaparecer de un golpe. Siempre la mantenía agarrada del brazo, según él para mantenerla controlada. Astoria sabía que era solo un acto de superioridad, porque con un pensamiento podría arrancarle la mano que la tocaba. El pequeño, Lincoln, era más tranquilo que Duncan, pero no menos psicópata. Se mantenía a su lado izquierdo sin tocarla, pero observando su cuerpo de arriba a abajo con una expresión seria y los ojos brillantes de lujuria. Astoria no lo había oído hablar más de dos veces, solo recibía órdenes de su hermano y la observaba como un perro guardian.
Ambos eran monstruos malvados, Astoria lo sabía solo con tenerlos a su alrededor. Siendo de la Corte Otoño y sabiendo lo bastardos que eran los fae ahí con cualquier mujer— bastardos, en cualquier ámbito—, sabía que solo se contenían de hacerle algo por cualquier orden que Amarantha les hubiera dado. Igualmente, a Astoria no le daban miedo precisamente. Pero no le gustaba para nada tener que estar en su presencia.
Duncan y Lincoln la dejaron en la misma puerta que siempre, el mayor de los hermanos riendo mientras volvía a nombrarla con alguno de sus insultos de catálogo: «perra», «puta», «zorra». Aquella vez se despidió con una sonrisa burlona, llamándola débil prostituta.
— ¿Nueva palabra? Te felicito, no es fácil.
Duncan escupió el suelo a sus pies con disgusto, comenzando a alejarse de la habitación. Lincoln lo siguió, dándole una mirada seria a su cuerpo por última vez.
De nuevo en la pequeña habitación, esta vez solo le habían dejado un arco de madera, con una docena de flechas de metal. Lo cogió con disgusto y esperó pacientemente a que la puerta mágica se abriera.
Había algo extraordinario en la forma en que la mente se adapta a la rutina. Dos semanas habían sido suficientes para que el cuerpo de Astoria se moviera como si hubiera estado haciendo aquello un centenar de años. Girando sus tobillos, calentándolos, y tranquilizando su sonora mente, alejándola del bullicio que ya se oía fuera. Las piedras en la pared delante suyo no tardaron en desaparecer, al igual que los gritos de los espectadores llegando directamente a ella.
Frunció el ceño cuando vio a su oponente, en el lado contrario a su lado de la arena. La luz brillante la hacía entrecerrar los ojos un poco, acostumbrada a la continua oscuridad que rodeaba Bajo la Montaña. Pero veía perfectamente al macho delante suyo, un fae probablemente de su misma altura, delgado y bien peinado. Tenía el pelo rubio y los ojos tan negros como la oscuridad misma. La miraba con una sonrisa victoriosa, sin arma alguna en sus manos pálidas y delgadas. Lo único que portaba era una espada larga, enfundada en su espalda.
Bien, supo Astoria entonces, Amarantha había decidido subir de nivel.
El público ahora murmuraba, expectantes. Nadie sabía realmente como iba a suceder aquella pelea. Ya no era Astoria contra una bestia fuerte, sino dos fae con poderes, una espada que no tenia intención de ser utilizada y un arco de madera. Mierda, a Astoria ni siquiera le gustaba utilizar el arco. Tenía puntería, sí, algunas veces.
— He estado viéndote estas semanas— por el murmullo de la espectación,
Astoria escuchó su voz perfectamente. Era oscura y desalmada, igual que su aspecto. Infundado en una chaqueta gris con hilo blanco, tenía un abrigo sujeto al hombro derecho.
— Espero que te haya gustado el espectáculo.
Astoria lo observaba con precaución, ninguno de ellos se había movido de sus posiciones. Al contrario que la postura de defensa que ella tenía, el macho se encontraba recto y relajado, mirando con superioridad.
— Cuando ofrecieron candidatos para luchar contra ti, me apunté enseguida— siguió diciendo, con una frialdad inquietante—. Tienes una forma de lucha extraordinaria e impredecible.
— Un fan, entonces— la mirada de Astoria seguía seria—. Estoy halagada.
Él se rió, e hizo eco por toda la arena. Arriba había un silencio expectante, algunos comenzando a impacientarse ante la falta de acción; otros, entretenidos con esa conversación. Astoria supo entonces que eso también era idea de Amarantha. Hasta ahora no había hablado en sus combates, seguramente porque sus contrincantes tampoco tenían la capacidad de comunicarse de alguna forma que no fueran gruñidos y gritos. Ahora, le daban un oponente igual que ella, inteligente y poderoso.
Para empezar a pensar en ganar aquello, Astoria debía conocer contra quién y qué se estaba enfrentando. Habló antes de que el macho pudiera decir otra cosa.
— Eres de Hybern, ¿no?— con la cabeza señaló el uniforme que portaba con orgullo—. He oído cosas sobre vuestro ejercito...
El fae esperó, seguramente queriendo oír algún halago, de la misma manera en la que él la había elogiado. Astoria elevó la comisura de sus labios en una sonrisa. El ego de un macho era el punto ideal al cual atacar, y no había nada que a Astoria se le diera mejor que humillar a hombres que se creían superiores a ella.
En realidad, no sabía nada de Hybern y su ejercito. Pero la curiosidad que le había abierto le dio paso a introducirse en su mente. No le sorprendió encontrarse con una pared de piedra roja, bloques de cemento rojos que bloqueaban su paso. Con un golpe de poder la destruyó, tampoco hubo resistencia por su parte. Por la mirada aun expectante del fae, supo que tampoco se había dado cuenta. Utilizó todo lo que encontró a su favor.
— Estuviste en la Primera Guerra, vaya, lo hiciste bien— comenzó a murmurar. La mirada desalmada de su oponente se frunció con confusión—. Una pena que perdierais.
—¿De qué hablas, mujer?
Soltó la palabra con tanto asco que Astoria no evitó buscar más, revelar más.
— ¿Odias tanto Prythian?— le preguntó con cierta burla—. Más la Corte Noche, entonces. ¿Es porque un Ilyrio mató a tu amigo? ¿Cómo se llamaba...?
— Cállate, zorra.
Astoria observó con una calma falsa como alargaba la mano derecha a su dirección, desarmada. Bien, no iba a querer un combate armado.
La expectación ahora se movía al otro lado de la reja de metal que encerraba la arena. Notaban la tensión del macho, como comenzaba a temblar. Sus ojos opacos que antes habían mostrado únicamente frío, ahora la miraban con odio.
— Pensaba que al ejercito se les enseñaba ciertos modales...
— Alguien como tú no merece ningún respeto— tenía los dientes apretados mientras mascullaba las palabras con odio. Se puso en posición de ataque, intentando sacar a Astoria de su mente. Al menos ya se había dado cuenta de eso.
— ¿No merezco respeto?— repitió, esperando algún ataque por su parte— ¿Por ser mujer, por pertenecer a la Corte Noche o por ser de Prythian?
Volvió a empujar la mente del fae con furia, destruyendo de nuevo el muro de piedra. Esta ve debió notar la invasión, como si le hubieran dado un empujón se tambaleó hacia atrás. El público soltó un jadeo de impresión, y los murmullos entre ellos volvieron aun más fuertes.
— Oh, tu amigo se enamoró de una hembra ilyria... sí, diría que fue mala idea. Debió ser duro para ti, aunque toda guerra lo es. Tu mejor amigo, tu hermano, descuartizado completamente... auch... Alguien debió avisarle de que los ilyrios no soportan que toquen sus mujeres, que pena.
— ¡Cállate!
El grito de impotencia vino acompañado de una ráfaga caliente, que fue dirigida completamente a su cabeza. Con agilidad consiguió apartarse de la trayectoria, consiguiendo una pequeña quemadura en su hombro que no fue nada comparado a como acabó la pared detrás de ella: un hueco quemado destacaba en la nueva pared, aun saliendo humo de la piedra. La multitud estalló a gritos, aplaudiendo y alentando.
—¿Fuego?— preguntó volviendo a mirarlo, ignoró la mirada del fae orgulloso viendo la quemadura en su hombro—. Pensaba que iba a ser algo más impresionante, te habías vendido bien.
El macho volvió a lanzar fuego hacia ella, esta vez en cinco espirales que iluminaron la arena y llegaron a Astoria en segundos. Más rápida, la arena se convirtió completamente, el diluvio extinguiendo las llamaradas. El fae miró con confusión a su alrededor; el público, mientras, alzaba la voz, preguntándose qué había pasado. Nadie había visto nada porque la realidad solo había cambiado para los dos fae dentro de la arena.
—¿Qué has hecho?— gruñó el macho, viendo a sus alrededores.
Las paredes de piedra se habían trasformado en calles oscuras y húmedas, la tierra a sus pies era asfalto, y la luz artificial y las personas en el techo desaparecieron. Ahora únicamente les rodeaba un cielo negro y un diluvio eterno. Suficiente cantidad de agua para apagar cualquier llamarada que su oponente creara.
El uniforme del ejercito comenzaba a empaparse, al igual que el vestido verde esmeralda a oscurecerse. El macho, sabiendo que sus poderes no iban a ser suficientes, retomó la idea de combate armado. Así que desenfundó su espada de metal oscuro y corrió hacia ella, en un alarido de enfado.
Esta vez no tenía mucho que hacer, en la mente de Astoria tampoco había una estrategia que incluyera una pelea física. No tenía el arma adecuada, poco iba a hacer aquel arco de madera contra la espada de Hybern. Se quedó quieta, dejando que el diluvio pegara su pelo a la cara y a su espalda.
El macho, antes de dar el primer ataque dejó caer la espada. Ya en su mente, Astoria lo hizo sencillo. Le hizo agarrar las dos flechas que le tendió de su propio carcaj y el siguiente movimiento acabó con las puntas de las flechas raspando su cuello.
El cuerpo calló desplomado y su sangre se unificó con el agua, desapareciendo por una de las alcantarillas de la calle.
El público no vio nada del combate. Para ellos, en un momento Astoria iba a recibir cinco llamaradas mortales; y al siguiente segundo el cuerpo del macho se encontraba empapado y ensangrentado, con Astoria aun sujetando el arco y su vestido creando un charco de agua a sus pies.
La multitud rugió enfurecida, exigiendo respuestas y perdiendo dinero. Otra vez, nadie estaba ahí para apoyarla. Pero estaba bien si con sus victorias conseguía sacar de quicio a todos los infelices que se encontraban viéndola.
Antes de poder escuchar otra cosa más, fue arrastrada por Duncan y Lincoln de vuelta a la habitación silenciosa. Su cuerpo estaba cansado de la tensión acumulada, pero el esfuerzo de aquel combate no había sido nada comparado con las noches anteriores. Astoria sabía que tendría que haber luchado al menos con otro par de oponentes aquella noche; en cambio, la habían sacado de la arena.
— La Alta Reina no va a estar contenta después de tu numerito, preciosa— Duncan rió, lamiéndose la hilera de dientes superior—. Has hecho perder a mucha gente dinero, y ni siquiera les has dejado ver como has acabado con el hombre.
— Una pena— respondió con pesar falso.
Ahora, fueron ambos hermanos quienes rieron. Lincoln agarraba su brazo con suavidad, como si quisiera disfrutar del toque de su mano con la piel mojada por la lluvia;. nada comparado con el moretón que estaba dejado su hermanastro en el brazo derecho. Astoria se removió incómoda, la risa de los hermanos no paró, ni tampoco su agarre.
La llevaron a rastras a su dormitorio, ignorando el revuelo que parecían dejar a sus espaldas. En cuanto vio a Kaysa esperándola, se alejó de los agarres de sus brazos y cerró la puerta de un portazo.
— Has acabado antes, no es ni media noche.
Astoria se puso una blusa de tirantes y unos pantalones anchos, dejando en el suelo el vestido mojado y agarrando el pelo en una coleta. Después se tiró de espaldas a la cama.
—¿Estás herida?— insistió Kaysa, acercándose a la cama pero sin llegar a tocarla.
— Solo una quemadura.
Sin decir nada más, la joven fae fue a por ungüento, tomando asiento en la cama. Astoria la ignoró todo el rato, incluso cuando el escozor de la herida la hizo sisear.
— Al parecer he enfadado a mi querido público— comentó después de un rato. Kaysa ahora limpiaba los alrededores de la quemadura, pero la escuchaba en silencio—. No les he dejado ver como lo mataba.
—¿Por qué?
— Era un fae contra el que luchaba, de Hybern. Tenía poderes, así que tenía que neutralizarlos. Es lo que ocurre cuando cambio la realidad, no puedo modificar la realidad de cientos de personas.
— ¿Amarantha te ha dicho algo?— Kaysa titubeó un poco al nombrar a la comandante de Hybern.
— No. Me han traído directamente aquí, supongo que estará intentando calmar las cosas... según los hermanos he cabreado a todos.
Kaysa cerró el bote de ungüento, suspirando. Después se levantó para acercarle un vaso de agua, que Astoria se terminó en un trago.
—¿Qué crees que significa esto?
Astoria miró a la sirvienta, pero se encontraba más enfocada en pensar sobre todo lo que había pasado. La pregunta de Kaysa era acertada, ¿qué significaba lo que había pasado hoy? Amarantha quería tenerla de entretenimiento por los poderes que tenía; en cambio, se habían dado cuenta que sus poderes eran los mismos que no permitían al público disfrutar de las peleas como ellos querían. Era imposible cambiar la realidad de todos los espectadores, para que participaran en el macabro espectáculo. Y si fuera posible, Astoria lo encontraría una perdida de esfuerzo y de poder, enfocándola en el público y no en su adversario.
Entonces, ¿de qué servía Astoria ahora?
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