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quemada

Amarantha la retuvo en la pequeña habitación vacía por más tiempo del que Astoria hubiera querido. Pudo escuchar los gritos de todos los fae aun encima de la arena, los escuchó hablar, reír y burlarse del espectáculo hasta que— lo que parecieron horas después— todo murmullo se desvaneció, dejando la habitación en la que se encontraba en un silencio abrumador. Con la sangre seca aún cubriéndola y el cuerpo entumecido, Astoria esperó sentada mientras intentaba tranquilizarse de todo lo que había ocurrido horas antes.

Cuando llegaron a recogerla, los dos mismos guardias la miraron desde arriba, con sonrisas morbosas y feroces. Astoria no se molestó en ocultar su cuerpo semidesnudo gracias al vestido raído, no tenía las fuerzas ni las ganas como para enfrentarse a una pelea de nuevo. Solo quería ser mandada a su pequeño dormitorio y dormir hasta la eternidad.

— Levántate— el guardia de la izquierda bramó con autoridad. Astoria le devolvió una mirada aburrida desde el suelo.

No quería mostrar ningún tipo de debilidad ante los dos machos; y no confiaba en la fuerza de sus piernas para levantarse por si sola, por lo que se quedó apoyada en la pared sin mover ningún músculo.

El guardia de la derecha gruñó, agarrando su brazo y elevándola de un tirón fuerte. Se tragó el quejido de dolor cuando el macho apretó una de sus tantas heridas abiertas, mientras intentaba mantenerse en equilibrio por ella misma. Se encontraba realmente destrozada, aunque no lo mostraría.

— Quien diría que la fiera de ahí fuera ahora no es más que una débil puta— ambos rieron, pero Astoria solo parpadeó, forzando a sus piernas a dejar de temblar— Tal vez le tengamos que hacer un favor a la reina y ocuparnos de ti personalmente.

Aun con sus heridas siendo apretadas por el agarre del guardia, Astoria siseó molesta.

— No necesito que mi cuerpo funcione para hacer que tu compañero se trague tu corazón.

El guardia que la sujetaba tiró de ella con furia, sin responder a la amenaza. Pero Astoria se sintió satisfecha al ver al otro macho titubear. Tal vez ambos recordaron lo que había hecho con el último monstruo. Bien, si no lo recordaban, Astoria estaba dispuesta a rememorarlo solo para ellos. Para su suerte, ninguno de los dos volvieron a dirigirle la palabra, en silencio dirigiéndola de nuevo por los túneles de Bajo la Montaña.

Supo que la eterna noche había pasado cuando se fijó en todos los sirvientes que pasaban a su lado con la mirada baja, temblando, mientras llevaban sábanas y cubos de agua, seguramente para realizar sus primeros turnos de trabajo por la mañana. El eco de los túneles ahora era leve, susurros de los que Astoria estaba acostumbrada al haber recorrido la Corte de las Pesadillas buscando los secretos que podían rumorearse. En su hogar, los murmullos que conseguía descubrir solían tratarse de cotilleos o conversaciones; ahora, en los pasillos de Bajo la Montaña, únicamente se hablaba de una cosa: ella.

No tenía que utilizar su poder para saber el miedo que consumía a los pocos fae que se atrevían a cruzarse en su camino. Astoria hubiera pensando que eran los dos guardias que la rodeaban los causantes de ese sentimiento, pero era su mirada la que los sirvientes evitaban, junto con su aspecto sangriento y desgastado.

No solo se había convertido en el juguete de Amarantha, sino que ahora era una de las tantas pesadillas que habitaban en Bajo la Montaña.

Astoria supo que no la estaban dirigiendo a su habitación cuando el camino se alargó. Dejó que los guardias que la sujetaban arrastraran de ella por los infinitos pasillos de piedra. Por cada paso que sus piernas daban, sus músculos quemaban y sus heridas se desangraban aun más. Pero no hizo preguntas, ni tampoco exigió un sanador. Mantuvo la mirada en sus pies descalzos y sucios hasta que el guardia a su derecha (el que parecía más furioso con ella) tironeó de au cuerpo para que se reincorporara.

La puerta se abrió antes de que ella pudiera levantar la mirada, y el cabello rojo carmesí la recibió medio tumbada en la cama exageradamente grande del centro de la habitación. Los aposentos de Amarantha eran los idóneos para una reina. La piedra de las paredes seguía tan oscura como la del resto de la montaña, pero contrastaba con los muebles de oro y los cuadros brillantes. Los guardias la empujaron al interior de la habitación haciéndola tambalear, pero no le dio el gusto a Amarantha de dejar caerse. Con la poca fuerza que le quedaba le ordenó a los músculos de sus piernas que se mantuvieran rectas, e ignorando su aspecto, miró con seriedad a los ojos opacos de la Alta Reina.

No fue hasta que sintió unas garras empujar su mente con una suave curiosidad, que observó una sombra oscura sentada en el largo sofá de la esquina de la habitación. Su Alto Lord tenía sus brillantes ojos violetas encima de ella, pero no en su cuerpo semidesnudo o heridas sangrientas, sino en sus facciones. Rhysand la miraba con intensidad, la fuerza de las garras rozando su muro haciendo una leve presión que Astoria empujó con enfado. La comisura del macho se elevó con diversión, emparejándola con la expresión de Amarantha.

— Estas asquerosa.

Astoria quiso escupir algún insulto, lanzar una daga al corazón de Amarantha o destruir su mente hasta que no fuera más que polvo. Sabía que podía hacerlo: transformar la habitación real en la mayor pesadilla de Amarantha o hacer aparecer al enemigo que la haría temblar y, cuando los ojos negros de la Alta Reina se suavizaran por el miedo, entrar en su mente y destrozar todo lo que era y lo que tenía.

Amarantha también sabía lo que Astoria le podía hacer, pero sonrió cuando en un murmullo volvió a hablar.

Siéntate

La sensación de su brazo derecho quemándola le recordó la realidad. Podía eliminar todo lo que Amarantha era en un chasquido, pero lo tenía prohibido. Su tatuaje recordándole que tenía un dueño y un nuevo propósito: servir a Amarantha.

Su cuerpo, obedeciendo al cosquilleo en su muñeca, le hizo terminar sentada en una butaca de terciopelo granate. A nadie en la habitación pareció importarle que manchara de sangre la silla, pero Astoria agradeció sentarse y dejar descansar su cuerpo. No era solo el cansancio que la tenía a punto del desmayo, sino también la pérdida de sangre.

— Astoria— Amarantha volvió a dirigirse a ella, sus labios saboreando su propio nombre con cierta satisfacción—. ¿Eres de la Corte Noche, verdad?

Pudo quedarse callada, pero llegó a la conclusión de que si no respondía por las buenas, Amarantha le haría hablar igualmente.

— Sí.

—¿La Ciudad Tallada?

— Se convirtió en mi hogar— asintió, con la voz taciturna. La conversación era fría y suave, Astoria intentó mantener lo mejor posible la compostura—. Aunque no sé donde nací, mis padres murieron cuando no tenía más de cuatro años.

—Y Keir te encontró.

Astoria asintió. No había nada que hacer, Amarantha parecía saber ya toda la verdad, solo estaba preguntando para ponerla a prueba.

Rhysand, ¿tenías idea de que alguien como mi preciado regalo existía en tu Corte?

Aunque el macho no se sobresaltó ante la llamada de Amarantha, respondió algo tenso, sin apartar la mirada de Astoria.

— No.

Amarantha rió, mientras Astoria mantenía contacto visual con su Alto Lord. Rhysand había abandonado los intentos de entrar en su mente, pero la intensidad de su mirada se sentía igual que las garras rasgando su muro.

— Eso es divertido. Un poder como el de Astoria es algo inusual, ¿no crees?

— Bastante inusual— concordó él, en una expresión seria.

— Explícanos, dulce Astoria, ¿estos poderes los has tenido siempre?

— Si mal no recuerdo, sí.

—¿Si mal no recuerdas?— repitió la pelirroja con una ceja alzada

— No tengo memorias de mis primeros años, solo se que Keir me ayudó a controlarlos.

— Entiendo... Keir tuvo mucha suerte de encontrar algo como tú.

Algo como ella. Astoria asintió sin saber que responder, su mente comenzaba a marearse, apoyándose levemente en el respaldo de la butaca, buscando soporte para la pesadez de su cuerpo. Si alguno de los presentes notó su cansancio, no mostraron ningún tipo de preocupación, mientras Amarantha seguía hablando con tranquilidad.

— Aunque según lo que se, levantar un mazo y clavarlo en las tripas de mis bestias no es lo único que sabes hacer— Astoria la miró con furia. Si ya sabía todo de su patética vida, no entendía la razón por la que seguía preguntando. Tal vez esto seguía siendo parte de su entretenimiento.

— No— asintió solemne

— ¿Podrías enseñárnoslo?— era una pregunta, pero el tono no le dejaba nada de margen para negarse a ello. Amarantha añadió con prisas:— Sin malas intenciones, dulce Astoria.

Apretó los puños en los posa brazos de la butaca. Respiró levemente antes de que su entorno cambiara. La habitación oscura desapareció ante los ojos de los presentes, Astoria se sintió orgullosa al ver los ojos de su Alto Lord alzarse con sorpresa al ver sus alrededores.

La brisa fresca se sintió como un regalo de la Madre, mientras Astoria cerraba los ojos permitiéndose descansar de la oscuridad. El ruido del eco de la piedra había desaparecido y el agua cayendo tranquilizaba el entorno. Una preciosa escena de una cascada había sustituido la habitación de Amarantha, con un cielo azul despejado y la naturaleza verde que se sentía perfecta con la humedad del ambiente.

— Interesante— Amarantha hundió su pálida mano en la cascada de agua, mojando parte de la manga de su vestido rojo.

—¿Nos has aparecido?— preguntó Rhysand, mirando al cielo. Astoria no había visto sus ojos brillar tanto como en aquel momento.

— No— por primera vez, Astoria se dirigió a él personalmente. Su Alto Lord quitó la mirada del cielo para posarla en ella, con una ceja alzada—. He cambiado la realidad.

— ¿Has cambiado nuestra percepción de la realidad?

— No vuestra percepción, la realidad.

Amarantha rió genuinamente, un sonido frío que le provocó escalofríos a Astoria. Seguía con la mano debajo de la cascada de agua, mirando a Astoria como si fuera su joya más preciada.

— Cuando pensaba que no me podías sorprender más, dulce Astoria.

Un simple tirón en su brazo derecho obligó a Astoria a que les devolviera a la habitación oscura. Fijó su vista enseguida en Rhysand, que miró las paredes de piedra con un deje de disgusto y tristeza. No se paró a pensar mucho en su Alto Lord cuando Amarantha volvió a llamar su atención.

— Con esto, creo que tendré que buscar oponentes mucho más fuertes que los de hoy. A mis invitados les has llamado mucho la atención, creo que podrás hacernos disfrutar mucho con esos interesantes poderes tuyos.

Astoria no respondió, mirándola fijamente. Tras casi trescientos años de su vida bajo las órdenes de Keir, había algo natural en aceptar la voluntad de Amarantha. Su tatuaje, que tantas veces había quemado por su dueño, ahora se entregaba a la Alta Reina como si Astoria le perteneciera. En realidad, Astoria le pertenecía ahora. No había salida en todo aquello, ni posibilidades que buscar. Si conseguía en algún momento salir de Bajo la Montaña, Keir la esperaría para, en suaves palabras, recordarle su destino.

¿Para qué luchar? Sus primeros cien años estuvo resistiéndose una y otra vez. El ardor de su brazo no se quedaba solo ahí cuando intentaba resistirse a las órdenes, seguía por su cuello y bajaba por su pecho hasta hacerla sentir que su propia sangre hervía. En todos sus intentos de ser libre acababa hundiéndose más de lo que estaba. No sería tan tonta ni ilusa de volver a luchar ahora, esta vez contra su nueva dueña, más poderosa y cruel.

Si su vida antes se trataba de trabajar por las sombras para conseguir información para Keir, ahora sería el juguete de Amarantha cuando ella quisiera. No había forma de detener aquello salvo aceptarlo y evitar que el ardor de su muñeca la hiciera más daño que aquellas bestias con las tendría que luchar.

Astoria no sería muy buena para calmar la furia en sus ojos, pero se le daba naturalmente bien rendirse ante sus dueños.

Amarantha no le hizo otra pregunta y los dos guardias aparecieron por detrás suyo para agarrarla de los brazos lastimados y levantarla de la silla. Ante el orgullo, Astoria crujió los brazos de los fae, zafándose del agarre. Amarantha volvió a soltar una risita y les ordenó que se fueran. Lo último que Astoria vio fue a la Alta Reina acercarse a Rhysand y subirse encima suyo. Las puertas se cerraron tal como el interés de Astoria en los dos altos fae dentro de la habitación.

De nuevo con los dos guardias a sus costados, por fin se dirigió a su propia habitación. No se encontraba muy lejos de los aposentos de Amarantha, ni siquiera tenían que bajar algún piso de los pasillos. Para cuando llegaron a su habitación, las piernas de Astoria estaban a punto de flaquear. La fae de Invierno la esperaba en su puerta, sin mirarle a los ojos.

Tal vez antes no había estado asustada de Astoria, pero ni siquiera tuvo que meterse en su mente para que los pensamientos de la sirvienta llegaran a ella.

Pasó de largo sin dirigirle la mirada a la joven, cerrando la puerta y manteniendo fuera a los guardias. Ahora, en el silencio del pequeño cuarto y sin la presencia de una amenaza— la pálida fae no se consideraba ningún peligro—, permitió a sus piernas doblarse. Ni siquiera le dolió el golpe contra el suelo, Astoria solo podía concentrarse en las puñaladas de su abdomen.

— El baño está preparado— murmuró la voz dulce detrás suyo en un tartamudeo.

— Trae a una sanadora— exigió en cambio Astoria, más concentrada en el dolor en su cuerpo que en el miedo que la joven desprendía.

La respuesta vino en un silencio. Sin paciencia y enfadada, Astoria empujó la mente de la fae. Le tenían prohibido asistirla médicamente. En un bufido que casi sonó como una carcajada cruel, Astoria utilizó la ola de enfado para levantarse del suelo y dirigirse al pequeño baño. Como la joven había dicho, la bañera se encontraba llena, agua templada luciendo lo suficientemente placentera como para que a Astoria se le olvidara por unos segundos el dolor.

Hizo desaparecer el resto del vestido e ignoró su reflejo destrozado en el espejo redondo de la pared. La sirvienta soltó un jadeó nervioso, haciendo que Astoria la mirara con los ojos entrecerrados.

— Si tanto miedo le tienes a la sangre, lárgate.

—¿Cómo sabes que...?— el miedo recorrió la mirada de la pálida fae, antes de retractarse e intentar imitar una postura que se suponía que demostraba confianza—. Estoy aquí para ayudarla.

Astoria hizo aparecer unos algodones y un suero, comenzando a tratarse las heridas más profundas. Daba igual cuantas veces en su vida hubiera recibido puñaladas, el dolor siempre era insoportable. Astoria intentó buscar algo con lo que evadirse del dolor que sus propias manos estaban causando. Miró a la sirvienta, que intentaba por todos los medios no mirar la sangre en el cuerpo de Astoria.

—¿En qué puedes ayudar tú, Kaysa?

Kaysa la miró con sorpresa, más intimidada por el hecho de que Astoria supiera su nombre que por el tono ácido de sus palabras. Astoria rodó los ojos, molesta por los pensamientos de la joven.

— No te voy a matar.

La joven la miró nerviosa en un largo silencio.

—...¿Enserio?

Un gruñido de dolor volvió a sobresaltar a Kaysa. Astoria aspiró cerrando los ojos con fuerza mientras dejaba caer sus manos con el algodón empapado de suero. Todo su abdomen escocia como la mierda.

— Si no dejas de hacer preguntas estúpidas, tal vez lo haga.

Kaysa la miró nerviosa, mirando entre sus heridas limpias y el algodón en el lavabo.

—¿Podría hacer aparecer una aguja e hilos?— sus palabras se cortaban con tartamudeos, pero Astoria la miró igual de molesta.

—¿Para qué?

— No se cerrar heridas, pero sí se coser.

—¿Quieres utilizar tus trucos inútiles de costura en mi piel?— siseó Astoria, desconfiada.

No había nada que temer de la pobre fae de Invierno, pero no le hacía mucha gracia que una costurera utilizara su abdomen como tela para coser. Kaysa no le respondió, con la cabeza mirando a sus pies y las manos entrelazadas en su espalda. Astoria suspiró tranquilizándose, antes de hacer aparecer un par de agujas y una bobina de hilo negro.

— Hazlo— los ojos de Kaysa miraron las agujas dubitativa. Astoria rodó los ojos con molestia, antes de repetir las palabras de antes—. No te voy a matar.

— Vale.

La pobre Kaysa no sonó muy convencida, mientras recogía la bobina de hilo con manos temblorosas.

— De verdad— intentó tranquilizarla Astoria, no quería que un manojo de nervios cosiera sus heridas—. Ya he matado mucho esta noche, no me apetece ahora.

Astoria no consolaba muy bien a las personas. Y Kaysa respiró varias veces intentando tranquilizarse mientras se acercaba a ella pidiendo permiso con la mirada. Cuando Astoria asintió lentamente, siseó cuando la joven clavó la aguja en su primera herida. Apretó los puños en el lavabo intentando no asustar más a la pobre chica, lo que menos necesitaba era que la aguja le abriera más las heridas.

En cambio, intentó entretenerse observando a la que parecía que iba a ser su sirvienta. Los rasgos de la Corte de Invierno eran lo primero que llamaban la atención, la piel tan pálida como la nieve combinaba con el pelo platino por debajo de las orejas puntiagudas y los ojos azules brillantes. Miraras por donde miraras, una corriente helada te recorría la piel ante la vista de la fae. Las manos que la trataban con un cuidado exagerado se sentían como un bloque de hielo, pero a Astoria realmente no le molestaba, el frío ayudaba casi como anestesia.

Cuando un tirón agudo de dolor la hizo sisear, sin nada de arrepentimiento volvió a meterse en su mente. Astoria alzó las cejas con sorpresa.

—¿Qué hace la sobrina de la Lady de Invierno como mi sirvienta?

Kaysa alejó las manos de la aguja como si una llama de fuego la hubiera escupido. Astoria hizo una mueca al notar el hilo estirar su piel.

—¿Cómo es que...? ¡No puedes decir nada!

Vaya, la primera frase en la que no tartamudeas.

La pálida fae imploró con sus ojos cristalinos aguados.

— Por favor.

— No tengo intenciones de decir nada, Kaysa— los hombros de la joven se destensaron. Kaysa volvió lentamente a su tarea de coser la herida y Astoria volvió a meterse en su mente sin contemplación—. Una razón estúpida.

La alta fae la miró confusa, antes de que sus ojos claros se cristalizaran más, si aquello era posible. Por primera vez, los ojos de Kaysa la miraron con furia.

— El amor no es estúpido.

— Harás que os maten a los dos, a ti y a tu compañero.

Ahora la mirada de la joven mostró terror ante la idea; la chica era muy emocional, pensó Astoria.

— No tenía otra elección, no podía abandonarlo aquí.

— Mmm...— Astoria se quejó cuando enterró la aguja en la siguiente puñalada—. Entonces tal vez deberías aprender a cerrar esa mente, me estas gritando toda tu vida.

Kaysa subió la cabeza para observarla, ahora se notaba el cuerpo menudo de la joven, diferenciándose con la altura de Astoria. Bajó la cabeza con cierto disgusto, alzando una ceja hacia su dirección.

—¿Te importa algo, acaso?

Astoria se relamió los labios, escondiendo su molestia.

— No se que se habrá estado susurrando esta noche, pero en contra de lo que se haya podido decir, no disfruto de las desgracias ajenas.

Kaysa al menos tuvo la decencia de lucir algo avergonzada. Ahora que había conseguido hablar con ella sin tenerla temblando de miedo, se notaba algo de aristocracia en su blando comportamiento.

— Lo siento. Todos aquí han visto el... espectáculo de esta noche.

— Muy entretenido, por supuesto— el sarcasmo llenaba todas sus palabras. Miró a Kaysa con cierta curiosidad—. Entonces, ¿ya no me tienes miedo?

La platinada torció la cabeza, concentrada en la herida. O a lo mejor solo estaba evitando su mirada.

— No soy tonta, he visto que has matado como si nada al Ledyanoy— ante la mirada de confusión, Kaysa volvió a hablar—. Tu último oponente. Un monstruo de las profundidades del hielo de la Corte Invierno. No se suelen dejar ver, viven tranquilos en sus cuevas. Ni siquiera el guerrero más valiente se internaría ahí. Realmente no se como Amarantha ha podido capturar uno.

La joven parecía atormentada ante la idea, tal vez aquella bestia a la que había apuñalado era más peligrosa de lo que se había mostrado. O simplemente era el sentimiento de incomodidad de saber que Amarantha y su gente habían estado rondando por su corte.

— Menos mal que no eres un ogro de hielo, entonces. Sino sí te tendría que matar.

Kaysa rió levemente, dándole una tímida sonrisa. Astoria esquivó su mirada con prisas, ya estaba lo suficientemente metida en la mierda, no necesitaba empeorar su vida preocupándose por una noble sometida a la servidumbre.

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