poder es poder
Se levantó en un movimiento brusco cuando Kaysa abrió la puerta de la habitación. Como si hubieran pasado solo cinco minutos desde que su Alto Lord abandonó su habitación.
Llevaba en las manos sábanas limpias y una cara de cansada, pero a Astoria no le importó su estado cuando se levantó de la cama y llegó a ella en dos pasos. No podía olvidarse del temblor en su cuerpo ante la presencia de Rhysand, ni como se quedó dormida en las sábanas con su olor impregnado. Debía hacer algo, no volvería a quedarse esperando a que decidieran si era digna de vivir o de morir.
— Llévame a Amarantha.
Kaysa abrió la boca, tartamudeando por unos segundos; la miraba con confusión.
—¿Para qué?
La fae de invierno la miró, como si intentara descubrir la razón. Pero Astoria no le diría nada, Kaysa no necesitaba saber nada de lo que había pasado. Ante su silencio, la platinada acabó por negar sutilmente, dirigiéndose a su cama desordenada para comenzar a quitar las sábanas.
— ¿Qué significa eso?— gruñó Astoria, exigiendo alguna respuesta mientras Kaysa seguía deshaciendo la cama.
— No tengo la autoridad para llamar personalmente a la Alta Reina— el título lo dijo como si fuera veneno, pero su cuerpo seguía inmóvil y dócil, como si tuviera terror de mostrar algo más de su disgusto por Amarantha.
—¿Y los hermanos? Ellos no tendrán problema con llamarla
Y tenía razón. En cuanto Astoria les pidiera ir a hablar con Amarantha ellos lo harían con sonrisas desalmadas. Seguramente pensando en la falta de respeto que sería, tal vez deseosos de ver a Amarantha castigándola, por haberla ofendido.
—¿Para qué?— repitió la joven. Astoria notó como sus ojos azules parecían enfriarse de un hielo impenetrable.
— Quiero hablar con ella.
Kaysa abandonó las sábanas y se cruzó de brazos, mirándola. Su largo pelo blanco estaba atado en una trenza simple, dejando sus facciones mucho más perfiladas y gélidas. Cuando se mostraba enfadada no era una presencia que diera miedo o respeto, simplemente era incómoda. Astoria tuvo que apartar la mirada cuando pudo ver una pizca de preocupación en la mente de la sirvienta.
— Nadie quiere hablar con la reina. Es ella quien quiere hablar contigo. Si no te ha llamado, entonces no puedo hacer nada. No deberías hacer nada.
La mente fría de Astoria sabía que todo lo que le estaba diciendo la fae era coherente, y totalmente cierto. Pero el fuego en su pecho—la ansiedad con la que había estado toda la noche— no le permitía aceptarlo.
Toda su vida había dejado que la coherencia y la supervivencia guiaran sus acciones. ¿Para qué luchar cuando rendirse era mucho más fácil?, ¿para qué insistir en preguntas que obviamente no le darían? Por muchos años, Astoria siguió el camino de la incertidumbre; si algún día decidían que ya no era útil para su trabajo, sería el día en que la matarían, y ella lo aceptaría con brazos abiertos.
Pero había algo en toda aquella situación— esa chispa de enfado— que no permitía a su mente trabajar como estaba acostumbrada. Y aunque a Astoria no le gustaba lo que era, porque sabía que, aquel enfado, pronto tomaría el rumbo de la esperanza, no podía hacer nada para calmar la ansiedad. Su mente seguía en el enfado del público, los problemas que causo su presencia a Amarantha.
Ni siquiera deseaba la libertad, aquello era una puerta que se había cerrado desde el día que aceptó el tatuaje; solo quería saber su propósito. Daba igual si tenía que bajar a la arena cada noche por el resto de su vida si así el tatuaje se lo ordenaba, pero no se quedaría de brazos cruzados esperando el veredicto de alguien sobre su propia vida. No si la respuesta era su muerte.
Pero no necesitó huir de la mirada helada de la sirvienta, porque la puerta de su habitación se abrió por segunda vez aquella mañana, y los hermanos miraron a las dos mujeres con ojos hambrientos y sonrisas perversas. Kaysa se puso a temblar en cuanto vio la mirada de Duncan recorrerla; Astoria llamó su atención con un gruñido.
Entonces, Duncan fijó la vista únicamente en ella. Astoria no pestañeó, retándole con la mirada. Eso hizo sonreír más al fae.
— La reina requiere tu presencia en el salón principal— comentó con un tono lleno de burla el mayor de los hermanos. Como siempre, Lincoln callado y observando tras él.
Astoria y Kaysa se miraron, ambas con el mismo desconcierto. Como había dicho Kaysa, nadie quería hablar con Amarantha; era ella la que quería hablar contigo. Y eso nunca era buena señal.
Kaysa aprovechó a cerrar la puerta con fuerza y dirigirse a su armario, en donde sacó otro vestido para Astoria. Aun con la incomodidad que sentía, se dejó preparar por la fae más joven. Dejando que peinara su pelo, le atara el vestido y le colocara joyas. Astoria se quiso quejar de aquello, el vestido era diferente a cualquiera de los que le habían puesto en las noches de combate; en realidad, se parecía más al que llevó la primera vez que llegó a Bajo la Montaña. Era negro y largo, y cubría su cuello y brazos. Lo único diferente era el escote algo pronunciado en la parte de su pecho, que bajaba hasta su ombligo de manera provocativa.
No pudo evitar una mueca de asco.
— ¿Qué crees que querrá?— le murmuró Kaysa, arreglando el cuello de su vestido. Astoria se mantenía contemplando su reflejo. Al menos todas las heridas, incluso la quemadura del último combate, eran ya imperceptibles.
— Ahora lo descubriré.
Pudo sentir su mirada en la espalda mientras se dirigía a la puerta, preparada para ser llevada ante Amarantha. Pero se negó a darle una respuesta o una mirada, incluso cuando Kaysa le dio suerte y le advirtió que tuviera cuidado.
No dejó que los hermanos la agarraran de los brazos y se dispuso a caminar, conociendo el camino por el que tenía que ir cada noche desde que llegó. A esas horas de la mañana, Bajo la
Montaña parecía tener más vida y Astoria se permitió observar mejor, intentar recordar aspectos, criaturas, pasadizos. Cualquier cosa que le hiciera apagar la constante incertidumbre de su mente.
El camino fue el mismo y, aun así, de día parecía un escenario completamente diferente. Seguía sin haber luz y los candelabros se mantenían encendidos como siempre, pero criaturas le dejaban el paso. Había sirvientes agachando la cabeza, unos con miedo, otros con desdén; ciertas miradas curiosas no apartaban la vista de ella, y Astoria no tuvo que meterse en sus mentes para descubrir lo que pensaban, ellos mismos lo susurraban.
Monstruo. Pesadilla. De la Corte Noche. El juguete de Amarantha. Cualquier cosa dedicada a ella no era más que oscuridad y maldad. Y Astoria no podía negar todo aquello sin ser una vil mentirosa.
Ella ya estaba acostumbrada a infringir temor en los sirvientes. No tenía sentido intentar cambiar eso.
Duncan le dio un empujón, instándola a apresurar el paso hacia la derecha, alejándola de la puerta que se suponía que la llevaba a la arena en la que combatía. En cambio, como algo nuevo, caminó por otros minutos hasta llegar al final del pasillo. En cuanto pudo ver la sala, Astoria se dio cuenta que era el mismo salón dónde Keir la entregó como un regalo.
Esta vez, las luces eran más brillantes; alejándola de la temática tenue que Astoria había conocido. Tampoco había música, y estaba mucho menos concurrida. Además, una larga mesa ocupaba la mayor parte del centro de la sala; con varias sillas vacías. Los que estaban ahí, no eran más que desconocidos, pero no le infundieron nada de seguridad a Astoria. Las tres figuras que conocía, la hicieron tensarse aún más.
El Attor, se encontraba de pie, con su afilada mirada ya encima de ella. Tenía una postura recta, imitando a la de un guardia, pero su monstruosa complexión demostraba que no era más que una bestia y que sus garras sustituían a cualquier espada. Delante de la criatura, se encontraba sentada Amarantha, quien era la que más destacaba. Se mantenía con la misma sonrisa encantadoramente fría con la que siempre la miraba. Tomaba asiento en la punta de la mesa, presidiendo a los demás comensales que, aunque no habían parado de comer, habían dejado de hablar con tanto ajetreo como antes.
La tercera persona conocida se encontraba entre todo tipo de fae y criaturas. Los mismos ojos violetas que ayer la estuvieron escudriñando, ahora se negaban a mirarla. Como si la presencia de Astoria no supusiera nada para él. Aunque, en todo caso, esa era la verdad. Astoria era insignificante para el Alto Lord de la Corte Noche, daba igual lo raro que fuera que la noche anterior se presentara ante ella para interrogarla sobre sus poderes.
Unas garras afiladas en su muro mental fueron suficientes para dejar claro a Astoria que la curiosidad de Rhysand seguía ahí y que, en todo caso, no había nada de insignificante en ella para él. La verdad completamente diferente a la realidad, mientras Rhysand se mostraba despreocupado en la mesa.
—¡Dulce Astoria!— exclamó Amarantha, la señal para que ya la mayoría dejaran de comer y pudieran prestarla atención— Ven, siéntate.
Astoria alejó el agarre de Duncan de su espalda y no los miró cuando se acercó a paso silencioso a la silla que Amarantha le indicaba, a su lado; delante suyo, Rhysand siguió sin dirigirle la mirada, pero volvió a sentir las garras con más fuerza. De un empujón, las apartó.
Ignoró la sonrisa cruel que el macho puso, poniendo toda su atención en Amarantha. Sus ojos negros puestos en ella no causaban incomodidad, pero tampoco la dejaban tranquila. Era un frío palpable y, a su vez, un fuego propagador. En todos sus años de vida, Astoria no había visto nada más aterrador como Amarantha.
Sabía por los demás comensales que estaba haciendo bien su papel de mantener a raya su miedo. Si no hubiera sido así— si hubiera mostrado un mínimo de debilidad— todas las criaturas de la mesa no estarían esquivando su mirada.
Solo Amarantha y Rhysand se dirigían a ella con completa tranquilidad. Y aquello solo podía ser por dos razones: o se creían ambos tan poderosos como para no tenerle miedo a sus desconocidos poderes, o no se creían la fachada que estaba poniendo.
Astoria sabía con certeza que la primera razón era la que guiaba a Amarantha a sonreírle dulcemente y servirle ella misma el desayuno. Al final, era consciente del tatuaje que la ataba a sus órdenes. Pero aun no sabía por cual de las dos opciones el Alto Lord de la Corte Noche se había aparecido en su habitación; tal vez, simplemente eran las dos.
Esa simple idea le hizo sentir un terror hacia el macho que la noche anterior ni se le pasó por la cabeza. Porque una cosa era que Rhysand confiara en lo poderoso que era (al final, era el Alto Lord más poderoso en toda la historia de Prythian), pero la posibilidad de que el alto fae supiera exactamente como se sentía— que estaba profundamente aterrada— era lo más peligroso de todo.
Tuvo que asegurar sus muros mentales antes de concentrarse en la conversación que Amarantha quería iniciar con ella. Dejó las palmas de las manos relajadas al lado del tenedor, pero no empezó a comer. Solo miró con la cabeza agachada el plato de comida que lucía realmente apetitoso, recordando que, con todo lo que pasó el día anterior, no había llegado a cenar.
— No está envenenado, dulce Astoria— Amarantha soltó una gran carcajada, pero sonó vacía. Astoria no respondió, una mano se coló en su plato y agarró un pedazo de comida. Siguió el tenedor con la mirada hasta que vio como Amarantha se lo llevaba a la boca y tragaba.
Había algo desagradable en el movimiento seductor que había realizado. Sus labios rojos contrastaban elegantemente con los dientes blancos, pero todo en Amarantha era incómodo.
—¿Ves? Puedes comer— señaló hacia su plato, con un tono en el que se notaba que estaba disfrutando toda la escena. Le estaba dando permiso para comer, mostrando a todos los presentes que Astoria no era más que una mascota.
Pero Astoria comió, masticando lentamente y tragando con cautela. Tras el primer bocado se permitió respirar tranquila, en realidad era un estofado normal, y estaba tan bueno como las otras comidas que le habían dado. La pelirroja debió notar la distensión en sus hombros, porque siguió con la conversación.
— ¿Qué tal has dormido?
— Bien.
Si a Amarantha le molestaron sus respuestas escuetas, no lo demostró. En cambio, parecía disfrutar de la mundana conversación.
— Después del espectáculo de ayer, cualquier diría que has tenido tiempo de descansar.
Astoria elevó la mirada de su plato para mirar de reojo a Amarantha. La mesa estaba en completo silencio, y en la enorme sala solo se oían los ecos de los susurros y de las palabras fuertes de la Alta Reina. Sin saber como actuar, decidió seguirle el juego.
— En cuanto llegué a mis aposentos, caí rendida.
El golpe en la obsidiana de su mente le hizo saber lo entretenido que estaba su Alto Lord con la conversación. Y que, aunque siguiera luciendo despreocupado en la mesa, estaba tan pendiente como cualquiera.
— Me alegro— Amarantha mostró su hilera de dientes blancos, mientras se pasaba la lengua por el labio inferior. Astoria mantuvo su expresión estoica—. Aunque no puedo negar que estoy decepcionada de la mala respuesta que han tenido mis queridos seguidores ante el entreteniendo... Con lo bien que iba.
Amarantha se dirigía a sus siervos y prisioneros como seguidores. Y se ponía una corona auto proclamándose reina. Astoria no podía estar más que disgustada de ella; y eso es lo que la hacía tan peligrosa. Haber conseguido por ella misma todo lo que tenía en las manos, aunque hubieran sido a base de engaños y persuasión, no era otra que temer de ella.
— Me disculpo por los problemas que hubiera causado mi comportamiento— murmuró con simpleza. Personas como Amarantha, que solo deseaban el poder y el reconocimiento, solo necesitaban escuchar devoción y pasividad—. Pensaba que eso era lo que se había pedido de mi, mi señora.
La pelirroja chasqueó la lengua, asintiendo en una falsa comprensión.
— Por supuesto. Y has seguido mis órdenes al completo, dulce Astoria— la morena la miró, esperando a que terminara de hablar—. Por eso he pensado que tus esfuerzos no merecen ser un simple entretenimiento.
Sus palabras descompusieron a Astoria, dejando ver la confusión en su mirada. A Amarantha eso pareció encantarle, porque acarició las puntas oscuras de su pelo suelto con una suavidad escalofriante.
— Un talento como el tuyo debe estar entre mis más fieles seguidores. Sobre todo cuando se, de todo corazón, lo fiel que puedes llegar a ser.
Quiso vomitar. Astoria sintió ganas de escupir la poca comida que había ingerido. Amarantha no solo le estaba ofreciendo mantenerse en su circulo íntimo, sino que también le estaba recordando que no tenía otra opción. Daría igual que Astoria hubiera elegido desafiarla, mostrar su enemistad; siempre tendría que seguir las órdenes de Amarantha. Ella solo era un regalo.
Para demostrar su punto, la Alta Reina le agarró su muñeca derecha, enroscando su fría mano justo en el tatuaje que lo definía todo. Astoria nunca sería devota a Amarantha, pero eso a ella le daba igual, la mantendría bajo su voluntad eternamente.
— ¿No es encantador?— aun agarrando su muñeca, Amarantha se dirigió esta vez a todos los comensales que se habían mantenido en silencio hasta entonces. Estos comenzaron a murmuran, entre confusos y molestos. Tal vez a las criaturas no les agradaba que Astoria se hubiera ganado el cariño de su sierva tan rápido. Igualmente, a Amarantha no le importó la respuesta vacía que tuvo su pregunta, volvió a mirar a Astoria—. Ya que esta noticia me tiene de muy buen humor, ¿qué tal si te encargo tu primer trabajo, dulce Astoria?
No contestó, pero no fue necesario cuando con un movimiento de su mano, las puertas del salón volvieron a abrirse. Dos fae llevaban agarrados de los brazos a una mujer envuelta en un camisón, que aunque se sabía que había sido blanco, ahora estaba gris de la humedad y suciedad. El ambiente del salón cambió por completo ante su llegada. El silencio que habían creado había sido roto por el llanto incesable de la inmortal, que suplicaba con piedad y nombraba una y otra vez un nombre masculino.
Aunque fue desconcertante el cambio de escenario, Astoria no dejó mostrar ni un cambio de emoción, notando la atención de Amarantha puesta en ella. Sabía que tenía a Astoria bajo su control, pero también quería ponerla a prueba.
Los comensales se habían animado, muy felices por los sollozos de la mujer. Astoria entones miro a Rhysand, el único espectador que miraba la escena con el mismo aburrimiento que todo el desayuno. Con curiosidad, Astoria no pudo evitar fijarse en lo brillantes que se habían puesto los ojos violetas del Alto Lord, y apartó la mirada de él con disgusto. No mostraba diversión como los demás, pero lo estaba disfrutando tanto como ellos.
— Rhysand, haz los honores— ante la orden implícita de Amarantha, el cuerpo de la mujer se mantuvo por unos instantes quieto. Fue entonces cuando los dos fae que la sujetaban se apartaron.
La mujer no lloraba más, ni suplicaba. Sus ojos se habían vuelto opacos y sus movimientos involuntarios. Astoria supo en un segundo qué ocurría: Rhysand estaba en su mente.
Caminando hacia ellos, mientras todos reían, la mujer se subió a la mesa. Era mayor y tenía aspecto cansado, su pelo era blanco por la edad y su cara estaba llena de arrugas. Aun así, y tras la expresión apática que tenía, se le notaban las facciones suaves y bondadosas. Astoria se estremeció, sin poder evitar darle una mirada a su Alto Lord.
Apoyada a cuatro patas, la mujer gateó hasta el centro de la mesa. Nadie la tocó, al menos eso hizo respirar con tranquilidad a Astoria, pero las carcajadas y los crueles comentarios se iban haciendo cada vez más desagradables. Cuando paró de gatear, su cuerpo se quedó completamente quieto, pero la mirada vacía volvió a llenarse de lagrimas y la confusión y agonía le hicieron volver a sollozar.
Rhysand había soltado su mente, pero mantenía aun la movilidad de su cuerpo. Por la sonrisa de Amarantha, ella así lo quería. Astoria sabía el por qué: ella lo había hecho con cientos de sus víctimas. Era parte del castigo, obligar a la persona a mantenerse quieto y dejarla consciente de su alrededor. Era más cruel que mantener a la víctima ciega del sufrimiento.
— Ahora, dulce Astoria, tu nuevo trabajo es encargarte por mi de los traidores.
Aunque las palabras de Amarantha se oyeron claras, no pudo desviar la mirada de la mujer. Aun sin poder moverse, la señora había oído claramente las palabras de la pelirroja, y miraba con desesperación a Astoria.
— Por favor, por favor, no. Mi esposo ya fue castigado, ¡tenemos un pequeño niño! Por favor.
Sus suplicas eran desgarradoras y eso hacía que las risas siguieran. Astoria volvió a sentir la bilis subir por la garganta.
— Vamos, haz tu nuevo trabajo antes de que me comience a doler la cabeza— la broma de Amarantha surtió efecto, porque las carcajadas se elevaron aun más.
— ¡Por favor! Por favor...
Astoria habló antes de poder escuchar más los ensordecedores ruegos. Apartó la mirada de la mujer.
— ¿Qué se supone que tengo que hacer?— la pregunta fue sutil, pero hizo callar a la mayoría de los comensales. Todos esperando un veredicto de Amarantha.
La Alta Reina sonrió ante la atención.
— Se creativa.
Aunque los aplausos se reanudaron, alentando el final de la traidora que lloraba, Astoria volvió a dirigirse a Amarantha.
— Si se me permite saber, ¿cuál es la razón de su condena?— la pelirroja frunció el ceño, y Astoria supo que no le agradó la pregunta. Por eso se interrumpió enseguida—. Para poder ser más... proporcional a la traición.
Su intención era todo lo contrario, pero su tono sonó cruel. Amarantha soltó una fría carcajada, asintiendo a su dirección.
— Sabía que no me equivocaba contigo, dulce Astoria— después chasqueó la lengua, mirando con repulsión a la mujer—. Intentó liberar a su compañero encarcelado. Fue descubierto mandando cartas a la Corte Primavera, en ellas solo había frases de traición y palabras contra mí y el rey de Hybern.
Astoria se tensó, pero asintió lentamente. Después miró a la mujer, que ya había descubierto que Astoria sería la encargada de asesinarla y solo podía suplicarle piedad.
Había hecho esto tantas veces que no lo pensó. No tuvo en mente la inocencia de la mujer, cuyo pecado había sido únicamente querer salvar a su compañero. No pensó en el hijo al que iba a dejar huérfano. Respiró hondo e intentó ignorar las risas crueles y los gritos desesperados.
De un momento a otro, sangre comenzó a salir de las orejas, boca y nariz de la mujer, ensuciando en segundos los platos de comida. Momentos después, su cuerpo cayó inerte, y los comensales celebraron.
— Eso fue... rápido.
Astoria contesto a Amarantha sin apartar la vista del cuerpo de la mujer.
— Me comenzaba a molestar tanto lloriqueo. Lo lamento, mi señora.
Su respuesta tranquilizó a la pelirroja, que se levantó antes de que el rio de sangre llegara a su vestido. Astoria copió su acción cuando Amarantha ordenó que limpiaran la mesa, la sangre ya goteando los bajos de su vestido.
— Estoy contenta de mi elección, dulce Astoria. No me decepciones.
Y así como así, Astoria desistió a su nuevo destino.
bueno jeje, capítulo algo intenso y largo por la tardanza.
vengo a repetir las advertencias de la historia, las escenas de violencia y sangre serán como las de este capítulo, incluso pueden llegar a más. si a alguien le afectan en especial, queda avisado
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