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acto uno




BAJO LA MONTAÑA
50 años antes

. . . Estuvo fuera todo el día: órdenes de Keir. Pasar desapercibida por los Campos Ilyrios no era tarea fácil, pero desde que le trajo las noticias de que no había rastro del Círculo Íntimo, Keir se obsesionó con encontrarlos. Por lo que su objetivo hoy era el General Cassian, y por esa razón se encontraba entre la congelada nieve y la helada ventisca.

Astoria sabía que era muy poco probable encontrar al Ilyrio en esa zona. Para empezar, porque sabía de las tensiones entre el General y los de su raza— eso de ser bastardo no era algo que la Corte Noche en general llevara bien, daba igual si se trataba de un ilyrio o un fae—, por lo que solo se solía pasar por ahí para comunicar algún mensaje importante de su Alto Lord o para dar algunas órdenes de vez en cuando. Y ahora que la situación estaba como estaba, Astoria no pensaba que Cassian fuera a aparecerse por ahí.

Conocía a los Ilyrios, tristemente había tenido que moverse mucho por la zona. Por supuesto que ahí nadie la conocía, pero sí había tenido algún que otro encontronazo con algún alado mientras buscaba información útil que llevarle a su dueño. Eran machos brutos y machistas, fuerzas incontrolables que hacían lo que querían desde hacía siglos. Por algo eran conocidos por las atrocidades que les hacían a sus hembras. Ni siquiera el Alto Lord había conseguido frenarlos, aunque Astoria dudaba de que lo hiciera algún día. Rhysand era tan cruel como el resto de los Ilyrios.

Por esa razón, aunque Keir la hubiera mandado a vigilar los Campos Ilyrios, Astoria no hizo nada más que dar vueltas entre el frondoso y blanco bosque. El día anterior había vuelto tarde y Keir la había hecho levantarse pronto para viajar hasta Ilyria; si lo que Nicholas le había dicho era verdad, en pocas horas estaría de camino a Bajo la Montaña. Astoria sabía hacer su trabajo bien y respetaba a su dueño y sus órdenes, pero si iba a estar toda la noche metida en aquella trampa mortal, lo que menos haría sería malgastar su día tratando con los brutos bastardos de los ilyrios.

Después de una ducha caliente, intentando desprenderse de la sensación de sus huesos helados, Astoria salió de su habitación encontrándose a una de las criadas que normalmente la atendía. No es que Keir le hubiera dado damas de compañía o alguna otra cosa absurda, pero las mandaba a despertarla por las mañanas o a entregarle información sobre nuevas misiones. Esperó pacientemente, enrollada en la toalla, a que Drilla le soltara toda la información, que Astoria ya sospechaba que iba a ser.

La fae dejó un vestido oscuro en la cama, no hizo ninguna reverencia ni la llamó con algún título. Astoria no se merecía ningún respeto, era una subordinada de Keir como cualquier otra criada, sin ningún poder. Además, nadie realmente ahí dentro le tenía aprecio. Todos en la Ciudad Tallada sabían quién era y lo qué hacía. Astoria no recuerda a cuantos criados había acusado de traición y a cuantos había mandado a la muerte. No conocía a Drilla más de lo que conocía a cualquier otra persona del castillo, pero viendo las miradas llenas de desprecio que le dirigía cada vez que tenía que comunicarle algo, había algo que Astoria había hecho que afectaba personalmente a la fae.

No quiso preguntar nunca, no es que le gustara especialmente que le recordaran todas las atrocidades que había cometido. Pero podía imaginárselo. Recuerda a un macho, que también trabajaba para Keir. Astoria descubrió que había ciertos criados a los que no les causaba especial gratitud su señor. Ella no los culpaba, no acusaba de traición a nadie por el hecho de odiar a Keir— conocía de primera mano lo fácil que era hacerlo— pero un grupo de ellos había sido lo suficientemente estúpido como para actuar a sus espaldas, robando y haciendo contrabando con quién sabe quién.

Astoria no se metió mucho más en aquello, pero descubrió lo suficiente como para que al día siguiente todos aquellos criados aparecieran muertos por traición. Podría haber matado al amante de Drilla, intenta averiguar de vez en cuando, cuando la rabia en los ojos de la criada era tanta como para no poder ignorarlo, pero Astoria realmente no se culpaba. Ellos mismos habían sido quienes se habían tallado su propia tumba, Astoria solo había cumplido con su trabajo.

— El señor te espera en una hora en el comedor, iréis a Bajo la Montaña— Drilla la miró con un sonrisa podrida—. Espero que te pudras ahí dentro, con todos los de tu clase.

«Los de tu clase». Astoria sabía que Bajo la Montaña encontraría toda clase de criaturas sin alma, por lo que se sorprendió por las palabras de Drilla. Aquel odio que desprendía solo por la mirada se acababa de deslizar de su lengua como un veneno mortal. Notó que, si pudiera, Drilla le diría mil cosas más; haber llamado a Astoria monstruo era solo un hecho básico para ella.

La miró por encima del hombro, con el cuerpo dirigido hacía la prenda encima de la cama. Lo agarró manteniéndose en silencio, cualquier respuesta que le diera vendría con un sin fin de odio que a Astoria no le apetecía realmente escuchar.

La prenda en cuestión era un vestido largo negro. Astoria normalmente siempre se vestía con unos pantalones apretados, que no incomodaran a la hora de ocultarse y correr, y una camisa simple, oscura también. Pocas veces había vestido elegante, no lo necesitaba y no acudía a lugares que precisaran llevar algún vestido, dado el hecho de que realmente no se mostraba en cualquier reunión o fiesta que Keir acudiera, siempre escondida intentando no llamar la atención. Pero ahora, por primera vez, su presencia requería acudir presencialmente a un lugar en concreto, por lo que no era raro que Keir la obligara a vestir acorde con la visita de aquel día.

Notando aun la presencia de Drilla, agitó la mano despreocupadamente.

— Si no tienes nada que decir, puedes irte ya.

— Algún día recibirás todo el mal que has causado al mundo, niña.

Fue una despedida dulce, acepta Astoria, escuchando la puerta de su habitación cerrarse de un golpe. De nuevo con el silencio y la paz, se cambió la ropa sencilla por el vestido. Le quedaba perfecto. La prenda se pegaba a todo su cuerpo como si fuera su segunda piel, incómodo si tenía que correr en algún momento. Era liso, nada extravagante. Cubría todo su cuerpo en una forma recta y solo dejaba al descubierto sus largos brazos. Se miró en el espejo, estirándose con algo de fastidio el cuello alto del vestido, no estaba acostumbrada a tener algo atado en su cuello, se sentía claustrofóbico.

No esperó a que nadie viniera a arreglarle. Se ató el pelo en una coleta baja, dejando que su largo pelo chocara con su espalda en cada paso que diera, y evitó ponerse ninguna joya que llamara la atención. Astoria sabía que tenía que ir elegante si iba a estar en presencia de Amarantha, pero no estaba acostumbrada a llevar cosas llamativas, y aquello lo mantendría incluso ahora. Lo único que se puso fueron unos pendientes planteados en sus puntiagudas orejas, de tamaño mediano que contrastaban con lo oscuro de su conjunto. Incluso su pelo castaño se veía opaco ante el brillo de la plata.

Calzándose con unas sandalias negras, que le agarraban el tobillo para mejor soporte, salió de la habitación, notando su cuchillo dorado apretando su muslo.

Tal como Drilla le indicó, Keir la esperaba enfundado en un traje negro típico de la Corte Noche. Lo hacía ver más apuesto de lo que ya era, contrastando con su pelo rubio. Al entrar al comedor su dueño le dio una mirada de arriba abajo, asintiendo conforme. Nicholas estaba a su lado, como de costumbre, pero al contrario que su padre le dirigió una mirada de preocupación.

Bien, al menos tenían algo en común: ninguno de ellos quería que Astoria fuera a Bajo la Montaña.

— Será una visita corta, una cena para mostrar que tiene el apoyo de la Ciudad Tallada— comentó Keir, arreglándose la pelusa invisible de su traje.

Astoria lo observó por unos momentos, Keir estaba extrañamente feliz.

No quiso profundizar mucho más, asintiendo a sus palabras. Era difícil saber lo que pasaba por la mente de su dueño sin adentrarse físicamente ahí— porque lo tenía expresamente prohibido—; pero si había algo que había aprendido a lo largo de su servicio a Keir, era que nunca era una buena señal que sus planes salieran como él quería. Por supuesto, que siempre sufría las consecuencias de un enfadado suyo; pero prefería los castigos a su crueldad, y todos sus planes solían contener un resultado desalmado.

No se despidió de nadie e ignoró deliberadamente la mirada pesada de Nicholas fija en ella; no se despediría de él en una situación normal y tampoco lo haría ahora, esquivando la preocupación que seguramente desprendería, y mucho menos lo haría delante de su dueño. Solo agarró el brazo que Keir le ofrecía y desaparecieron en segundos.

La oscuridad nocturna les saludó con una brisa fresca que Astoria agradeció. En la Ciudad Tallada lo único que se vería sería un techo de piedra, y no había ningún hueco que diera al exterior. Eso hacía que vivir ahí fuera deprimente, por no decir horrible. Astoria siempre había pensando que tenía suerte de ser enviada a misiones fuera de la ciudad, odiaba el sentimiento de encierro que aquella ciudad le hacía sentir; pero cuando Keir la mantenía bajo esas rocas oscuras, el mundo de Astoria se sentía más una jaula que una vida. Aunque no fuera la Ciudad Tallada lo que la mantenía encadenada, sino el tatuaje en su muñeca.

Ante ellos, la puerta a Bajo la Montaña se mostraba impotente, con dos antiguas y enormes columnas de piedra dándoles la bienvenida. Al parecer los estaban esperando con ganas, porque una horrorosa criatura les esperaba con las manos tras su espalda. Era una figura ciertamente imponente, pero ni Keir ni Astoria cambiaron su expresión seria que contrastaba con la gran sonrisa cruel de la criatura.

— Bienvenidos— susurró con una voz rasposa, que no mostraba emoción—. La Alta Reina estará feliz de vuestra presencia esta noche.

Alta Reina. La risa que Astoria quiso dejar salir se fundió cuando Keir la guió hacia la entrada, se sentía como si estuviera entrando en una pesadilla, una de la cual tenía el presentimiento de que sería larga. Siguieron a la criatura, que mantenía sus largas y grises alas abiertas. Había estirado las manos permitiendo ver unas uñas afiladas, y Astoria aun no se podía olvidar de los colmillos que había mostrado cuando les sonrió. No le gustaba absolutamente nada de lo que estaba ocurriendo, y viendo la tensión en los hombros de Keir sabía que el lugar era lo suficientemente oscuro como para que la crueldad de su dueño tambaleara.

Pasaron por una cámara tallada de roca pálida, en ella se veían figuras que representaban desde hadas y Altos Lores a animales, en varias escenas y en lo que se veía que eran las Siete Cortes: la historia de Prythian. Astoria no había vivido tanto como para reconocer la mayoría de ellas, pero recordaba alguna de los libros que había llegado a leer. Los candelabros iluminaban el camino, en lo que parecía un pasillo eterno. En un silencio inquietante, Astoria supo que llegaron cuando se comenzó a escuchar un murmullo y una música animada. El sonido agradable contrastaba con el lugar, uno que Astoria parecía ya conocer.

— Es igual que la Corte de las Pesadillas— no pudo evitar murmurar. Keir la miró furioso cuando la criatura que les guiaba se giró a observarla.

No dijo nada, solo volvió a sonreír para, con un movimiento de su brazo, invitarlos a lo que parecía el Salón Principal. Como había dicho, una copia de la arquitectura de su ciudad, Astoria no pudo evitar estremecerse: la piedra que siempre le rodeaba, aunque la odiara, siempre se sentiría como su hogar, uno frío y oscuro.

La fiesta parecía ya haber empezado, había faes por todo el salón, bailando y bebiendo, disfrutando como si no estuvieran en el lugar más horroroso de Prythian. Astoria observó todo el lugar con rapidez, analizaba e intentaba averiguar cualquier cosa de las mentes de los presentes: solo diversión y crueldad se sentía en el ambiente. Keir a su lado sonreía, ahora con más confianza que en la entrada. Astoria seguía manteniéndose serena, no confiaba en absolutamente nadie ahí, y la criatura que les había dado la bienvenida la miraba con algo que no pudo llegar a interpretar. En Bajo la Montaña no podía bajar la guardia en ningún momento.

No sabía realmente qué estaba haciendo ahí, ni porque Keir la quería a su lado. Cogería la información que pudiera extraer del lugar, por si acaso, y seguiría a su dueño en silencio, intentando no llamar la atención.

Caminaron por todo el salón hasta llegar a una de las paredes, donde dos tronos se mantenían uno al lado de otro. Solo que no había dos, sino una sola que los ocupaba. Cuando los ojos de Astoria dieron con los negros opacos, sintió escalofríos.

Había visto ya a Amarantha en la mente de los fae que pudo interrogar, pero a Astoria igualmente le sorprendió estar en frente de ella. No era una presencia tenebrosa, era casi encantadora (lo que a Astoria le daba más miedo). Su piel pálida contrastaba con el rojo de su vestido, pelo y labios. Y una corona dorada la hacía brillar. No era la fae más devastadora que Astoria había conocido, ciertamente no tenía rasgos bellos, sino más bien perfilados y apagados.

La autodenominada Alta Reina los miró con superioridad, sonriendo con una amabilidad repulsiva. Keir se arrodilló, un escalofrío en todo su brazo derecho obligándola a copiar su acción.

— Mi señora— la voz de Keir sonaba seductiva y a la vez respetuosa. Astoria no le había visto hablar así a alguien nunca, ni siquiera a su Alto Lord.

Ambos reincorporados, Astoria agradeció no haber llamado la atención de Amarantha, a unos pasos por detrás de su dueño. Veces como aquella agradecía lo asquerosamente adulador que podía ser Keir.

— Keir— su voz era dura, y a la vez parecía escaparse de entre sus labios—. Me alegra que te unieras a nosotros, ciertamente fue una grata bienvenida la que nos diste en tu hogar. Permíteme darte la bienvenida al nuestro.

Astoria quiso mostrar la cara de confusión que sentía. Sabía que Amarantha había tenido que estar en la Corte de las Pesadillas si había hecho de Bajo la Montaña una réplica de su hogar, pero no había imaginado que Keir ya la conocía. Y viendo la familiaridad con la que Amarantha le hablaba a su dueño— como si ya hubieran compartido sueños crueles y futuros inciertos— Astoria supo que habían mantenido más que una cordial bienvenida.

La contestación de Keir fue interrumpida por la llegada de una figura impotente. Astoria lo reconoció en cuanto vio las prendas de la Corte Noche y notó el poder que desprendía. Tenía la suerte de no haber llamado su atención nunca, eso significaba que hacía bien su trabajo. Pero huir de la presencia de su Alto Lord había tenido como consecuencia nunca estar cerca de él, realmente. En aquel momento, Astoria descubrió que Rhysand era hermoso. Se acercó a los recién llegados, con una postura recta, llena de una autoridad que Astoria sabía que no poseía en Bajo la Montaña. Su pelo negro como la noche caía por su frente de forma despreocupada y a la vez perfecta, que contrastaba con sus brillantes ojos violetas y su piel bronceada, típica de los ilyrios. 

Su Alto Lord miraba a Keir con los centelleantes de ira, Astoria volvió a agradecer no haber sido presentada aun, y esperaba que fuera así toda la noche. Ahora, se encontraba con Amarantha mirando el intercambio entretenida, mientras bajaba del trono y se acercaba a Rhysand, acariciándole el pelo de una forma que a Astoria se le revolvió el estómago.

Entonces, los rumores eran ciertos.

— Keir, que sorpresa verte aquí.

— Sobrino— su dueño sonrió con sorna. Astoria notó las intenciones de humillación que iban detrás de haber llamado al Alto Lord—. La Corte está echándote de menos. Se tranquilizarán cuando vuelvan y reciban las noticias de que estás perfectamente bien.

Astoria no podía decir que era fácil leer a su Alto Lord, pero Rhysand no parecía estar para nada perfecto (o tal vez era simplemente Astoria que lo notaba). Amarantha había llegado a ellos, no solo para acariciar al macho, sino también a demostrar que seguía teniendo la autoridad ahí. Y hasta ese momento Astoria no llegó a notar el poder que desprendía la pelirroja: un poder robado. El poder de los Siete Altos Lores chocó entre el pequeño círculo de bienvenida que habían creado y a Astoria se le cerró el estómago.

— No me gustaría que hubiese tensión en una noche tan espléndida como esta— la voz de Amarantha sonó más como una advertencia. Recorrió con la mirada a ambos machos, hasta llegar a Astoria, que seguía tan quieta como una estatua, intentando desaparecer. Al parecer no lo consiguió del todo—. Oh. Keir, ¿has traído una acompañante?

Si la presencia de Amarantha ya era escalofriante, tener su mirada encima era otra cosa. Astoria se tensó, sus muros mentales se fortalecieron, su expresión se mantuvo serena lo máximo que pudo. No quería llamar la atención y, ahora que lo había hecho— que tenía los ojos tanto de Amarantha como de Rhysand encima suyo—, no sabía qué hacer, no sabía qué papel actuar.

Keir habló por ella, sin mostrar una pizca de preocupación.

— Es Astoria.

Los ojos de Amarantha se iluminaron con reconocimiento. Astoria miró la sonrisa de satisfacción de Keir, su brazo derecho volviendo a quemar, ordenándola que se acercara a los tres presentes.

— He oído hablar de ti, Astoria— la morena tragó saliva, no mostraría ni una emoción, aunque estuviera sintiendo un torrente de todas—. Cuando Keir me contó lo interesante que eras, quise conocerte al instante. Me alegra que hayas venido a mi hogar, por fin.

No sabía qué decir, ni cómo actuar. Keir la había tomado por sorpresa y no sabía qué era lo que planeaba, porqué le había contado de ella a Amarantha y porqué la Alta Reina estaba tan interesada en ella. Astoria odiaba no saber algo, y más cuando era el centro de la incertidumbre.

— Por supuesto— asintió bajando la cabeza en una pequeña reverencia—. Su hogar es acogedor.

Amarantha se mostró complacida por su respuesta. Astoria hizo un enorme esfuerzo para ignorar la fuerte mirada violeta encima de ella y las garras afiladas intentar hacerse paso por su muro de hierro.

— Cuando visité la Corte de las Pesadillas me cautivó— Amarantha lo contó como si le estuviera susurrando un secreto. Después la miró con más interés—. Presiento que nos lo vamos a pasar muy bien, tú y yo, Astoria.

¿Pasar muy bien ellas dos?

— Te gustará la vida en Bajo la Montaña— la pelirroja la miró con una sonrisa enfermiza—. Encajarás estupendamente.

Keir la habló antes de que Astoria pudiera preguntar qué estaba ocurriendo. Notaba las piernas temblar bajo su vestido, y los ojos violetas aun encima de ella, Rhysand empujaba su muro con una fuerza bruta, sin descanso.

— Me alegra que te gustara el regalo, mi señora. Se que Astoria podrá servirle eficientemente.

Regalo. Por eso estaba allí aquella noche. Astoria era el regalo, la muestra de Keir hacia Amarantha para demostrarle su apoyo.

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