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𝗳𝗶𝘃𝗲. bruises

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CAPÍTULO CINCO
Moretones
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Alicent intenta ser una buena madre, de verdad que lo intenta, pero no le resulta fácil.

Con Daeron no tiene que preocuparse porque es sólo un bebé gateando, Aemond es tranquilo y sólo suyo, como no lo son sus dos hijos mayores. Helaena es dulce, pero nunca se deja abrazar ni trenzar el pelo. Y Aegon... su hijo es revoltoso y perezoso, nada parecido a ella aunque comparte su rostro.

Todos están rezando en el septo y ella sólo puede oír las risitas no tan silenciosas de Aegon detrás de ella. Siente que los nudillos se le ponen blancos de la fuerza con que junta las manos. Aemond está a su izquierda y Helaena a su derecha, ambos con la cabeza inclinada aunque sospecha que su hija preferiría estar arrodillada junto a Aegon y Cirilla.

Sin duda, su hermana favorece más a sus hijos mayores. Primero Aegon y luego Helaena. Siempre en ese orden. Alicent supone que se debe a que fueron los primeros bebés que Cirilla vio cuando aún estaba en una edad impresionable. Sabe también que a Aemond le molesta, aunque probablemente piense que el favoritismo se debe a su falta de dragón y no a que su tía sea aún dolorosamente joven.

—Que la Madre nos guíe a todos—dice un poco enérgica para que Aegon pueda oírla. —Por favor, concédenos naturalezas dedicadas para que podamos cumplir con nuestro deber.

Otra risa ahogada la hace volverse y lo que encuentra es esto: su hermana, toda sonrosada y vestida con un modesto vestido color oliva, mordiéndose el labio inferior con poca fuerza para evitar reírse a carcajadas de cualquier broma que Aegon haya compartido con ella, mientras su hijo sonríe jovialmente a Cirilla con un brillo particular en sus ojos color lavanda.

Le recuerda a los viejos tiempos, cuando ella reía libremente en los jardines, así que frunce el ceño.

—Aegon—lo llama bruscamente.

Él se calla casi al instante, pero sigue mirándola con una sonrisa casi imperceptible que la eriza. Se ha vuelto insolente y descarado, desdeñoso en los mejores momentos. Se levanta bruscamente, sobresaltando a Helaena. Su única atención se centra en Aegon mientras se acerca a él y quiere castigarlo, hacerle sentir igual que ella, así que lo hace.

Es rápido y le tiembla la mano, pero el enrojecimiento que aparece en la mejilla izquierda de su hijo es prueba suficiente de que, en efecto, lo ha abofeteado.

El silencio que sigue es ensordecedor. Aegon la mira, con sorpresa y dolor evidentes en sus ojos. Se le llenan los ojos de lágrimas, pero las aparta, su orgullo se niega a dejarle llorar. Helaena jadea y se tapa las orejas con las manos, mientras Aemond la observa con los ojos muy abiertos y en silencio.

Cirilla, que momentos antes había intentado contener la risa, parece horrorizada. Rápidamente se pone al lado de Aegon, rodeándolo con su brazo protector. —Alicent, eso ha estado fuera de lugar—dice en voz baja pero firme, con sus ojos grises llenos de preocupación.

Alicent se queda de pie, con los ojos llenos de lágrimas. La realidad de lo que ha hecho se abate sobre ella y siente una profunda y aplastante culpa. —Aegon, lo... Lo siento mucho—susurra, con la voz quebrada.

Aegon se aparta de ella y se inclina hacia el abrazo de Cirilla. —Déjame en paz—murmura, con la voz temblorosa por la emoción.

Cirilla le acaricia suavemente el pelo. —Vámonos, Aegon—dice suavemente. Se lo lleva, lanzando una última mirada de decepción a su hermana.

Alicent los ve partir, sintiendo como si le arrancaran el corazón del pecho. Vuelve a arrodillarse y sus manos tiemblan mientras las junta en señal de oración. —Madre, perdóname—susurra, con lágrimas cayendo por su rostro al notar la mirada que le dirige Helaena.

—Se pondrá bien—dice Aemond en voz baja.

Ella asiente y le acaricia el pelo. Es su hijo de oro.

—Tendrá que arder—murmura Helaena con la cabeza inclinada y las manos juntas delante de ella. —Pero tú tendrás que ahogarte. Espero que te atrape.

Tanto ella como Aemond la miran con los ojos muy abiertos.

Agarra el hombro de Helaena, pero su hija se limita a sacudirle la mano. Su rostro ovalado está cerrado y sus ojos lilas están bajos, pero su cara está roja de rabia o indignación o algo que Alicent no puede ubicar. Vuelve a intentar tocar a su hija, pero ésta se da la vuelta y sale corriendo detrás de Cirilla y Aegon.

Alicent se seca las lágrimas y toma la mano de Aemond entre las suyas mientras ambos se levantan con las piernas temblorosas. Se siente vieja y amargada. Se pregunta cuándo sus hijos mayores empezaron a apartarse de su lado; hoy en día las trenzas de Helaena tienden a parecerse más a los peinados recogidos de Cirilla que a los suyos y Aegon hace tiempo que dejó de intentar decirle algo que valga la pena compartir.

Le escuece.

Intenta convencerse a sí misma de que abofetear a Aegon fue lo correcto, que estaba siendo despreciativo como suele serlo Viserys. La diferencia es que ella no puede abofetear a Viserys por ser insolente o involuntariamente cruel. Sólo puede tragarse sus lágrimas.

Cuando sale del septo con Aemond aún agarrado de su mano, se encuentran con Rhaenyra. La princesa tiene ahora su propio hijo, uno con el pelo castaño oscuro, por decir algo. Alicent aún tiene esperanzas, quizás tontamente, de que el niño no sea bastardo.

—Vi llorar a mi medio hermano—dice su otrora amiga con una ceja arqueada. Sus ojos lilas intentan encontrar los granates de ella, pero Alicent se niega a quebrarse. —Sólo cabe preguntarse por la marca roja de su mejilla.

Alicent se pone rígida ante las palabras de Rhaenyra, el peso de su culpa presionándola aún más. Se enfrenta a la mirada de Rhaenyra con férrea determinación, negándose a dejarle ver la confusión que lleva dentro. —Estaba siendo disciplinado—responde, con voz fría e indiferente. —Como cualquier niño indisciplinado.

Los ojos de Rhaenyra se entrecierran ligeramente, con un atisbo de desafío en su mirada. —Parece que, en efecto, eres hija de tu padre.

Alicent aprieta la mandíbula, conteniendo una réplica. Sabe que las palabras de Rhaenyra encierran una acusación tácita, una que se clava profundamente en su ya herido corazón. Mira a Aemond, que observa el intercambio con los ojos muy abiertos, y se obliga a mantener la calma.

—Este no es lugar para esas discusiones—dice finalmente Alicent, con voz firme. —Tenemos deberes que atender.

Rhaenyra asiente, con una sonrisa cómplice en los labios. Rhaenyra asiente. —Cuídate, Alicent.

Mientras Rhaenyra se aleja, Alicent siente una oleada de ira y frustración. Agarra con más fuerza la mano de Aemond, sacando fuerzas de su presencia. —Ven, Aemond—dice, ahora con voz más suave. —Volvamos a nuestros aposentos.

Aemond asiente, con su pequeña mano aferrada a la de ella mientras se dirigen al castillo.

BREN'S NOTE: gente, estoy en el hospital (nada grave), pero tal vez me tarde un poquísimo más en actualizar.

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