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CAPÍTULO DIEZ

EFREN

Unas horas después, estamos comiendo dulces frente a la Tv. Leah ama lo dulce y yo amaría poder comer lo que sea encima de su cuerpo, pero el mío aún se está recuperando de las dos rondas que tuvimos en la cocina. No tengo mucho interés de ver la televisión así que dejo que Leah escoja un canal al azar, creo que es algo sobre un reality donde idiotas exhiben sus músculos frente a la cámara.

—¿Ya te enteraste sobre Mandy?

—¿A qué te refieres?

Ella deja al plato a un costado y me mira. Esto debe de ser serio, acaba de apartar montones de galletas de su regazo.

—Mandy ha conseguido el puesto de editora que deseaba y aunque es genial, es en Boston.

—Rayos...

Mi primer movimiento es atinar a abrazarla. La atraigo hacia mi cuerpo y ella se acomoda bajo la curva de mi brazo.

—Eso es algo... bueno a su manera ¿no? —Ella medio asiente con la cabeza y guarda silencio.

Mandy es una chica muy vivaz dentro del grupo y la vamos a extrañar, pero me supongo que el trabajo es algo que merece la pena con todo el esfuerzo que la he visto poner detrás de él. Todas mis amigas son chicas muy inteligentes y me alegraba ver que sus carreras están dando frutos.

—¿Es por eso que ella ha estado así de rara? ¿Ha aceptado el puesto?

Leah niega y sorbe al borde las lágrimas.

—Aun no, ha pedido un par de días para pensárselo, pero, aun así.

—Ya va, tranquila. Esperemos que tome la mejor decisión. —Espero que en realidad sea así. El grupo no va a dejar de querer a alguien solo porque está a un par de kilómetros de aquí. Somos amigos aquí y en donde sea.

Leah se aparta para darme una mirada determinada.

—Sea cual sea, la voy a apoyar. No puedo ser egoísta en esto.

Sus palabras me hacen sentir muy bien, me recuerdan que tan buena persona es.

—Esa es mi chica.

Leah intenta sonreírme, sin lograrlo.

Vuelve a centrarse en su plato y por unos minutos ataca la comida con ganas, sin embargo, sigue sorbiéndose los mocos. Que no llore, por favor. Realmente no me molesta si Leah sufre constantes cambios de humor, creo que a ella es a la única chica que se lo soporto, pero verla llorar es otro tema para mí. Así que decido distraerla hablando de banalidades.

—Esta semana nos han traído un Nissan 100, ¿sabes?

—¿Sí? —Sorbido. —¿Y es un buen carro? —Sorbido.

—Oh sí, excelente. Es de un amigo de Rick que quiere que se lo transformemos a un deportivo con mucha clase. —Sorbido. —Lo básico; pintura nueva, que le arranquemos por completo la capota y un juego nuevo de asientos. El motor está en buen estado así que no hay mucho que hacer con él. —Sorbido. —Sugerí ponerle uno nuevo de todas maneras, con más fuerza, pero el dueño quiere mantener algunas cosas clásicas.

Sorbido.

Se los juro, ella llora y yo me arranco los pelos.

—Noté que ya le hablas de nuevo a Rick —Me dice pasándose la manga de su camiseta por debajo de la nariz. ¿Y la sensualidad donde se ha ido? —¿Todo bien entre ustedes?

—Sí, mamá nos obligó a disculparnos. Se puso del lado de él, el muy marica. Pero ya estamos bien. Conseguí golpearlo cuando ella no nos veía.

A Leah parece no hacerle mucha gracia, por la mirada que me lanza, pero al final he conseguido otra reacción que la aleja de su melancolía.

—Eso no está bien —Me regaña.

A veces Leah puede ser muy seria, el hecho de que ella es hija única la hace perderse de ciertas cosas que ocurren entre hermanos, como es obvio. Si le doy un par de golpes a Rick no significa que ya no lo quiera, por el contrario; adoro a ese bastardo y cualquier día me pondría de cabeza si es que él lo necesitara.

—¿Entonces arreglaste las cosas con ella?

—No fue fácil hablar de nuevo con mamá del mismo tema, pero te hice caso y le pedí disculpas por como la traté y también sequé sus lágrimas cuando luego de una y otra y otra vez repitiéndome lo mismo, comprendí que no hay mucho que pueda hacer. Todo indica que realmente está enamorada de Hugh, a quien conocí en un almuerzo días después del "arrebato" como mamá decidió llamarlo. —Leah me regala una mirada comprensiva para incitarme a seguir.

Fue difícil, no mentiré. Sentarte a conocer al hombre que será el nuevo compañero de tu madre no puede ser tomado como un chiste. Después de todo, tendré que verlo siempre. En cada visita, en cada reunión, siempre al lado de mamá. Definitivamente tendré que aprender yoga o algo por el estilo.

—Te diré algo curioso; mamá sacó todo lo cercano que yo pudiese destrozar si es que sufría de otro ataque de rabia, pero no fue necesario. Logré comportarme y notar que de paso que es un tío decente. —Le digo elevando mi barbilla. —Me comporté como un buen niño, merezco mi recompensa. —Leah pone sus ojos en blanco. Su mano no tarda en enredarse en mi cabello con lánguidas caricias. —Aun así, mientras mamá iba por el postre, me di el tiempo de aclararle que si solo miraba en su dirección de la manera equivocada se iba a arrepentir por el resto de su vida y él pareció comprenderlo, tanto como apreciarlo.

Leah me da un jalón de cabello.

—Ouch, ¿Qué? Fui sutil.

—Tú y la sutileza no van de la mano.

Tiene un punto.

—Déjame terminar. Esto... Él dijo que no tenía que preocuparme, que ahora seríamos cuatro hombres al cuidado de mamá.

En ese momento, creo que hasta yo me hubiese puesto a llorar. Hugh es un tipo de los que vale, no muchos hombres dicen una cosa así. Él no eliminará el recuerdo de mi padre de la vida de mamá. No nos eliminará a nosotros como sus hijos, aunque no vivamos bajo el mismo techo. Leah se ha detenido y está viéndome con ojos vidriosos. Sin palabras, ella abre sus brazos y yo me arrimo cerca. Esta vez es mi turno de los apapachos.

—¿Estás bien?

—Sí, ya sabes cómo es. —Le digo como si nada, pero ella me cala y me da una palmada en la parte trasera de la cabeza.

—No te hagas el fuerte. Te lo pregunto en verdad.

Dios, que chica.

—Bueno, admitiré que me convenció con esa parte, pero no le iba a decir eso. ¡Acababa de amenazarlo!

Leah suelta una risita.

—Ay, cariño.

Con la cantidad de azúcar que hemos ingerido, apostaría a que terminaríamos como conejitos Duracell. Nada más lejos de la realidad, estamos listos para acostarnos. Me echo la última varita de regaliz a la boca y llevo los platos a la cocina.

Agradezco que las cosas estén normales de nuevo entre nosotros, porque estamos teniendo un gran viernes por la noche. Me acerco a Leah que está esperándome en el sofá. Tiene los ojos somnolientos otra vez y le ofrezco mi mano, la cual ella acepta de buena gana. Con los dedos entrelazados, nos dirigimos a su habitación. Coloco algo de música a bajo volumen y apago las luces.

Leah me espera con las mantas hasta la barbilla, pero sé muy bien que esconde debajo así que, imitándola, me meto desnudo a su lado. Tengo muchas ganas de hacerle el amor otra vez, pero quiero que ahora sea distinto. Ambos comenzamos a acercarnos con caricias torpes y besos con sonrisas de por medio. Resulta lento, porque el ambiente entre nosotros se volvió imperturbable y lleno de secretismo.

Recorro el cuerpo de Leah con mis manos y mis labios con toda la intención de demostrarle que nadie la podrá hacer sentir como yo lo hago. Me grabo cada lunar de su cuerpo en la memoria, cada curva y cada gemido que deja escapar. La beso hasta que se le enrojecen los labios y tiene que coger aire para continuar.

—Te amo, dulce. —Ahoga un jadeo necesitado. Sus labios son presionados de nuevo en mí. Es mi mejor amiga. Mi confidente. Mi cable a tierra. Mi chica. —Me vuelves loco.

Mi deseo enciende su deseo. Sus manos se aferran a mi espalda y eso es todo. Su cuerpo está listo para mí, me da la bienvenida, me acuna en su interior.

—Te amo, Efren. —susurra con voz ahogada en mi oído y me muerde el hombro y tengo que cerrar los ojos o caeré por el borde. Estoy encima de ella, cuidando que mi cuerpo no aplaste el suyo. Midiendo las reacciones en su bello rostro. Su dulce boca abierta y sus ojos anclados a los míos. El chocolate más caliente que he visto, oscuro y brillante.

Disfruto inmensamente cuando alcanza el clímax, la forma en que dice mi nombre, en como cae rendida contra la cama y en como su cuerpo envuelve al mío. Es espectacular en una innovadora manera y yo no tardo en seguirla en ese pequeño pedacito de cielo, sintiéndome como un cachorro bien alimentado.

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