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5. Maydeline.

—Entonces, ¿es guapo? —cuestiona Marla sentada en la mesita de mi cocina, con los pies guindando.

—Sí, lo es —asentí mientras servía el café en dos tazas—. Es demasiado guapo, pero solo lo vi una vez.

—Ha pasado una semana desde que estás ahí, Maydeline —dice ella—. ¿Cómo es que no lo has visto? ¡Es su casa!

—No estoy pendiente a lo que haga o deje de hacer el presidente, Marla. Yo estoy ahí para organizar y limpiar —le recuerdo y le entrego una de las tazas—. Limpiar, limpiar y seguir limpiando.

—¿Está muy sucio el lugar? —se burla.

Soplo para enfriar el café y bebo.

—No, todo está reluciente —informo—. Pero Greta quiere que todo esté más limpio.

—¿Es una perra? —arruga la nariz.

—Puff, no —niego con una sonrisa, divertida—. Ella solo hace su trabajo, es muy amable y no da tantas órdenes como creí que lo haría.

—Eso es bueno —susurra y toma su teléfono, teclea algo con rapidez—. Dicen que tu presidente tiene novia.

Auch, y yo que pensaba conquistarlo como en las telenovelas. Me reí y negué.

—¿Y eso qué? —rodé la silla y me senté—. No voy a enamorarlo, Marla. Es mi jefe, solo eso. Además, es inalcanzable para mí.

—Sí, para cualquiera de nosotras —se ríe.

Definitivamente, un hombre así no se fijaría jamás en alguien como yo. Es que, es el presidente, por el amor a Dios. A duras penas terminé la secundaria, y no por mala estudiante, sino por falta de recursos. No obstante, a eso, sigo aquí, de pie y dando la batalla hasta el final.

—¿Tienes planes para el próximo sábado? —me pregunta—. Termino semestre y quiero celebrar.

—No lo sé, todo depende de lo que me digan en el trabajo y el horario de Noah.

—Cierto —dice desganada—. Pero, si tienes la noche libre, ¿vendrás conmigo a beber algo?

—No puedo beber, Merlina —la llamo por su nombre completo, ella gruñe—. A comer, tal vez.

—Bueno, a comer —pone los ojos en blanco—. Te extraño, amiga. Siento que te la pasas todo el tiempo trabajando.

Bajo la mirada, sintiéndome sonrojada.

—Perdona —suspiro—. Soy la peor amiga del mundo.

—No, no lo eres —toma mi mano y la aprieta—. Eres increíble, solo digo que debes tomarte un descanso.

—Cuando esté más holgada de trabajo, ¿sí? Saldremos a dónde quieras, lo prometo.

Ella tenía razón. Mi vida consistía en trabajar y trabajar, pero no podía hacer otra cosa. Debía ocuparme de la persona que más me necesitaba en este mundo, y mientras yo viva, trabajaré y lucharé por él.

[...]

Camino por el pasillo un tanto distraída, buscando la maldita llave de mi casillero. Rebusco en los bolsillos de mi delantal, en mi escote, en mi cabello, en todas partes y nada.

—Mierda —gruño cuando no la encuentro—. ¿Dónde demonios la metí?

Sigo refunfuñando, enfadada conmigo misma por ser tan despistada. Sin levantar la mirada, continuo mi camino, pero el mismo se ve interrumpido cuando choco contra alguien. Antes de que pueda sostenerme de la pared junto a mí, unas manos grandes se sitúan en mi cintura, ayudándome a conservar el equilibrio.

Subo la cabeza y mi corazón se paraliza al reconocer a la persona frente a mí.

Ay, Dios. Ay, mi madre.

—Lo lamento mucho, señor, no lo vi —me disculpo apresurada, pero sin moverme.

—De eso me doy cuenta. —Afirma, a esta proximidad puedo notar como varias motas grises desprenden de sus pupilas, esparciéndose por sus irises azules—. Deberías mirar al frente, en lugar de chocar conmigo; un día de estos, caerás por las escaleras.

—Yo... —sigo traumada porque sus manos continúan en mi cintura, y su perfume varonil envuelve el ambiente. Soy idiota y creo que lo sabe, porque sonríe—. Lo tendré en cuenta, señor.

—Eso espero —dice y deja de tocarme, pero no se aleja.

Mis ojos siguen fijos en los suyos, sin embargo, los suyos recorren mis facciones, quedándose a mirar por unos largos segundos mis labios, los remojo con la punta de mi lengua por inercia. El gesto lo hace tragar forzado, logrando que yo haga lo propio y después, me dispongo a detallarlo, como minutos antes, él hizo conmigo.

Su nariz recta hace un ángulo perfecto con su mandíbula marcada, hay unas pequeñas arruguitas alrededor de sus ojos y estoy casi segura de que, cada que sonríe, estas lo hacen lucir más perfecto de lo que ya es.

«¿Qué te pasa, estúpida? ¡Es el presidente! Es tu maldito jefe. ¡Muévete y lárgate de ahí!». Yo misma me sobresalto ante la fuerza de mis pensamientos, pero tiene razón. Debo irme, dejar de verlo como una acosadora loca y moverme.

—Disculpe la imprudencia, señor —digo con rapidez—. No volverá a suceder. Con permiso.

Me doy la vuelta y literalmente vuelo, bajo las escaleras a trote y me pego a la pared lateral del segundo piso. Respiro entrecortado y mi corazón late furioso dentro de mí pecho.

—Ay, Dios mío, casi me muero —susurro, llevándome una mano al pecho—. Cálmate, May, todo está bien.

¿Por qué me pasan esas cosas a mí? Yo, con mi corazoncito todo sensible, con mi estabilidad emocional dependiendo de un hilo. ¿Por qué mierdas el presidente tiene que ser tan jodidamente guapo e irresistible?

Apoyo mis manos sobre mis rodillas y tomo una lenta respiración.

—¿Maydeline? —cuestiona Greta, y no tengo más remedio que enderezarme—. ¿Te encuentras bien? Estás pálida.

—Eh... ¡Sí! —le resté importancia y solté una risita nerviosa—. Estoy muy bien, solo me mareé un poco bajando las escaleras.

—¿Segura? —asentí con frenetismo, ella me miró poco convencida, pero lo ignoró después—. Bueno, este es tu horario de esta semana —me entrega una hoja—. Te toca asear la habitación de la reina, la biblioteca y la oficina Oval.

¡¿La oficina del presidente?! Mierda. Mierda. Mierda.

—Sé de tus permisos especiales, por lo que te di el jueves para que te tomes el viernes también —murmura—. El lunes a primera hora aquí para compensar las horas perdidas, ¿bien?

—Entendido —ella sonríe levemente y sigue su camino.

Observo otra vez la hoja con mi horario y suelto un gemido de frustración.

[...]

Me río mientras empujo mi carrito de aseo por el pasillo.

—¡Lo vas a ver, lo vas a ver! —grita Marla al otro lado de la línea, haciéndome la tarea de sostener el teléfono entre mi oreja y mi hombro un tanto difícil—. ¡Esta es tu oportunidad!

—¿Mi oportunidad? —frunzo el entrecejo y cruzo hacia la siguiente Ala de la casa.

—Obvio. Hoy podrás hacerle ojitos —canturrea y yo solo puedo reírme.

—¡No le haré ojitos a nadie!

«Aunque ganas no te faltan». Ignoro a mi subconsciente y parpadeo para alejar esos pensamientos.

—¡Ay, pero que eres aguafiestas! —gruñe—. Tienes la oportunidad de tu vida en bandeja de plata y la dejarás pasar.

—No dejaré pasar nada, Marla, porque jamás será una oportunidad —le recuerdo y me recuerdo a mí misma—. Estoy aquí porque es mi trabajo, nada más.

—A veces te odio —espeta—, luego recuerdo que eres virgen y se me pasa.

Ahogué un jadeo y me puse colorada.

—Espero que estés sola, Marla —susurro horrorizada.

¡Bah! Estoy sentada en la cafetería de la universidad y muchas personas están igual de escandalizadas que tú —dice y no puedo evitar reírme.

—Voy a matarte, Marla. Lo juro —le digo entre risas—. Bueno, te dejo, debo limpiar la oficina.

—Claro, ve a comerte a tu jefe, anda —refunfuña, pero sé que es por molestarme—. Nos vemos después. Te quiero.

—Y yo a ti.

Cuelgo y guardo mi teléfono en el delantal, suspiro y sigo empujando el carrito. Ayer me había dedicado a limpiar la habitación de la reina que era más grande que cualquier otra cosa, no quiero ni imaginar cómo será la habitación presidencial. Opté por limpiar la oficina Oval el día de hoy para dejar la biblioteca de último. Algo me dice que me divertiré organizando ese lugar.

—Hola, vengo a limpiar —le digo al hombre de seguridad junto a puerta.

—Claro.

Él, muy amablemente, abre la puerta para que yo pueda pasar con el carrito. Le sonrío en agradecimiento e ingreso a la oficina, escucho la puerta cerrarse detrás de mí y cuando levanté la mirada me sobresalté.

—Ay, Dios —susurré, observando esos ojos azules—. Disculpe, señor. Creí no había nadie en la oficina y...

—No te preocupes —murmura, emboza una pequeña sonrisa y le resta importancia—. ¿Necesitabas algo?

—Vine a reorganizar algunas cosas —informo con la voz entrecortada—. Me asignaron la oficina esta semana... Pensé que usted no estaría, pero... —bajo la voz cuando no deja de verme y siento como mi cara se vuelve roja—. Disculpe, de verdad. Vendré en otro momento.

—No —dice con rapidez, dejándome confundida—. Puedes hacer tu trabajo, yo solo estoy... —mira su escritorio con mucho interés—. Continúa, no hay problema con que hagas tu trabajo mientras yo esté aquí.

—¿Seguro? —cuestiono, aferrándome al carrito—. No quiero molestarlo...

—No, está bien —sonríe otra vez y yo soy de gelatina—. No me molestas, en lo absoluto.

Remojé mis labios y asentí.

Traté de ignorarlo lo mejor que pude, pero con el pasar de los minutos, mientras me movía por toda la oficina, sentía su mirada fija en mí y eso me generaba un raro calor a pesar de tener aire acondicionado.

—¿Cómo es tu nombre? —me sobresalté otra vez al escuchar su pregunta.

—Maydeline, señor —respondí, apretando el cepillo con el que limpiaba los muebles entre mis dedos.

—Hace una semana que llegaste, ¿no es así? —sus ojos recorrían mi rostro detenidamente.

—Sí, hace nueve días, exactamente —dejé saber, él asiente.

—¿Y te ha ido bien? —se puso de pie y comencé a hiperventilar.

—Bastante bien —admití, continuando con mi tarea. No pienses en que está mirando. No lo pienses. Tragué con fuerza—. Todos aquí son muy amables.

—Me alegra escuchar eso —dice, cuando me giro de nuevo lo veo apoyado contra su escritorio de brazos cruzados—. No me gustaría saber que hay tensión entre los empleados.

—No lo hay —solté demasiado rápido para mí gusto, carraspeé y evité mirar sus ojos a toda costa—. Al menos, no para mí.

—Que bien —y me obsequió una sonrisa que incineró las poquitas neuronas que me quedaban.

Y es que era tan guapo, y con ese traje azul... Dios, mátame ahora.

Aún en mi ensimismamiento pego un brinquito cuando la puerta se abre abruptamente y una rubia de largas piernas, con un vestido negro ceñido a su esbelta figura y un rostro de muñeca aparece por la misma.

—Mi amor —me paralicé al escucharla.

¿Mi amor?

Entonces, ella caminó hacia él y estampó sus labios contra los suyos y todo el nerviosismo que antes sentía, pasó a ser desilusión. ¿A mí que carajos me importaba que él tuviera novia? Pero lo que más me causaba confusión era: ¿Por qué estaba desilusionada si él no era nadie para mí?










¡¿QUÉ ESTÁ PASANDO?!

AY, DIOS MÍO.

¿Qué opinan?

¡Voten y comenten mucho!

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