22. Michael.
Charles apaga el motor de la camioneta en cuanto cuelgo el teléfono, Steve se encuentra serio en el lugar del copiloto, observando toda la calle con recelo.
—¿Ya saben todo lo que les dije?
—Sí, señor, todo claro —asiente, mirándome por el retrovisor.
—Perfecto —guardo el teléfono en el interior de mi saco—. Los llamaré apenas esté listo para irme.
—Sí, señor.
Asiento hacia los dos y bajo de la camioneta, yendo directamente hacia la mujer que me vuelve loco. Está preciosa con ese vestido, con el cabello lacio y esa sonrisa encantadora. Tiene las mejillas rojas, un brillo raro en su mirada y eso se lo atribuyo a la cerveza que tiene en la mano.
—Estás aquí —dice sin poder creerlo, sonrío.
—Estoy aquí —reitero, acortando la distancia entre nuestros cuerpos.
Quiero envolverla entre mis brazos y besarla, pero espero a que ella haga lo quiera.
—No puedo creerlo —susurra antes de extinguir los centímetros que nos separan y abrazarme. Pasa sus brazos por mi cuello y se aferra a mí como nunca antes—. Creí que no vendrías.
—Cambio de planes, preciosa —musito, pero cuando se aleja solo lo hace para presionar un beso rápido contra mis labios—. Dijiste que viniera contigo, ¿no es así? Pues, aquí estoy.
—Eres increíble —se remoja los labios con la punta de la lengua y todo mi cuerpo reacciona ante ese gesto. No pienses en eso ahora, Evans—. Ven.
Tira de mi mano para llevarme al interior del lugar, el hombre de la entrada ya sabe quién soy, por lo que no dice ni una sola palabra. Suelto la mano de May solo para atraerla hacia mí y rodearle la cintura con un brazo. Me llevó hasta la barra, en dónde no dudó en rodearme con sus brazos una vez más, como si quisiera comprobar que estaba ahí realmente.
—¿Ya te dije que estás preciosa? —levantó la cabeza de mi pecho para mirarme.
—Sí, como dos veces, creo —se ríe y se aleja por completo para dejar su cerveza a medio terminar en la barra.
—No es suficiente —me acerco para besar su mejilla y susurrarle a centímetros de los labios—. Estás preciosa.
Se ríe y presiona sus labios contra los míos con bastante intensidad. Definitivamente, el alcohol estaba haciendo de las suyas en su sistema, no sabía desde cuando estaba bebiendo, pero algo me decía que no tenía sus cinco sentidos bien puestos.
—Vaya, vaya —May se aleja de mí cuando la voz de su mejor amiga nos interrumpe—. Que sorpresa tenerlo por aquí, Sr. Presidente.
—Gracias por la invitación —le digo—. Y, solo soy Michael —le recuerdo, ella asiente con una sonrisa divertida—. Por cierto, feliz cumpleaños.
—Gracias —se acerca más, abrazando a su amiga de costado—. Me alegra que vinieras, May estaba aburridísima aquí, ¿a qué sí?
—Sí —rodó sus ojos hacia Marla.
—Bueno, hay barra libre —informa de nuevo—. Diviértanse... Ah, y gracias por el regalo.
Guiña un ojo en mi dirección y se aleja otra vez.
—Está un poco... habladora hoy —se justifica con las mejillas rojas—. ¿Regalo?
—Le envié flores por su cumpleaños —digo, ella emboza una sonrisa tierna en mi dirección—. ¿No es una especie de código entre las mujeres? Creo que debo ganarme a tu mejor amiga para poder tenerte a ti.
—Créeme, ya te la has ganado desde el primer momento —contestó—. Nos shippea desde comencé a trabajar para ti.
—¿Nos qué? —fruncí el ceño confundido, ella se ríe y niega.
—Yo tampoco lo entiendo, es algo difícil de explicar —se encoge de hombros—. Solo ella sabe a lo que se refiere.
—Se nota que te quiere —comento.
Ella sonríe, es una sonrisa de nostálgica y que perece estar acompañada de muchos recuerdos que solo se reproducen en su cabeza.
—Lo hace, y yo la quiero a ella —se muerde el labio inferior—. No sé que sería de mí en este momento si no fuera por ella —esas palabras quedan resonando en mi cabeza, y me gustaría preguntarle a qué se refiere, pero me contengo. May suspira y sacude la cabeza, como si quisiera aclararse las ideas, me mira y sonríe otra vez—. Hay barra libre, ¿quieres algo?
—Un whisky está bien —le digo al barman que solo asiente y mira Maydeline.
—Otra cerveza, gracias —dice con anticipación y centra su atención en mí—. En serio aún no creo que estés aquí.
—Sabía que te hacía ilusión que viniera contigo —alargué mi mano para acariciar su mejilla suavemente, viendo cómo sus párpados revoloteaban, haciéndome sonreír—. Además, no podía perder el privilegio de verte así de preciosa.
—Basta —se ríe y se acerca más a mí—. Harás que me ponga toda roja.
—Me gustas toda roja —admito en voz baja, atrayendo su cuerpo hacia el mío por la cintura. Nuestras narices se rozan, sus ojos no se desvían de los míos y un segundo más tarde estoy presionado mis labios encima de los suyos. Un beso casto, pero que logra estremece de pies a cabeza—. No supone ningún inconveniente para mí decirte lo hermosa que eres.
—Michael... —suspira, aprieta mis hombros y es ella quien me besa esta vez.
No es un beso para nada tierno, es arrebatador y... caliente. Mierda, esto sobrepasa todos límites que he impuesto con ella. No es que no la deseé, pero carajo, quiero hacer las cosas bien con Maydeline, ir lento o al modo que ella lo vea conveniente. Sin embargo, este beso se está llevando por completo mi autocontrol.
Cuando trato de romper el contacto su lengua busca la mía, sus manos se entrelazan en mi cuello y no tengo más remedio que apretar su cintura con las mías. La acerco más a mí, subo su mano por su espalda y la dejo descansar en su nuca para controlar el beso.
Queda totalmente a mi merced, suspira contra mi boca y se derrite entre mis brazos. Su cuerpo se sacude en consecuencia de nuestro tan apasionado beso que sabe a chocolate, cerveza y el resto de licores que al parecer ha estado ligando, y ahí, muy en el fondo, ese exquisito sabor que se ha convertido en mi favorito.
Sabor a May.
Tiemblo junto a ella y me reprendo, debo controlarme para no arrancarle el vestido, subirla a barra y hacerla mía, justo aquí y ahora, sin importar la gente a nuestro alrededor.
Basta. Basta. Basta.
Me separo de sus labios abruptamente y ella suelta un jadeo, cuando echa la cabeza para atrás veo sus ojos cerrados y sus labios rojos e hinchados. Sonrío al darme cuenta del efecto que tengo en ella, si supiera que tiene el mismo efecto en mí.
Dejo un reguero de besos por su mandíbula cuando la veo trabajar por controlar su respiración, se sostiene de mis brazos y suspira, echando la cabeza hacia un lado para dejarme acceso a seguir besándola.
—Me estás volviendo loco, ¿sabes? —confieso cerca de su oreja, besando ese punto que logra hacerla temblar—. Hueles delicioso.
—Me va a estallar la cabeza —me informa en medio de una risita—. No entiendo que es lo que me haces, pero, por favor, no dejes de hacerlo.
Tengo luz verde. Genial.
—Tú también me haces muchas cosas, May y ni siquiera te das cuenta —beso el pulso en su cuello que late desenfrenado y sonrío, plantando mi rostro frente al suyo—. Y me encanta. Me encanta lo que me haces sentir, porque hace tanto tiempo que el corazón no me latía de tal manera.
Maydeline se muerde el labio y apoya su mejilla en mi hombro, suspirando.
—Tú me haces sentir igual —musita en voz baja.
Su confesión me hace sonreír y es imposible no sentirme dichoso. Beso su cabello y la aprieto contra mí unos largos segundos más, hasta que Marla aparece nuevamente con cigarrillo en entre los dedos, el olor que desprende del mismo me dice exactamente de qué es.
—¿Quieres? —le dice a su amiga, y dejándome sorprendido, May se lo piensa.
—¿Qué es? —le pregunta.
—¿Tú qué crees?
—¡Oh! —se ríe—. No lo creo.
—¡Ay, no me vengas con tus sermones! Una vez al año no hace daño, ¿recuerdas? —la zarandea del brazo.
—Está bien —May frunce el entrecejo antes de aceptar el cigarro y darle una larga calada, sin embargo, no logra contener el humo por mucho tiempo. Tose y aleja el humo con la mano—. Esto es asqueroso, Marla, por Dios.
—Hasta que hace efecto, querida —se ríe y la besa en la mejilla—. ¿Y tú, Michael? —me lo ofrece—. ¿Una pitada?
—No, gracias —sonrío, aún anonadado por las imágenes de Maydeline fumando marihuana—. Me apegaré al reglamento por esta noche, pero gracias de todos modos.
—¡Nos vemos luego! —y sé va, llevándose toda su algarabía con ella.
Me concentro en Maydeline, que murmura algo parecido a «Que cosa tan asquerosa» dos veces seguidas, para luego empinarse la botella de cerveza y beberse todo el contenido de un trago.
—Wow —eso sale de mi boca y sus ojos vienen a los míos.
—¿Qué? —cuestiona, para después pedirle al barman que le traiga otra cerveza.
—No sabía que... —no puedo terminar la frase.
—¡Oh, no! No... Esto no es... —explota en una risa y sacude la cabeza—. Yo no acostumbro a hacer esto, de verdad. No suelo salir demasiado, es solo que, decidí divertirme esta noche, eso es todo —agradece su cerveza y le da un pequeño trago—. Ninguna de nosotras es así, créeme. A mí no me gusta salir de fiesta y Marla... Bueno, ella solo está contenta por su cumpleaños.
—Lo entiendo —le sonrío para tranquilizarla.
—Estoy bien, de verdad, no es algo que hago con frecuencia. De hecho, la última vez que bebí una cerveza en una fiesta fue hace como dos años o algo —piensa—. Y lo de la marihuana... No me gusta, la primera vez que la probé tenía diecinueve, desde entonces no volví a saber de eso.
—Hasta hoy —digo y ella se ríe.
—Hasta hoy —repite, remoja sus labios y yo me tenso otra vez—. Hablando de protocolo y todo eso, ¿en serio puedes estar aquí? —frunce el entrecejo.
—Me encargué de dejar todo en secreto —declaro con orgullo.
Sus labios se entreabren y frunce un poco la nariz segundos más tarde, su expresión me hace reír y ella achina sus ojos multicolor hacia mí.
—Eso quiere decir que...
—Vine antes, dejé todo en orden —termino por ella, quien se muerde el labio—. No te preocupes, puedo estar aquí y no habrá problema.
—¿De verdad? —sube las cejas con asombro, asiento—. Vaya, tienes todo planeado.
—Soy muy inteligente, ¿qué puedo decir? —me encogí de hombros simplemente, bebiendo el contenido de mi vaso de golpe.
—Claro, eso no puedo negarlo —se ríe y viene a mi para darme un pequeño beso en los labios.
—Me gusta esta espontaneidad tuya cuando estás ebria —le digo.
—No estoy ebria —niega con la nariz arrugada.
—¿No? Llevas tres cervezas desde que llegué —le recuerdo—. ¿Cuánto has bebido?
—Mmh, cinco cervezas, ocho chupitos de tequila y dos troble... toubre...
—Toblerone —la corregí cuando no encontró la palabra.
—¡Sí! Eso. Así se llaman —asiente con rapidez—. Toblerone. No estoy ebria.
—Ajá —sonreí, se veía tan graciosa y preciosa al mismo tiempo.
—Quiero ir al baño —anuncia, pasándose el cabello detrás de la oreja—. Ahora vuelvo. Cuida mi cerveza.
No puedo responderle porque ya se ha alejado, suelto una sonrisa y niego, pidiéndole otro trago al chico al otro lado del mostrador. Con dos es más que suficiente. No me gustaba beber, nunca fui de los que vivían de fiesta en fiesta, tal vez por eso soy tan serio, ¿quién sabe?
—No pensé que May estuviera saliendo con alguien —dice alguien a mi izquierda, y la única razón por la que giro el rostro es porque escuché el nombre de Maydeline.
Es un rubio, más o menos de mi estatura, algo más joven que yo. Sus ojos se desvían del lugar por donde May desapareció hace unos minutos y se posan en mí, solo pasan unos segundos hasta que me reconoce.
—Tú eres...
—Sí, el mismo —asiento, sin ganas de entablar una larga conversación.
—¿Estás saliendo con Maydeline? —cuestiona, claramente confundido y muy, muy sorprendido.
—Efectivamente —musito, disimulando mi satisfacción al verlo titubear.
—No creí que tuviera novio, ella siempre ha sido... silenciosa.
Conque silenciosa. Algo me dice que este ser está enamorado de mi preciosa chica. Mi chica. Mmh, que bien suena eso.
—Es solo que encontró con quién hablar de lo que realmente importa —alardeo disimuladamente, embozando una sonrisa de altivez.
—Ya volví —la voz de May logra distraerme y acaparar toda mi atención. Está sonriendo cuando la miro—. ¿En dónde nos quedamos?
—En que estás ebria —le digo, ella rueda los ojos y se ríe, pero nota al rubio a unos metros de nosotros.
Maydeline solo le regala una pequeña sonrisa, gesto que él le devuelve de manera forzada antes de irse. La castaña busca mis ojos y ladea la cabeza.
—¿Todo está bien? —pregunta.
—Todo está perfecto —asiento.
—¿Hablaste con él? —se sitúa junto a mí y busca su cerveza otra vez.
—¿Lo conoces?
—Es el vecino de Marla —informa.
Ahora entiendo todo.
—Solo intercambiamos un par de palabras —simplifico la información.
—¿Sobre qué? —se termina la mitad de la botella con una rapidez que comienza a preocuparme.
—Le sorprende el hecho de que estés saliendo con alguien —le informo, observando como sus nudillos golpetean suave e incesantemente la barra de mármol—. Dijo que eres bastante silenciosa.
—No estaba lista para entablar conversación seriamente con alguien, ¿si sabes a lo que me refiero? —se ríe, como si fuera dicho el mejor de los chistes—. No quería una relación en ese entonces.
—¿Y ahora sí la quieres? —cuestiono.
Me mira por un segundo, toma una lenta respiración y vuelve a empinarse la botella. Cuando la deja vacía, la coloca sobre la barra y se acerca a mí sin que pueda darme cuenta. Nuestros labios se unen de manera automática, pero la torpeza en su beso me demuestra que la mezcla de marihuana y alcohol ya hicieron de las suyas en su cuerpo.
—¿Eso responde tu pregunta? —susurra contra mi boca.
Sonrió, quitándole el cabello del rostro.
—Eso me dice que estás ebria —respondo.
—Puff, obvio que no —se aleja otra vez y niega—. Dame otra cerveza, por favor.
—Dejemos la cerveza hasta aquí, ¿sí? —observo al moreno y niego—. Empecemos con el agua.
—El agua no es divertida —me reta con esos hermosos ojos.
—Ya te voy a mostrar cómo es divertida —le sonrío, ella pone los ojos en blanco otra vez.
—Muéstrame —levanta la barbilla hacia mí.
—¿Que te muestre qué?
—Que tan... —hipa y se ríe. Sí, definitivamente está borracha—... divertida es el agua.
—Ya verás —le guiño un ojo.
Y ahí pasamos los siguientes cincuenta minutos, ella riéndose o gruñendo ante mis intentos fallidos de darle agua. Consigue el trago que tanto le gustó y se esmera por decir «Toblerone» de manera correcta, pero falla muchas veces. Me roba más besos de los que esperé recibir esta noche, entonces no sé si sentirme afortunado o desanimado al saber que está ebria y que este no es su comportamiento habitual.
Luego de divertirme con su actitud, de conseguir mantenerla ilesa y bastante despierta, estoy a pocos metros de May por si se cae o se tambalea, mientras que ella apretuja a su amiga que está más o menos en sus cabales.
—Eres la mejor... amiga del... mundo —arrastra todas y cada una de las frases que salen de su boca, besando la mejilla de Marla.
—Sí, May, tú también eres la mejor amiga de todo el mundo —se ríe y le pasa el cabello detrás de la oreja, después me mira—. ¿Puedo confiar en que podrás cuidarla sin dobles intensiones?
—Jamás le pondría una mano encima en ese estado —aseguro rotundo.
—Que bueno escucharlo —sonríe hacia su amiga quien la está mirando fijamente—. Fue mala idea decirte que te divirtieras, ¿eh?
—No sé —se ríe.
—Bueno, no le hagas las cosas difíciles a Michael y sé una buena chica —le dice, como si ella de verdad le estuviera prestando atención—. ¿Puedes llevarla a casa?
—Por supuesto.
No había manera de que la dejara aquí en ese estado. Marla se despide de May una vez y cuando logra quitársela de encima, me la entrega y huye. Sonrío, porque estas dos son un caso extremo.
—¿Lista para irnos? —le pregunto mientras caminamos hacia la salida.
—No —responde, sin siquiera mirarme.
—Perfecto.
Cuando salimos la camioneta ya está en el lugar indicado, ayuda a Maydeline a subir y yo hago lo propio. Luego de darle las debidas instrucciones a Charles, el auto se pone en marcha.
—¿A dónde vamos? —cuestiona, luchando con el cinturón de seguridad para girarse hacía mí.
—A mi casa —le digo—. No voy a dejarte sola en este estado.
—¿A La Casa Blanca? —carraspea.
—No —negué, sujetando su mano—. A mí departamento.
—¿Tienes un departamento? —frunce el entrecejo.
—Claro que sí —ella se ríe y echa la cabeza para atrás, cerrando los ojos—. No te duermas.
—No me estoy durmiendo.
Sí, se estaba durmiendo.
[...]
—No es necesario que hagas todo esto —se remueve entre mis brazos mientras salimos del ascensor que nos llevó directamente al departamento—. Estoy bieeen.
—Sí, bastante bien —me rio, sin poder con ella y su actitud.
La dejo sobre sus pies y ella se tambalea, pero logra encontrar el equilibrio. Mira todo a su alrededor y suelta un silbido entre dientes, me quito el saco mientras la sigo de cerca, esperando que no se caiga o se tropiece con algo.
—Esto es enoooorme —termina de hablar y suelta una risita, se gira y me observa—. ¿En serio vivías aquí solo?
—¿Con quién más sino? —arqueo una ceja.
—¿Qué sé yo? ¿Con tu exnovia la plástica, por ejemplo? —abre mucho los ojos y se tapa la boca con las manos—. Ups, no debí decir eso.
—Conque plástica, ¿eh? —me rio—. ¿Quién lo diría? No creí que te cayera mal.
—No me caía mal —rueda los ojos—. Ya no es tu novia, de todos modos.
Me acerco a ella para quitarle el cabello del rostro.
—¿Hueles a celos, corazón? —me burlo.
—No, yo huelo a cerezas —dice con orgullo.
—Mmh, yo digo que son celos —me inclino y beso sus labios castamente, sin poder contenerme.
—Bueno, yo digo que son cerezas —sonríe.
Se veía tan bonita en medio de la penumbra, tenía las mejillas sonrosadas, los ojos enrojecidos y brillantes, los labios más llenos de lo normal y el cabello ligeramente revuelto.
Es una obra de arte.
—Baila conmigo —dice de pronto.
—¿Bailar? —asiente—. No hay música.
—Sí, la hay —se saca el teléfono del escote, sorprendido de saber que estuvo ahí todo este tiempo y ni siquiera lo noté, frunzo el entrecejo. Teclea algo con rapidez y una leve melodía empieza a sonar, lo deja en el respaldo del sofá y viene a mi con rapidez—. ¿Baila conmigo, Sr. Presidente?
Sonrío, aceptado su mano.
—Será un placer, Srta. Allen.
Se ríe y se acerca para rodear mi cuello con sus brazos, rodeo su cintura con los míos y junto nuestros cuerpos todo lo posible. Nos balanceamos suavemente al ritmo de la canción. La letra es desconocida a mis oídos, ya que es en español, si no estoy equivocado. De todos los idiomas que domino, el español no está incluido.
Nota mental: aprender español.
May suspira y apoya su mejilla en mi pecho, cerrando los ojos.
—Estoy tan cansada —susurra.
—¿Tienes sueño? —cuestiono contra su cabello, asiente—. Ven, vamos a dormir.
Tomé su mano para llevarla a la habitación, enciendo la luz y ella, de alguna manera, se zafa de mi agarre y lleva sus manos a su espalda, dispuesta a quitarse el vestido.
—No, no, no —me acerco a ella en un rápido movimiento, deteniendo sus intenciones—. Créeme, no quieres hacer esto.
—Mmh —balbucea, parpadeando con rapidez.
No estaba listo para verla sin ropa, no era el momento ni el lugar. Ella me mira confundida, pero no me dice nada. Beso su frente, le sonrío y la llevo a la cama. Quito el cobertor azul y dejo que se siente, me agacho para quitarle los tacones bajo su atenta mirada.
—¿Dónde dormirás tú? —susurra.
—No te preocupes por eso —la dejo que se recueste y la cubro con la manta—. Buenas noches.
Cuando estoy por alejarme, su mano sujeta la mía, impidiendo que me mueva.
—¿Puedes quedarte aquí? —pide—. Solo hasta que me duerma, si quieres.
Asiento hacia ella, que me sonríe. Apago la luz y vuelvo a la cama, me quito los zapatos y me recuesto a su lado. Se acomoda y queda de perfil, mirándome fijamente.
—Gracias —dice en un susurro.
—¿Por qué? —busco sus ojos en la oscuridad.
—Por cuidarme —musita.
—No hay de qué.
Nos quedamos en silencio, mirándonos sin decir nada. Estoy tenso, tenerla tan cerca, en mi cama, siendo tan... ella, me resulta bastante raro. Quiero envolverla entre mis brazos y oler su perfume dulce, pero me contengo. Me gusta tenerla cerca, a mi alrededor, junto a mí. No quiero arruinarlo, quiero hacer las cosas bien.
—Cuéntame algo —pide en voz baja.
—¿Algo cómo qué? —cuestiono.
—No lo sé —suspira y se aprieta contra las sábanas—. Dime algo que nadie sepa.
Algo que nadie sepa... Pienso, hay tantas cosas que nadie sabe de mí que es difícil escoger una.
—No soy hijo único —confieso, miro al techo sin poder sostenerle la mirada.
Ese tema es algo tan difícil, doloroso de revivir que me abre el pecho en dos, tan solo recordarlo me genera escalofríos. Ni siquiera sé porque lo dije, tal vez porque es Maydeline y porque quiero que lo sepa todo de mí.
—¿Y tú? Dime algo que nadie sepa.
Se queda en silencio un largo rato, cuando me atrevo a mirarla, sus ojos están inundados en lágrimas. La imagen me golpea, pero no digo nada, espero a que ella me responda.
—Mi padre está en prisión —susurra.
La información me deja sin respiración, quiero preguntarle qué sucedió, decirle que lo siento o algo por el estilo, pero no me salen las palabras.
Maydeline respira profundo y cierra los ojos antes de decir—: Buenas noches, Michael.
No hay nada más que decir esta noche, solo me quedo contemplándola por horas y horas, viendo cómo su respiración se vuelve pausada y tranquila hasta dormirse profundamente. Es entonces cuando puedo susurrarle—: Buenas noches, May.
🖤🖤🖤
Uhhhh.
Que cosas, ¿no?
Bueno, tenemos secretillos por aquí y por allá.
¿Qué creen que pase?
Pregunta seria: ¿les gusta la historia hasta ahora?
¡Voten y comenten mucho!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro