1.- Noche
El lugar era aburrido, toda la situación en general era aburrida, "Maldita necesidad" gruñó mentalmente Santiago, observando con hastío el antro lleno de jóvenes divirtiéndose, bailando pegados entre sí.
Negó con la cabeza al notar el comportamiento vulgar de aquellos humanos, retorciendo sus cuerpos unos contra los otros. ¿Dónde había quedado la moralidad de antaño? ¿La elegancia? Ni siquiera la música parecía buena, era demasiado estrambótica, sin la cadencia antigua.
Estaba cansado y aburrido, en definitiva no le gustaba el derrotero que había tomado la humanidad, lo mejor sería alimentarse rápidamente y volver a su hogar, así podría continuar con el óleo en el que llevaba trabajando últimamente.
Al menos, luego de más de doscientos años existiendo, ya no tenía que salir a cazar con tanta frecuencia.
Con fastidio comenzó a moverse entre la gente, su altura y su piel bronceada llamaba la atención de aquellos que lo rodeaban, y los pocos que no se intimidaban ante su gélida mirada intentaban bailar pegándose a él, siendo simplemente ignorados.
De pronto, aquel dulce olor golpeó a Santiago, tomándolo completamente desprevenido, tan así que sus ojos tomaron por un momento el brillo violeta que delataba su verdadera naturaleza.
Agradeció llevar sus lentes tintados, entre eso y la poca luz del lugar nadie pareció darse cuenta de aquel detalle mientras él volvía a concentrarse y tomar su apariencia normal.
¿De dónde había venido ese dulce olor que le costó su control? La respuesta llegó acompañada por el estruendo de una pelea entre los humanos.
Logró abrirse paso hasta donde la pelea ocurría, justo en el momento en el que uno de los chicos fue golpeado en el rostro, la sangre que salió de su nariz volvió a atacar a Santiago con el dulce aroma. Se dedicó entonces a analizar con mayor cuidado a aquel joven a pesar de los movimientos y del barullo a su alrededor.
Era pequeño y delgado, no debería tener más de 20 años, sus imberbes rasgos finos y su cuerpo delgado delataban su juventud. A pesar del dulzón de su sangre, Santiago pudo oler también el alcohol que la recorría, haciendo los movimientos del chico inestables y torpes, por lo que no pudo evitar el segundo puñetazo antes de que los de seguridad los separaran.
Por algunos momentos Santiago pensó en dar media vuelta y alejarse, ese era justo el tipo de humanos que menos le gustaban: jóvenes revoltosos sin control de sí mismos ni sentido alguno de la decencia. Sin embargo el dulce olor de la sangre volvió a atraerlo, así que siguió al grupo de chicos que eran sacados a rastras del lugar.
No representó para él mayor problema, el grupo de alrededor de 5 chicos hacían el suficiente escándalo como para que él pudiera seguirlos sin siquiera necesidad de tenerlos a la vista; el olor dulce también era fácil de seguir.
Los pasos de sus zapatos pulcramente brillosos resonaban por entre las calles vacías, caminaba tranquilamente siguiendo aquel ruidoso grupo hasta la zona industrial de la ciudad. De nuevo se vio tentado a alejarse de ahí, era la parte que menos le gustaba de toda la ciudad, se preguntaba cómo las bellas y barrocas calles de su amada ciudad habían dado paso a esos fríos y nada estéticos edificios grises.
Pero esa pequeña parte en su cerebro que aún guardaba los instintos de cacería que tuvo alguna vez antaño le instó a seguir, no quería perder aquel dulce manjar. De manera que continuó su avance hasta llegar al pequeño almacén en el que ese grupo había entrado.
Con un solo impulsó brincó hasta el tejado del edificio contiguo, su curiosidad le pedía ver a aquel chico una vez más antes de volver a casa, ya no tendría tiempo para la pintura pero valía la pena. Desde esa posición pudo ver por la ventana del lugar que al parecer el joven de olor dulce utilizaba como hogar, así lo denotaban los poco muebles que adornaban el lugar, separando las "estancias" a penas con algunas paredes delgadas, era como si todo el lugar fuera una único y solo cuarto.
El resto de humanos se había ya marchado, dejando al pequeño combatiendo sólo con los efectos restantes del alcohol. Sin mayor tapujo Santiago se quedó observando mientras el muchachito se quitaba la mayoría de la ropa antes de caer dormido en una especie de sillón-cama junto al mismo ventanal por el que miraba.
Pudo apreciarlo mejor entonces, su cabello que en el bar había creído rubio, ahora parecía casi blanco con la poca luz de la luna que entraba; con desagrado observó que su piel, casi igual de blanca que su cabello, estaba marcada por varios tatuajes, el principal era un enorme dragón en tinta negra que comenzaba a la mitad de su brazo y que recorría todo su hombro hasta que sus fauces elegantes terminaban justo en el apetitoso cuello..
Santiago suspiró frustrado, aquel pequeño peliblanco representaba todo lo que detestaba de la humanidad actual, sin embargo no podía sacarse de la cabeza el olor dulce de su sangre, jamás había olido nada igual, la sangre siempre olía y sabía a metal. ¿Podría ser que la sangre de ese chico supiera tan dulce como olía? Incluso se le hacía agua la boca de imaginarlo
—Pero, ¿no podía venir en un empaque aunque fuera un poco más atractivo? No sé, como de una elegante dama de sociedad —habló consigo mismo, aunque creyó que ya había perdido ese hábito.
Luego de pensarlo un poco se decidió, en cuanto tuviera la oportunidad probaría la sangre de aquel joven peliblanco, descubriría que era exactamente igual a la de cualquier otro humano y entonces volvería a su tranquila rutina diaria.
Con esa idea en mente, huyó de la amenaza próxima del amanecer.
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