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2. Temas pendientes

Varias mesas rectangulares y grisáceas estaban puestas en fila, en una habitación de gran tamaño, pero en penumbra. A ambos lados de ella esperaban sentados dos hombres y una mujer. Uno de ellos en el mismo lado que en la de la mujer, y otro en el contrario.

Los grandes ventanales que daban al exterior proyectaban un cielo nublado, y el viento silbaba con ferocidad, buscando presas a las que clavarles sus gélidas uñas de nieve. Golpeaba las ventanas con ahínco, siendo el único sonido que rompía el sonido de la sala.

El hombre que estaba sentado en el lado contrario de los otros dos carraspeó y se retorció levemente en su sitio, pero manteniendo su cómoda postura repantingada.

Kliment Skarrev se rascó su cabeza calva para después acariciársela, somnoliento. Después bajó la mano para restregar sus dedos en las cuencas de sus ojos. Estuvo un rato masajeándose las sienes y los pómulos hasta que cambió de postura y colocó los codos en la mesa.

Matt, en frente de él, le habló.

- ¿Has dormido algo?

Skarrev levantó la cabeza, mientras negaba con ella, y le miró. Podía observarse cada milímetro de las quemaduras en su rostro, en cada surco de sus arrugas, en cada cicatriz. El pasado y su enemistad le habían hecho aquel horrible desperfecto. Los estragos de un tiempo en el que ni siquiera la guerra había dilucidado los bandos. En el que ni si quiera había una esperanza de que pudiesen jugar a su juego.

Matt miraba a Skarrev, y un sentimiento encontrado se apoderaba de él. Un sentimiento de culpa por aquel terrible sufrimiento que tuvo que vivir su nuevo compañero, no solo por haberse quemado vivo, sino también por todo el tiempo que pasó como prisionero en la mezquita de Ufá. Sin embargo, por otra parte, tenerle cerca y ver sus quemaduras era un alivio. Le hacían recordar esos tiempos, y le daba tranquilidad y fe en su cometido.

- Estuvimos toda la noche de expedición por la parte este de la península.

- Bueno. Yo tampoco he dormido nada.

Skarrev le miró sorprendido ante ello. Él se estaba muriendo de sueño a cada segundo y Matt no había pestañeado ni una sola vez.

- ¿Vigilando al hombre que cogieron tus soldados?

- Sí. Me lo he traído, por si acaso nos puede ser de más utilidad. ¿Crees que me dará tiempo a echarme otro...?

- ¿Crees que algún día me harás caso y dejarás de fumar? Eres muy joven. - dijo entre suspiros.

- ¿Lo dice el que me influyó a hacerlo?

- ¿Influirte dices? ¿Cómo es eso? Yo nunca te he dicho nada. Que yo fume no significa que tengas tú que hacerlo. Igual que lo del alcohol. El otro día iba a coger una botella que dejé en la cocina para los chicos y para mí y había desaparecido por arte de magia.

Matt sacó finalmente la cajetilla de cigarros. Cogió uno y se lo puso en la boca, para después encenderlo.

- Es horrible lo mucho que tarda este hombre siempre.

- Es horrible la manera en la que siempre vas evadiendo las conversaciones que no te interesan.

- La botella está en el sector B, en la cocina de la casa B9.

- Me da igual donde esté la jodida botella, pero lo de beber...

- ¿Podeis, por favor, callaros ya? - dijo la mujer de al lado de Matt con una voz autoritaria pero igualmente femenina. - Matt, apaga el cigarrillo. Y tú, Kliment, ponte recto.

- ¿Qué eres? ¿Nuestra madre? - dijo Skarrev tras unos segundos, justo después de hacer lo que le había indicado.

Arina Slavik no era, ni mucho menos, una madre para nadie. Para empezar, apenas tenía veinticinco años, y a pesar de ser temida como una de las capitanas más autoritarias del ejército, todos sabían que tenía un gran corazón bajo esa apariencia seria y fría. Su pelo castaño y largo lo tenía normalmente recogido en una coleta. Sus ojos, normalmente entornados, de un marrón miel idéntico al de su pelo, y su piel morena, seducía hasta el último artillero de la zona. Y, sin embargo, su rostro tenía facciones muy duras, e incluso míninimamente masculinas; su cuerpo no estaba demasiado en forma y era de estatura media.

Pero a cualquier hombre de allí le bastaba con una presencia femenina agradable a la vista para fantasear con ella.

Slavik volvió su cabeza hacia su lado derecho, donde estaba Matt. Éste no había apagado el cigarro, ni había corregido su postura en la silla, y desde que había dictado aquellas órdenes Matt la miraba indiferente y distante, casi enfrentándola, en una expresión de soberbia.

Suspiró después de aguantarle la mirada durante varios segundos, en los que Matt aprovechaba para darle caladas al cigarrillo.

Alguien del exterior entró por la puerta que había al fondo de la habitación, con urgencia.

Raf, Grigory, Irak, dos hombres y dos mujeres más entraron a la sala, dejando varias prendas en una mesa a parte, utilizada para ese fin.

- En seguida viene. Está hablando con los del aeródromo de Chizha. - dijo Raf, nervioso y helado de frío, mientras tomaba asiento, junto con los demás. - ¿No habeis notado como un aumento de la temperatura?

- ¡Que pesados, por dios! - disparó Matt en un resoplido. - Siempre aquí dando la lata. Lo hacen para joder, ¿no? Si no no me lo explico.

- ¿Quieres dejar de quejarte? Lo hacen porque nosotros también somos pesados. Necesitamos de sus servicios. - intervino Skarrev.

A Matt le parecía de risa que todos los aviones danzasen de allí para allá sin perder el control y estrellarse, menos el suyo. Slavik habló.

- Sabe todo el mundo de lo que va a informar y de que va a ir la reunión ¿verdad?

- Sí, de como van las inversiones en Wall Street. - bromeó Matt, todavía fumando.

- Serás el primero en informar entonces, capitán humor.

Matt negó con la cabeza, molesto.

- Ah, no. Ni hablar. De lo que yo voy a hablar es muy importante, así que prefiero decirlo al final.

El joven rubio, tras acabar de decir esas palabras, observó por los ventanales en silencio, con un rostro de total inmutabilidad, como el general Lazar Lagunov avanzaba por aquella húmeda y densa arena que habían pisado todos tantas veces. Matt siguió con la mirada cada centímetro que se movía hacia la derecha, hasta desaparecer en la esquina del cuarto, donde se acababa el ventanal. Ahora tendría que girar a la derecha, y se encontraría con la puerta del lugar donde estaban...

La capitana Slavik le quitó el cigarro de sus manos en un rápido movimiento, sobresaltándole en el acto, para después tirarlo al suelo cementado y pisarlo con fuerza. Matt fue a protestarle aquello, pero en seguida entró Lagunov por la puerta.

Todos se levantaron al instante en señal de respeto e hicieron el saludo militar. Matt se quedó un poco atrás, aún sorprendido por lo del cigarro.

Lagunov se quitó una bufanda y un abrigo, y cuando se postró delante de la mesa, justo al final de ella, todos se volvieron a sentar.

- Capitanes, capitanas, sargentos. Es un honor volver a encontrarme con ustedes tras un año y cuatro meses. Como ya sabrán, mi objetivo era, acompañado de mis mejores soldados, recorrer el centro y el sur de Rusia occidental para captar más presencia militar en nuestro ejército contra Sagres. Creo que el resultado ha sido de lo más positivo, ya que he podido reclutar a más de medio millón de hombres y mujeres para nuestra causa. Son gente con una gran cualificación a la hora de extender nuestra potencia armamentística, pero sobre todo con un gran deseo de combatir a Sagres y todo el peligro que supone para el país de Rusia. Con ellos seremos mucho más fuertes y el rival será un poco menos peligroso que lo que era hasta ahora. Así que... debo felicitarles, ya que hemos llegado muy lejos. Sin ustedes, sin las tropas de ahí fuera y sin los soldados caídos en combate, no hubieramos llegado siquiera a pensar que Rusia tendría una esperanza de sobrevivir a los planes de ese bastardo. Les felicito.

Los oficiales y suboficiales allí presentes dejaron un silencio de respeto por aquellas palabras de felicitación. Algunos sonreían a su general, otros afirmaban con la cabeza, orgullosos, mientras se miraban entre ellos, otros se emocionaban...

Matt odiaba profundamente todo aquello. Estaba muy bien que el general les felicitase, ¿pero acaso no podían celebrarlo con gritos de júbilo? Y además, ¿por qué estaban celebrando algo que apenas cambiaban las cosas de como estaban?

Habían más soldados en el tema, muy bien. Pero esos soldados ya tendrían que estar en las "fronteras" luchando, investigando el paradero de Sagres. E incluso ellos. ¿Que hacían en un cuarto todos los "líderes" felicitándose por el gran trabajo, mientras Sagres tenía la posibilidad de destruirlo todo y convertirlo en oro?

¿Y Emma?

Cada vez que pensaba en ella, en su situación, que estaba lejos de él... todo se le venía abajo.

No tenían ni una mísera idea de lo que estaba sucediendo. Y ahora ese sujeto iba allí, a decir que todo iba muy bien, que lo tenía todo controlado, cuando no había vivido ni comprendido la mitad de lo que lo había hecho él.

Había ido allí a jugar a los soldaditos en la guerrilla, a construir su propio fuerte de lego. No a salvar un país y a su gente de la destrucción.

El general se sentó, y pidió a los presentes que se levantaran e informaran de lo sucedido o de lo avanzado que estaba el asunto de Sagres en su ausencia.

La primera en levantarse fue Slavik.

- La tropa encabezada por el sargento Grigory Volkov, especializada en espionaje y expedición, ha descubierto bases de control del enemigo en la línea de la frontera con la región de Komi. - terminó de extender un mapa de Rusia en la mesa. - Y creemos que a lo largo de la frontera puedan existir más.

- ¿Eso significa que quieren rodearnos?

- Es posible, teniendo en cuenta nuestros altercados con ellos en el este de Nenetsia. Saben perfectamente que venimos del noroeste.

- Y si atacamos lo certificarán aún más si cabe.

- Señor. - dijo Grigory, mientras se levantaba. - No creo que eso sea la principal preocupación ahora mismo. Ellos pueden pensar que venimos de cualquier lugar del Óblast de Arcángel. La cuestión es que si no les paramos los pies...

- Sí, sargento, lo entiendo. Se nos pueden echar encima y comernos terreno si atacan ellos antes.

- Exacto, señor.

- Gracias, sargento. Capitana.

Grigory se volvió a sentar, a la vez que Arina. Ahora fue turno de Raf.

- Señor... - titubeó nervioso. - Señor. Sargento Raf. Eh... perdón, Sargento Derich. Eh, Raf Derich, señor.

Matt rió por lo bajo, incrédulo, apartando la mirada de la situación unos segundos.

- Mi tropa cree estar lista para un ataque en las coordenadas precisadas por el equipo de Grigory... ¡sargento Volkov, perdón! Tenemos disponibles el número de soldados adecuado, casi trescientos hombres, y el material armamentístico a punto. Por lo que... doy mi aprobación y mi voto para proceder con el ataque...

- ¿Te dedicas a la logística?

- ¡Y a entrenar a los soldados, general!

Lagunov rió de manera calmada y profunda, sin mucha viveza. Normalmente, cada palabra que pronunciaba sonaba con una suavidad pasmosa, aunque siempre mostrando ese toque de autoridad que tenía.

- Genial, sargento. Buen trabajo.

Raf se volvió a sentar, con las piernas temblando, y esta vez fue Irak quién se levantó.

- Mi general. Capitán Heavich. Informo que mi tropa también está lista para el ataque al enemigo, por lo que doy mi aprobación para que se efectúe. Por lo que a mi parte de estrategia militar corresponde, coincido con el sargento Volkov, pero restringiría la artillería pesada y reduciría esos trescientos hombres por escuadrón. No queremos que sea algo demasiado arriesgado. Queremos asegurarnos una batalla en la que tengamos ventaja, por lo que el sigilo y la sorpresa sería lo más conveniente. Estamos dispuestos a elaborarla si da su consentimiento y órdenes.

- Genial capitán. Gracias.

Grigory, Raf e Irak. Tres de las cientos de personas que conoció Matt hace más de un año, en Ufá, muy lejos de donde estaban, en el sur de Rusia, en una pequeña Mezquita. Pero tres personas muy importantes para él y para Emma.

Todavía recordaba con emoción como les habían salvado, casi sin quererlo, de la furgoneta donde les llevaba presos Skarrev. Recordaba como casi le fusilan allí, en el asfalto de la carretera. Si no hubiera sido por la intervención de Emma en el último momento no lo hubiera contado. Irak le había recibido con una desconfianza tenebrosa, que al final se había ido diluyendo con el paso de los días, al igual que con Grigory. Había conseguido formar una relación muy estrecha con la mayor parte de la mezquita, pero especialmente con ellos tres. Para él representaban unas emociones muy fuertes, un sentimiento de formar parte de ellos y ellos de él. Representaban un pasado y unas situaciones felices. Una pertenencia y un compartir.

Skarrev se levantó. Su voz sonó rasposa y desgastada, anciana. Era un hombre con un cuerpo grande, unos huesos anchos y no demasiado ágil en movimientos. La edad le pesaba físicamente, eso era cierto, pero parecía que tenía la edad mental de cualquiera de los presentes: joven, con ánimo y con perspectiva de futuro. Sin duda una pieza clave en todo aquello, pero Matt no entendía como aquel hombre, que les triplicaba la edad a todos, no era el general de ese circo de feria en el que estaba metido.

- General Lagunov; capitán Skarrev. Por lo que a mi tropa respecta, está en perfectas condiciones del ataque en Komi. La expedición para reclutar y... ehm... conquistar nuevos territorios... está siendo satisfactoria.

Skarrev se volvió a sentar y Matt le miró con una sonrisa socarrona. El capitán le devolvió la mirada con una cara de circunstancias. Los dos sabían perfectamente que aquella orden de "conquistar nuevos territorios" que le había dado el primer día era, cuanto menos, absurda.

¿Conquistar territorios? ¿Que estaban, en el siglo dieciseis? Rusia ya había sido "descubierta", y diciendo eso solo hacía que dar vergüenza a la gente. Lagunov estaba en su mundo de fantasía, creyendo que iba a formar una nueva república de la nada, cuando el problema era que tenían que parar a un multimillonario narcisista que se había colado allí, que tenía raptada a gente y que podía convertirlo todo en oro tirando bombas.

Recordó el día en el que supo de la alquimia y de los planes de Sagres. Ese hombre había estado durante años elaborando en Rusia esas ideas, sin que nada ni nadie se diese cuenta, escondido en aquella tierra bañada por los copos de nieve que caían día si y día también. Recordó irse con Emma, asustado, y dejar que la mezquita siguiera sobreviviendo a aquella horrible vida. Recordó preguntar por qué tenían que ir solo dos personas, y que Irak les dijese que, si no fuese así, a la Mezquita le faltaría gente que cuidase de ella.

Y cada vez que recordaba esas palabras las lágrimas inundaban sus ojos. Había sentido muchas veces impotencia, muchísimas. Y cada vez una superaba a la anterior. Pero aquel hecho... aquellos recuerdos... aquella injusticia...

Los otros dos hombres y las otras dos mujeres, todos sargentos, expusieron también su punto de vista ante la petición de atacar la base enemiga descubierta.

Y ahora le tocaba hablar a él.

Matt se levantó, carraspeó y miró fijamente a los ojos a Lazar Lagunov durante unos segundos. Empezó a hablar lentamente, con aires de superioridad, pero camuflados en un tono respetuoso cargado de sarcasmo.

- General Lagunov. Soy el capitán Oliver, y soy el encargado de informarle... a usted... sobre el reclutamiento y de la investigación y elaboración de datos. Sobre lo primero... creo que ayer ya quedó usted informado ¿no es así?

El general no respondió, y su cara permaneció inmutable, mientras le miraba fijamente.

- En cuanto a las investigaciones, las cuales he realizado de manera muy ardua durante casi dos años... tengo novedades. Y en particular sobre un tema... un tema pendiente que usted, general, me aplazó a este día de tanta felicidad por su vuelta.

El joven capitán hablaba con la seguridad de un policía empezando a interrogar a un criminal. La tensión se respiraba en cada molécula de oxígeno en la sala, y Mateu Oliver era quien aumentaba ese nivel de oxígeno con extremo impulso.

- Espero, señor... que no se haya olvidado de la conversación que tuvimos justo antes de que se fuera a esa expedición militar de gran importancia. - sacó un CD del bolsillo de su anorak. - Espero que no se haya olvidado de este CD.

Dejó pasar unos segundos antes de empezar a moverse de su sitio. La capitana Slavik pareció la única en reaccionar de una manera más expresiva a ésto, suspirando y bajando la cabeza, derrotada ante la actitud de su exalumno.

Matt se puso al lado de Lagunov, que giró la cabeza hacia su dirección, completamente serio, pero con alguna leve mueca de impaciencia.

- General... miembros honoríficos de la mesa... en este CD se encuentran las coordenadas de la base central enemiga. Sí, como lo han oído. Si organizamos un ataque en torno a lo que hay en este CD... todo se habrá acabado. Si logramos organizar bien nuestros escuadrones, si reclutamos a un gran número de soldados... podremos tener una gran oportunidad de ganar esta guerra. Podremos, aunque sea, sorprenderles. Que Sagres no esté seguro de su posición en el tablero de juego. Y entonces es cuando habremos avanzado de verdad en nuestro cometido.

Matt dejó otro silencio en su discurso, y se volteó para mirar a la cara a Lagunov.

- ¿General? ¿Cree que ahora es el momento de organizar una visita a algún lugar donde exista electricidad y un ordenador capacitado en extraer los datos?

De nuevo, otro silencio. Lagunov le miró durante unos segundos a los ojos, para después volver a mirar al frente, con movimientos lentos y sosegados. Sus palabras sonaron como pensaba Matt que sonarían. Con la pasmosidad de quien recita versos sobre la verdad absoluta.

- Capitán Oliver... no creo que haya sido buena idea el hecho de sacar una conversación privada en medio de una reunión de esta altura...

- ¿Conversación privada, señor? Perdóneme si ha sonado como un atrevimiento, pero en mi opinión, esto no corresponde a un asunto personal. Es un asunto de vital relevancia para la misión de este ejército, y creo que debería ser puesta en conocimiento de todos en la presente sala. Y he seguido al pie de la letra sus indicaciones en esa conversación... privada. Era un tema que se trataría a su vuelta... señor...

- Ya que estamos sacando conversaciones privadas, - dijo con un tono notablemente más tenso.- no me consta que haya seguido mis indicaciones. Según la Capitana Slavik, la cual ha sido la encargada de su formación como militar, usted ha intentado, en pleno transcurso de batallas de gran importancia, utilizar ordenadores de la base enemiga para descifrar los datos de ese CD. Ha actuado por su cuenta, eludiendo su responsabilidad como capitán de dar órdenes y por ende los objetivos inmediatos del ejército. Así que considero más apropiado tener mayor constancia de otros asuntos.

Matt y Lagunov se intercambiaron miradas distantes y silenciosas durante unos segundos. Los ojos del general atravesaban como dagas de la verdad a Matt. En su cabeza todavía resonaban las palabras de su superior, mientras las digería y removía con incertidumbre y reparo en su conciencia. Los ojos del capitán reflejaban un dolor que se acrecentaba a cada segundo, que se hacía más fuerte y se teñía de ira e impotencia.

- Puede sentarse, capitán.

Matt tardó en responder a sus órdenes, pero finalmente lo hizo, con un rostro de total enfado y derrota, tenso por aquella situación tan humillante.

A continuación, el general Lagunov siguió hablando.

- No voy a permitir que nadie se vuelva loco por acabar con Sagres. Lo que este país necesita es un pilar que le sostenga y se organice a sí mismo. Una fuerza que traiga el orden y que crezca más rápido que cualquier célula terrorista u organización que ponga en peligro a Rusia. Necesitamos estar más cuerdos que nunca, y actuar con prudencia, ir paso a paso. No podemos volvernos locos y pensar que esto se puede solucionar de la noche a la mañana. Todos tenemos nuestros motivos para que sea así; nuestras familias, nuestra gente, nuestro patriotismo, lo que sea. Pero este ejército se formó para que todos ellos tuvieran una oportunidad, y no para que nos la juguemos a una carta. Sentemos las bases y construyamos un ejército al nivel de este país, y entonces podremos pensar en acabar finalmente con el enemigo. Esos son los valores de éste lugar.

Todos alternaban miradas curiosas entre Mateu Oliver y Lazar Lagunov, mientras atendían las palabras de este último. Matt estaba ya preparado para levantarse de la silla y salir por la puerta en cuanto aquel sujeto tan desagradable lo ordenase.

- Bueno, damos por finalizada la reunión. Es un placer verlos de nuevo, para cualquier cosa estoy a su servicio. Hablaremos más adelante.

Mientras decía aquello y los demás se levantaban de sus asientos, Matt salía de la casa a una velocidad endiablada, dando un portazo en el camino.

Lazar Lagunov se la tenía jurada.





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