Capítulo cuatro
Félix condujo en silencio durante todo el trayecto, nosotras no fuimos menos y tampoco dijimos nada debido al miedo que sentíamos por la situación que acabábamos de vivir, estábamos demasiado nerviosos los cuatro. Félix estaba haciendo mucho por nosotras y yo nunca encontraré la forma de pagárselo. Si él se hubiese ido a su casa y no hubiese tirado la puerta, posiblemente el desgraciado había conseguido su cometido —o no, porque antes de que me hiciera nada, hubiese sido capaz de matarlo aunque fuese a parar a la cárcel—. Gracias a mis amigas y a él, yo ahora estoy bien dentro de lo que cabe.
—¿Y... estás seguro que a tu tía no le importará que nos quedemos en su casa una temporada? —le preguntó Diana para romper el hielo ya que era lo primero que se hablaba desde que el coche tomó su trayecto. Al cabo de un rato bastante extenso ya habíamos pasado La Capellanía, Casilla de Costa y Villaverde.
—Tranquila, mi tía no vendrá hasta la semana que viene —dio un giro y tomó una calle muy iluminada a la que tan solo nos costó alrededor de veintidós minutos en llegar, esta pertenecía a La oliva y estaba relativamente cerca de Corralejo.. Estaba repleta de jardines, farolas y adornos que le daba a la avenida un toque muy étnico y peculiar.
Félix condució cinco minutos más en esa avenida hasta adentrarse en una urbanización llamada La Oliva, casas y golf. De reojo miré a mis amigas y estaban como yo, con la boca abierta porque todo lo que podíamos contemplar era de lujo. Llegó a la entrada de un bungalow —el cual tenía en la parte de abajo un pequeño garaje y una escalinata que llevaba a la puerta principal— y estacionó el vehículo. Un minuto después, apagó el motor y se apeó en la acera. Las tres nos quedamos mirándolo pero no nos atrevimos a decir nada.
—Bajad, esta es la casa de mi tía —nos ordenó mientras nos abría la puerta, a mí y la que estaba al lado de la acera, la que comunicaba con la zona que estaba Diana.
Nos bajamos las tres y cerramos las puertas mientras que él abría la puerta del bungalow —y pedazo de bungalow, vivir aquí sería el paraíso—. Félix nos hizo un gesto desde la puerta y aprovechó para cerrar el coche con el mando a distancia.
Lentamente nos acercamos a él y muy cortésmente nos hizo pasar antes que él. Una vez dentro, encendió las luces y yo cerré la puerta de la entrada.
—Aquí os quedareis chicas, mañana avisaré a mi tía —les informó nuestro salvador.
—¿Seguro que no habrá ningún problema? —preguntó Carlota.
Félix negó con la cabeza.
—¿Y Indi? —se preocupó Dianita.
—Se vendrá conmigo, venid anda —nos fue enseñando la casa a modo de ruta turística. Mis compañeras no podían evitar su asombro ni lo maravilladas que estaban. Si de noche se veía así, de día no me quería ni imaginar cómo se luciría.
Mis amigas me miraron no muy convencidas de irse sin mí pero estaba segura de que con la compañía de Félix estaría a salvo —al menos hasta que me pusiese rumbo a mi destino. Ahí sí que estaría completamente sola hasta que lo encontrase—. Finalmente, les enseñó una habitación con dos camas, un armario, dos mesitas de noche y un pequeño escritorio. Los colores que inundaban la pared y los muebles eran de un tono celeste combinado con blanco.
—¿Seguro que estará bien? —preguntó Diana.
—¿A qué no le vas a dejar sola? —se le unió Carlota también.
—Estará bien tranquilas —me miró de reojo—. Si de verdad quiere ir a buscarlo, tened por seguro que yo iré con ella hasta su destino.
Mis labios se dispusieron a replicar y a quejarse pero su mirada me lo impidió.
—Y no acepto replicas —dijo contundente.
—Pero yo pienso ir sola, sin nadie más.
—¡No! —replicaron los tres a la vez.
—Tu no puedes ir sola —afirmó Diana.
—Joder que ya no soy una niña —protesté—. Sé cuidarme sola.
—Ni se te ocurra dejarla a su santa voluntad —Carlota fijó la mirada en Félix y este asintió.
—Podéis estar tranquilas, a la fiera la amanso yo.
Mis amigas se rieron y a continuación, se unió Félix. Yo les dediqué una mirada asesina y este hecho hizo que la risotada de ellos aumentara considerablemente.
—Eh, estoy aquí —los fulminé con la mirada.
—Ojo, que salta la fiera —se recochineó Félix.
—Cuidado que muerde —se unió a la broma Carlota. «Muy bonica ella».
—Grr —gruñí—, cuidado que os arranco la yugular.
—Qué miedo —se quejó Diana.
Tosí aposta para que volviéramos a lo importante.
—Bueno, ahora fuera de bromas —intervino Félix.
Carlota, Diana y yo lo miramos atentamente.
—Este va a ser vuestro hogar, ¿vale? —explicó—. Aunque venga mi tía, os quedareis igualmente aquí. Por vuestras cosas no os preocupéis, ahora iremos Indira y yo de paso a vuestra casa a haceros las maletas y mañana bien temprano las tendréis.
—Muchas gracias, de verdad —agradeció Diana.
—No es nada, si tenéis hambre id a la cocina —se dio la vuelta y se dirigió junto a mí hacia la entrada—. Nosotros nos vamos ya —les comunicó dirigiéndose a él y a mí. En el armario de vuestra habitación hay ropa de mi tía, podéis coger prestado algún pijama.
Carlota asintió y se lanzó a mis brazos.
—Cuidate, por favor —la abracé con las lágrimas saltadas.
—Lo haré —afirmé y se unió Diana también a nuestro abrazo colectivo.
Pillé a Félix mirándonos y le hice un pequeño gesto para que se uniera. Me hizo caso y nos abrazó a las tres.
—Oye, ¿y tu mujer? ¿no se enfadará? —caí en ese detalle y lo miré preocupada.
—No, además te conoce desde hace tiempo de vista —sonrió—. Sabe que eres como una hermana para mí.
—No quiero molestaros, puedo quedarme aquí si quieres con ellas —dejé caer otra opción.
—Claro, puede estar con nosotras —apoyó.
—Ni hablar, te vienes con nosotros y punto —dijo contundente.
El abrazo poco a poco se deshizo y nos miramos los cuatro. De repente, el móvil de Félix empezó a sonar. Se me hizo un poco raro para ser —miré mi reloj— las cuatro de la madrugada. El muchacho descolgó el teléfono y por el tono tan dulce con el que se dirigía noté que lo más probable sería que se tratase de su mujer. Sin esconderse de nosotras, le comentó dónde estaba, con quién y porqué. Me encantó la confianza que le tenía a su pareja, era lo que alguna vez de pequeña había soñado yo hasta que pasó lo de Ava. Carlota, Diana y yo nos quedamos inmóviles escuchándolo —las tres estábamos demasiado prendadas del trato que le estaba dando a la chica que tenía a través del teléfono—. Después de esto, escuchamos como le comentaba mi situación, le comunicaba lo del viaje de mañana y que me acompañaría a mi destino. Tras quince minutos de conversación vía telefónica, colgó el teléfono.
—Si te quedaba alguna duda de si venirte conmigo y mi mujer, que sepas que está encantada de recibirte —abrió los brazos y yo le correspondí con un abrazo—. Ahora sí, vamos —miró a las chicas y estas le dieron el juego de llaves del apartamento que compartían juntas—. Si necesitáis algo, llamadme.
Consintieron las dos y se despidieron con la mano.
—Tened cuidado con la carretera —fue lo último que escuchamos tras dejarles un juego de llaves de la casa en el recibidor y cerrar la puerta principal.
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