Sacrilegio
Viene a por mí, puedo sentirlo en el aire que golpea mi espalda. Todos están muertos, Maya, Dhara, Asha, Raj. Su sangre ahora mancha mis manos y lo único que puedo hacer es correr. «¡Maldición, no quiero morir!»
Casi sin aliento y sacando fuerzas de lo más profundo de mi ser me abrí paso entre la maleza, alejándome lo más que pude del horrífico templo de Kalikata. Sabía que aquel estúpido reto de Halloween no nos iba a traer nada bueno, aun así, nos atrevimos.
«Solo es un simple reto», eso dijeron justo antes de aventurarme a tomar del templo uno de los cráneos que conformaban el collar hecho de restos humanos. En aquel momento me sentí orgulloso, demostrando que no le tenía miedo a esas tontas leyendas.
Me adentré en lo más profundo del pantanoso bosque, esperando ganar distancia. La densa oscuridad me dificultaba avanzar. Me lamentaba tanto. El agotamiento me vencía, evocando imágenes deformes ante mí.
Abrí los ojos como platos al notar los raquíticos árboles que se desdibujaban bajo la escasa luz de la luna, de sus ramas colgaban nauseabundas hebras de cabello humano, algunas con trozos putrefactos del cuero cabelludo. Varias lápidas improvisadas me lo confirmaban, estaba en territorio de la muerte.
El ambiente se tornó denso y el aire dejó de soplar. Comencé a sudar frío, todo me daba vueltas.
El resonar de unos pasos sobre la yerba seca me hizo voltear, sin embargo, no había nadie. Una vez más el sonido me alertó, esta vez provenían del norte, pero nada. Giré desesperado en el lugar sin lograr ver a nadie, mas los podía escuchar acercarse.
—¿Quiénes son? ¿Qué quieren? —grité desesperado, cada palabra era una súplica, quería vivir.
Respiré con dificultad, no paraba de temblar. Aun sostenía en mis manos aquel cráneo que tantos problemas me había causado, ni siquiera podía observarlo. En un ápice de desesperación lo arrojé lo más lejos que pude.
Una fuerte brisa sopló, abstrayéndome de mis pensamientos, de vuelta a la cruel realidad. Las pisadas habían cesado y por un instante sentí alivio, pero no por mucho tiempo.
«Kapalinkas, kapalinkas, kapalinkas», susurraron las voces en forma de cantico siniestro, intensificándose de a poco.
En la distancia noté el surgir de aquel ser, atravesando el velo de las sombras. Bajo sus pies oscuros hizo añicos el cráneo. Me observaba con sus tres ojos, su larga lengua no permanecía quieta mientras se acercaba a mi posición. «Diosa Kali», ahogué un lamento.
Sostenía en sus manos el collar incompleto a la par que la cólera se apoderaba de su expresión, jamás perdonaría mi sacrilegio. No hubo necesidad de palabras, podía predecir lo que pasaría. No existe la salvación para quien osa profanar a los dioses.
La vi alzar uno de sus brazos, luego todo se volvió oscuro.
Me era imposible recordar, pero había muerto desde mucho antes, en aquel templo, la sangre en mis manos era la mía, era mi purgatorio personal cada Halloween.
Mi cabeza decoraba su collar, la pieza faltante.
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