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59

El palacio estaba a rebosar. Podía sentirlo por el ruido conforme se iba acercando a la zona de la fiesta. Tan solo unos minutos antes había hecho exactamente lo que su doncella le había dicho para escapar de su habitación. 

Tras oír tres golpes en la puerta, Alisa había contado hasta veinte antes de abrir una ligera rendija de la puerta para echar un vistazo. Desde allí había visto a un guardia hablando con la muchacha acaloradamente. No sabía cómo, pero Lynnete había conseguido que se diese la vuelta, por lo que aprovechó el momento y salió corriendo en la dirección contraría tras cerrar la puerta sin hacer ruido, con los zapatos en las manos.

En el momento en que se hubo alejado de ellos dos, se colocó los zapatos negros de tacón pequeño que había encontrado en el fondo del armario. El sonido de los tacones al chocar contra el suelo la inquietaba, la hacía sentir como si estuviesen delatando sus intenciones, pero allí no había nadie que pudiese reclamarle nada. Simplemente era una invitada más. Era una suerte que no tuviese que pasar una revisión de invitación, si es que había alguna fuera, ya que estaba ya dentro del palacio. En ese sentido llevaba ventaja.

Cada vez el ruido de la música y la gente era más fuerte, lo que indicaba que se estaba acercando al salón de baile. Aun así, iba un poco a ciegas. El salón donde se celebraba la fiesta estaba en la zona restringida en la que no había podido entrar.

Cuando empezó a cruzarse con el personal del palacio estuvo segura de que debía estar a punto de llegar. Sin embargo, en el instante en que una voz la llamó por su nombre se le congeló la sangre.

—¿Lady Alisa?

Reconoció entonces a la mujer que había estado regañando a Lynnete la última vez, justo después de su encuentro con Darko en la biblioteca. Empezó a notar que el sudor le corría por la espalda descubierta e intentó poner en su cara la mejor de sus sonrisas para no resultar sospechosa.

—Buenas noches —saludó.

—Me alegra ver que aún no se ha marchado. Está preciosa —le sonrió de vuelta la mujer. Le resultó más amable que la última vez. Quizá fuese porque en aquel momento no estaba regañando a nadie. Alisa casi sintió el calor subirle a las mejillas por el cumplido. El vestido púrpura de la reina le quedaba como un guante, y las diminutas piedras preciosas con las que estaba adornado eran tan brillantes que estaba segura de que iba a llamar la atención de más de uno de los invitados—. ¿Estaba mi compañera con usted ahora mismo?

La mente de Alisa trabajó con rapidez. Su respuesta fue natural, casi se convenció a sí misma de que no estaba mintiendo.

—Sí, me acompañó hasta el baño hace nada —le dijo ella—. Aunque en cuanto he terminado he insistido en que se marchase, que ya podía volver yo sola. Me sabía mal estar acaparándola demasiado.

Soltó una suave risita educada para acabar de asentar la mentira. De alguna forma estaba volviendo a cubrir a Lynnete, cosa que les convenía a ambas.

—No se preocupe —le restó importancia la jefa de las doncellas, no supo si de verdad o por cortesía—. Me alegra saber que está siendo bien atendida en su estadía en el palacio. ¿Hay algo que necesite?

Alisa meditó en serio su propuesta y volvió a sonreírle en cuanto decidió aprovechar la oportunidad.

—Lo cierto es que le he dicho eso porque tenía confianza en mis dotes de orientación y mi memoria, pero ando un poco perdida —le "confesó"—. ¿Podría indicarme el camino hacia el salón de baile?

—Por supuesto —la mujer estiró los brazos hacia la dirección en la que estaba mirando Alisa—. Tan solo tiene que seguir recto y girar en la próxima esquina hacia la izquierda. Está usted a punto de llegar.

—De acuerdo. Muchas gracias.

—Que tenga una buena noche, lady Alisa.

Ambas se despidieron. La mujer con una leve reverencia y Alisa flexionando las rodillas y agarrándose el vestido como imaginaba que debían hacer las princesas de los cuentos de hadas.  Siguió las indicaciones que había recibido y tardó menos de un minuto en llegar al enorme salón.

Contuvo el aliento al encontrarse con tanta gente. Se había acostumbrado tanto a esconderse que cada vez que estaba expuesta a multitudes sentía la necesidad de salir corriendo. Aun así, hizo acopio de fuerzas y caminó erguida, adentrándose en el corazón de la fiesta.

Conforme fue avanzando por el impecable suelo marmolado y colándose entre los invitados, recibió miradas curiosas de otras personas, que debían estar evaluándola y planteándose quién era. Estaba segura de que muchos de los invitados debían conocerse entre ellos, y ver una cara nueva con un vestido como ese debía llamar mucho la atención.

Se esforzó en recordarse a sí misma que todo era una estrategia. Tenía que atraer la atención de los demás para evitar ser eliminada. Si todo el mundo oía hablar de ella y se interesaban mínimamente, sería más difícil para el rey matarla, ya que después tendría que dar justificaciones sobre cómo era posible que hubiese ejecutado a una persona que se alojaba en el palacio real, por lo que tendría que admitir que era una criminal y quedaría mal visto. 

No creía tener el poder para captar las miradas de todos, pero al menos debería ser capaz de conseguir que unos cuantos nobles la miraran con curiosidad y se interesaran por ella. Cualquier cosa que hiciese allí esa noche, fuese buena, mala o un simple desliz por culpa de su torpeza, debía ser mostrada en público. Era el peor momento para esconderse en su caparazón.

No sabía bien qué era lo que debía hacer en aquel momento. Lo primero era analizar el panorama, por lo que optó por cruzar el salón y llegar hasta las largas mesas repletas de aperitivos que había al otro lado. 

Tras llegar a su destino con éxito y conseguir no tropezar con los tacones, una tarea un tanto peliaguda teniendo en cuenta que la cola del vestido era tan larga que se arrastraba por el suelo, sus ojos se deleitaron ante tal cantidad de refrigerios apetitosos y refinados. Su estómago seguía sin estar saciado, por lo que aprovechó y cogió una pequeña tartaleta de una de las fuentes de comida.

Examinó con rapidez el salón y aprovechó para pegarle un bocado que le supo a gloria. En el extremo opuesto había una banda de músicos entre la que destacaban un montón de violinistas que tocaban melodías elegantes que invitaban a la gente a bailar. Por lo que sus oídos habían captado en su camino hacia allí, la música iba alternado en una mezcla entre los músicos y armonías más modernas que sonaban a través de múltiples altavoces incrustados en los techos de la enorme sala. Incluso a veces ambos sonaban a la vez. 

Los invitados, que debían ser más de doscientos o trescientos, aunque no tenía forma de comprobarlo, en general vestían tonos oscuros como el negro o el azul marino, además del rojo. Su vestido púrpura intenso destacaba entre la multitud, algo que jugaba en su favor, aunque a Alisa la inquietaba un poco. Si la gente tardaba un poco en verla, Darko tampoco lo haría.

Se giró instintivamente sobre sí misma para buscar al joven rey, pero no lo vio por ningún lado. Se permitió respirar con calma. Aún tenía oportunidades para llevar a cabo su plan, y no había hecho más que empezar. Ya podía sentir alguna mirada sobre ella, aunque no se atrevió a devolverlas. 

No tardó en encontrarse con una copa de champán en la mano que algún camarero debía haberle dado sin siquiera darse cuenta. Recordó entonces las pocas veces que había tomado alcohol y cómo habían acabado. El recuerdo de los labios de Darko sobre los suyos la abordó, y justo después pudo ver casi con claridad toda la noche del baile en la casa de verano del Duque Ravenna. Era tan vívido que casi podía sentir las manos del soldado sobre su piel, agarrándola de la cintura, girando en la pista de baile, besándola junto a las escaleras, sentado sobre la silla mientras le tiraba de la corbata...

Se obligó a si misma a dejar de pensar en ello, dándose unas ligeras palmaditas en los cachetes para evitar ponerse roja solo de recordarlo. Era cierto que el alcohol la había ayudado a ser un poco más valiente, a dar un paso adelante. Y lo necesitaba si pretendía no cohibirse ante los demás aquella noche. 

Pegó un largo sorbo e hizo una mueca en cuanto el champán resbaló por su garganta. Jamás se acostumbraría a su sabor.

Cuando ya hubo ingerido la mitad de la bebida empezó a sentir un ligero calor que se extendía por su cuerpo, pero ya estaba un poco más relajada. Sin embargo, tras intentar agudizar la vista para escoger a alguna persona que pareciese agradable con la que entablar una conversación, distinguió a alguien al fondo y unas repentinas ganas de ir al baño la embargaron en cuanto los nervios empezaron a acumularse en su estómago. 

Darko estaba allí.

Y estaba despampanante. Tanto que la enfadaba, porque no sabía cómo podía existir una genética como la suya. Jamás lo había visto vestir de blanco, pero descubrió que aquel color lo hacía brillar. Estaba resplandeciente, vestido con un traje del blanco más puro que jamás había visto repleto de diminutos detalles bordados en oro en las hombreras, las solapas de la americana y las costuras. Aquella ropa hacía destacar sus facciones angulosas y su pelo y ojos negros de una forma increíble, haciendo que casi pareciese tallado en piedra.

Parecía literalmente un príncipe, a pesar de que su rango fuese mayor. Un príncipe sacado de un cuento de hadas. Un príncipe embaucador capaz de esconder miles de secretos tras sus ojos oscuros hechos de ónix.

Alisa retiró de inmediato la mirada, aunque estaba segura de que el joven aún no la había visto.

Necesitaba actuar ya, o su plan volvería a irse al garete. 

Justo en el momento perfecto, alguien le tocó el hombro. Alisa intentó ocultar su sobresalto estirando los labios en algo similar a una sonrisa.

—¿Sí?

—Disculpe, señorita —quien había reclamado su atención resultó ser un hombre calvo de, por lo menos, sesenta años y barba grisácea pulcramente recortada. Llevaba un esmoquin negro, como muchos de los hombres presentes, y el chaleco le apretaba la panza—. Me preguntaba si sería usted tan amable de concederme un baile.

Alisa se forzó a sonreír. No parecía mala persona, pero no tenía ningunas ganas de bailar con él. No obstante, estaba allí para ello y el rey acababa de aparecer en su campo de visión, por lo que, o aceptaba o se iba de nuevo encerrada a su habitación sin ninguna otra oportunidad más que la resignación.

Demonios.

Con un movimiento, elevó la copa y se tragó el resto del champán de golpe, que aún era una cantidad considerable. El hombre profirió una leve risita al verla hacer aquello.

La muchacha se volvió hacia él haciendo de nuevo una mueca, pero intentó sonreírle igual que antes. Le costó.

—Sería un honor.

El hombre le cogió la mano y tiró de ella con cortesía para llevarla a donde más personas se movían al compás de los violines, que tocaban una canción transformando cada nota en puro arte. Su nuevo compañero de baile colocó una mano en su cintura y mantuvo la otra sujeta a la suya, a la altura de sus hombros. Poco a poco empezaron a balancearse y Alisa intentó seguir con diligencia sus pasos. Logró copiar la secuencia más rápido de lo esperado.

Se mantuvieron así por un momento, dado un paso hacia delante y otro hacia atrás de forma moderada y en silencio hasta que su barba se movió cuando le mostró los dientes al hablar.

—Permítame decirle que ese vestido le queda perfecto, está usted deslumbrante.

El viejo la observaba con entusiasmo. Alisa no supo qué responder, tan solo podía pensar en el ligero tufillo a sudor que desprendían sus axilas bajo el traje. Debía llevar bailando desde el inicio de la fiesta, una hora antes.

—Gracias... —murmuró en respuesta a su cumplido. 

Un poco agobiada por la incesante mirada del hombre que se deslizaba por los tirantes de sus hombros hacia sus clavículas y hacia las curvas de su cuerpo, giró la cabeza hacia un lado para no tenerlo tan pegado y poder respirar un poco.

 Fue en ese instante en que el mundo pareció paralizarse.

Sus ojos acababan de encontrarse con los de Darko, que estaba a menos de cincuenta metros de distancia, quieto como si se hubiese congelado en su sitio. Su cara era un poema.

Sorpresa, estupefacción, desconcierto.

Estaba claro que no esperaba verla allí. Sus ojos negros estaban muy abiertos, y parecía estar sucediendo una lucha de emociones en su interior. Pudo ver cómo su vista se desviaba a su cuerpo, y entonces recordó algo: llevaba puesto el vestido de su difunta madre.

Comenzó a sentirse mareada, no sabía si por la abrumadora presencia de Darko o por la bebida, pero aquello la hizo agarrarse con más fuerza del hombre, que aceptó gustoso la presión de sus dedos, como si fuese algún tipo de confirmación sobre su interés en él.

Alisa se apresuró a volver la vista hacia su compañero de baile, incapaz de mirar a Darko por más tiempo. Le provocaba fascinación y miedo mirarlo. Esperaba que aquel ángel caído vestido de blanco no viniese hacia ella con la ira de los infiernos sobre su espalda para hacerla arder en llamas allí mismo. Literalmente.

Ni siquiera había contemplado aquella posibilidad y se sintió muy estúpida. Darko tenía poderes. Si quisiese, no le hacía falta justificar sus decisiones ni hacer juicios. Sería capaz de hacerla resbalar con el aire con un mísero pensamiento y así estampar su cabeza contra alguna mesa, o algo peor. ¿Quizá podría hacer que se ahogase con alguna bebida sin mover dedo alguno? No lo sabía. La magnitud de sus poderes la aterraba. 

Intentó no pensar en ello. No quería mirar en su dirección. No quería pensar en él. 

Para su suerte, su viejo compañero de baile continuó la charla casi inexistente entre ellos y él mismo hizo las preguntas que Alisa había esperado que le hiciesen. Al menos podría cumplir una parte de su plan.

—No había visto una cara tan bonita como la suya en mucho tiempo. ¿Es usted de por aquí?

Alisa dudó antes de contestar.

—Podría decirse que sí.

El hombre parecía sorprendido, aunque fue evidente que lo tomó todo como un reto. 

—Vaya, pues es un crimen no haber sabido hasta ahora de su existencia —comentó con una coquetería que no surgió efecto en Alisa—. Créame que conozco a todas las jovencitas ilustres de la capital, es una lástima no haberme cruzado antes con usted.

—No salgo mucho de casa —Alisa casi se rio por su propia broma interna, pero continuó hablando impasible, intentando mantener una sonrisa pese a que la presencia de Darko y el no verlo la tenían hecha un flan por dentro—, pero llevo un par de semanas alojándome en el palacio.

El hombre volvió a mostrar en su gesto un atisbo de sorpresa, aunque su expresión le dijo que veía de manera positiva lo último que le había contado.

—Entiendo. Debe ser importante, entonces —asintió—. ¿Me daría el placer de conocer su nombre? ¿es acaso alguna familiar lejana del Rey, por casualidad?

Había estado esperando aquel momento. En medio de un suave giro exclamó:

—Bueno, puede llamarme Lady Alisa. Soy...

—Es la hija de una antigua amiga de mi madre. Estará temporalmente con nosotros.

Su cuerpo dejó de moverse y su baile se detuvo. 

Darko estaba junto a ella. Su pecho casi rozaba su hombro. Podía ver sus pantalones blancos al lado de la cola de su vestido. No se atrevió a alzar la vista. 

Un ligero aroma a jazmín le acarició la nariz. El viejo pareció decepcionado ante la interrupción de su cortejo, pero se mostró cortés y educado ante el monarca.

—Majestad, es un placer verlo —exclamó siendo agradable. Hizo una pequeña reverencia, inclinando la cabeza hacia abajo, para después seguir hablando con total normalidad. Era obvio que se conocían. Darko debía conocer a la mayoría de personas que estaban presentes en la sala—. El baile es perfecto. Espero que pasase una buena noche del Rito.

Alisa se estremeció ante el tono sarcástico que solo ella pareció percibir en su respuesta.

—Fue inolvidable, se lo aseguro.

Darko volvió la cabeza hacia ella y por fin sus miradas se encontraron. Alisa tragó saliva al comprender a la perfección el doble sentido de sus palabras. Ya no podía evitar enfrentarlo. Su mirada penetrante destilaba indignación. Alisa pudo sentir cómo se encogía dentro de su propio cuerpo.

El tacto de los dedos sin guantes del chico al rozar la piel desnuda de su hombro la exaltó, pero intentó mantener el papel que estaba interpretando. Su voz le cosquilleó en los oídos.

—Señor Tobler, ¿me permite robarle a su pareja de baile? Hace unos días Lady Alisa me prometió concederme un vals.

La forma en que pronunció Lady Alisa le puso los pelos de punta. Parecía que estuviese remarcando su mentira, y esperara que ella viese lo estúpido que sonaba.

—Por supuesto, Majestad.

En cuanto el viejo accedió a ello, los dedos que le habían rozado el brazo la agarraron con fuerza y tiraron de ella para alejarse del hombre. Alisa trastabilló un par de veces mientras la llevaba unos metros más allá, aún en el centro de la gran pista de baile.

Darko la asió como había hecho antes el hombre, cogiéndole la cintura con un gesto brusco para acercarla a él y sujetando la otra mano como si estuviesen bailando. De hecho, lo estaban haciendo. Darko empezó a balancearse en cuanto la hubo agarrado, dando largas zancadas y haciendo movimientos mucho más dinámicos y abiertos que los que había hecho su anterior pareja.

Alisa habría podido disfrutar de un baile tan fantástico como ese si no se conociesen, si ese fuese su primer encuentro y ambos abrazasen el espíritu festivo de la noche. Sin embargo, la realidad estaba muy alejada de la ficción. Darko la apretaba contra él para mantenerla muy cerca y así evitar que se marchase y poder hablar en voz baja sin que el resto de invitados se enterasen. Alisa tenía la espalda muy recta y no osaba bajar la vista a los pies por si tropezaba con los rápidos y ágiles pasos de Su Majestad. 

Podía sentir el poder emanar de él. Estaba enfadado, por supuesto. Un aura ardiente y eléctrica lo rodeaba. Esperaba que no hiciese saltar ninguna chispa, o de lo contrario su hermoso vestido y el del resto de invitados no tardarían en arder. 

Cuando Alisa se atrevió a encararlo, abrió los ojos de par en par. Pese a su altura y la rectitud de su espalda, la cabeza del chico colgaba sobre la suya. Parecía estar portando una máscara que disfrazaba su indignación de serenidad y calma. Pese a ello, Alisa podía ver un brillo de furia contenida en sus ojos que la hizo sentir como si hubiese cometido el mayor crimen del mundo.

 Su mandíbula sutilmente tensada delataba que estaba conteniéndose delante de todos sus invitados. Desde lejos apenas se percibía, pero Alisa estaba tan cerca que podía ver cada una de las señales que delataban sus verdaderos sentimientos. Incluso las silenciosas inhalaciones que tomó antes de hablar por fin y que le ayudaron a contener todas aquellas palabras que abrasaban su garganta.

—¿Qué diantres haces aquí y por qué narices no estás en tu habitación? —cuestionó con los dientes apretados.

Alisa intentó mantener el ritmo de Darko, siguiendo sus pasos en una sincronización perfecta.

—No quería perderme la fiesta.

Un tirón en la cintura para acercarla aún más la hizo contener el aliento. La presión de los dedos del muchacho sobre su vestido aumentó.

—¿En serio? ¿te crees que soy estúpido?

—No, para nada. Por eso mismo estoy aquí.

En un movimiento más rápido que un parpadeo, el joven príncipe la hizo girar y no pudo evitar chocar contra su pecho al terminar de dar la vuelta.

—Parece que no aprendes —murmuró él en voz baja—. No sabía que tenías tantas ganas de buscar problemas.

Alisa lo alejó de ella dándole un ligero empujón, pero el muchacho volvió a asirla como al principio y continuaron bailando. A Alisa no le quedó otra que volver a colocar la mano sobre su hombro.

—No es que tenga ganas. Ya te lo he dicho, quiero vivir.

Darko chasqueó la lengua. Aun así, su imagen de perfecta serenidad siguió intacta. La miró desde arriba, con sus ojos feroces siendo los únicos capaces de delatar con intensidad sus emociones.

—Otra vez con eso... —la comisura derecha de su boca se alzó ligeramente hacia arriba en una sonrisa irónica que para el público debía parecer encantadora—¿no habíamos hablado ya sobre el tema? Ya estarías muerta si así lo quisiese.

—¿Y por qué me encierras entonces? Déjame ser libre. Deja que me marche.

Pudo sentir cómo su pecho se inflaba y desinflaba contra ella en un suspiro silencioso. Le sorprendió cómo podía seguir cabreado y ocultarlo tan bien.

—Las cosas no funcionan así, bonita. Sigues habiéndote colado en el palacio, y ahora hay que añadir a la lista lo que hiciste anoche. ¿Hace falta que te lo recuerde? —Alisa lo fulminó con la mirada— Dices que por qué te encierro. En realidad te has encerrado tú misma. No has dado tiempo a solucionar otros problemas mayores que el tuyo. El mundo no gira en torno a ti, ¿sabes?

No dejaban de girar, dando vueltas a la pisa con pasos rápidos totalmente cuadrados con el tempo de la música. Los violines sonaron más fuertes, marcaban el trágico y tenso pico de su conversación. 

Justo en el momento en que tocaron la nota más aguda, Darko consiguió tirar de ella hacia atrás y Alisa quedó suspendida en el aire, tan solo sujeta por el brazo de Darko tras su espalda. Asustada por el repentino movimiento y la sensación de estar a punto de caer, contuvo el aliento. 

—Ahora dime —continuó él casi en un susurro—, qué has venido a hacer aquí y cómo has conseguido salir de tu habitación sin que te detengan.

Por supuesto, no era una sugerencia, sino una orden.

—Dímelo ahora mismo o haré que te saquen a rastras de la fiesta.

El joven rey tiró de ella hacia arriba y Alisa lo observó muy seria. Volvieron a iniciar la ristra de pasos que ya se había aprendido de memoria. En cierto sentido, sintió una infinidad de similitudes con la fiesta del Duque Ravenna en la que había bailado con Harkan y con Trueno. Pero no podía distraerse.

Por primera vez desde que se habían encontrado allí, Alisa osó sonreír con una ligera suficiencia.

Alzó la barbilla para mirarlo directamente a los ojos, un acto desafiante que la hizo sentir mejor durante unos segundos.

—No puedes hacer eso por el mismo motivo por el que me mantienes oculta —expuso. Darko frunció el ceño, cosa que provocó una pequeña grieta en su máscara de calma—. Estás bailando conmigo, sería extraño que de golpe me detuvieses. Hay mucha gente presente, surgirían rumores extraños y para nada positivos, y no puedes permitirte eso. No si quieres mantener la cabeza en su sitio y evitar cualquier rebelión —podía sentir un abrasador calor saliendo de sus ojos, que mostraban una mezcla de odio, incredulidad y asombro ante sus palabras—. Tu coronación sigue siendo demasiado reciente y a ojos del público tan solo eres un niño mimado y desconocido.

Darko no pudo evitar proferir una carcajada sarcástica, y la muchacha percibió por el rabillo del ojo que la luz de una de las lámparas del techo titilaba. No supo por qué se preocupó, pero en aquel instante esperaba que no se expusiese delante de todo el mundo. No quería que descubriesen sus poderes.

—Vaya, veo que eres muy observadora —musitó él, mordaz—. Tienes razón. No me conviene hacerlo. Pero te juro que si no me cuentas ahora mismo lo que planeas no volverás a ver la luz del sol. Parecías muy cómoda en esa celda de piedra, parece que en realidad te gusta mucho más que tu nueva habitación.

Debió de reflejarse en su cara lo poco que la entusiasmaba aquella idea, porque Darko relajó sus facciones y volvió a mostrarse como antes.

—Si quieres proteger tu libertad, más te vale decirme la verdad en los próximos veinte segundos.

Alisa dudó. En realidad, no tenía por qué esconderlo. Ya la había pillado allí, y de alguna forma se había lucido ante las personas. Estaba segura de que varias debían haberse quedado con su cara. Y al menos el hombre de antes había podido oír su nombre, aunque fuese acompañado de una forma de tratamiento que la asociase con la clase alta cuando no formaba parte de ella.

La canción, que en aquel instante plasmaba una melodía caótica pero muy bella, llevó a Darko a hacerla girar dos veces. Sus dedos rozaron su cintura en cada una de las vueltas, y a Alisa se le pusieron los bellos de punta cuando estos acariciaron la piel desnuda de su espalda.

Al acabar la segunda vuelta, los veinte segundos estaban a punto de terminar y Alisa aún no había abierto la boca. El joven príncipe le habló a la oreja. Su aliento cálido le hizo cosquillas.

—¿Sabes?, algunas veces me he planteado si sería capaz de ralentizar los latidos del corazón de una persona hasta dejarla inconsciente —una diminuta sonrisa maliciosa se apoderó de sus labios—. Podríamos probar ahora mismo, te aseguro que puedo dejar que despiertes en tu estimada celda, ya que tienes tantas ganas de volver.

Aquella amenaza le hizo ser consciente del ritmo de su propio corazón. Sometido a aquella presión y a la abrumadora presencia de Darko, latía con mucha rapidez. Pensar en la posibilidad de volver a la celda la hizo sentirse mareada, aunque ya llevaba un rato así. Puede que fuese el champán.

—Solo quiero que me vean.

Darko alzó las cejas, aún con la sonrisa en la cara.

—O por supuesto, ahora mismo te están viendo. Y hablarán de ti también.

Alisa frunció los labios en respuesta.

—¿Por qué?

—¿Acaso no ves con quién estas bailando? —el joven monarca la hizo girar de nuevo, y al terminar la vuelta colocó la mano en la parte baja de su espalda, haciendo que Alisa volviese a estar casi sobre él. El escote de su vestido rozaba las solapas blancas de su americana— Encima estás tan cerca que parece que vayas a besarme.

Alisa bufó y lo empujó de nuevo para alejarlo, pero los reflejos del rey eran rápidos y aprovechó para cogerle otra vez la mano y hacerla girar una vez más.

—No he dicho que te alejes.

La muchacha acabó chocando enseguida contra su pecho, y volvieron a estar como antes. Esta vez, Darko le sonrió divertido, sin poder ocultar que le parecía muy gracioso lo fácil que era manejarla.

—¿Y bien? ¿Por qué querías que te viesen?

Alisa se aclaró la garganta, dio un paso hacia atrás y siguieron deslizándose por la pista.

—Para evitar que me matases... o me hicieses daño.

Darko achicó los ojos mientras hablaba con tono de advertencia.

—Al final lo haré, si sigues diciéndolo en voz alta.

Se hubiese tapado la boca con la mano si Darko no se la tuviese cogida. No había controlado el volumen al hablar, como sí había hecho antes. Pero era culpa del chico por frustrarla e intentar distraerla en medio de su conversación, o eso se decía a sí misma.

—Si la gente me ve —continuó, esta vez hablando bajito—, no puedes eliminarme como si jamás hubiese existido.

—¿Me permites comentar algo? —la pregunta no esperaba respuesta, y por el tono empleado era obvio que buscaba burlarse un poco de ella—Creo que has enfocado mal tu plan. Por muy linda que seas, la gente no te iba a prestar atención de verdad. Sí, por supuesto que te iban a mirar al pasar con tu resplandeciente vestido. Pero como mucho tendrían los ojos sobre ti durante uno, dos segundos. ¿Y sabes qué? que después se olvidarían. La gente solo piensa en sí misma, y como mucho en los que les causan simpatía. Pero las caras que no conocen, por muy llamativas que sean, se acaban desvaneciendo.

Las palabras fueron calando en el ánimo de Alisa. No quería ser pesimista. Pese a que tenía razón, no tenía por qué ocurrir eso de forma asegurada. 

—Deberías haber tenido en cuenta otras perspectivas, querida —continuó el chico. Poco a poco su enfado parecía haber disminuido. En vez de eso, Alisa comenzaba a verlo actuar como en otros de sus encuentros, más desinteresado, buscando algún punto débil para molestarla—. Si de verdad querías que te recordaran, tendrías que haber venido directa a mi —le lanzó una mirada inquisitiva—. Creo que al final has conseguido tu objetivo, te puedo asegurar que todos te recordarán. Estarás contenta.

Los ojos de Alisa se desviaron entonces hacia un lado para comprobar lo que el chico decía y no tardó nada en subirle el color al rostro. Sintió la necesidad de agarrarse a su americana y hundir la cara en ella para que nadie pudiese apreciar lo avergonzada que estaba, pero se contuvo. A su alrededor había bastante espacio como para que se movieran sin chocar con nadie, la gente había dejado una distancia de al menos dos metros con la pareja de bailarines. Aun así, más gente les seguía el ritmo en la pista y la mayoría charlaba en grupos como si no ocurriese nada, pero las miradas eran intermitentes y descaradas. En el momento en que Alisa había vuelto la cabeza para mirar, había por lo menos treinta personas observándolos.

Cuando se volvió hacia el monarca, este pudo captar la vergüenza en su rostro, cosa que le causó cierta satisfacción.

Ya no sabía cuántas veces la había hecho girar desde que habían empezado a bailar, pero tras hacerlo una última vez, aprovechó para soltar otra pregunta que acabó de resquebrajar la templanza de Alisa, que seguía nerviosa al ser consciente de todas las miradas sobre ambos.

—Una pregunta, ¿también bailabas con mi consejero real para que te viesen, o pretendías ganarte su confianza para algo en concreto?

Alisa contestó muy rápido. Esperaba que sus mejillas no se pusiesen aún más coloradas.

—¿Qué? ¡No! Él se me acercó primero.

—Mmm... comprendo. Entenderás que estas cosas me inquieten. Después de tu reciente historial de decisiones, me temo que no me fio demasiado de ti.

La muchacha estuvo a punto de quejarse, pero la figura de una jovencita acercándose a ellos hizo que se tragase sus palabras antes siquiera de pronunciarlas. 

La chica parecía mayor que Alisa e iba directa hacia Su Majestad. La expresión de Darko, que poco a poco se había ido avivando mientras su conversación tomaba un nuevo rumbo, murió en cuanto vio que se detenía frente a él. Sus cejas volvieron a formar dos líneas rectas sin expresión, aunque el aura de resignación que transmitía era palpable a kilómetros de distancia.

Durante su momento en la pista Alisa había estado segura de ver refulgir en sus ojos las motitas que había descubierto aquella noche en el Barrio de Jade. Pero tan pronto como había sido capaz de distinguirlas, desaparecieron con la llegada de la invitada desconocida.

—Buenas noches, Majestad —Por su reacción y la forma en que la chica le sonrió, Alisa sospechó que ya se conocían, y por un momento se sintió algo incómoda. Aún podía sentir el calor en sus mejillas por el bochorno de su exposición pública, pero la electricidad que había notado por su cuerpo unos minutos atrás había desaparecido por completo—. Me preguntaba si me concedería el honor de bailar la siguiente canción.

Su apariencia era la de una muñeca: esbelta, alta, rostro simétrico, ojos almendrados y cabello castaño miel de una lisura y brillantez casi irreal. Totalmente opuesta a ella. Darko se alejó de Alisa tras soltar su cintura y asintió sin mucho entusiasmo. Alisa podía percibirlo emanando de él. Su tez parecía haberse vuelto un poco más pálida y sus ojos más opacos, como si acabasen de aguarle la fiesta.

—Claro —contestó a la petición de la muchacha—. Discúlpame un segundo.

Antes de que la desconocida pudiese objetar nada, asió el brazo de Alisa y la alejo de ella para hablarle al oído en privado. Alisa, que podía ver la cara de la muchacha desde allí, no pasó por alto la evaluación que llevó a cabo la chica y cómo frunció los labios con desagrado tras mirarla de arriba abajo.

—Ni se te ocurra irte ahora que estás aquí —exigió el joven rey—. En un rato volveré contigo para seguir hablando.

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