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38

El abrazo que le dio fue tan fuerte que casi hizo crujir su espalda. Sin embargo, Alisa lo aceptó encantada, espachurrando la mejilla contra su pecho, permitiéndose aferrase a alguien de su pasado que la seguía apreciando con tanto cariño.

—Qué alegría ver que sigues viva —murmuró el hombretón contra su pelo.

Alisa no sabía exactamente cuánto tiempo había pasado desde la última vez que se habían visto, aunque era consciente de que ya habían pasado unos meses. Mas, cuando su antiguo jefe por fin la soltó, vio que seguía igual de espléndido que siempre. Lucía sus usuales prendas elegantes y el cabello rizado tan impecablemente desordenado como de costumbre. Parecía que el tiempo no transcurría en él, aunque así había sido desde siempre, desde el primer día en que lo vio hasta entonces. Vivía eternamente congelado en el tiempo, siempre joven y vigoroso.

La agarró por los hombros mientras la examinaba de arriba abajo, como si buscase alguna herida, defecto, o algo que le indicase que las cosas iban mal. Pronto volvió a centrarse en su rostro.

—Estás incluso más guapa que antes. 

Alisa sonrió avergonzada ante aquel cumplido. Puede que fuese porque había estado comiendo un poco más desde que había empezado a vivir con el soldado. Ya no se le notaban tanto los huesos como sucedía tiempo atrás. Siempre había sido muy delgada y esbelta, y aquello no había cambiado, pero se sentía más fuerte.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó Alisa. Era una enorme coincidencia que ambos se hubiesen encontrado allí, a orillas del Palacio Real. Jamás se lo habría imaginado.

Kane volvió a hablar, pero esta vez frunció levemente las cejas.

—La pregunta es cómo has llegado tú hasta aquí. 

La muchacha se dispuso a contestar, pero el señor Clover alzó la mano para silenciarla. Miró, entonces, a ambos lados de la calle, de golpe preocupado porque alguien pudiese escuchar su conversación y aquello pudiese poner a la muchacha en peligro.

—Ven conmigo —demandó—. Hablemos en un lugar más cómodo.

Kane se acercó y le paso el brazo sobre el hombro para llevarla junto a él, protegida. Él era mucho más alto y corpulento que Alisa, por lo que desde atrás perfectamente podría haber dado la impresión de que era un padre que acompañaba a su hija, o al menos un par de hermanos con una notoria diferencia de edad. Que compartiesen el mismo tipo de rizos oscuros ayudaba incluso aún más a transmitir aquella visión.

El señor Clover guió a Alisa por la calle, tomando el ritmo y rumbo de la caminata. No tuvieron que andar demasiado, su paseo terminó unas calles más allá, mucho más cerca del apartamento de lo que habría podido imaginarse. Cuando su antiguo jefe se detuvo, Alisa se vio obligada a parpadear varias veces ante lo que estaba viendo.

El As de tréboles estaba ante ella, aunque no su As de tréboles. Alisa tardó unos segundos en recordar que el inminente éxito de su jefe había fomentado la apertura de otros establecimientos alrededor de Veltimonde. Tres, en realidad. Aunque el del distrito trébol seguía siendo el más célebre de todos, además del que daba mayores ventas. Sin embargo, no se le había pasado por la mente en ningún momento que fuese a ver en persona ninguno de los otros clubs del señor Clover.

Kane le hizo un gesto con la mano, alentándola a que entrase.

—Adelante.

Alisa contempló el negocio, que parecía tan lujoso que temió incluso respirar demasiado fuerte contra las puertas de este. Desde fuera se veía que tenía tres plantas de altura, y casi se asemejaba a un manojo de espejos tan brillantes como el sol, posicionados en ángulos únicos. Las luces de neón, que por el día se mostraban debilitadas, le daban el toque. Estaba segura de que de noche sería un lugar incluso aún más atractivo a la vista.  Llamaba bastante la atención, pese a que el resto de edificios de la calle eran una digna competencia.

Kane le abrió la puerta de cristal, y Alisa entró en aquel As de tréboles con ojos inquietos, admirando cada detalle conforme iba avanzando en su interior. No pudo evitar abrir la boca en el proceso. La primera planta era amplísima, y así debían ser también las demás. Los techos eran mucho más altos que los del original, y nada más entrar se notaba con facilidad que allí dentro todo era un poco más oscuro. Las luces eran más tenues, y la luz solar era limitada. Era la réplica del bar de la entrada de su querido As de tréboles, pero los muebles de este eran más sofisticados, y la capacidad era mucho mayor. Alisa divisó una larga barra al fondo, donde, pese a ser media tarde, los trabajadores ya tenían faena.

El señor Clover volvió a tomar la delantera para dirigirla a un lugar más tranquilo. La llevó hacia unas amplias escaleras de caracol que conectaban las tres plantas. Al empezar a subir, Alisa pudo ver que al otro lado de la primera planta estaban las salas de juegos y apuestas, estas más grandes que las que estaba acostumbrada a vigilar de vez en cuando. 

Subió los escalones sin detener demasiado su vista en ello. Llegaron entonces a la segunda planta, y Alisa no pudo evitar sentir un hormigueo en el cuello al volver a estar en un salón como aquel, que le recordaba lo mucho que se había expuesto. El salón VIP de aquel As de tréboles era impresionantemente parecido, pero disponía de muchos más lujos, dada su amplitud. 

El salón ocupaba toda la segunda planta, y parecía tener incluso barra propia. Las luces allí ni siquiera existían, tan solo las de neón, que adornaban todas las esquinas y los bordes de los muebles. La sala estaba repleta de sillones y mesas de apariencia realmente cómoda y tentadora, y lo que más le sorprendió fue la presencia de varios escenarios alrededor de la habitación. Suponía que los que accediesen a aquella zona, debían pagar bastante, dados los privilegios. 

Sin embargo, Kane Clover ni siquiera se detuvo para que la muchacha pudiese echarle un vistazo. Siguió subiendo hacia la tercera planta, y Alisa ya podía imaginarse lo que encontraría allí. Su juicio y experiencia no le fallaron, por lo que no se sorprendió al ver que las escaleras de caracol terminaban en una planta llena de suites. 

Alisa pudo leer el número treinta y dos en una de las puertas y contuvo las ganas de silbar con asombro. Habían aprovechado a la perfección el espacio, y aquello era evidente teniendo delante tal número de habitaciones. Los pasillos estaban revestidos de una moqueta violeta, y los marcos de las puertas eran de un llamativo tono plateado. Alisa tuvo la sensación de estar dentro de una de las plantas de un prestigioso hotel. 

Kane la hizo cruzar uno de los largos pasillos hasta llegar a una puerta negra. La atravesaron y el viento le rozó la cara conforme subieron unos pocos escalones. Salieron a una azotea techada. Parecía el lugar perfecto para relajarse al aire libre, y en aquellos momentos estaba vacía. Alisa atravesó la terraza, cruzando entre los sofás de cojines color crema y las mesillas de cristal. 

Se sentó en un bonito sillón junto al borde de cristal de la azotea y se hundió en el relleno del mullido cojín. Kane Clover tomó asiento frente a ella, y se mantuvo unos segundos en silencio. Alisa admiró las bonitas vistas que tenían desde allí. No estaban tan altos como en su apartamento, pero desde el lugar se podía ver un poco más algún pellizco de los jardines de palacio.

Cuando volvió la vista de nuevo hacia su antiguo jefe, le vio suspirar, recostado por completo contra el respaldo de su sillón.

—Me siento como un padre viendo a su hijo después de un largo viaje —murmuró, casi divertido—. Esto me hace sentir viejo. 

Las comisuras de los labios de Alisa se estiraron en una sonrisa sincera. De alguna forma, había echado de menos a aquel socarrón hombretón.

Kane se aclaró la garganta a la vez que se incorporaba un poco en su asiento, mostrando verdadera curiosidad en su posición.

—¿Y bien? ¿aún sigues con aquel soldado?

Alisa asintió con lentitud. El señor Clover apretó los labios.

—Vaya, parece que iba en serio.

—Digamos que es bastante decidido en cuanto a sus objetivos. 

Kane chasqueó la lengua, pero Alisa pudo ver que no estaba para nada mosqueado. Alzó las cejas mientras desviaba la mirada hacia las vistas. 

—Hiere mi orgullo admitirlo, pero parece que tienes mejor juicio que yo.

Alisa volvió a sonreírle, bastante satisfecha con su reciente declaración. No había esperado escuchar nunca algo como aquello de Kane, el hombre más exitoso de todo el distrito Trébol, con su gran instinto y sus inteligentes decisiones.

—Sabes —insistió—, había algo en él que no me daba buena espina. Hable poco con él, por supuesto. No tuvimos el tiempo de conocernos demasiado. Pero me resultó un tanto... artificial.

—No es muy sociable —explicó Alisa—. Las interacciones con la gente no son lo suyo. Y teniendo en cuenta la situación en la que estábamos en ese momento...

—Claro, claro —reconoció. La muchacha pudo ver entonces cómo sacaba un pequeño aparato del bolsillo y pulsaba el único botón que este tenía. Al momento volvió a guardarlo—. Pero aun así... —murmuró— No sé. Sus ojos eran extraños, como si no fuesen humanos.

Alisa inclinó la cabeza a un lado. De pronto se dio cuenta de ello y volvió a enderezarse. ¿Aquel gesto lo había hecho siempre que se paraba a contemplar a alguien, o lo había copiado de Harkan?

—Te puedo asegurar que es bueno —se apresuró a defenderlo Alisa—. Era un poco... gélido al principio. Pero ahora es muy cariñoso y me trata muy bien. Siempre está cerca para protegerme y es muy diferente a la primera impresión que pueda dar. Simplemente no le gusta la gente. No se fía de nadie, supongo que eso hace que su mirada sea más dura a veces.

Kane Clover fue asintiendo conforme ella iba desplegando sus palabras en el aire. Justo cuando terminó de hablar, un chico joven vestido de negro llegó junto a ellos y se posicionó al lado de su antiguo jefe. Kane le indicó que se acercase y le susurró algo en voz baja. Pronto, el chico volvió a marcharse, desapareciendo de la azotea. Alisa supuso que aquello tenía algo que ver con el pequeño aparato que el señor Clover había accionado antes. 

Le sorprendió caer entonces en la innovadora presencia masculina que parecía haber en aquel As de tréboles, cosa que no había en el suyo. Aunque en su As de tréboles siempre solía estar su jefe, mientras que casi nunca se pasaba por aquí. El señor Clover debía ser el equivalente de todos aquellos jóvenes camareros y jefecillos que regentaban el lujoso antro.

Pareció haberse abstraído unos segundos con la vista puesta donde desapareció el chico, porque cuando se dio cuenta de ello volvió la vista hacia Kane, quien la miraba con una pequeña sonrisilla pícara en los labios.

—Veo que lo conoces bien... —insinuó, apoyando los brazos en su asiento— ¿Debería preocuparme? Parece que tendré que mantener una conversación de verdad con él pronto. Ya sabes, de hombre a hombre. Para ver si de verdad merece la pena y esas cosas. 

—¡Kane! —se quejó, avergonzada. Esperaba que los colores no le subiesen al rostro.

El señor Clover soltó una carcajada.

—Vamos Alisa, solo quiero lo mejor para ti. Ya has sufrido bastante.

La chica parpadeó avergonzada.

—Estoy bien, es un buen compañero. Haz como siempre y finge que no te interesa.

El señor Clover achicó los ojos.

—Sabes que me preocupo por ti. Siempre has tenido privilegios respecto a las demás. 

Alisa apretó los labios. Era consciente de ello. En parte, le alegraba. Gracias a eso había sido un poquito más fácil seguir adelante durante aquellos largos cuatro años. Con todo lo que había ocurrido, más aún en esos últimos meses, siempre le estaría agradecida. Le debía una a ese pequeño corazón cálido escondido entre músculos, huesos de acero y sarcasmo congénito que guardaba con llave.

Pareció que el señor Clover optaba por no avergonzarla más, por lo que Alisa pudo ver cómo se reclinaba de nuevo sobre el sillón y se mostraba un poco más serio. La brisa meneó algunos de los rizos que caían a ambos lados de su rostro.

—¿Y qué? —preguntó— ¿Cómo ha sido todo hasta ahora? ¿Qué has estado haciendo?

Para Alisa, aquel fue un momento de liberación. No lo había planeado, jamás se le había pasado por la cabeza que algo así pudiese ocurrir, pero resultó que explicarle a alguien todas sus vivencias aligeraba en cierta forma el peso que sentía sobre sus hombros. Ya no tenía que mantenerlo para sí misma, siendo Harkan su único confidente, sino que podía dejar que sus recuerdos se trasformasen en palabras. Decirlo todo en voz alta le otorgó una entereza real a todo lo sucedido, que hizo que para Alisa todo sonase auténtico e innegable, como si por fin pudiese afirmar ante alguien más que todo aquello no habían sido solo pesadillas, alucinaciones y sueños febriles. 

Kane Clover escuchó con interés de principio a fin. Desde que se separaron hasta que volvieron a encontrarse. Alisa relató al detalle todas las pruebas y los inconvenientes que tuvo. Lo mal que lo pasó ante la muerte, e incluso se negó a ocultar las formas brutalistas de Harkan a la hora de protegerla. Al menos, para ella era algo impactante. Esperaba que con su relato, en según qué partes, no tuviese una mala visión de él. Unas cosas contrarrestaban las otras, y Alisa sentía que ahora apreciaba al soldado en todos sus sentidos y versiones, aunque pudiese ser insensible ante las vidas de otras personas. Estaría allí con él para hacerlo mejor persona, para enseñarle el valor de la vida, y aun así sabía que al final solo estaba haciendo su trabajo.

El señor Clover no objetó nada. Escuchó su historia haciendo muecas y profiriendo pequeños comentarios. En el proceso, el mismo joven de antes volvió a aparecer y dejó dos bebidas frente a ellos. Cuando desapareció, Kane agarró su vaso y pegó un tiento a la bebida transparente que burbujeaba contra unos cubitos de hielo. Alisa detuvo su relato para coger la que parecía para ella cuando su antiguo jefe le hizo un gesto con la mano, animándola a que bebiese.

Se llevó el estrecho vaso a la nariz y olisqueó el contenido. Era de un brillante color naranja y llevaba una capa roja recubierta de azúcar en el borde. Alisa acercó los labios al líquido para probarlo y se maravilló con un sabor fresco y dulce. De inmediato pegó un sorbo más largo.

—No lleva alcohol —murmuró tras tragar.

—No beberás algo así estando en mi presencia. Espero que tampoco cuando estés a solas.

Alisa negó con la cabeza, muy rápido, mientras se pasaba la lengua por los labios, recolectando todo el azúcar posible.

—El alcohol te hace hacer locuras. No, gracias.

Kane sonrió.

—Chica lista.

Por los ojos de la muchacha pasaron como cometas algunas imágenes fugaces. No pudo evitar recordar la noche en el Barrio de Jade con D, aquel desconocido de cabello oscuro y porte elegante. Tampoco pudo apartar los recuerdos de aquel mismo día, aún más tarde, mientras le daba órdenes a Harkan para que durmiese con ella. Ni su espléndida noche tras el baile de máscaras.

Volvió a negar para deshacerse de los recuerdos. Por supuesto, aquellos... sucesos no se los había contado al hombretón, ni le hacía falta saberlos. El alcohol y Alisa eran un dúo peligroso. Si podía evitar que ambos se juntasen, mejor. Así se ahorraría incidentes inesperados y vergonzosos. Y, dada su posición, le era mucho mejor ahorrárselos y estar sobria para pensar con la cabeza fría. 

Mientras seguía disfrutando de aquella bebida refrescante que le recordaba al zumo de naranja, continuó explicándole el resto de la historia: Las pruebas restantes, los viajes, las cartas, el estado de su hermano y algunos pequeños detalles de su progresión con Harkan, aunque de esto último optó por omitir mucho contenido. Le explicó lo esencial para que pudiese verlo con buenos ojos si algún día se encontraban.

Allí sentada, se sintió de repente optimista. Por supuesto, no era fácil. Pero sintió que poco a poco iban avanzando y el sufrimiento iba disminuyendo. Si seguían con aquel ritmo, podrían conseguir encontrar las cartas con el paso del tiempo. Harkan estaría a su lado, podrían lograr que funcionase. Decidió ver el futuro con mejores ojos. Quizá, si todo iba bien, podría quedarse con él, seguir viajando por ahí o aposentarse en un lugar que se convirtiese en el sitio seguro de ambos. Podría ver crecer a Ciro e incluso volver a trabajar para darle todo lo que pudiese. No sabía cómo funcionaba todo después de ganar la baraja de cartas, pero, si era una oportunidad de redención, entendía que seguramente podría volver a su vida normal.

Últimamente, la cabeza de Alisa viajaba mucho por sus pensamientos, distrayéndose en su propia mente con frecuencia. Quizá fuese porque, extrañamente después de tanto tiempo, se sentía un poco feliz. Aquello le daba alas para soñar.

Al meter la mano en el bolsillo y notar el tacto del cristal contra la yema de sus dedos, recordó su reciente adquisición. Esperó que no tuviese que usarla pronto, que nada le arruinase aquella pequeña llama de esperanza que empezaba a fulgurar en su pecho. Y aun así, sintió que eso no tenía por qué ocurrir. Que probablemente el contenido del frasquito acabaría pudriéndose en la esquina polvorienta de una habitación. Por fin parecía que la suerte le guiñaba un ojo. Haberse encontrado con el señor Clover era una prueba de ello.

Este, en su lugar, sonrió. Allí, hablando con él, la muchacha parecía mucho más tranquila que el día en que se habían despedido. Era obvio que tanto antes como ahora estaba sometida a cierto estrés, pero le tranquilizaba verla un poco mejor.

Cuando hubieron acabado de hablar, se dieron cuenta de que ya estaba oscureciendo. El tiempo había avanzado tan rápido que Alisa ni siquiera se había dado cuenta de que habían pasado horas. 

Hacía ya mucho desde que se había acabado su bebida. Al ser consciente de que se avecinaba la noche, se puso de pie como un resorte y depositó el vaso vacío junto al del señor Clover. Este la observó alzando las cejas, sorprendido por su repentino cambio de actitud. Se había mostrado muy a gusto hasta entonces, ninguna arruga había cruzado su frente hasta ese momento. En aquel instante él también cayó en la cuenta de todo el rato que habían estado hablando.

—Debería irme —expresó Alisa, con una mueca apenada—. Ciro lleva mucho rato solo.

Kane la imitó, incorporándose también y poniéndose de pie.

—Tienes razón. A ver si algún día lo traes por aquí. Se que no es el lugar más idóneo para un niño, pero tengo ganas de ver a ese pequeñajo de nuevo —le confesó, con una sonrisa de medio lado. Se pasó una mano por la barba pulcramente recortada—. Joder, seguro que está más alto. A esa edad los niños crecen rápido, ¿no? Ahora que ha visto mundo estará hecho todo un hombrecito.

—Sigue igual que siempre —le aseguró Alisa—. Y lleva a Calcetines con él a todas partes. Es su compañero favorito.

—¿Calcetines? —por un momento pareció desconcertado, pero entonces los ojos de Kane se oscurecieron un poco, teñidos por algo que Alisa identificó como pena. Fue tan solo por unos segundos, aunque para la muchacha sus emociones no pasaron desapercibidas—Ah... ya veo.

Se rascó la nuca. Alisa pudo ver cómo la camisa se ceñía a sus músculos con cada uno de sus movimientos. El señor Clover se posicionó delante de ella, dispuesto a llevarla de nuevo a través del enorme club.

Alisa no pudo reprimir una diminuta sonrisa tras mirarlo.

—Tú sí que estás igual que siempre.

Kane resopló divertido.

—¿Un cumplido tuyo? Qué extraño. Últimamente eres más atrevida.

Y que lo digas, pensó. 

El hombretón empezó a caminar con calma por la azotea, pasando entre los sofás y las mesitas de aquel espacio de aire privado. Se dirigió hacia el lugar donde estaba la puerta negra, por la que había accedido.

—Lo dices por lo de antes —continuó, mientras le daba la espalda—. Para que no me sienta viejo.

—Pero no eres viejo.

Kane giró la cabeza en su dirección para mirarla un segundo. Le gustaba que le regalasen los oídos, pero le vio entornar de nuevo los ojos antes de volver a mirar al frente.

—Más que tú sí.

Alisa bajó los escalones con pasos ligeros. Pronto, la puerta se cerró tras de sí y se encontró de nuevo en la zona de las suites. Atravesó el pasillo principal a tan solo un metro de distancia de su antiguo jefe. 

—No tanto como para ser mi padre.

Kane se detuvo en seco. Volvió a girarse hacia ella. Esta vez alzando un dedo acusatorio para señalarla a modo de advertencia.

—Lo he dicho antes de broma. Ni se te ocurra tomártelo enserio.

A Alisa se le escapó la risa. Kane resopló y retomó el ritmo. Observó su enorme espalda mientras avanzaban hasta llegar casi a la escalera de caracol. Le oyó hablar de nuevo, esta vez sin verle la cara.

—Considérame el tío rico y enrollado al que todos le tienen envidia —musitó—. Algo así sí te lo permito, si tantas ganas tienes de fingir que soy tu familia.

La muchacha sabía que estaba de broma y que se hacía el serio para presumir, como siempre. Pese a todo, sus palabras le calentaron un poquito el corazón.

Bajaron planta por planta. Cuando llegaron al gran bar de la entrada, el señor Clover hizo que se detuviese en una esquina mientras iba a por algo. Le vio desaparecer tras la barra y desvió la vista para observar a su alrededor. Se notaba mucha más afluencia que antes. El bar, al menos, ya tenía una cantidad importante de clientes. Conforme la noche se fuese adueñando aún más de las horas, estaba segura de que el As de tréboles se iría llenando más y más. Era impresionante lo que un hombre como él había logrado conseguir, y una pena que, pese a toda la gente que le rodeaba en el trabajo, ante la vida siempre estuviese solo.

No tardó nada en volver. Kane llegó a su altura y le puso una mano en la espalda para guiarla hacia la puerta. Caminaron entre las mesas, mientras los olores a comida que desprendían las mesas le abrían el apetito. A unos metros de la puerta, una chica se detuvo junto al señor Clover.

—Señor, tiene los documentos que buscaba arriba. Acaban de llegar.

—De acuerdo, ahora mismo voy.

La chica hizo un leve asentimiento y desapareció tan rápido como llegó. Alisa apenas tuvo tiempo de verle la cara a la trabajadora, pero sí escuchó lo que le dijo.

—Es raro —comentó de pronto—, antes me costaba ser informal contigo. Ahora siento que no podría volver a tratarte de usted. 

Kane suspiró tras rascar su barba.

—Mientras que no me pierdas el respeto...

Alisa hizo algo similar a un saludo militar. Uno de esos que se imaginaba que debía hacer Harkan ante sus superiores.

—A la orden, señor.

—Anda, sal.

El señor Clover la agarró por los hombros y la forzó a caminar hacia delante. Alisa abrió la puerta y ambos emergieron al exterior.

Como había imaginado, las luces de neón le daban el toque. Su resplandor se reflejaba sobre los infinitos cristales del edificio, creando un efecto único que debía hacer el lugar reconocible incluso a kilómetros de distancia. Las luces brillaron al reflejarse sobre sus vidriosos ojos verdes.

Escuchó el sonido de la puerta al cerrarse tras ellos, y de golpe Kane le agarró la mano y colocó algo en su palma que le obligó a prestarle atención de nuevo.

Separó los dedos del objeto para ver un teléfono que parecía más viejo que el que tenía Harkan. Alzó los ojos hacia su antiguo jefe para leer su expresión.

El señor Clover le colocó una mano sobre el hombro.

—Tengo bastante papeleo que hacer, por lo que estaré unos días por aquí. Si necesitas cualquier cosa llámame. Te he guardado mi número. Y aunque me haya ido... de verdad, cualquier cosa que necesites... —Alisa apretó el móvil entre sus manos mientras lo escuchaba hablar. Kane habló más lento— Esta vez sí contestaré. Hablemos todo lo que haga falta.

Alisa comprendió a lo que se refería al instante. Se acordó de lo que le explicó de su hermana, de aquella llamada y de lo que sucedió después. Se le hizo un nudo en la garganta. Para ocultarlo, apretó los labios con fuerza en una sonrisa de agradecimiento. 

—Gracias.

—Te acompañaría a donde quiera que estés viviendo ahora mismo pero, como ves, tengo trabajo.

La chica asintió, sacudiendo su cabellera oscura.

—Ten cuidado al volver —le dijo él mientras la soltaba y se acercaba poco a poco a la puerta.

—Aquí nadie me conoce —recordó Alisa para tranquilizarlo.

— Da igual. Nunca se sabe cuándo puede aparecer el peligro —Kane abrió la puerta y volvió a insistir mientras el ajetreo del As de tréboles ya escapaba a su alrededor—. Simplemente date prisa.

Alisa se despidió con la mano y echó a andar al verlo entrar por fin en el establecimiento. Las sombras portadoras de la noche la abrazaron, como si hubiesen estado esperando a su vieja conocida. Alisa caminó con rapidez por las calles de Kheles, recargada emocionalmente tras el encuentro con su más antiguo amigo. Tan encantada estaba con ello que no se percató de la silueta que la seguía desde la otra punta de la calle.

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