13
—Yo confío en él.
A pesar de todo, aquellas palabras salieron firmemente de la boca de Alisa.
—¿Qué te hace pensar que de verdad quiere ayudarte?
Alisa no estaba segura de ello. No sabía muy bien el porqué de nada. No acababa de entender del todo los motivos que tenía Harkan para ayudarla, pero ella misma no era consciente del porqué de su rápida confianza en él. Quizá era porque había llegado como un rayo de luz para ayudarla en un momento crítico. Pero Alisa lo veía en sus ojos. Esa determinación, esa convicción.
—Sus ojos... —empezó ella— me dicen que no miente.
Kane bufó, girando hacia un lado la cabeza.
—Es verdad que son peculiares —admitió—, pero son ojos fríos.
—Me sentí segura a su lado —le confesó Alisa. Por algún motivo sus mejillas se tiñeron de un leve color rosado. Pero era cierto. Habían estado muy poco tiempo juntos, y aun así durante aquellos pocos minutos, pese a los nervios, se había sentido a salvo. Las piernas habían dejado de temblarle.
Él la observó serio. Empezó a caminar por la sala, inquieto. Al final, se apoyó sobre el respaldo del sofá de piel negro, recostándose ligeramente mientras se cruzaba de brazos. Alisa se vio obligada a darse media vuelta en su dirección. El frío aire de fuera se coló por el trozo abierto de la ventana. La corriente le rozó a Alisa las piernas y los hombros, provocándole un escalofrío. Se abrazó los codos.
—Alisa, no puedes caer por cualquier chico que te dé un poco de atención—Kane la miró, frunciendo el ceño con cara de preocupación. Negó con la cabeza—. No en este tipo de situación.
Se sintió avergonzada. No es eso, pensó. Era algo distinto, un sentimiento extraño. Como si ya se hubiesen visto antes y lo conociera desde hacía tiempo.
—Si hubiese querido hacerme daño ya lo habría hecho, ¿no crees? —volvió a repetirle— Ha tenido múltiples ocasiones para hacerlo esta noche y no lo ha hecho. No creo que haga ningún movimiento ahora que está solo —Alisa se tomó un momento para meditar el asunto—. Lo más lógico habría sido hacerlo cuando estaba con sus compañeros. Además, ¿para qué hacer todo el paripé si en realidad ese fuese su objetivo? Lo mejor hubiese sido acabar rápido y listo.
—A lo mejor es un sádico al que le gusta jugar con la gente —sugirió el hombretón.
Alisa rodó los ojos ante aquella idea. Harkan tenía cara de ser alguien que no pierde el tiempo. De algún modo aquello no parecía cuadrar con él, aunque si recordaba su rostro manchado de gotitas de sangre...
—De cualquier forma, es mi mejor opción ahora. Pongamos que te hago caso y salgo por la ventana. Bien, ¿y luego qué?
Entonces el señor Clover se mantuvo en silencio, observándola, para luego desviar la mirada hacia el ventanal abierto. Ese silencio fue suficiente para Alisa. Él lo sabía. Sabía que era una opción arriesgada, demasiado improvisada como para formar un plan sólido en un par de minutos con un resultado positivo. Una vez que pusiera un pie en aquel patio abandonado y saliese corriendo, estaría sola. Durante mucho tiempo, si es que lograba subsistir. No tendría a dónde ir.
Pese a todo, para Kane aquella no era una opción. No se fiaba del ejército. Solía ser precavido, pero en aquella situación no le parecía una opción viable. No quería dejarla en manos de uno de ellos, con la incertidumbre de no saber lo que pasaba por la mente del muchacho. Y sin embargo, parecía que aquella, al final, era su única opción. Aunque le quemase el corazón pensarlo.
—Él ha dicho que me ayudaría —la chica insistió en el tema, y Kane la escuchó sin abrir la boca, sabiendo que todas y cada una de las palabras que pronunciaba eran ciertas, muy a su pesar—. Me ofrece al menos un futuro. Con tu alternativa al final me quedo sola a la intemperie. Sin rumbo fijo, sin un destino. Sin saber dónde caer muerta. Tengo más posibilidades de aguantar yéndome con él, aunque más adelante me entregue o me mate.
Un suspiro se escapó de su boca. Sintiendo el cuerpo pesado, el hombretón se incorporó poco a poco y echó a andar hacia ella, acortando la distancia que había crecido entre ambos. Cuando estuvo frente a ella, estiró las manos para acariciarle el cabello, y luego las colocó en sus mejillas, tomándolas con delicadeza. Con el pulgar le limpió una pequeña lágrima que rodaba por su rostro. Aquel gesto de afecto provocó que Alisa se sorbiese los mocos, que amenazaban por salir frente a tal torbellino de emociones.
—Tienes que cuidarte, ¿de acuerdo?
Alisa asintió ligeramente, sintiéndose incapaz de abrir la boca. El nudo en su garganta había vuelto. Contuvo el resto de lágrimas que se acumulaban en sus ojos como pudo. Parpadeó varias veces, disipándolas. Kane le acarició suavemente la mejilla izquierda con el pulgar. Con aquella respuesta ya habían sentenciado lo que iba a ocurrir, ya no habría marcha atrás.
—No te fíes de esa sonrisa protésica suya.
Volvió a asentir, esta vez más decidida. Ella sabía lo que tenía que hacer. Confiaba hasta cierto punto en el muchacho, pero no era tonta. Si veía que las cosas se ponían raras saldría de allí enseguida, sin importar dónde se encontrase.
Kane le soltó las mejillas. Le dio un par de palmaditas delicadas sobre la cabeza, como si fuese un cachorro, y le sonrió con tristeza. La cabeza de Alisa era un embrollo de pensamientos: mil cosas que quería decirle pero que no sabía poner en palabras. Se mantuvieron en silencio por unos instantes, Kane escrutándole el rostro, como memorizando cada centímetro de su piel; Alisa procesando sus propios pensamientos. Ante aquella mirada del hombretón, sintió que estaba recabando toda la información visual posible de ella, como si la estuviese enmarcando en su mente para no olvidarla. Alisa sabía que sus posibilidades de aguantar en aquella situación no eran muy elevadas, aun así, aquello le pellizcó un poco el corazón. Fue entonces cuando su boca se movió por sí sola, soltando una pizca de todo lo que retenía en su cabeza.
—No sabes lo mucho que aprecio la ayuda que me has brindado durante todo este tiempo —balbuceó—, de veras. No encuentro palabras para expresar todo mi agradecimiento...
Kane se puso el índice frente a los labios, silenciándola inmediatamente. Alisa parpadeó de nuevo, confundida.
—No digas nada más—la interrumpió él—. Ven a verme cuando todo esto haya acabado y entonces me habrás pagado por todo —entonces se puso serio y la señaló con el dedo, amenazador—. Si no, te aseguro que te perseguiré en tu próxima vida para que me pagues lo que me debes.
La muchacha no pudo evitar soltar una pequeña carcajada, a la que el señor Clover contestó torciendo la comisura izquierda de su boca hacia arriba, en un atisbo de sonrisa. Alisa alzó sus ojos hacia él de nuevo. Su mirada era decidida. No supo si era por el aire frío que entraba por el ventanal o por la fuerza interior con la que dijo aquellas palabras, pero se le pusieron los pelos de punta.
—Prometo que volveremos a vernos, sin nada que nos limite.
*****
Harkan seguía con la espalda apoyada contra la pared y los ojos entornados. El niño estaba a su lado. No se había movido en todo el rato, ni si quiera había pronunciado una palabra desde que su hermana se había ido. El soldado pensó primero que quizá no decía nada porque su compañía no era de su agrado, pero luego se dio cuenta de que en realidad no era eso. Eran las tres bien entradas de la mañana y el niño se caía de sueño a su lado. Los párpados se le cerraban constantemente, pero se negaba a dormirse hasta que volviera su hermana, aunque Harkan estaba seguro de que el niño pasaba más tiempo en el limbo del sueño que despierto y consciente. Era normal, al fin y al cabo. Estaban en plena madrugada, probablemente el niño había estado durmiendo hasta hacía un rato. Le habían interrumpido el sueño y, ahora que el muchachito tenía un momento de relativa tranquilidad, el cansancio le había ganado.
Sin embargo, mientras que Ciro se sumergía poco a poco en el mar de la calma, Harkan empezaba a impacientarse a su lado. Se suponía que iba a ser un momento, y allí seguían, esperando. ¿Cuánto rato había pasado ya? ¿cinco, diez... quince minutos? No lo sabía. Estaba empezando a preocuparse. Harkan tenía mucha imaginación, y estaba esbozando en su mente múltiples situaciones que podían estar sucediendo tras aquella puerta blanca.
Pensó en acercarse e intentar entrar, pero sabía que la puerta se abría con un código, y no tenía suficientes motivos legales como para reventarla y entrar por la fuerza, por lo que se quedó allí, quieto, mirando a la pared mientras la cabeza del niño poco a poco se deslizaba hasta caer sobre su hombro. Harkan suspiró, pero se mantuvo inmóvil.
Unos segundos después, la puerta blanca se abrió y aparecieron Alisa y su jefe. El ruido despertó a Ciro, que, al igual que Harkan, se levantó como un resorte. Se dirigió hacia ella y se encontraron a medio camino. El niño se posicionó en su costado, apoyando la cabeza sobre sus costillas, como si no la quisiera dejar ir. Harkan se detuvo frente a ellos, el hombretón le echó una larga mirada interrogatorio que ignoró completamente. Aun así, se preguntó el motivo por el que el jefe del lugar lo observaba de ese modo.
—¿Ya está todo resuelto? —aventuró el moreno, aclarándose la garganta. Estaba deseando largarse de allí. Por norma general, solía tener paciencia y nada lo perturbaba lo más mínimo, pero aquella situación era diferente. No corría riesgo solo ella, sino que él también.
Alisa asintió brevemente con la cabeza. Pero entonces el señor Clover la observó como si se hubiese olvidado de algo.
—Creo que Ciro debería quedarse aquí conmigo.
Alisa deslizó la mirada por todos los presentes, desde su pequeño hermano hasta Harkan, para acabar encontrándose con los ojos de Kane. Se mantuvieron la mirada durante unos segundos y Harkan lo encontró extraño. Examinó sus expresiones con ojos ávidos. Las arrugas en el ceño del jefe, las emociones en los ojos de ella. "Lo sabe", concluyó. El soldado se removió en el sitio, estirando el cuello.
La verdad es que ella sabía que tenía razón. Su hermano se merecía estabilidad y seguridad, y sobre todo algo mejor que lo que le esperaba a ella. Deambular por ahí con él sería algo complicado, además. Más aún si se veían obligados en algún momento a huir de su supuesto salvador. Nunca se sabía qué podía pasar, pero Alisa no quería que Ciro viviera otra situación similar a la del sótano. Y por su propia salud mental, no quería estar sufriendo por su hermano todo el tiempo. Lo más sensato sería que se quedase en buenas manos, como las de Kane, y que tuviese un ambiente estable en el que crecer si a ella le sucedía algo.
Si se quedaban juntos, Alisa sentía que le traspasaba su condena a su hermano.
Y, sin embargo, no quería alejarse de él. Ciro era su única familia. Había sido su compañero de penas durante aquellos años que llevaban solos y le había aportado luz a su vida sin si quiera darse cuenta. No se imaginaba vivir sin que él estuviese a su lado. Le partía el alma el pensar en dejarlo allí.
El niño parecía estar procesando la situación. Los observaba desde su altura con ojos desconcertados, pasando su mirada de unos a otros en busca de respuestas.
Alisa giró su rostro hacia el chico, como si buscase que él también diese su opinión. Al fin y al cabo, iban a irse con él. Lo mínimo que podía hacer era preguntarle y ver lo que estaba pensando al respecto. Para aquello no le hicieron falta palabras, el muchacho pareció captar sus intenciones.
—Puede que este no sea el lugar más adecuado para un niño —objetó Harkan. El soldado miró de arriba abajo el pasillo hasta llegar a las escaleras desde donde aún se escuchaba el ruido de la música—, pero coincido en que estaría mejor con usted. Aun así, eso depende de su tutora.
No quería decir que el niño podría ser una carga. Era algo que sonaba mal, pero Harkan sabía que en algún momento podría serlo. Aun así, si acababan marchándose los tres juntos, se las apañarían para que el pequeño corriese el menor riesgo posible, o que al menos estuviese fuera del rango de peligro todo lo que se pudiese. Mas no iba a negar que la mejor opción era que se quedase allí.
Ciro frunció el ceño ante lo que los mayores decían. Poco a poco empezó a negar con la cabeza. Alisa puso entonces su atención en él. La observaba con ojos de corderillo, estrujándole el corazón con un puño invisible. La muchacha dejó de mirarlo para no sentirse más culpable aún. En su mente luchaban ambas posibilidades. Ninguna le gustaba, pero Alisa sabía cuál era la opción más sensata.
—Está bien —comenzó. Se le hizo difícil decirlo, y fue entonces cuando su hermano comprendió lo que estaba por formular—, Ciro se quedará aquí con Ka...
—¡No! —exclamó el niño, interrumpiéndola. Se aferró con fuerza a las piernas de su hermana, apretando su mejilla contra ella como si así pudiese evitar que los separasen.
El señor Clover dudó de si debía agacharse a su altura o no para intentar acercarse a él. Acabó quedándose de pie, quieto en el sitio y con las manos estiradas hacia él, como si quisiera tocarlo para tranquilizarlo.
—Ciro, es lo mejor... —intentó de nuevo decir su hermana. El niño no la dejó acabar de hablar. Aferrado a sus piernas, empezó a menearse de un lado a otro, tambaleándola en su sitio, como si aquello pudiese darle más peso a su negativa de soltarla. Alisa lo observó con tristeza, manteniendo el equilibrio mientras pasaba los dedos por las hebras de su suave cabello en un intento de llamar su atención.
—¡No, no, no! —sentenció con los ojos cerrados con fuerza— Yo me quedo contigo. Siempre contigo.
El pasillo se quedó en silencio. Lo único que se oía era la respiración agitada del pequeño, que estaba a punto de ponerse a llorar. Ciro ya había perdido su mundo una vez, no pensaba permitir que aquello pasara una segunda. Ya le habían prometido antes que volverían a verse pronto, y aquello había acabado siendo otra mentira. Sus padres no habían vuelto. No quería que le mintieran otra vez. No quería ver aquella sonrisa de despedida de nuevo sabiendo que quizá no se volverían a encontrar. Se negaba a que aquello ocurriera de nuevo.
Con el último recuerdo de sus padres en mente, las lágrimas empezaron a desparramarse por sus mejillas rosadas. Extendió los dedos todo lo que pudo para aferrarse completamente a la piel de su hermana y escondió la cara junto a su rodilla.
Alisa apretó los labios, claramente conmovida por la reacción de su hermano. Con sentimientos encontrados, se topó con los ojos de Kane, que la observaban con una mezcla entre pesadumbre y ternura. No hicieron falta más palabras entre ellos, ambos parecieron pensar lo mismo. Alisa deslizó de nuevo su mano sobre la cabellera de Ciro.
—Vale, pequeñín. No te preocupes, no nos separaremos.
De inmediato, el niño levantó la cabeza, buscando sus ojos para obtener confirmación. Se sorbió los mocos mientras la escrutaba con la boca medio abierta.
—¿De verdad? —musitó.
Alisa asintió y el niño se levantó para abrazarla. Harkan mantuvo la vista en el suelo, sin decir nada. Kane, en cambio, suspiró con fuerza, extendiendo los brazos a los lados, viéndose tan grande como un oso.
—Joder, venid aquí —los agarró a ambos, pegándolos a su cuerpo, y les dio un fuerte abrazo. A Ciro se le escapó una pequeña risa tonta. Se limpió las lágrimas en la camisa negra del hombretón, procurando no dejar ningún moco enganchado. Para Alisa aquel abrazo fue como una caricia al corazón. Hacía tanto tiempo que un cuerpo más grande que el de ella no la abrazaba que parecía estar soñando. Una sensación de calidez le inundó el pecho. Se sintió como cuando su padre la abrazaba, cuando era pequeña. Los grandes brazos de Kane los apretaron con fuerza, provocando que a Alisa le costase un poco respirar, pero no le molestó. Disfrutó de aquellos segundos como si fueran oro, hasta que el señor Clover por fin los dejó ir.
El soldado se mantuvo indiferente en su sitio. Kane se inclinó hacia delante hasta estar a la altura de la cabeza del niño. Ciro lo observó, aún con los ojos húmedos por las lágrimas.
—Protege a Calcetines hasta que nos volvamos a ver —le dijo, sonriendo con nostalgia. Alisa pensó irremediablemente en su sobrino, en lo mucho que debía significar aquello para él. Calcetines lo anclaba al pasado, recordándole la culpa que sentía. Pero ahora iba a tener otro uso, otra oportunidad. Ciro respondió con un movimiento afirmativo y el hombretón le revolvió el pelo. Harkan se aclaró la garganta de nuevo, instando a que se apresuraran.
Entonces Kane contempló a Alisa, para luego voltear hacia el soldado y mirarlo con seriedad.
—Cuídela.
Harkan, firme, le dedicó una sonrisa que no le llegó a los ojos.
—No se preocupe, volverá pronto —mintió.
Acto seguido susurró un suave "tenemos que irnos" en la oreja de la chica. Con prisa, el moreno posicionó su mano tras la espalda de Alisa para guiarla hacia las escaleras. Ciro asió la mano de su hermana y, con la bolsa al hombro, comenzó a caminar a su lado. El señor Clover los siguió por las escaleras hasta llegar a la barra. Allí, el pequeño Ciro se despidió con la mano. Su hermana tiró de él para que siguiera caminando y le dio una última mirada al que había sido su jefe durante aquellos largos cuatro años.
Para cuando la puerta de cristal acabó de cerrarse, Kane vio sus sombras fundirse con la negrura de la noche, perdiéndose calle abajo. En cuanto desaparecieron de su vista sintió el arrepentimiento quemarle en las venas. No debería haberlos dejado marcharse, debería haber hecho algo más. Como la última vez, Kane no había hecho lo suficiente para protegerlos. Solo deseaba que tuvieran un final diferente al que tuvo su familia, uno más feliz. Y, si el destino lo permitía, que pudiesen volver a encontrarse.
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