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Te odio

Layan se quedó tan congelado que ni siquiera podía respirar.

Lágrimas.

Era en lo único que podía concentrarse. Y estas bajaban por el hermoso rostro de aquella loba que lo hacía perder la paciencia. Acercó, sin dudar, sus dedos hacia su mejilla para recoger algunas de ellas pero ella alejó su rostro de su tacto y logró soltar su brazo herido de la mano del alfa que la mantenía sujeta y lo llevó hacia ella.

-Te odio-

Fueron las palabras que salieron de los labios, todo mordidos de Priscila. Resistiendo el dolor no se había permitido soltar un sonido que la rebajara. Pero las traicioneras lágrimas le habrán jugado una mala pasada y ahora bañaban su rostro.

La expresión de Layan ante lo dicho por Priscila fue contrariada. Una desagradable sensación se extendió desde su pecho hasta la planta de sus pies y pudo jurar que palideció

¿Qué era aquello? Ese desagradable nudo que tenía dentro de él.

Tragó en seco y frunció el ceño.

-¿Por qué me odias?- quiso golpear mentalmente pero no pudo evitar preguntar eso- Acaso no eres tú la que siempre dices que soy tuyo-

-Siempre me haces cosas que duelen. Tengo muy poca resistencia al dolor pero eso a ti nunca te importa. Me muerdes, me haces esto. Puede que no tenga emociones pero siento dolor físico- dijo sinceramente.

Bajó la cabeza dejando que su cabello cubriera su expresión. Las lágrimas habían dejado de correr pero eso no quitaba que su rostro fuera un desastre. Layan chasqueó la lengua y se revolvió el cabello frustrado.

Estiró los brazos y los rodeó alrededor del cuerpo de la loba y la apretó hacia él.

-Mi método para curar duele, no es algo que pueda evitar- le sobó la espalda. Estaba realmente conmocionado después de verla llorar y se sentía realmente impotente. Alguien que siempre era fuerte como ella parecía una cachorra después de ser regañada fuertemente.

-Tienes otro método y no duele- oyó un sollozo saliendo de ella- Mi brazo todavía duele mucho y está sangrando. Es porque soy yo ¿cierto?- su voz era casi un murmullo.

Layan apretó los ojos. Si, ella tenía razón, pero ese otro método implicaba besarla y él no quería hacerlo. No cuando tenía sus emociones desbordadas, dada la preocupación y la indignación de verla herida por su propia hermana.

Como quiera que fuera, Priscila era su vínculo temporal y nadie tenía derecho a tocarla.

Suspirando vencido, alejó un poco a Priscila y le alzó el rostro con un dedo. Los acostumbrados ojos plateados brillantes, estaban opacos. Eso era culpa de él. Bajó lentamente la cabeza y buscó sus labios.

Los de Priscila no pusieron resistencia alguna y pronto se abrieron para que la lengua de él junto con su saliva con la capacidad de regenerar desde adentro se hiciera camino hacia ella. Y por supuesto, pasó lo que Layan temía. Su control flaqueó.

Inclinó su cuerpo hacia adelante haciendo que la espalda de ella tocara el espejo de detrás. Su cadera entre los muslos de ella hizo que las piernas de la loba se enrollaran alrededor de su cintura. Su mano grande presionó sobre su nuca para que el contacto de sus labios no se rompiera, profundizándolo aún más.

Layan sentía que sus sentidos rozaban con lo salvaje. Ya no solo era curar. Era algo más primitivo. Necesitaba marcar aquello que era suyo, que le pertenecía. Solo había sido un suceso pero lo había afectado de gran manera y esos sentimientos querían salir a relucir. Su mano se desplazó por la espalda desnuda hasta dejarla a la altura de su cadera y acariciarla sin obtener lo suficiente.

Completar el enlace.

Era lo que estaba mandando su mente una y otra vez. Solo se lo impedía un poco de ropa sobre su cuerpo era lo que se lo impedía. Debía terminar lo que no había terminado aquella noche. De esa forma tendría seguridad que lo suyo no sería dañado ni herido. Porque era de él. Simplemente de él.

Es el destino.

Las palabras de Priscila resonaron en su mente y se estremeció. No, ella no tenía razón. Esto ocurría porque la había mordido. Solo era eso. Nada más.

Se separó de ella de golpe y puso distancia de aquel tentador cuerpo que lo hacía pecar constantemente. Jadeada y se cubría los labios hinchados. Sus ojos eran completamente lobunos, dorados y aterradores.

-Ves que no es tan difícil- Priscila se enderezó lentamente haciendo sonar su cuello algo afectado por la posición.

Su rostro no tenía nada que ver con el que tenía hacía prácticamente unos minutos. Más bien. Parecía completamente recuperada. Incluso se limpió las lágrimas que surcaban sus mejillas.

-Priscila...tú- Layan se sintió indignada. No solo por el descontrol que acababa de tener...otra vez. Sino porque por alguna razón parecía que había sido manipulado.

Ella alzó las pestañas hacia él. Sus ojos plateados habían recuperado su brillo.

-No me mires acusadoramente- comprobó su brazo herido- No mentí cuando me dolió la primera forma que me curaste-

-¿Y esas lágrimas?- el casi gruñó.

-Solo un poco de dramatismo- ella alzó los hombros bajándose de la mesa y caminando hacia él lentamente.

-Me dijiste que me odiabas- refunfuñó y se dio cuenta que era un pregunta totalmente infantil.

-No puedo odiarte porque no tengo emociones-

Layan no supo la razón pero retrocedió en dirección a la puerta. Pero después de dos pasos se detuvo y la encaró.

-Esas son las cosas que haces para que me moleste contigo- frunció el ceño marcadamente.

Ella simplemente inclinó la cabeza a un lado.

-Claro, todos tienen que molestarse conmigo, aun si intento no causar problemas. Pero que gano, además de tu desprecio que tu hermana casi me arranque el brazo- negó con la cabeza como si aquella discusión no tuviera fin- Solo quería comprobar algo-

-Priscila- él resopló y se echó el cabello hacía atrás- Me rompes el cráneo, en serio. Es más fácil tratar con el maldito de tu padre-

-Entonces pudiste marcarlo tú a él y no a mí- dijo eso con la intención de fastidiarlo pero en cambio Layan rompió en una sonora carcajada.

Se llevó la mano al estómago y su risa resonó en todo el baño. Priscila pestañó sin saber que era lo que acababa de decir que diera tanta risa.

-¿Layan?-

-En serio quieres ver a tu padre como una bestia- él se limpió una lágrima que usaba escapar de sus ojos recomponiéndose- Realmente eres malas con los chistes-

-No era un chiste- ella respondió todavía confundida.

Él resopló.

-Olvídalo, vuelve al cuarto y limpia el brazo. Las heridas ya cerraron pero la sangre se está secando sobre la piel- dado el comentario su humor había cambiado al menos para positivo.

-¿No dijiste que iríamos a correr?-

-Hoy no, tengo algunas cosas que resolver después de vuestro espectáculo pero en cuanto termines baja y busca a Kei, él empezará tu entrenamiento-

Layan le dijo esto y se dio la vuelta saliendo del baño, dejándola sola. Priscila se miró el brazo donde la piel ya estaba lisa y lo escondió debajo de la capa. Ella también tenía cosas que hacer. Liam estaba en esa manada, pero quien podría ser.

Y no era precisamente débil. Era lo suficientemente fuerte para controlar a Leila y de seguro era el que había provocado que aquel lobo hubiera violado a su sobrina. No había dudas. Tenía que moverse realmente rápido o las cosas podían empeorar y no solo para la manada.

Miró por encima del hombro el borde de la meseta. Había pequeños fragmento de hielo en los bordes donde ella había puesto sus dedos.

Una vez que había terminado de limpiarse se cambió por un conjunto cómodo y bajó hacia el patio trasero donde Kei la estaba esperando. De cerca el maldito tipo si era grande e intimidante, pero eso no afecto a Priscila.

Se detuvo delante de él y notó que el lobo la estudio de arriba abajo.

-¿Qué tanto sabes sobre defenderte?-

-Mi tío me enseñó unas cuantas cosas-

Los ojos de Kei se entrecerraron y acto seguido lanzó un puñetazo hacia el rostro de Priscila. Esta logró esquivarlo después de leer en su mente lo que pretendía pero no fue tan rápida su lectura como para esquivar la pierna que le golpeó la parte de atrás de las rodillas y que ella cayera de nalgas. Ella apretó los dientes para no soltar un jadeo. Había sentido la caída en toda su columna y sus rodillas temblaban.

Kei se enderezó poniendo sus manos detrás de la espalda.

-Leíste mi mente- el tono de él era severo- No leas la mente de tu oponente, lee todo de él, su cabeza, su cuerpo, sus movimientos, su rostro-

Ella se enderezó sacudiéndose el trasero.

-Si puedes hacer eso, tú oponente no tendrá oportunidad sobre ti- le lanzó otro puño pero Priscila dio un salto hacia atrás lo suficientemente largo como para que no pudiera lanzarle otro ataque.

-Aprendes rápido- no la elogió. Solo decía lo que había- No seré suave entrenándote- sus ojos cambiaron a dorado- No me culpes si sales herida-

Layan dio un último estudio del estado de su hermana. Esta estaba acostada en su cama todavía durmiendo pero el doctor le había dicho que todo estaba bien con ella. Tampoco estaba herida en ningún lado. Priscila siempre había estado a la defensiva. La hubiera podido matar si quisiera pero no lo hizo.

Cerró los ojos. Debía sentarse con él mismo y despejar su mente para pensar bien en lo que estaba ocurriendo entre él y la loba. No mentiría si dijera que quería completar el enlace, era normal. Pero no estaba muy seguro de hacerlo. No sería correcto.

Bien, se decía eso, pero esa misma mañana lo que faltó para quitarse el pantalón y consumar su lazo fue una simple línea de cordura. Y sabía que con los días que ella estuviera ahí sería peor. Lo que no podía negar es que besarla era lo más delicioso que había experimentos hasta el momento.

Se derretía solo de pensarlo.

¿Y si de casualidad cedía? ¿Qué ocurriría?

¿Sería capaz de lidiar con las consecuencias?

-Ahhhhh, me voy a volver loco- gritó una vez que salió del cuarto de Leila.

Oyó los pasos de un guardia que se acercaba corriendo.

-¿Qué ocurre ahora?- dijo obstinado. Es que acaso no había tranquilidad en aquel lugar al menos un desgraciado día.

-Alfa- el lobo vaciló- ¿No cree que sea conveniente detener al beta?-

Layan se estremeció. Recordó que le había dicho que entrenara a Priscila. Acaso...

Salió corriendo sin mirar al guardia que se quedó con la palabra en la boca. Kei podía ser bien agresivo cuando se lo proponía. Priscila tenía poca resistencia al dolor y además era una loba joven. De seguro no podía hacerle frente y lo más seguro era que estuviera herida.

Se lanzó desde el segundo piso del castillo hasta llegar a la sala trasera y abrió la puerta hacia el gran patio.

Sus ojos buscaron a los dos lobos.

Pero lo que vio lo desconcertó.

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