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SEIS


El último año de escuela había llegado de forma rauda e inevitable. A pesar de que los días largos y calurosos se estaban agotando, Raúl no parecía muy dispuesto a abandonar lo que para él había sido un gran verano y aunque Marzo ya llegaba a su fin, en su calendario aún quedaban unos cuantos eventos "imprescindibles" que culminarían con la llegada de su cumpleaños número 18 a principios de Abril.

—Por favor dime que no traes la misma ropa de ayer —dijo con espanto Mónica una mañana mientras Raúl entraba en su habitación antes de ir a la escuela.

—No me ha dado tiempo de pasar por casa, ¿me prestas tu cepillo de dientes? —respondió como si nada él evitando la pregunta.

—Deberías ponerme sobre aviso cada vez que decidas decirle a tu madre que pasarás la noche aquí. Tienes suerte que haya sido yo quien contestó el teléfono y no mi mamá. —le regañó mientras le arrojaba un cepillo dental que claramente no era el de ella. — ¿Dónde pasaste la noche, por cierto?

—No necesitas saberlo —gritó contento Raúl con el cepillo en la boca desde el cuarto de baño. Mónica frunció el ceño esperando realmente una explicación, aunque en el fondo se imaginaba muy bien la respuesta. —Sólo te diré, que valió completamente la pena —agregó mientras se cambiaba la camisa rápidamente.

Esa misma tarde, mientras realizaban el mismo recorrido de la escuela hasta casa, el mismo que venían haciendo hacía tres años, notaron que las voces de ambos se mantenían completamente en silencio, ninguno se atrevió a hablar o mencionar palabra alguna, porque sabían que estaban pensando exactamente lo mismo; sin darse cuenta ya estaban en el último año y tenían que empezar a pensar en qué harían con sus vidas. Ingresar a la universidad o buscar un trabajo, pensaba Mónica. La mente de Raúl sólo podía enfocarse en un año sabático.

Tal vez en lo único que ambos coincidían era averiguar si sus caminos serian distintos o seguirían en una misma línea, para apoyarse como hasta ese entonces lo habían hecho. Estaban bien con las cosas simples, como acudir cada día a la escuela, ir a fiestas hasta altas horas de la madrugada o pasar los fines de semana sin hacer mucho más que mirar el cielo. Maldijeron al mismo tiempo en voz baja la clase de orientación vocacional en la que les habían hecho escribir sobre su proyecto de vida.

—A propósito, olvide decírtelo esta mañana, pero recuerdas que te hable sobre una película que quería ir a ver, la pasan esta noche en la cineteca ¿Quieres acompañarme? —No era una película en un cine convencional pero no necesitaba decírselo, después de todo estaba bastante segura de que él no iba a aceptar aquella invitación pues sabía de antemano que a Raúl no le importaba el cine arte en lo absoluto, a pesar de que cuando lo mencionó, él había aceptado acompañarla.

— ¿Es una de esas películas en blanco y negro?

—Tan sólo di que no. Es más fácil. Es obvio que no recuerdas que te lo había comentado.

—Lo cierto es que ya tengo planes para esta noche. De hecho, los tenemos. Prometiste ir conmigo a la última fiesta del verano.

—El verano terminó hace semanas.

—No seas aguafiestas. Es a las afueras de la ciudad, Isaac se ha conseguido una furgo y nos recogerá a las 8. Será memorable. Podemos ir a ver tu película mañana ¿qué dices?

—En realidad hoy es la única función. La próxima semana comienza un nuevo ciclo, pero anhelaba ver esta en particular —dijo con pesar Mónica, como si de pronto aquel argumento hiciere cambiar de opinión a su amigo —Además, estás loco si voy a subirme a un vehículo con ese tal amigo tuyo Isaac, ni siquiera tiene el carnet de conducir. Y tú tampoco deberías —. Raúl suspiró derrotado, meditó unos segundos mientras se rascaba la nuca preguntándose por qué Mónica tenía que complicarlo todo.

—Eres demasiado melodramática.

—Y tu demasiado irresponsable.

—Bien, entonces me perderé la mejor fiesta del año y veré esa estúpida película contigo, sólo para que no digas que no cumplo mis promesas, ¿ya estás contenta?

—Pues no. Si no quieres acompañarte no lo hagas. No estoy suplicando tu compañía. Puedes ir a tu fiesta y yo iré a mi estúpida película. Problema solucionado.

—Perfecto, y ahora te vas a enojar cuando sólo intento ser un buen amigo, pero me lo pones difícil.

—No estoy enojada. Ve a la fiesta —reiteró en tono conciliador. Ya habían llegado al punto de la calle en que sus caminos se desviaban —. Además, de seguro la disfruto más sin tener que estar explicándote cada dos por tres lo que pasa.

Raúl esbozo una mueca pero no la contradijo. En verdad tenía razón y por cierto no iba a desperdiciar la oportunidad que Mónica le estaba otorgando para no perderse aquella fiesta.

Aquella noche, Mónica entró algo temblorosa al auditórium de la cineteca y no fue capaz de emitir ruido alguno mientras se proyectaba el video. Se sentía al principio demasiado nerviosa, porque se imaginaba que el más mínimo movimiento de cualquiera de sus músculos llamaría la atención de los demás espectadores. Sentía las respiraciones de cada uno de ellos y también sentía como los de más atrás notaban su nerviosismo, sentía como la observaban, porque se sentía una novata en ese mundo tan incipiente que acaba de descubrir y Mónica nunca había sido muy partidaria de la ignorancia; quería sentirse inteligente.

Cuando Jaime Ruiz decidió hablarle y devolverle el libro que ella había dejado olvidado en el asiento, jamás pensó que se cautivaría de aquella forma. Le tomó unos instantes decidirse, principalmente porque hacía tiempo que no sentía curiosidad en conocer a alguien, ni mucho menos conocer a alguien que notablemente tenía varios años menos que él, pero al notar que el libro tenía varios pasajes destacados y varias notas al margen sintió la necesidad de conocer la identidad de su dueño. Y así fue su primer encuentro, del tal modo que Jaime después de echar un vistazo rápido al libro y meditarlo por eternas milésimas de segundos corrió tras ella; una vez a fuera de la cineteca intercambiaron ciertas frases triviales y se despidieron.

Entonces supo que quería volver a verla, que había algo en la chica del libro que lo cautivaba y ya para la segunda o tercera vez en que la vio supo que ella le gustaba demasiado como para dejarla ir y se encargó de dejar de lado todo lo que a simple vista podría no congeniar con ellos; después de dos semanas de miradas furtivas en las funciones que vinieron por delante, de saludos tímidos antes del comienzo de la película de turno acompañados de una pequeña charla trivial y ya posteriormente de frecuentarse más seguido fuera del recinto artístico finalmente Jaime se ganó la confianza de Mónica y comenzaron a salir formalmente.

Jaime era estudiante de tercer año de lengua. Era un muchacho alto y moreno, de cabello rizado y con una perfecta y alineada barba que en ocasiones le hacía aparentar más edad de la que en verdad tenía que no eran más que sus veintidós años.

Desde el primer instante en el que se conocieron, algo pareció hacer clic entre ambos. Por alguna extraña razón Mónica sintió una abrumante empatía hacía Jaime pese a su semblante serio e inclusive a veces intimidante. Gracias a eso Mónica logró descubrir detrás de toda esa fachada que Jaime Ruiz no era más que una persona llena de bondad y sensibilidad, inclusive bastante torpe a la hora de sociabilizar. Mónica no tuvo que cuestionarse mucho antes de comprender que Jaime en verdad le gustaba, y ello además de entusiasmarla y asustarla un poco ocasionó que todos los sentimientos no resueltos con Raúl salieran del lugar en el que se habían ocultado durante prácticamente más de un año.

—Conociste a alguien —dijo Raúl repitiendo las palabras de ella. Su tono de alerta mezclado con una fingida indiferencia no pasó desapercibido — ¿Y qué hay con eso?

—Pues nada. Sólo quería que lo supieras.

—Pues bien. Ya lo sé.

—Bien.

Raúl después de mucho tiempo sintió que regresaba en el tiempo sólo para dejar entrever sus inseguridades por mucho que estas fuera completamente absurdas, según Mónica. Lo cierto es que él podía aceptar que estaba siendo inmaduro y mimado pero en su mente realmente sólo prefería mil veces hacer algo estúpido, como por ejemplo quebrar aquel lazo que habían formado durante esos años y hacerse a un lado en vez de que en su relación de a dos ingresara un desconocido, alguien a quien como otros, le sintió celos por arrebatarle a la persona que consideraba sino como la mujer más importante de su vida.

Lo que ambos temían para finales de aquel año, Raúl consideró que se había adelantado considerablemente. No tenía la intención alguna de que se convirtieran en una especie de triángulo ahora que ella al fin conocía a alguien a quien miraba con otros ojos; pero Raúl volvía a sentirse amenazado ocasionándole de por sí una especie de quiebre emocional el cual él no quería asumir. Porque se había convencido así mismo que tal como Mónica en más de una ocasión había dicho, funcionaban como amigos. El problema es que no quería compartirla con nadie y eso lo convertía en el ser más egoísta del universo, y lo sabía. Reamente lo sabía.

Ante eso una discusión fue inminente, las palabras y coyunturas que decía Raúl a su amiga hicieron que ésta se exasperara más de lo que pretendía y la pelea concluyó con varias semanas de silencio. El más afectado al parecer había sido Alejando y después de unos días de notar que la ausencia de Raúl en su casa se iba prolongando más y más, decidió que no le gustaba esa situación.

—No me digas que aún siguen enojados —exclamó el menor de los Godoy mientras se apoyaba en el marco de la puerta de la habitación de su hermana.

—Yo no estoy enojada. Si le extrañas ve y dile que deje de hacer el idiota.

— ¿Y qué es lo tan grave esta vez? Digo, jamás había dejado de venir en tanto tiempo. Siempre solamente te ignoraba cuando pasabas hasta que se arreglaban.

—Está convencido de que ya no podemos ser amigos, siente celos de Jaime.

—Ustedes deberían salir juntos —afirmó Alejandro al momento en que se echaba sobre la cama de su hermana.

—Ya salgo con Jaime. Lo sabes.

—No tonta, me refiero a Raúl. Deberían salir, no sé. Quizás deberían acostarse.

— ¡Pero qué cosas dices, Alejandro!

—Piénsalo Mónica. Es cosa de lógica. Si Raúl está celoso es porque siente cosas por ti y además, han estado siempre juntos en esa caótica y enfermiza amistad que tienen. Te apuesto a que en el fondo tú también le quieres. Aquí quien sobra es tu nuevo amigo Jaime.

—No es justo que tomes partido guiado por tus intereses. No conoces a Jaime como yo. Y por supuesto que quiero a Raúl. Pero como a un amigo, le quiero como a ti.

—Cuidado hermana, eso se llama incesto.

—No seas asqueroso. ¡Largo de mi cuarto!

— ¡Piénsalo! Si hasta el día de hoy cualquiera dirían que estaban emparejados, sólo faltaría que se besaran, si es que no lo hacen mientras se escabulle en tu cuarto. Hasta mamá piensa que son novios a escondidas y que en cualquier momento quedarás embarazada.

Mónica se exasperó por las declaraciones de su hermano. Por una parte sabía que Alejandro sólo estaba jugando con ella, pero no le era muy agradable tener que tratar esos temas con él o que fuera él mismo quien propusiera que se acostara con su mejor amigo, todo para que Raúl volviese a transitar por casa y él recuperase la compañía del chico y de los videojuegos y demás cosas de hombres que ellos hacían. Le daba cierta nostalgia su hermano, porque Alejandro no tenía muchos amigos y Raúl se había convertido en una especie de hermano mayor o figura masculina para él. Así que considerando que Raúl no cedía y aunque a ella le era incomprensible que su amigo estuviese tan enfurruñado en su postura de que todo se había ido al carajo por el hecho de que ella estuviese en una relación más o menos formal, decidió acabar con el asunto y darle solución. Después de todo, ¿si su mejor amigo se involucraba con otras chicas porqué ella no podía hacerlo?

—Alejandro te extraña. Me ha sugerido esta mañana que deberíamos de acostarnos —­dijo ella mientras se sentaba en su pupitre al lado de él.

— ¿Y tú estás de acuerdo? —contestó Raúl con sorna.

—Veo que has recuperado tu sentido del humor.

—Ya, tenía que intentarlo —respondió mientras se echaba hacía atrás en su silla —. Supongo que hablaré con él. Aunque no sé exactamente qué quieres que le diga, Alejandro no es un niño como tú crees, tan sólo es un año menor que nosotros. Hasta me apuesto a que no es virgen.

—No quiero que hables con él "sobre eso", quiero que dejes de comportarte como un idiota y todo vuelva a ser lo que era.

—Ya hablamos sobre eso Mónica, ¿qué sentido tiene...?

—Corta ya el rollo inmaduro, cuando tú te has enredado con todas esas chicas mes tras mes no hemos dejado de ser amigos ¿Cuál es la diferencia?, no es justo que tú puedas salir con chicas y yo no. Dios Raúl, si sólo somos amigos, mi mejor amigo por cierto.

—Tú no entiendes nunca nada, Mónica. Es distinto que yo salga con una u otra chica porque en primer lugar yo jamás llevaría a esa chica a nuestra burbuja. Nunca lo he hecho.

—Qué significa eso, ¿Qué yo si lo haría?

—Por supuesto que sí. Te conozco demasiado como para darme cuenta de que te has enamorado de él. O de que lo crees así.

— ¿Y no deberías estar feliz por ello?

—Lo estoy, aunque no lo creas —dijo mirándola a los ojos —. Pero eso significa que ya no me necesitas a mí; yo siempre he estado para protegerte, para consolarte, para controlarte, y todo eso ahora es lo que él deberá de hacer. Ya no es mi trabajo —y sin que Mónica pudiese responder se puso de pie y se cambió de pupitre aquel día.

Mónica si se lo cuestionaba, por mucho que lo hiciese, no lo comprendía. Eran celos, se decía una y otra vez, pero no hallaba la solución. Ella no iba a terminar su incipiente relación con Jaime porque después de todo era cierto lo que Raúl le había revelado, se sentía enamorada y aun así, sentía que una parte de su corazón estaba vacía y eso le provocaba rabia, impotencia pero sobretodo tristeza. No le sorprendía darse cuenta de que Raúl una vez más estaba allí atormentándole la vida.

—¿Qué sucede? Has estado extraña toda esta semana —preguntó un día Jaime. Sus amigos no estaban muy de acuerdo, al principio, sobre la relación de él con una colegiala y Jaime creyó que quizás eso la había espantado un poco.

—No me pasa nada —había dicho ella sin apartar la vista del libro que leía.

—Es por mis amigos ¿cierto? No te acomplejes por ellos, son unos idiotas la mayoría del tiempo. No te conocen, ellos piensan que eres como las demás chicas de tu edad o como sus hermanas, superfluas y sin cerebro. Pero, son mis amigos al fin de cuentas y tarde o temprano van a aceptar esto y te conocerán y te amaran por cómo eres. Los amigos si realmente lo son, deben ceder ¿no crees?, después de todo ellos esperan que seamos felices.

—No me importa lo que digan tus amigos Jaime. Está bien —agregó con un hilo de voz. Si Raúl era su amigo ¿por qué no podía aceptar que ella fuera feliz? ¿Por qué no podía dejar de lado sus celos? ¿Por qué tenía que alejarse sabiendo que eso a ella le rompería el corazón? No era justo, simplemente Raúl estaba siendo egoísta y el mayor de los cretinos. Y aun así, le necesitaba.

La vida que llevaba Jaime era turbulenta. A veces solía dejarse caer en el colegio de Mónica con el fin de pasar la tarde juntos, pero por lo general terminaban convirtiéndose aquellas visitas, al principio, en aburridas reuniones académicas, en las cuales ella terminaba sentada leyendo alguna cosa o escuchando los alegatos de los dirigentes estudiantiles con los que Jaime solía reunirse. Siempre había algo que hacer con Jaime, siempre algo en torno a su vida.

Si bien la relación con Jaime avanzaba parsimoniosamente, Mónica no se quejaba. Sí era cierto que mucho de sus tiempos juntos se concentraba en las cosas que él no podía –o no quería- dejar de hacer, Mónica en lo profundo lo disfrutaba. De a poco fue nutriéndose de todo lo que la vida de Jaime podía enseñarle. Desde un simple trámite burocrático hasta las más intensa discusión ideológica que él entablaba con otros universitarios. Todo con el afán de convertirse en parte de ese mundo.

No obstante, había otras cosas, mucho más personales a las que Mónica no podía simplemente no darles atención. Como el hecho de que, aun habiéndose ganado la aceptación del círculo de Jaime y que ellos al menos ya no la consideraran como una simple colegiala, en definitiva sí lo era y esa, muy probablemente era la razón por la cual decidió concentrarse en las cosas que ella denominaba importantes en su vida. Como conseguir que Raúl volviese a ser el mismo de antes y dejar de pretender que no le incomodaba que Jaime no la atormentase con el tema del sexo.

Y es que tras meses de relación, Mónica sentía que las caricias y los besos se iban intensificando más y más, y a pesar de que era el mismo Jaime quien la mayoría de las veces detenía las cosas, las dudas comenzaron a acomplejarla; Jaime no hablaba mucho sobre el tema y cuando ella lo sacaba a colación, él lo evadía con pericia y la trataba como a una niña pequeña y precisamente Mónica hacía tiempo que no se sentía como una niña pequeña. Por mucho que fuera una colegiala.

— ¿Cuántas veces al día piensan los hombres en sexo? —preguntó un día Mónica a Raúl.

— ¿Qué?

—Es una pregunta sencilla, Raúl. ¿Diez, quince, veinte?

—No voy a hablar contigo de eso, es cómo si me preguntaras cuantas veces al día me masturbo. ¿Además, cómo voy a saberlo? Ni que las contabilizara para llevar un registro.

— ¿Desde cuándo eres tan vergonzoso? —inquirió ella con cierta malicia al notar el repentino bochorno que resultaba para su amigo hablar sobre el tema.

— ¿Y tú desde cuando te interesas en el sexo?

—Pues, no lo sé. Simplemente comencé a pensarlo. Es algo natural ¿no?

—Espera un momento, ¿estás pensando en acostarte con él? —preguntó como si de pronto todo cobrase sentido. Mónica no pudo pasar por alto su tono reprobatorio.

—Es mi novio, claro que pienso en acostarme con él

— ¿Estás de coña? ¡No puedes hacerlo!... —Mónica lo miró al instante con los ojos inmensamente abiertos como si no se creyera lo que él acababa de mencionar —Es decir, yo siempre pensé que ibas a esperar a casarte o no lo sé... Sólo pensé que querías esperar.

— ¿Esperar?, ahora resulta que por ser mujer crees que debo esperar a llegar virgen al matrimonio. Que retrograda eres.

—No se trata de eso —dijo con cansancio —. Sólo no quiero que te hagan daño. —confesó.

—No es como si te estuviera diciendo que voy a hacerlo en este preciso momento, pero qué quieres, ¿Qué mienta? Hemos crecido, tengo derecho a desarrollarme sexualmente. ¿Por qué siempre asumes que saldré lastimada?

—No lo hago, joder. Sólo prométeme que vas a esperar a estar lista ¿De acuerdo?

—Que sobreprotector, no eres mi padre Raúl, tampoco es que sea algo del otro mundo. Mi relación con Jaime avanza y yo estoy enamorada de él. Eso es todo lo que debería importarte.

—Sólo promételo ¿De acuerdo?

Y eso fue todo lo que Raúl dijo al respecto. Lo cierto es que la idea de ver a Mónica como una adulta madura y convertida completamente en una mujer no le agradaba. No es que pensara que ella debería quedarse pura y casta de por vida, era solamente que no lograba acostumbrarse al hecho de que su mejor amiga intimara con otros sujetos, tampoco se trataba de que la consideraba una cualquiera, si de algo estaba seguro era de que Mónica no iba a ir y acostarse con el primer sujeto que le profanase amor eterno, ella era demasiado inteligente como para ser comportarse de forma tan ingenua.

Raúl sabía que Mónica siempre había sido una chica de convicciones. Él estaba seguro de que no sería la típica mujer que en futuro buscase sexo ocasional por mero placer; Mónica era de aquellas que lo mesclaba todo, las circunstancias, los sentimientos, las consecuencias; el sexo no iba a abarcarlo de forma independiente, y para su disgusto propio, Jaime había resultado ser un buen sujeto; y la quería. Al menos eso le había quedado claro tiempo atrás, cuando ambos al fin se habían conocido más allá de una charla informal sobre el clima.

Y ahora su amiga del alma le soltaba esa bomba, haciendo que toda posibilidad de que el corazón de ella no estuviese completamente destinado a ese hombre en particular, se esfumara; ella también le quería.

Raúl hacía tiempo que no se cuestionaba otros sentimientos hacía Mónica que no fueran los relativos a su amistad o a su protección emocional. Sí, se había alejado de ella en una actitud bastante infantil cuando las cosas con Jaime se formalizaron, pero al final él había vuelto a su lado, fiel a su papel de mejor amigo y confidente, después de todo hacía mucho que él no se carcomía así mismo con cosas como que tal vez la quería más de lo que ya lo hacía. La charla sobre el sexo hizo que todo el equilibrio por el cual habían trabajado el último tiempo acerca de su amistad, se fuera al carajo. No porque quisiera ser él la persona con la cual Mónica pretendiese intimar, sino más bien porque todo resultó ser como un balde de agua fría; definitivamente la había perdido.

Y ese pensamiento fue tan duro de enfrentar que definitivamente era mejor no aceptarlo. Raúl no fue capaz de aceptar el hecho de que sintió que había perdido toda oportunidad de formar una vida junto a ella, juntos, como más que dos simples amigos.

Entonces, Raúl tomó una rotunda decisión, una que tal vez debía de haber hecho hacía tiempo. Era el momento de dejar a Mónica volar. Después de todo, alejarse de ella no había dado resultado.

Y fue por eso, que decidió ponerse de novio con Nicole Sotomayor.

Mónica nunca supo cuándo ni cómo Raúl había perdido su virginidad. Sabía que durante los cuatro años en que se conocían, en algún momento con alguna de sus tantas novias informales había ocurrido el hecho, pero jamás se lo había cuestionado como tal, ni él había hablado del asunto. Raúl nunca había durado mucho en una relación, por lo que suponía que su íntimo amigo no había tenido su primera vez bajo el canon del amor eterno y que en definitiva, simplemente había sido un mero revolcón que solamente él sabía, cuánto tiempo había durado. Tampoco sabía en qué preciso momento, el dar por sentado de que Raúl no era virgen, se había vuelto una máxima universal en la amistad de ambos. Ella sabía que así era, pero desconocía el trasfondo o la historia oculta en ese tema. Su situación en cambio, era diferente; por una extraña razón Raúl conocía todos y cada uno de sus avances en la incursión de Mónica en lo sexual y no tan sexual. Raúl sabía de todos los chicos a los que ella había besado y no es que aquello fuera difícil de memorizar, pues se traducían en dos o tres, incluyéndolo a él mismo.

Fue para cuando Mónica cumplió siete meses junto a Jaime, que ella decidió dar el siguiente paso. Podía decirse que en cierto sentido lo había planeado todo, Jaime había pretendido llevarla a cenar una semana después de su cumpleaños como motivo de disculpa por no haber podido llevarla el día correspondiente, pero pese a su insistencia en una tardía celebración cliché y costosa, Mónica consiguió convencerlo de alquilar una película y pasar una tarde-noche como cualquier otra en la casa de ella, después de todo su madre estaba de viaje y Alejandro había decidido pasar la noche donde uno de sus amigos de clase. El escenario era perfecto.

Pidieron comida a domicilio y luego de ver dos clásicos la temperatura a causa de la notoria insinuación de Mónica comenzó a subir escandalosamente, hasta que él la cortó. Le había costado demasiado convencerlo de que esa noche se quedara en casa con ella, y aunque él acepto convencido de que sólo iban a dormir, Mónica sabía que esa sería la única oportunidad de zanjar el tema.

Ya había tanteado el asunto del sexo con Jaime, pero éste se remitía a decirle que no tenía apuro alguno, que el sexo no era lo más importante al menos en ese entonces y que estaba dispuesto a esperarla, sobretodo porque Jaime tal vez era demasiado consciente de que Mónica apenas era mayor de edad y que él tenía casi veintitrés años, y si bien para él no resultaba un verdadero problema la notoria diferencia, los cinco años que los separaban no dejaban de ser tema para terceros.

—Ya sé que me respetas, Jaime.

— ¿Y entonces cual es el apuro? No quiero que resulte ser algo tormentoso, el sexo debería ser espontaneo y claramente tú te estás presionando sobre el tema.

—Es que pareciera ser que tú no quieres. ¿Qué acaso no me deseas de esa forma? Dímelo. ¿Fantaseas con otras chicas no? Todos los hacen, por qué tú no ibas a hacerlo —. Jaime rio, pero luego de darse cuenta de que ella estaba hablando en serio decidió conciliar.

—Claro que te deseo, cómo puedes siquiera pensar lo contrario. Y, qué es eso de que pienso en otras mujeres, ¿Quién te ha estado metiendo cosas en la cabeza?

—No seas hipócrita Jaime. Yo no soy como las demás chicas, no soy estúpida y además, no es que precisamente tenga la figura como cualquiera de tus amigas y ni siquiera soy tan bonita como mis propias compañeras, así que es lógico que tú debes de... pensar en otras mujeres.

Jaime no pudo evitar comprender en cierta forma lo que ocurría al escucharla sincerarse de aquella forma tan vulnerable. Lo cierto es que no se le había pasado por la cabeza que Mónica se sintiese amenazada por otras mujeres y tampoco quiso indagar en si ella quería iniciar una vida sexual con él solamente para sentirse deseada. Jaime quería estar seguro de que la decisión no estaba influenciada por estereotipos ni nada de una índole similar. Porque cuando él le decía que la deseaba y que la respetaba, realmente le estaba diciendo la verdad, aunque ella no lo creyera del todo.

—Yo no pienso con fines sexuales en ni una otra mujer que no seas tú —dijo envolviéndola en un abrazo y llenando su cara de besos. —Te quiero —agregó —, nunca había sentido lo que siento por ti por nadie más y además pienso que eres increíblemente guapa y sexy.

—No es necesario que exageres —respondió ella más aliviada, pero sin evitar pensar que él le estaba tomando un poco el pelo.

—Claro que no exagero, te deseo y mucho, pero quiero que esto lo hagamos bien. Y si tú estás segura de estar lista... — mencionó pausadamente, mientras se perdía en los labios de ella. Mónica se dejó llevar por el placer que le suponía esa confesión, correspondiéndole el gesto. Jaime sostenía su rostro entre sus manos y luego de un beso que pareció eterno él se separó para terminar su frase —. Si de verdad tú quieres, entonces lo haremos. —concluyó Jaime en lo que pareció ser más un susurro.

La penumbra cayó como si aquel momento hubiese sido planificado. Siguieron besándose pasionalmente, como si todos los besos y caricias hasta antes de aquel momento no hubiesen tenido significación alguna, como si no se hubiesen besado y acariciado de verdad hasta ese entonces. Se iba haciendo cada vez más oscuro y ella agradeció el hecho de que Jaime no hiciere acopio de encender la luz; le resultaba un cierto alivio no ser vista, acalorada y a cada instante más fuera de su autocontrol, además tenía la esperanza de que la oscuridad fuera capaz de mitigar u ocultar su nerviosismo sobre todo al darse cuenta de que comenzaba a ser despojada lentamente de su vestimenta y por un pequeño y fugaz momento la sola idea de que se encontraría desnuda frente a él le provocó cierto pánico.

La espalda de Mónica se tensó al sentir como Jaime recorría su cuerpo con lo que para ella eran habilidosos movimientos, se cuestionaba en qué momento era oportuno que se atreviese a despojarlo de su ropa tal y como él lo estaba haciendo con ella, pensó que quizás existiría algún sistema acertado para empezar a desnudar a una persona y que por cierto sólo conocerían los hombres y mujeres más experimentados en el sexo; Mónica temió en ese entonces de que se notase demasiado su inexperiencia, no quería ser una niña, quería demostrarle que ella podía ser atractiva, desafiante; quería ser tantas cosas para él y a la vez quería ser ella misma y que él la amase de ese modo.

Mónica le miraba a la cara, pero en la penumbra se le escapaba por completo su expresión y ni siquiera distinguía bien sus rasgos como tal vez lo hubiese deseado. Olvidó por completo todo lo que hasta ese instante había estado pensando, olvido los temores, las dudas, la vergüenza. De manera involuntaria se compenetró en la lluvia de emociones que le provocaba estar allí con el hombre a quien le profesaba amor; Jaime la abrazó contra su cuerpo y a pesar de que el campo de visión era limitado por la oscuridad de la habitación, ella se concentró en todos y cada una de las sensaciones que comenzaba a descubrir, no necesitaba de sus ojos para completar el cuadro en el que se encontraba, le bastaba sentirlo, sentir sus manos sobre ella, sus besos, su respiración agitada. A partir de ese instante, Jaime se obligó a recordar cada uno de los puntos que resultaban excitar más a su compañera, la besaba con fervor y permitió que ella fuese libre de explorar y saciar toda su lujuria.

La torpeza unida a la pasión, la pasión unida a la torpeza, consiguieron excitar maravillosamente a Jaime.

Mónica esa noche, ratificó su presentimiento de que efectivamente se había enamorado por primera vez. 


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